29 de julio de 2007

Samuel Clemens o el ingenioso Mark Twain

Samuel Langhorne Clemens nació en Florida (Missouri) el 30 de noviembre de 1835. Su familia se trasladó a Hannibal, a orillas del río Mississippi y allí creció el pequeño Sam. En 1847 murió su padre John M. Clemens, dejando a la familia en una situación precaria. Sólo el hijo mayor, Orion, pudo salir adelante al frente del diario local. En la imprenta de este periódico empezó a trabajar Sam como aprendiz a los doce años. Deseoso de probar fortuna, se trasladó a San Luis, Nueva York y Filadelfia. Luego, seducido por la visión romántica de los barcos de vapor, se enroló en uno que hacía la travesía entre San Luis y Nueva Orleans hasta conseguir el título de piloto. De esta etapa procede el seudónimo que lo haría famoso (twain es una forma arcaica de two: dos, y mark twain era el grito del fondeador cuando la profundidad del agua era de dos brazas, la necesaria para el barco).
Tiempo después se dedicó a buscar oro en el Condado de las Calaveras y más tarde fue buscador de perlas en las Islas Hawaii. Al estallar la Guerra Civil en 1861, siguió a su hermano, a la sazón secretario del gobernador de Nevada, pero, acuciado por la necesidad, regresó a Virginia City y en 1863 firmó por primera vez un artículo como Mark Twain. En esa época conoció a Artemus Ward (1834-1867), un escritor famoso por sus relatos humorísticos y se creyó capacitado para imitar su estilo.
Cuando en 1865 publicó su primer cuento, Twain empezó a ser un reconocido humorista e inició las actividades que le darían prestigio y dinero: crónicas de viaje en forma de cartas escritas a un periódico y conferencias. Hizo la travesía de San Francisco a Honolulú y luego emprendió un viaje alrededor del mundo en el que conoció a Olivia Langdon, con la que se casó en 1870. De este matrimonio nacieron un hijo, que murió a los dos años, y tres hijas. En 1872, el escritor viajó a Inglaterra para dar unas conferencias y a su vuelta decidió ser el editor de su obra y emprender otros negocios, los que estuvieron a punto de arruinarlo. El escritor debió recurrir a sus libros de viajes y a sus conferencias, pero se avecinaban tiempos difíciles. En 1896 murió su hija Susan y, aunque la familia saldó sus deudas y el escritor recibió múltiples agasajos y se reeditaron sus libros, en 1904 murió su esposa y se enfermaron sus dos hijas. Poco a poco se iban consumiendo sus energías. A pesar de que llegó a ver casada a Clara, la muerte de su hija Jean fue la gota que colmó el vaso. Sobrevivió unos pocos meses para morir el 21 de abril de 1910.No es fácil admitir que Mark Twain en realidad no ha sido más que un personaje creado para complacer a las masas. Tanto desde un punto de vista literario como psicológico, el humorista conocido por ese seudónimo es simplemente una imagen, una máscara, una voz controlada a capricho de su inventor, Samuel Langhorne Clemens, quien lo creó ayudado por las circunstancias y por su perspicacia. La imagen pública es en parte un autorretrato pero, al mismo tiempo, una forma de autodefensa retocada con tal acierto, que Mark Twain se convirtió en el personaje mismo conseguido por Clemens. Los dos quizás terminarán confundiéndose en la mente del escritor como también en la de la gente, pero la diferencia es radical, y olvidar que Mark Twain fue el personaje que escogió Samuel Clemens para contar historias y que sólo indirectamente era su autor, significa morder el anzuelo que se pone delante de uno.

La crítica contemporánea norteamericana no fue benevolente con la obra de Mark Twain. A sus detractores les gustaba repetir que sus libros eran como simple agua fresca, mientras que las buenas obras, como el buen vino, mejoran con el tiempo. Twain, sin embargo, apoyado en su éxito popular y en las ganancias que éste le proporcionaba, les contestaba recordándoles que "todos beben agua". Sin duda fue el escritor más publicado y reconocido por su generación. Sus conferencias contribuían a vender sus libros y sus libros ayudaban a llenar las salas donde daba sus conferencias.
La carrera literaria de Mark Twain nació en 1865 con la publicación de su primer cuento "The celebrated jumping frog of Calaveras County" (La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras) y terminó con la publicación póstuma de "The mysterious stranger" (El forastero misterioso) en 1916. En sus cuentos se encierran, se apoyan y a veces incluso se inspiran sus novelas y se encuentran todas las características de su obra literaria. El primer período, es decir sus comienzos, la época de "La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras y otros cuentos" (1867), "The innocents abroad" (Los inocentes en el extranjero, 1869) y "Roughing it" (Pasando penurias, 1872), es el período del entusiasmo y de la celebración de los valores y de la vida de la Frontera. De estos cuentos, además de la famosa rana, se destacan algunos episodios que se hicieron legendarios, como los turistas de las cataratas del Niágara, el gato que vive con los mineros de cuarzo, el reloj que se para cuando cae en manos del relojero o el profesor de economía que no consigue llegar a fin de mes con su sueldo. En ese mismo período desarrolló también otro tema que tuvo mucho éxito y que estaba de moda en su época: el de los norteamericanos, inocentes e ingenuos, que viajan por la más civilizada pero al mismo tiempo corrompida Europa. Twain encontró allí la ocasión para insistir en el aspecto humorístico, en la sátira benévola.
De 1870 a 1875 es la etapa más fecunda de la vida de Twain. Empezó a trabajar en "The adventures of Tom Sawyer" (Las aventuras de Tom Sawyer), que publicará en 1876 y se puso manos a la obra con "Adventures of Huckleberry Finn" (Aventuras de Huckleberry Finn), que en su intención debió ser la continuación del libro anterior para proseguir con las aventuras de aquellos pequeños héroes hasta edad avanzada. El proyecto, si excluimos "Tom Sawyer abroad" (Tom Sawyer a través del mundo) de 1894 y "Tom Sawyer, detective" (Tom Sawyer detective) de 1896 -simples variaciones del primer libro- no tuvo continuación, sobre todo porque a Twain le faltaron fuerzas para ver envejecer a esos personajes de los que se había enamorado, con los que mejor se identificaba y que representan la imagen de todo lo que había amado en su infancia a orillas del Mississippi, el gran río que divide a Norteamérica y que durante muchos años, hasta el final de la Guerra Civil de 1860/1865, fue el límite simbólico y real entre el mundo civilizado y el mundo salvaje. En estos primeros años ya se entreveía el talento de gran polemista que sólo manifestó en sus últimas obras. "The gilded age" (La edad dorada, 1873), aquella edad dorada de la reconstrucción posbélica según la retórica de los vencedores norteños, se convirtió en su libro en la edad enchapada en oro, o sea fingida, donde, tras la fachada de la victoria, se escondían la corrupción, las especulaciones más descaradas y los atropellos del vencedor sobre el vencido. Y, aunque utilizó el lenguaje de la sátira, unos años más tarde, en 1885, en "A true story and the recent carnival of crime" (Historia verídica de una campaña criminal), recordó sus sensaciones tras haber matado, casi casualmente, a su primer y último enemigo: "Me pareció un compendio del conflicto, la demostración de que toda guerra no puede ser más que la matanza de desconocidos contra los que no tienes ninguna animadversión personal y que, en otras circunstancias, intentarías ayudar y ayudarías, si tuvieran necesidad".
Después de la publicación de Tom Sawyer, Mark Twain se convirtió en una de las personas más conocidas de los Estados Unidos. Dominaba los temas, la técnica de la escritura y los gustos del público. Aparecieron, entre otros, cuentos divertidos como "The stolen white elephant" (El robo del elefante blanco, 1882), "The $1.000.000 bank note" (El billete de un millón de libras esterlinas, 1893) y "Is he dead?" (¿Está vivo o muerto?, 1893), auténticas exhibiciones de destreza técnica y de esa forma particular de escribir que había conseguido en sus años de periodista, cuando estaba obligado a llenar columnas de un periódico vacío, en los que se había convertido en maestro para observar y describir con precisión la realidad que lo circundaba, construir y utilizar su voz de narrador, así como saberse distanciar con el uso de la fantasía. Mientras tanto siguió sacándole provecho al riquísimo filón de los libros de viaje como "A tramp abroad" (Un vagabundo en el extranjero, 1880) y, simultáneamente, se enfrentó por primera vez en "The prince and the pauper" (El príncipe y el mendigo, 1881) con la novela histórica, lo que revelaba su creciente ambición de ser reconocido como algo más que el escritor de historias de la frontera. Sin embargo, la necesidad de ganar cada vez más dinero para pagar sus deudas empresariales no le permitió abandonar su mina de oro y publicó "Life on the Mississippi" (La vida en el Mississippi, 1883), un canto de amor a la vida de los pilotos fluviales, y terminó finalmente Huckleberry Finn, que en un principio no consiguió el éxito que el autor esperaba, quizá porque resultaba muy clara la defensa de Huck, que no quería ser "civilizado" y que ayudaba a los negros a escapar de las plantaciones. En esos años apareció "A Connecticut yankee in king Arthur's court" (Un yanqui en la corte del rey Arturo, 1889), novela histórica, en la que imaginó a un tecnócrata norteamericano dotado de su tradicional y habitual sentido práctico que tiene que vivir en la Inglaterra medieval y descubre que, aunque retrasados, los antepasados conservaban intactos los principios morales que la América de fin de siglo ha olvidado.
La última fase de la producción de Twain es la más compleja pues, junto a la intuición de seguir sacando provecho al tema de la Frontera y del Sur con "The tragedy of Pudd'nhead Wilson" (Cabezahueca Wilson, 1894) y con los viajes en "Following the Equator" (Siguiendo el Ecuador, 1897), y el febril trabajo de las conferencias, tenía que recuperar el dinero perdido en el intento de transformarse en industrial financiando una moderna máquina tipográfica que no llegó a ver la luz. Así, se sucedieron libros que tenían como única explicación complacer el rígido sentido moral de su mujer Olivia la cual, desde los primeros años de matrimonio, se había esforzado, con resultados poco esperanzadores, en civilizar a su esposo y pulirle la escritura de expresiones duras y vulgares nacidas de su experiencia periodística. El ejemplo más representativo de esta época es "Personal recollections of Joan of Arc" (Recuerdos personales de Juana de Arco, 1896), pero también entre los cuentos de esa etapa hay pruebas de que algunos textos eran construcciones realizadas en su mesa de trabajo, al margen de sus vivencias, en los que se nota que Twain estaba muy lejos de esos temas. En "Curious relic for sale" (Una reliquia en venta, 1901) y en "Was it heaven or hell?" (¿Paraíso o infierno?, 1902) se leen historias lacrimógenas construidas artificialmente para remachar principios edificantes muy alejados de las acertadas y desacralizadoras lecciones que toda Norteamérica había aplaudido en sus trabajos anteriores. Sin embargo, en estos últimos años Mark Twain decidió poner en su sitio el aspecto más amargo de su crítica social y esto lo transmitió con relatos largos, que se prestaban mejor a las exigencias del apólogo. La codicia, el egoísmo y la avaricia que se dejan ver en Norteamérica aparecieron estigmatizados en "The man that corrupted Hadleyburg" (El hombre que corrompió Hadleybourg, 1899) o en "The $30,000 bequest" (Un legado de 30.000 dólares, 1904). La primera de estas obras citadas es la mejor de esa época, en la que forma y contenido se funden perfectamente al servicio de la sátira más cruda, sostenida por una trama esencial que se basa en un mecanismo narrativo perfectamente construido. La población de Hadleybourg es mezquina, avara, dura. Todos estos pecados se compendian en las diecinueve familias importantes del pueblo y, en particular, en una que desciende al escalón más bajo de la degradación en busca de una bolsa de monedas que no tienen dueño. En toda la narrativa del siglo XIX el dinero había tenido un lugar importante en las páginas de los escritores más famosos: motor de la historia en Honoré de Balzac (1799-1850) o punto de comparación de los sentimientos en Charles Dickens (1812-1870); sin embargo para Twain, en esta obra, es el pecado original. Una vez más no se olvida del público al que se dirige. Si en Nathaniel Hawthorne (1804-1864) y en Herman Melville (1819-1891) la presencia del pecado no se puede definir y esta llena de sombras, en Twain encontramos una versión simplificada y elemental de la moral puritana, expresada, sin embargo con la claridad y la eficacia de un aviso publicitario.
A pesar de todo, Samuel L. Clemens aún no estaba satisfecho con el eco de sus dardos, quería hablar con más claridad y lanzar sus flechas contra puntos más ruidosos y, al parecer, ya no toleraba la máscara de ingenioso entretenedor que se había construido. Por miedo a perder lectores, única fuente segura de ingresos, publicó algunos cuentos con intención de llamar la atención, como "Eve's diary" (El diario de Eva, 1905) y "Captain Stormfield's visit to heaven" (Síntesis de la visita del capitán Stormfield al paraíso, 1907), en donde expuso una visión del paraíso no muy ortodoxa y se quedó sorprendido porque no suscitó la polémica que él esperaba; la misma suerte le había tocado a una vibrante conferencia contra el colonialismo, publicada en 1901. Twain se había convertido en una pieza más de ese perverso mecanismo en el que cualquier cosa que se haga se transforma en publicidad positiva. Sus apasionados lectores se quedaron muy sorprendidos cuando apareció póstumamente "The mysterious stranger" (El forastero misterioso) en 1916. En realidad, se trataba de un grupo de manuscritos encontrados por su biógrafo oficial, Albert Bigelow Paine (1861-1937), y que aparecieron juntos en un relato. Allí se ve por última vez al adorable grupo de muchachos que, aunque estén sepultados en un pueblo austríaco -igual que Hadleybourg sólo aparentemente tranquilo y pacífico- se encuentran frente a un joven Satanás que los obliga a abrir los ojos sobre la justicia humana, el sentido moral y la muerte. Con la manifestación extrema de sus tormentos y de sus angustias, Twain consiguió desconcertar a aquéllos a quienes quiso con sus golpes de ingenio y extravagancias, cerrando de esta forma, para muchos imprevisible, la saga de los jóvenes héroes del Mississippi, que no se había atrevido a hacer crecer, pero que de todas formas logró mantener inocentes.