30 de agosto de 2007

Wilhelm Steinitz, campeón mundial de ajedrez

Hay coincidencia casi absoluta entre los historiadores del juego ciencia en considerar al torneo jugado en Londres en 1851, como el punto de partida de la época moderna del ajedrez. En ese torneo se eclipsaba la figura del mayor jugador de ese momento, el inglés Howard Staunton, a manos del prusiano Adolf Anderssen, el cual iba a reinar hasta la aparición de Paul Morphy. En efecto, en 1858 Anderssen fue derrotado convincentemente por éste en París, creándose la idea generalizada de que ha­bía surgido un ajedrecista prodigioso al que sería muy difícil poder derrotar. Pero poco después de sus fulgurantes victorias, Morphy, el genio de New Orleans, enloqueció y repentinamente desapareció para el mundo del ajedrez, quedando nuevamente Anderssen como estrella indiscutida.
Por eso, nadie se asombró cuando en 1862 Anderssen triunfó en el torneo de Londres, competencia que figura en la historia del ajedrez, ante todo, por el hecho de ser el primero en que se utilizaron relojes ajedrecísticos.
Hasta aquí, a nadie se le había ocurrido considerarse campeón mundial a pesar de que la superioridad de Staunton, Anderssen y Morphy sobre sus contemporáneos había sido notoria en aquellos años. Pero en 1866, Wilhelm Steinitz venció a Anderssen en Londres y se autoproclamó pomposamente de esa manera, ante el desdén de los aficionados que no acababan de tomar en serio a aquel jugador al que Aleksander Alekhine -futuro campeón mundial- consideraba el más grotesco personaje de la historia del ajedrez.
Steinitz, que había nacido en Praga el 17 de mayo de 1836, estaba muy adelantado a su tiempo cuando empezó a ser reconocido. Juga­ba lentamente, calculaba con precisión sus movidas, prefería las maniobras posicionales a los ataques brillantes y sólo combinaba cuando podía prever todas las consecuencias. Dominó con comodidad la década del '70 ganando numerosos torneos y encuentros. Así estaban las cosas cuando en 1883 se jugó en Londres un tor­neo a doble vuelta con los mejores jugadores de la época, que fue ganado por Johannes Zuckertort a quien Steinitz ya había derrotado en 1872.
Zuckertort había nacido en Lublin (Polonia) el 7 de septiembre de 1842 de padre alemán y madre polaca. Jugaba con elegancia y de una manera comprensible para sus contemporáneos. Nunca tenía dificul­tades con el reloj y era afecto a las jugadas espectaculares. Poseía una memoria magistral y hablaba once idiomas, aunque tenía pun­tos débiles en su personalidad: era nervioso e impresionable.
A raíz de su triunfo en Londres, a Zuckertort -que era sumamente narcisista- también se le ocurrió la idea de reclamar para sí el título de campeón mundial. Por supuesto, Steinitz no podía aceptarlo e inmediatamente lo desafió a disputar un match en el que se dirimiera quién tendría derecho a ostentar el codiciado título. En 1886, después de largas tratativas, se llegó por fin a la confrontación que la opinión ajedrecística internacional consideraría el primer campeonato del mundo.
El match se jugó en tres ciudades norteamericanas: New York, Saint Louis y New Orleans. El comienzo fue trágico para Steinitz. Después de las cinco primeras partidas jugadas en New York, el resultado era 4-1 a favor de Zuckertort sin partidas entabladas. A partir de la sexta partida, el match se jugó en Saint Louis y marcó un cambio crucial en el campeonato. De los cuatro enfrentamientos, Steinitz ganó tres y el cuarto terminó en tablas, por lo que el match quedó iguala­do. Después de catorce días de receso, el match se reanudó en New Orleans y Steinitz se impuso contundentemente, triunfando en seis partidas, entablando cuatro y perdiendo solamente una, por lo que el resultado final le fue favorable por 10-5 (con cinco tablas) con lo que logró convencer al mundo ajedrecístico -ahora sin dudas- de que era el campeón mundial.
Zuckertort jamás se repuso de esta derrota. Al año siguiente perdió un encuentro con el inglés Joseph Blackburne en forma terminante. También dispu­tó otros torneos pero ya sin éxito y el 20 de julio de 1888 sufrió un derrame cerebral que lo llevó a la tumba, mientras jugaba una par­tida. Por su parte, Steinitz defendió el título exitosamente fren­te al ruso Mijail Tchigorin en dos oportunidades (1889 y 1892) y ante el húngaro Isidor Gunsberg (1891). En 1894, cuando contaba con 58 años de edad, lo puso en juego una vez más, ésta vez contra Emanuel Lasker.
Este, de 26 años, era uno de sus discípulos y hasta ese momento no había tenido una carrera descollante. Nacido el 24 de diciembre de 1868 en Berlinchen, cerca de la capital alemana, en el seno de una familia judía, debió sufrir la humillación que suponía la búsqueda de patrocinadores que auspiciaran el match, antes de lograr la concreción del mismo.
Finalmente, el 15 de marzo de 1894 comenzó a disputarse el encuentro Steinitz-Lasker en las ciudades de New York, Filadelfia y Montreal. Las reglas concertadas para el match establecían que sería triunfador quien primero consiguiera diez triunfos son contar las tablas. El premio sería de 2.250 dólares para el ganador y 750 para el vencido. Fueron necesarias 19 partidas para definir el match, cuyo resultado final favoreció a Lasker por 10-5 (4 tablas). Había caído el viejo luchador que durante casi 30 años había dominado los tableros de Europa y América.
Dos años y medio más tarde, se le presentó la oportunidad de recuperar el título y, a pesar de estar enfermo de gota, partió hacia Moscú donde el 6 de noviembre comenzó la segunda contienda ante Lasker en las mismas condiciones deportivas que la anterior. Esta vez, el Club de Ajedrez de Moscú premiaría con 5.000 francos al vencedor y 2.500 al perdedor. El 14 de enero de 1897 la cuestión terminó con un resultado más desastroso aún para Steinitz: 10-2 (5 tablas).
Esta segunda derrota frente a Lasker fue un duro golpe para Steinitz. Cansado, envejecido y agobiado por la pobreza, sus últimos días fueron muy tristes, viviendo prácticamente de la caridad y con claros síntomas de locura. Cuando murió el 12 de agosto de 1900 a los 64 años de edad, su viuda quedó en la más absoluta de las miserias y el ajedrez perdió al hombre que lo había innovado.