29 de julio de 2007

El arte original de M.C. Escher

Gran investigador, apasionado por la matemática interna del grafismo y las leyes de la simetría así como de las de la multiplicidad de las dimensiones o de los juegos fluctuantes de la profundidad de perspectiva, Maurits Cornelis Escher fue el creador de un universo de formas entremezcladas que se confunden y se recrean mediante una especie de juego óptico que escapa a lo gratuito porque fue concebido como una verdadera ecuación. En sus grabados y litografías, sombras y luces se metamorfosean con la mayor naturalidad, sin hendiduras y con una lógica algebraica, evocando los paisajes encantados y complejos, implacablemente estructurados, que se pueden crear en el fondo de un caleidoscopio.
Escher -dice Bruno Ernst (1926), el mayor de sus biógrafos, en "The magic mirror of M.C Escher" (El espejo mágico de M.C. Escher)- nació en Leeuwarden (Holanda) el 17 de junio de 1898, hijo de un ingeniero hidráulico. Contaba trece años cuando acudió a la escuela secundaria en Arnheim, a donde se habían mudado sus padres en 1903. No fue precisamente un estudiante muy destacado; antes bien, la escuela constituyó para él una pesadilla. El único rayo de esperanza lo constituían las dos horas semanales de dibujo. Ya entonces realizaría los primeros grabados sobre linóleo, aunque tuvo que repetir el curso en dos ocasiones y no logró obtener el título final. Ni siquiera en Arte eran buenas sus notas, lo que fue motivo de aflicción más para su maestro, F. W. van der Haagen, que para el alumno. A pesar de todo, los trabajos realizados en esa época ponen de manifiesto un talento superior al promedio general de la escuela.
Su padre era de la opinión de que el muchacho debía recibir una formación científica sólida, para ejercer después la profesión de arquitecto. En 1919, Escher comenzó sus estudios en la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Haarlem, bajo la dirección del arquitecto Vorrink. Poco tiempo más tarde, dejaría los estudios de arquitectura: Samuel Jesserun de Mesquita (1868-1944) , de origen portugués, enseñaba artes gráficas en la misma escuela. En menos de una semana, pudo comprobar que el talento de su joven discípulo estaba más en el campo del arte decorativo que en el de la arquitectura. Tras el consentimiento dado por su padre a regañadientes, el joven de veintiún años cambió de asignatura y de Mesquita se convirtió en su principal maestro. Rápidamente dominó la técnica del grabado en madera, y aunque todavía no podía considerárselo un auténtico artista, fue un fervoroso estudiante.
Según un informe firmado por el director de la escuela, H. C. Verkruysen y por el propio maestro de Mesquita, Escher era un joven obstinado, de intereses literarios y filosóficos, sin las ideas y la espontaneidad propias de un artista. Sin embargo, al cabo de dos años salió de la Escuela de Arte con buenos conocimientos básicos de dibujo y dominando la técnica del grabado en madera con tal perfección, que su maestro consideró que había llegado el momento de dejarlo seguir su propio camino. Escher mantuvo contacto regularmente con su maestro, a quien le envió copias de sus trabajos hasta 1944, año en que de Mesquita y su familia fueron asesinados en un campo de concentración nazi.


En la primavera boreal de 1922, Escher viajó por primera vez a Italia, en donde estuvo un par de semanas junto a dos amigos holandeses, y en el otoño del mismo año, regresó solo tras haber viajado a España en calidad de cuidador de los hijos de una familia conocida. Estando en Cádiz, se embarcó hacia Génova para pasar luego a Siena en donde permaneció hasta la primavera del año siguiente, haciendo desde allí un viaje hasta Ravello, al norte de Amalfi, en donde quedó cautivado por los paisajes y la arquitectura que contenía elementos de raíces romanas, griegas y sarracenas. De esta época datan los primeros grabados con paisajes italianos.
En 1924 se casó con Jetta Umiker, una mujer que había conocido en la pensión en donde se hospedaba, quien era hija de un suizo que había dirigido una hilandería de seda en las proximidades de Moscú hasta poco tiempo antes del inicio de la Revolución Bolchevique. Jetta y su madre pintaban y dibujaban, aunque ninguna de las dos habían recibido ningún tipo de formación académica. La boda se celebró en Viareggio y la joven pareja se estableció en Monte Verde, en las afueras de Roma, en donde alquilaron una casa. Cuando en 1926 nació el primer hijo, decidieron mudarse a una casa más grande en la que la familia ocupaba el tercer piso y el cuarto piso servía de estudio.


Por primera vez en su vida, Escher tuvo la sensación de que podría trabajar en completa tranquilidad. Hasta 1935, se sintió en Italia como en su propia casa. Todas las primaveras viajaba durante dos meses acompañado por otros pintores que conoció en Roma, conociendo los Abruzos, Campaña, Sicilia, Calabria, Córcega y Malta, en donde recogió impresiones y realizó cientos de bocetos y dibujos; pero en ese año, con Mussolini afirmado en el poder, el clima político de Italia se había vuelto insoportable para Escher. La política nunca le interesó ya que le resultaba imposible interesarse por otra cosa que no fuera su propio arte. No obstante, rechazaba toda forma de fanatismo e hipocresía y, cuando su hijo mayor fue obligado a llevar el uniforme de la Juventud Fascista, la familia decidió salir de Italia.
Se mudaron a Chateaux d'Oex, en Suiza, lugar que no fue del agrado de Escher ya que, según él mismo decía, su paisaje no le inspiraba nada y la arquitectura era funcionalista y carente de toda fantasía. Todo a su alrededor representaba lo contrario de la Italia de las clases más modestas que tanto le habían fascinado. Hasta ese momento, Escher era bastante desconocido. Un par de exposiciones pequeñas y la ilustración de dos o tres libros contaban a su favor.


Rara vez conseguía vender alguna de sus obras y vivía en gran parte a costa de su padre. En 1936 y 1937 se dedicó a viajar con su familia por Italia, España y finalmente Bélgica y para costear los gastos del periplo le ofreció a la compañía de turismo que organizaba el viaje, pagarle con cuarentiocho estampas que serían grabadas de acuerdo con los bocetos que hiciera durante la travesía. Si la propuesta era notable, todavía más sorprendente fue la respuesta de la compañía que accedió a la oferta. Instalado en Ukkel, cerca de Bruselas, Escher permaneció cinco años, aunque al comenzar la guerra mundial la estadía de este holandés en Bélgica se volvió difícil al nacer un secreto resentimiento contra los extranjeros que permanecían en el país ya que consumían los escasos alimentos que existían. Por ese entonces, en 1939, a la edad de noventiseis años falleció su padre, quien había hecho todo lo posible para que su hijo se pudiera desarrollar con toda calma hasta el punto que sus obras llevasen el sello de su extraordinaria originalidad. Desgraciadamente, nunca estuvo en condiciones de poder apreciar el valor de la obra de su hijo. En enero de 1941, Escher se mudó a Baarn (Holanda), en donde residió hasta 1970. Durante la estancia en su país natal, la producción de grabados fue abundante.


Mientras sus hijos George, Arthur y Jan estudiaban en la reputada escuela secundaria del lugar, fue creando nuevas estampas con la misma precisión de un reloj. Recién en 1951 pudo mantenerse con la venta de sus trabajos. Ese año vendió un total de ochentinueve grabados por cerca de 5.000 florines y en 1954 vendió trescientos treintiocho grabados por cerca de 16.000 florines, gozando ya de una gran reputación. Sólo en 1962, cuando estuvo enfermo y debió ser operado, interrumpió transitoriamente su producción. Todavía en 1969, con más de setenta años a cuestas, sus obras delataban un pulso firme y un ojo agudo. Un año más tarde, se internó en la Casa Rosa Spier en Laren, al norte de Holanda, en donde los artistas podían tener sus propios estudios al tiempo que gozaban de todo género de atenciones. Allí falleció dos años más tarde, el 27 de marzo de 1972.


Escher es una figura marginal. Sólo en los últimos tiempos la crítica abandonó su postura inicial de ignorar por completo la obra de este artista al que no podían encasillar dentro de los cánones comunes de la historia del arte.La función principal de la crítica de arte consiste en reducir la distancia que existe entre la obra y el público hasta el punto en que aquélla resulte más accesible a éste. En este sentido, la obra de Escher no parece ofrecerle al crítico mayores dificultades ya que, con sólo describir con exactitud lo que ve, el espectador entiende fácilmente que la comprensión de la obra está estrechamente ligada al goce que conlleva el descubrimiento de algo totalmente novedoso. En un principio, fueron matemáticos, cristalógrafos y físicos quienes se interesaron por su obra; hoy, todo aquel que esté dispuesto a contemplar sin prejuicios los dibujos de Escher, hallará placer en ello.