29 de septiembre de 2007

De camellos, agujas, pobres y miserables.

Es muy conocida la frase evangélica que dice: "es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos". Una edición comentada de la Biblia publicada por la Universidad de Salamanca dice al respecto que la lectura "camello" es genuina. Algunos lectores, sorprendidos por esta despropor­ción entre aguja y camello, pensaron que, en lugar de "camello" (kámelos), hubiese estado originalmente otra palabra semejante (kámilos), que significa cable o soga gruesa, con lo que se lograría no sólo menos desproporción, sino también una mayor homogeneidad conceptual entre aguja y soga. Otros, para justificar esto, inventaron que una de las puertas de Jerusalén se llamaría por entonces "agujero de aguja".
Esto significa desconocer los fuertes contrastes orientales, las gran­des hipérboles, tan características de esta mentalidad. También en la Biblia se puede leer: "como penitencia, practicad por mí una abertura como el agujero de una aguja, y yo os abriré una puerta por donde los carros y vehículos podrán pasar...".
En cambio, en la literatura rabínica se sustituye el término "camello" por el de "ele­fante". Probablemente sería esto entonces como un recuerdo de la presencia de estos grandes animales en las guerras macedonias y sirias. Así se lee: "Nadie piensa, ni en sueños, ver un elefante pasando por el agujero de una aguja." Y también: "Tú eres del pueblo donde se hace pasar un elefante por el agu­jero de una aguja." Es un proverbio con el que se designa una cosa que es, por medios humanos, imposible.
Tanto la frase del camello y la aguja como la de "si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sigúeme" han producido discusiones a lo largo de la historia, acerca de si se trata de un precepto o de un consejo.


El religioso dominico y predicador italiano Girolamo Savonarola (1452-1498), escribió cerca de 1472 su obra "De ruina Mundi", en la que narra la trayectoria religiosa de Pedro Valdés (Waldo), el creador de la Iglesia Valdense, una iglesia surgida en el siglo XII y que actualmente es considerada como una iglesia evangélica o protestante.
En el capítulo "Crónica de Laon" se lee: "En torno a 1173 había en Lyon un ciudadano llamado Valdés, que había hecho una gran fortuna por el diabólico medio de la usura. Un domingo se vio sorprendido por una multitud que escuchaba a un juglar y estaba muy afectada por sus palabras. También él lo fue y escuchó con gran interés la historia de san Alejo, que había tenido una santa muerte en casa de su padre. A la mañana siguiente, Valdés fue a la escuela de teología a interesarse por su alma. Requirió al maestro para que le informase de cuál de todas las vías era la mejor para ac­ceder a Dios. Cuando el maestro citó las palabras del Señor -si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tengas, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Ven y sigúeme-, Valdés volvió al lado de su mujer y le dio a escoger entre los bienes muebles y las propiedades en tierras, agua, bosques, pra­dos, campos, casas, rentas, viñedos, molinos y hornos. Ella quedó sorprendida y eligió las propiedades. De los bienes muebles, de­volvió aquellos adquiridos indebidamente, dio una amplia parte a sus dos hijas, a las que colocó en la orden de Fontevrault sin cono­cimiento de su mujer y dio una fuerte cantidad a los pobres. Entretanto, una fuerte hambre asoló la Galia y la Germania. Durantes tres días a la semana, desde Pascua a San Pe­dro Encadenado, Valdés repartió pan, sopa y comida a todos aquellos que se acercaban a él. En la Asunción de la Virgen repar­tió monedas entre los pobres por las calles diciendo: no puedo servir a dos amos, Dios y Mammón (palabra de origen arameo que significa riqueza). La gente lo creía loco, pero él, levantándose, les dijo: amigos y conciudadanos, no estoy loco como pensáis, sino que he derrotado a uno de los enemigos que me esclavizaban, puesto que daba más importancia a las ri­quezas que a Dios y he servido a las criaturas más que al Creador".
La crónica de Savonarola continúa: "En 1177, Valdés, el mencionado ciudadano de Lyon que había hecho voto a Dios de no poseer oro ni plata, llegó a convertir a al­gunas personas a sus opiniones. Siguiendo su ejemplo, dieron cuanto tenían a los pobres y de buen grado se hicieron devotos de la pobreza. Poco a poco, tanto en público como en privado, empe­zaron a vituperar tanto sus pecados como los de los otros. En 1178, el papa Alejandro III reunió un concilio en su palacio de Letrán para condenar la herejía y a todos aquellos que la fomenta­ban y defendían a los heréticos. El papa abrazó a Valdés y aplau­dió su voto de pobreza voluntaria, pero les prohibió a él y a sus compañeros que la predicasen, excepto a petición de los eclesiásti­cos. Obedecieron estas instrucciones durante algún tiempo, pero más tarde no y con ello labraron su propia ruina". Por supuesto que semejante "herejía" fue castigada por la Iglesia Católica Apostólica Romana, que de la mano del papa Lucio III, excomulgó y persiguió en 1184 a Valdés y sus seguidores para más tarde expulsarlos de la ciudad.


Retornando a la Biblia, Jesucristo dijo: "siempre habrá pobres entre vosotros", lo que fue tomado y repetido por los numerosos canallas que gobernaron, gobiernan y gobernarán éste y otros países; por los innumerables sinvergüenzas que dirigieron, dirigen y dirigirán ésta o aquella multinacional y por los incontables desfachatados que predicaron, predican y predicarán aquí, allá y en todas partes, mientras procuran engordar sus vientres y engrosar sus bolsillos. Lo que hay que procurar es que los ricos sean menos ricos y los pobres menos pobres; y que no haya miserables ni más personas que mueran de hambre.