8 de agosto de 2007

De los saltos de la vida

El primer gran salto hacia la vida es el nacimiento, el segundo gran salto es la adolescencia. El salto es efectuado no hacia un nuevo mundo, sino hacia "si mismo" como ser individual. Se preparó acumulando una infinidad de experiencias, gracias a las cuales, el adolescente está en condiciones de iniciar su gran trabajo de individualización. Necesita descubrir quién es y esto implica poder cuestionar lo que no es, lo que deriva en un periodo de luchas, interrogantes y agresiones.
Duda de todo, de lo que lo rodea, de su cuerpo, de lo que siente, de lo que piensa y dice. Atraviesa cambios en su cuerpo externo e interno, debe asumir un nuevo papel que es producto y consecuencia de la adquisición de una nueva identidad. El adolescente tenía una identidad que es puesta en duda por su medio, por lo que buscará una nueva identidad y su rol en este mundo. Todos estos cambios en los hijos, resultan terribles en los padres, pues presuponen modificaciones en ellos mismos. Con sus dudas, los adolescentes comienzan a cuestionar al grupo familiar y este comienza a sentirse amenazado y en desequilibrio. Todo esto se verá mucho más agravado en familias muy rígidas, con pocos permisos de cambio.
La familia es, en el sentido psicológico, un conjunto de imágenes entrelazadas que cada uno tiene del otro dentro de si; esto implica que cuando el adolescente, a través de su rebeldía y de sus cuestionamientos, intenta definir una nueva imagen de si mismo, inevitablemente la imagen que tienen de él el resto de los integrantes debe sufrir una redefinición. Los hijos sienten que pierden a sus padres, por lo menos a los padres que ellos conocían y los padres sienten que pierden a sus hijos. Los hijos desorientados por estos padres que recién empiezan a ver, sienten una profunda sensación de extrañeza y los padres una sensación muy penosa. Los adolescentes introducen en la relación un fuerte sentimiento de envidia y frustración en los padres, porque ellos, los adolescentes pueden hacer y vivir lo que los padres ya no pueden hacer ni vivir. Esta sensación de pérdida se manifiesta mezclada con rabia. Estos sentimientos bien encaminados no son malos ni perversos, todo lo contrario, servirán para reformular su manera de ser y determinarán en gran medida el tipo de relación que establezcan con los hijos.


Muchas veces los padres denotan resistencias para aceptar el paso del tiempo y la natural declinación acompañada paralelamente con el desarrollo de sus hijos. Al pensar y actuar como si el tiempo no transcurriera, dificultan el ciclo de crecimiento de los hijos. Estos hombres y mujeres de alrededor de 40 años, tienen hijos que están atravesando su etapa adolescente. Es muy común en esta etapa de la vida que surja una crisis donde este hombre o esta mujer se replantean las decisiones más importantes que tomaron en su adolescencia, como la elección vocacional y de pareja. Allí reciclan su propia adolescencia y evalúan su vida hasta el momento, quedando conformes o no con ella. El desenlace para no caer en una competencia descarnada con sus hijos ni en una depresión, dependerá de las salidas sanas que puedan lograr para aceptar la pérdida de su propia juventud. El simple hecho de que lo nuevo existe representado por los hijos, es algo que justifica en mucho nuestra vida y al entrar en contacto con ellos, con sus expectativas, deseos, posibilidades y anhelos, también estamos entrando en contacto con la vida.