25 de agosto de 2007

Un duelo que estremeció a la Gran Aldea

El 29 de diciembre de 1894 moría Lucío Vicente López, con los intestinos destrozados por una bala dis­parada desde los doce pasos estipulados, por el coronel Sarmiento.
La muerte de López provocó duras polémicas con­tra los duelos en Buenos Aires, y a su entierro asistieron más de dos mil personas. Sin embargo, los enjuiciamientos no fueren sufi­cientes. Los duelos continuarían, con su secuela de muertos y heridos. Ninguno tan célebre como el que causó la muerte al doctor López, ninguno tampoco tan comentado en la ciudad que el mismo López había bautizado "La Gran Aldea".
Lucio Vicente López des­cendía de una familia que hizo la historia y también !a escribió. Su abuelo paterno, Vicente López y Planes creó la letra del Himno Nacional; su padre, don Vicente Fidel López, había nacido en el exilio montevideano, en 1848 y fue el autor de una historia argentina en varios tomos. Después de Caseros, los López retornaron a Buenos Aires. Lucio Vicente se doctoró de abogado e incursionó en la política, el periodismo y la literatura. Partidario de Adolfo Alsina, ocupó una banca en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires y, después de la federalización de la ciudad, pasó a ser diputado nacional. Participó en la Reyolución del 90 y, en 1894, bajo la presidencia Luis Sáenz Peña, fue nombrado ínterventor de la, provincia de Buenos Ai­res. Precisamente, su actuación en este cargo originó el duelo fatal.
El flamante interventor estaba decidido a llevar ade­lante una severa misión normalizadora. Era el hombre indicado: en los últimos años, se había movido más allá de las facciones políticas y su prestigio intelectual era enorme. Era íntimo de los grandes personajes de su tiempo. Carlos Pellegrini, Miguel Cané, Carlos Sarmiento, Julio Roca, Paul Groussac frecuentaban su amistad y más de una vez sus consejos. La generación del 80 que se floreaba en la "Gran Aldea", lo contaba entre sus elegidos. Hasta el presidente Luis Sáenz Peña lo necesitaba para mejorar su imagen.
A los pocos días de instalado en el gobierno recibió una serie de denuncias sobre ventas indebidas de tierras. El comprador era el coronel Sarmiento (ningún paren­tesco con el autor del “Facundo”). El Ministerio de Obras Públicas investigó y se resolvió dejar sin efecto la operación por irregularidades en los libros del Banco Hipotecario. Se trataba, lisa y llanamente -tal como trasciende de las actas- de un intento de estafa. Sarmiento, fue retenido durante tres meses en el Departamento de Policía hasta que la investigación llevada adelante, concluyó con la libertad del acusado.
Al salir de la prisión, Sarmiento escribió una carta insultante que publicó "La Prensa". De inmediato López nombró sus padrinos: Lucio V. Mansilla y Francisco Beazley.
A las 11 de la mañana del 28 de diciembre empeza­ron a llegar los carruajes al Hipódromo Nacional ubicado en Belgrano (sobre la actual avenida Luis M. Campos). Poco después, ya estaba todo listo: el ofensor y el ofendido, los padrinos, las armas y los ánimos. Un clima de alta tensión envol­vía a !os presentes, que no pasaban de quince. Solamen­te se escuchaba mascullar a los padrinos. Dos médicos socorrerían, si fuese necesario, a los duelistas; eran los doctores Decoud y Padilla. Los hermanos y los dos hijos mayores de López, observaban imperturbables los preparativos, sin perder la esperanza en que, del diálogo, sur­gieran las posibilidades de una reconciliación. Sin embargo, el optimismo se desvaneció cuando el general Bosch, padrino de Sarmiento, midió los doce pasos convenidos. En ése instante, las agujas del reloj marcaban las 11.10. Erguidos, con sus rostros severos, empuñaron en sus diestras las pistolas Arzón elegidas para el caso. La firme voz del director ¡Duelo a muerte!, precedió a los dos estampi­dos simultáneos que dejaron su eco resonando en el vacío, seguido de murmullos y el conciliábulo de los padrinos. El doctor López se llevó las dos manos al vientre. Sus padrinos se precipitaron sobre él: estaba gravemente herido.
Una ambulancia lo llevó a Callao 1852, donde vivía. En el momento de caer, murmuró "Esto que me pasa es una injusticia, una injusticia". La bala le perforó el hígado, el intestino y el bazo. La herida era mortal. A las 0.45 del día siguiente cayó en coma y pocos minutos más tarde murió.
El coronel Sarmiento fue juzgado por un fiscal de nombre Astigueta. Se presentó ante el Juez Navarro y en el término de cuatro horas -mediante el pago de una fianza- quedó en libertad y nunca sufrió sanción alguna. Su vida siguió dentro del ejército donde siempre fue valorado como un eficaz artillero y topógrafo. En 1905 abandonó el servicio activo y tuvo participación en la política provincial. En 1907 encabezó una revolución en la que derrocó al Gobernador Godoy. Fue gobernador de la provincia desde 1908 a 1911. Posteriormente se radicó en Zarate de donde fue intendente. Dejó de existir en esa ciudad a los 54 años en 1915.