4 de septiembre de 2007

John Franklin y Julio Verne en el Polo Norte

A principios de 1864, el editor literario Pierre Jules Hetzel (1814-1886), animado por el éxito que le había proporcionado la edición de una obra de Julio Verne, sacó a la luz su pro­yecto de periódico recreativo, el “Journal d'Education et Récréation”. En sus páginas y en forma de folletín (es decir, por entregas sucesivas) apareció la segunda novela de Julio Verne, la novela de las latitudes polares: “Las aventuras del capitán Hatteras".
La elección del tema fue tan afortunada como la de “Cinco semanas en globo”, pues el misterio polar era uno de los desafíos geográficos con el que más obstinadamente se enfrentaba el hombre por entonces. En 1845, el capitán John Franklin había emprendido una expe­dición en busca del casi mítico Paso del Noroeste, un canal entre los hielos que permitiera pasar del Atlántico al Pacífico bordeando el Norte de América, y que ya había sido infructuosamente buscado por los exploradores Cook, Phipps, Ross y Parry, para abrir una ruta comercial más corta entre Europa y América. Zarparon con dos barcos, el “Terror” y el “Erebus”, que en el verano de 1846 quedaron atrapados en el hielo. John Franklin murió en 1847 y al año siguiente los supervivientes abandonaron los barcos para dirigirse al sur, hacia la desembocadura del Great Fish River: eran 105 hombres que caminaban sobre el hielo como si fueran hormigas, alimentándose con la comida que llevaban en latas selladas con soldadura de plomo. Se sospecha que parte de la expedición del capitán Franklin murió envenenada por la comida. Durante mucho tiempo fueron considerados héroes porque la época victoriana necesitaba orlas para su imperio, y la odisea de aquellos hombres, que en su ruta hacia la civilización, fallecieron del primero al último, brilló muchos años en la memoria británica aunque su muerte no fuera tan heroica como se pretendió. Mientras tanto, en Inglaterra, nada se sabía de Franklin. Había desaparecido con sus dos barcos en la noche boreal y su desaparición con­movió al mundo, dando lugar a lo que se llamó «la lo­cura blanca de la Marina Real británica». Durante once años, una treintena de expediciones partieron en busca de Franklin, y aunque no llegan a encontrarlo, poco a poco fueron reconstruyendo su peripecia como un rompecabe­zas, uniendo las piezas que fueron encontrando: tumbas en la nieve, relatos de los esquimales, cucharillas de plata con las iniciales de Franklin y los restos de las embarca­ciones.
En 1855, la Marina Real dio por concluidos los es­fuerzos que, si habían sido infructuosos para averiguar la suerte corrida por Franklin, sirvieron, en cambio, para adelantar muchísimo en el conocimiento de las regiones polares. La señora Franklin, en tanto continuó empe­ñada en buscar el rastro de su marido y organizó una nueva expedición. La búsqueda tuvo un final absolutamente novelesco: el descubrimiento, en 1859, de un pergamino en el que varias manos habían ido escribiendo los pesares de la desgraciada expedi­ción y daban noticia de la muerte del capitán Franklin.
La lucha del hombre contra el terrible medio am­biente polar era, por lo tanto, un tema con la suficiente vi­gencia como para interesar al público, que seguía emo­cionado, entrega tras entrega, las aventuras del se­gundo héroe verniano, el capitán Hatteras. La novela fue, pues, un nuevo éxito. Veme volvió a dar una mues­tra de que su larguísima preparación para «novelista de la ciencia» no había sido inútil, realizando un enorme y meritorio trabajo de síntesis de todo lo que se sabía hasta la época acerca del Polo, utilizando los relatos de los grandes exploradores polares y estudiando a fondo los mapas del Almirantazgo británico. Hasta tal punto fue perfecta su recopilación que, años después, el explora­dor polar Charcot consideraría "Las aventuras del capitán Hatteras" como el mejor libro de a bordo para una na­vegación glacial.