16 de septiembre de 2007

Breve biografía del tío Oscar

Cada año, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos, entrega los Premios Oscar. En esa ocasión, centenares y a veces miles de personas que representan a la industria cinemato­gráfica norteamericana se juntan en un auditorio de Los Angeles, California y presencian durante más de dos horas un show super-estelar, que incluye canciones, chistes, fragmentos de films, elogios al talento ajeno, breves discursos emotivos y la entrega de los premios a las labores distinguidas dentro de la producción del año anterior.
Las conjeturas de lo que ocurra en ese escenario, repercuten enormemente sobre el prestigio de la indus­tria, porque el show se trasmite por televisión a todo el mundo, es apun­tado al detalle por centenares de periodistas y queda documentado como un acontecimiento histórico. En abril de 1966, la transmisión por TV fue la primera del género que se hizo en color y la recepción pública fue estimada por los técnicos en un total de 30.130.000 televisores que sintonizaron los canales de la American Broadcasting Company (ABC). Si a ello se le agre­gan las retrasmisiones radiales y la combinación con la Canadian Broadcasting Company (CBC), el público global de esa ceremonia quedó estimado en 2330 millones de espectadores. En su conjunto, este espectáculo que sólo ocurre una vez al año figura entre los programas de mayor audiencia en todo el mundo. Hay quien supone que esa noche descienden repentinamente las recaudaciones de boletería en to­das las salas cinematográficas norteamericanas, pero la industria cree que ése es un perjuicio comparativa­mente menor.
El ruido internacional que acompaña a los Oscars lleva a pensar que ésa es la única tarea que compete a la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, aunque en realidad, es sólo la tarea más publicitada. Cuando se fundó en 1927, su propósito era oficiar como una entidad que mejorara las relaciones entre las distintas ramas de la industria y -de hecho- figuró entre sus primeras obras la firma de un convenio general para los con­tratos entre actores y productores, más la creación de una oficina técnica que ayudaba a intercambiar datos industriales y artesanales. Actualmente, la Academia posee un edificio propio, una sala de proyecciones, una colosal biblioteca de publicaciones cinematográ­ficas, un considerable archivo de films en los que hay copias únicas, diversas colecciones de recortes, fotos y programas que fueron cedidas por diversos socios, co­mo Mack Sennett y Richard Barthelmess. En ciclos anuales, la Academia exhibe para sus socios buena parte de los films de archivo y otros aportados regu­larmente por los estudios. También publica listas conti­nuamente actualizadas de sus miembros y de las intervenciones que ellos tienen en la industria, lo que a su vez facilita nuevas contrataciones. La extensión de su biblioteca le permite cumplir funciones de asesoramiento para los socios, para los estudios y para los escri­tores independientes que investigan aspectos del cine.
La Academia fue fundada en mayo 1927 por 36 ci­nematografistas entre los que se incluían Cecil B. de Mille, Henry King, Frank Lloyd, Fred Niblo, John Stahl y Raoul Walsh (directores); Fred Beetson, Charles Chrisüe, Milton Hoffman, Jesse Lasky, M.C. Levee, Louis B. Mayer, Harry Rapf, Joseph M. Schenck, Irving Thalberg, Harry Warner y Jack Warner (productores); Richard Barthelmess, Douglas Fairbanks, Jack Holt, Harold Lloyd, Conrad Nagel, Mary Pickford y Milton Sills (actores); Joseph N. Farnham, Benjamín Glazer, Jeanie Macpherson, Bess Meredyth, Carey Wilson y Frank Woods (libretistas); Cedric Gibbons (escenógrafo), Roy Pomeroy (fotógrafo y director), Joseph A. Ball (técnico en fotografía), George Cohen (ejecutivo), Edwin Loeb (abogado) y Sid Grauman (propietario del Chinese Theatre de Hollywood).
Para la ocasión, nombraron a Douglas Fairbanks como su primer presidente. Una semana después, en un banquete en el Biltmore Hotel al que concurrieron trescientos integrantes de la industria, Louis B. Mayer propuso que la nueva entidad otorgara premios anua­les al mérito. Allí mismo, el director artístico Cedric Gibbons (1895-1960) quien se convertiría en uno de los más famosos directores artísticos de Hollywood, dibujó el primer boceto de la estatua que se otorgaría como premio y poco después el escultor George Stanley moldeó esa figura. El premio Oscar sería una estatuilla dorada que representara un hombre desnudo sosteniendo una espada que aguarda de pie sobre un rollo de película con cinco radios. Cada radio simboliza una de las cinco ramas originales de la Academia: actores, guionistas, directores, productores y técnicos.
Se acordó tomar en consideración, para la primera etapa, los trabajos cum­plidos hasta el 31 de julio de 1928, pero la votación consi­guiente se terminó en enero del año siguiente, sus resultados fue­ron publicados en febrero y la promulgación dio ori­gen a la primera ceremonia oficial el 16 de mayo de 1929, en el Hollywood Roosevelt Hotel. Como ya no había expectativa por los resultados que ya habían sido co­nocidos, se comprende que sólo 250 personas asistie­ran al acto y que éste fuera apenas mencionado por la prensa y totalmente ignorado por la radio.
El 3 de abril de 1930 se cumplió la segunda cere­monia de proclamación, correspondiente al ejercicio agosto 1928-julio 1929, y desde entonces el acto fue trasmitido por radio. En noviembre de 1931 comenzó la práctica de utilizar a ganadores anteriores para pre­sentar los premios de cada año. Hasta ese momento la estatua no tenía un nombre, pero un día de 1931, Margaret Herrick, que había sido bibliotecaria en Yakima, Washington, se presentó a trabajar por primera vez como bibliotecaria de la Academia. Le mostraron la estatua, que a esa altura era ya un personaje impor­tante de la institución y ella reflexionó en alta voz: "Me recuerda a mi tío Oscar". Un periodista que esta­ba cerca publicó después que los empleados de la Aca­demia llamaban cariñosamente Oscar a la estatua, lo que no era rigurosamente cierto pero fue aceptado por todos como una ocasión de bautismo. El hombre aludido por la bibliotecaria resultó llamarse Oscar Pierce, perteneciente a una rica familia ganadera de Texas. No era en verdad su tío sino el primo de su madre. Con el tiempo Margaret Herrick reconoció que el parecido entre su pariente y la estatua no era exce­sivo, pero jamás hubo testimonio del interesado. El nombre se hizo popular en 1934, cuando Sidney Skolsky lo usó en su columna periodística para hablar del premio a la mejor actriz para Katharine Hepburn, aunque la Academia no lo empleó de forma oficial hasta 1939.
El Oscar de Hollywood carece de apellido, mide poco más de 34 centímetros de altura y pesa poco más de tres kilos (exactamente 3,062 kg). Siempre ha mantenido el mismo diseño, aunque ha sufrido algún cambio a lo largo de su historia. En un principio, la estatuilla era de bronce macizo bañado en oro, pero poco después pasó a elaborarse en una aleación que permitía darle un acabado pulido. Entre 1942 y 1944, los Oscar se fabricaron excepcionalmente en yeso: eran tiempos de la Segunda Guerra Mundial y una vez superada la crisis, sus dueños pudieron cambiar esos premios temporales por las clásicas estatuillas doradas. Por otra parte, las figuras no siempre han llevado número de serie en la base. Empezaron a ser numeradas en 1949, y se tomó el nº 501 como punto de partida. Cada año se fabrican entre 50 y 60 estatuillas: las que no cumplen todos los controles de calidad son partidas y fundidas de nuevo. Se calcula que para fabricar un Oscar se necesitan 12 personas que tardan unas 20 horas en elaborarlo. Su costo de manufactura es cercano a los cien dólares. La Academia lo ha registrado para uso exclu­sivo, prohibiéndose su mención comercial fuera de los premios acordados. Por su repercusión, más que por su precio, la en­trega del Oscar suele ser un episodio imborrable en la biografía del beneficiario.