19 de agosto de 2007

Los porteños, los diarios y la Revolución Rusa

¿Como tomó conocimiento de la Revolución Rusa el argentino medio de aquella época? Retrocedamos al noviembre de 1917 en la ciudad de Buenos Aires. Seleccionemos los dos diarios de mayor gravitación en ese entonces: La Prensa y La Nación. Algunos más, otros menos, ya conocemos la cronología de aquellos sucesos ocurridos en Petrogrado. Así como el periodismo actualmente hace gala de su "objetividad" informativa para notificarnos sobre distintos conflictos a lo largo y a lo ancho del mundo, sin duda tuvo que ejercer esos mismos significados en su práctica, para realizar la cober­tura noticiosa de la primera revolución proletaria a nivel mundial. Veamos: ahí se encuentra nuestro buen ar­gentino en pleno período yrigoyenista -sentado en su mecedora en el patio rodeado de ma­cetas- a punto de cometer el ac­to de solazarse con las páginas de sus diarios predilectos: La Prensa y La Nación. Es el sábado 3 de noviembre y su señora, plumereando el bargueño, posiblemente aspire a un corpiño con puntillas que por sólo $0,55 ofrece la "Casa de los No­vios", de Barbagelatta y Cia. Aproximémosnos, con el gran angular de nuestra imaginación, a esa mece­dora donde se bambolea el sujeto, en medio de los titulares de la "Gran conflagración en Europa". El hombre de pantuflas matinales ad­vierte un recuadrito que anuncia "La Situación en Rusia". Percibe inmediatamente que un corresponsal de Associated Press altera las orejas de Kerensky nada menos que con este interrogante: "¿Cuál es el futuro de Rusia después de la guerra?". Tamaña sutileza cala hondo en el reporteado, a tal punto que su res­puesta coquetea con la metafísica: “Nadie puede imaginarse el porve­nir" responde el gobernante y, sin duda, pierde sus ojos en la lejanía del cuarto. El día anterior La Nación co­municaba: "Varios elementos populares están listos para sostener al gobierno con automóviles armados de ametralladoras". Este operativo precede a las fra­ses de un artículo de Gorki donde, según la traducción del cable, el aludido denuncia que "agitadores sin religión ni ley atentan contra la li­bertad de Rusia".
Ya el martes 6, luego de que el idolatrado potrillo Botafogo triunfase en el Premio Carlos Pellegrini, un cable sentenciaba con res­pecto a la situación en Petrogrado: "El gobierno presiente que los agi­tadores se agotarán hablando" (La Prensa). Tal vez nuestro sujeto, contra el du­ro respaldo de su asiento en el tran­vía, hubo de coincidir con esa in­terpretación freudiana del deseo in­satisfecho, si renglones más abajo no se hubiese topado con una descripción del frente de guerra, por la cual "se insta a los soldados alemanes" a pasarse a la trinchera rusa "don­de se les brinda vodka, dinero y sano esparcimiento".
Reconforta suponer que los mos­covitas estuviesen desde entonces viviendo en el jolgorio, si no fuese por un incisi­vo informe de La Nación donde se editorializa sobre "esa Rusia ideo­lógica y estrecha" que, con su "si­bilino silencio" aconsejado por una "ínfima minoría de obreros y soldados", hace pensar "hasta qué punto esos irresponsables de la calle conseguirán imponer sus puntos de vis­ta". Es indudable que para el diario de Mitre la historia pasa por gente como uno, y no -como dice en otro párrafo- por el "egoísmo mental" de Karl Marx "exportado como ve­neno teórico" sobre la faz del pla­neta. Sin embargo, la cabeza de nuestro lector de época repasa en paz durante la noche, por cuanto ambos matutinos descifran la situación como ”derrota de los bolshevikis” mientras 400 avisos clasificados solicitan "sirvienta joven" y 12 "amas con buena leche" se ofrecen para los hijos de la patria (La Prensa).
Mientras tanto, en el frente del conflicto, Kerensky se anticipaba a ciertos gobernantes desarrollistas y especuladores de América latina, manifes­tando que "ante el compromiso de continuar la guerra solicito a EE.UU. 32 millones de dólares". Parale­lamente a eso, el diario de los inte­reses agro-exportadores titulaba con letra bastante grande: "León Trotsky presidente del Comité Central" y La Nación mostraba en su pági­na 19 del miércoles 7, un remate de ganado, bajo el rótulo "2000-Vacunos-2000". "El Soviet se adueña del Poder" se alarmaba el diario, apuntando es­cueta y protocolarmente que "Lenin es recibido con aplausos en todos lados". En renglones posteriores, una caracterización, vía Londres, aportaba la cuota de objetiva claridad en el asunto, ya que el aplaudido "Lenin, agente alemán, con su ma­no derecha, el anarquista Trotsky, son los auténticos autores del golpe de Estado". Cierta iba siendo la con­goja periodística porteña, reconocible en una semblanza sobre el alicaído Kerensky que imprime La Nación, y don­de debajo de la foto del menciona­do se consigue leer: "Fue la perso­nalidad más destacada de la Revo­lución". Calificación que no debe in­tranquilizarnos puesto que posteriormente nos enteramos de que ese hombre "ha realizado" simplemente "una obra pasmosa". Sobre todo (y así debe registrarlo la historia) co­mo "agitador de las masas obreras", conducta ésta irónicamente revela­da en el momento de su previsible caída.
La situación es confusa pero alentadora: "Debemos prepararnos a lo peor imaginable" escribía La Prensa transcribiendo un grito propala­do por el New York Herald. Pero el quid de la cuestión lo desentrañaba un cable de La Nación: "Todo parece ser un esfuerzo desesperado de los Maximalistas, señal de su caída". Notable presupuesto lógico, acompa­ñado por otra noticia: "Kerensky conversó con los ejércitos que marchaban a Petrogrado, e intentó con­vencerlos de que pararan la mar­cha".
Dejemos por un rato a Kerensky convenciendo a sus soldados, como así también un editorial de L'Humanité de París, donde fofamente se concibe que "Rusia saldrá bien de este exceso de malestar". Nuestro sujeto, aquí en Buenos Aires, asistía a la rauda marcha de Racing, que le ganaba 6 a 0 a Atlanta y 8 a 0 a Columbian y continuaba al frente de la tabla de posiciones de nuestro fútbol amateur. Un cable de Reuter esparcía: "Los compatriotas ru­sos ven a los autores del golpe co­mo arquitectos de la ruina" (La Prensa) y anexaba: "El golpe puede ser muy beneficioso para la reacción de Kerensky". Otra vez nos encontramos con este "agitador obrero" que se­gún La Nación "va al frente de las tro­pas", con "un ejército de 200.000 hombres" -agregaba La Prensa- "y mu­chas guarniciones que se le decla­ran fieles". Como contrapartida de­soladora: "Los obreros ferroviarios negaron autoridad a los bolchevi­ques".
Nuestro lector de 1917, debajo del calor de noviembre y de su rancho, posiblemente se fascinase ante esta recuperación contrarrevolucionaria, y más con una noticia, otra vez en La Prensa, donde "los rebeldes, co­mo una muchedumbre desordenada, se retiran", puesto que "estalló en toda Rusia una revolución en favor de Kerensky". Se suma, para no ser menos, La Nación con titulares el día 12 que decretaban: "Aplastante victo­ria de los Cosacos sobre los ejércitos de Lenin en Petrogrado".
No podían ser otros que ingleses, los que pararan un poco flemática­mente la mano puntualizando: "Es ésta una revolución extraña" según hace la crónica La Prensa tomando un editorial del The Daily Chronicle. En una cruel dramatización de los sucesos, La Nación narra cuando Trotsky "tomó posesión del Ministerio y pidió que se le entre­garan los tratados secretos, pero los empleados se negaron a traducirlos"; el mismo cable concluye con un enigmático párrafo: "fue encontrado desnudo el cadáver del General Turnenoff". Del desafortunado militar en cueros sobre el cual nada más se documenta, saltamos a La Prensa, quien anuncia a los cuatro vientos: "Los Maximalistas pierden terreno"; "sigue avanzando el ejército de Kerensky con rumbo preciso, aunque no se conoce el punto donde realmente se halla" y "el fracaso de los bolcheviques es cuestión de horas".
Largas, larguísimas horas duraría ese fracaso, no obstante "algo es seguro -pro­pala un cable de La Nación- cual­quiera que triunfe la victoria no se­rá de Lenín" (día 13). "Se lucha en Petrogrado", prosigue La Prensa. Agrega: la "Guardia Roja fue derrotada en Moscú" (día 14). Y analiza supinamente: "La combinación Lenín-Trotsky carece de suficientes hombres para ejercer la autoridad". Juntamen­te con la impopularidad del binomio, "se confirma la completa vic­toria de Kerensky".
Si nuestro lector de 1917 hubiera fallecido arrollado por el caballo de un carro de lechero -por ejemplo- quizás expirase ese 15 de noviembre con la imagen falsa de una historia que vivirían dos días después sus conciudadanos. A no ser que se hubiese fijado en esa misma edición del diario, en un cable en el ángulo inferior de la página, le­tra más chica, de 6 renglones, el cual transcribía un telegrama de Trotsky: "Kerensky se retira, pasa­mos a la ofensiva". Pero no, en Buenos Aires, Caruso fuma cigarrillos "Reina Victoria" y el "General Kaledines es ahora el dictador de Rusia" (La Prensa). "Bancarrota total bolchevique: la población re­tira su confianza a Lenin y Trots­ky". La Nación complementa: "Ke­rensky dueño del Kremlin y del Te­légrafo". La Prensa afirma: "En Moscú se formó una tercera fuerza, integrada por criminales, que combaten contra Kerensky y los bol­cheviques". Se abalanzan las noti­cias. Fijémonos en éstas: "Kerensky vuelve en tren arrancando las vías mientras avanza", dice La Prensa. "Petrogrado en llamas" se imagina La Nación, "las mujeres soldados son tratadas con rudeza por los revolucionarios"; "estamos sobre el final de la revo­lución"; "los Cosacos avanzan"; "cre­ce el pánico entre los bolcheviques" (todas de La Prensa); "Lenin ha sido detenido" (La Nación, día 16); "el General Dukhonin publicó una proclama donde pide que le informen el paradero de Keremsky, porque lo ignora y ha decidido defenderlo".
Simultáneamente, la famosa joyería "El Trust Joyero" impone el día del Mate y la Bombilla y se festeja en nuestro país la "Semana del Nene". "Los bolcheviques sufrieron 500 bajas" en un combate "contra ninguna baja de sus enemigos"; "La combinación Lenin-Trotsky sigue perdiendo terre­no" (La Prensa); "Se aconsejó a Kerensky que entrara en Petrogrado con una bandera blanca, pero desapareció antes de que llegara su escolta" (día 17).
Frenemos las citas, porque estamos a punto de cambiar el rumbo de la historia. Algún antepasado nuestro en 1917 -el abuelo de cual­quiera de nosotros- abrió La Nación al día si­guiente, 18 de noviembre, y por fin pudo comprender, a través del periodismo, el eje político e ideológico de los acontecimientos: sucedía que "Kerensky fue derrotado por 30.000 letones", sencillamente. Abrió La Prensa y supo, por intermedio de un titular alertador, que era "grave la situación en Rusia". Y en los primeros dos renglones de la nota, unas palabras simbolizando que el derrotado no era, al menos, un depresivo tremendista. Decía una frase clave: "Kerensky huyó vestido de marinero", una confirmación rotunda, por otra parte, del pensamiento ver­tido diez días antes por esa supre­ma cabeza de Rusia: aquello de que "nadie puede imaginarse el porvenir" y ni siquiera lo ingrato de la vida.