26 de septiembre de 2007

La pasión de Antonín Dvořák por los ferrocarriles

Antonín Leopold Dvořák nació en Nelahozeves, un pequeño pueblo bohemio a 30 kilómetros al norte de Praga, el 8 de septiembre de 1841. De niño aprendió a tocar el violín, el piano y el órgano. Entre 1857 y 1859 estudió en la academia de órgano de Praga; más tarde se unió a la banda de concierto de Karel Komzák (1850-1905) y después formó parte de la orquesta del Teatro Nacional de Praga, en donde tocó bajo la batuta del célebre compositor y director checo Bedřich Smetana (1824-1884). Su primer éxito lo obtuvo en 1873 con el estreno de la cantata "Hymnus" y la publicación de la primera colección de danzas eslavas, con lo que su fama se hizo internacional. En 1884 visitó por primera vez Gran Bretaña y obtuvo éxito inmediato; luego viajó a Estados Unidos, donde fue director del Conservatorio de Nueva York. Dos de sus obras más famosas, la "Sinfonía n° 9" -conocida como "Sinfonía del Nuevo Mundo"- y el "Cuarteto en fa mayor" -conocido como "Cuarteto americano"-, las compuso en 1893 durante su estancia en los Estados Unidos. Sus composiciones incluyen nueve sinfonías (1865-1893), obras para piano (entre ellas la conocida "Humoresca" de 1894), dos colecciones de danzas eslavas (1878 y 1886), composiciones para dos pianos (orquestadas más tarde por el propio compositor), las óperas "Vanda" (1875), "Dimitri" (1882), "El jacobino" (1887-1888), "El diablo y Catalina" (1888-1889), "Rusalka" (1901) y "Armida" (1902-1903) entre otras, varios poemas sinfónicos, música de cámara, oratorios, cantatas, misas, un concierto para piano, otro para violín y el "Concierto para violonchelo en si menor. Opus 104" (1895) considerado una de las obras más espléndidas del repertorio romántico.
En checo, el nombre Dvořák lleva sobre la r un acento circunflejo y se pronuncia Dvorjak, dándole a la j un sonido parecido al que tiene en catalán o en francés. Este compositor, rústico y bonachón, tenía una mar­cada pasión por los ferrocarriles, las estaciones de ferrocarril, las locomotoras y todo lo relacionado con los trenes. En Praga iba cada día a la estación de Francisco José, com­praba un billete de andén y procedía a una minuciosa inspección de las instalaciones. Hablaba con los revisores, los porteros, los guardas y los maquinistas. Se informaba ansiosamente de las salidas y llega­das de los trenes; sabía el horario de memoria y si un tren llegaba con re­traso, interpelaba a cualquier empleado que se le pusiera a tiro e, incluso, le pedía disculpas a los pasajeros. Durante sus años de profesorado en el Conservatorio miraba a menudo, nerviosamente, su antiguo reloj de ferroviario y súbitamente ordenaba a un discípulo que fuera a la estación y se informara de si el expreso 158 de las 11.20 horas, que hacía el trayecto Brno-Praga, había llegado a tiempo y de si su maquinista, Jaroslav Votruba, tenía algo intere­sante que comunicar. Así, maestros de la música en ciernes como Petr Novák, Josef Suk, Zdenek Fibich, Oskar Nedbal y Franz Lehar, debían interrumpir sus estu­dios para satisfacer la pasión de su profesor.
Un día, Josef Suk -que estaba comprometido con la hija de Dvořák, Otilia- regresó a Praga procedente de su ciudad natal: "¿Qué tal ha sido el viaje?", preguntó el maestro. "Bien, gracias -le aseguró el joven-. Todo fue espléndida­mente. Salimos de Krécovice puntualmente a las 2.34 horas, llega­mos a Benesov a las 3.18, tomamos agua, continuamos a las 3.25 y hemos llegado a Praga a las 5.46 horas. Para más detalles el nú­mero del tren era el 10726".
"¡Dios bendito! -exclamó Dvořák escandalizado- ¡Qué loco estás!. ¿No sabes que el 10726 es el número de construcción de la locomotora? El tren de Benesov lleva el número 187". Y, volviéndose hacia su hija, refunfuñó: "¡Y esto, querida, es la especie de hom­bre con quien deseas casarte!". Años después, cuando le ofrecieron la dirección del nuevo Conservatorio Nacional de Nueva York, Dvořák dudó mucho tiempo. La circuns­tancia que decidió la aceptación del puesto fue la incitante perspectiva de conocer las novedosas locomotoras norteamericanas, gigantescas y fabulosas, los modernos vagones y las monumentales estaciones. Fascinado, contempló la antigua gran esta­ción central, embelesándose con ella como ante una de las maravi­llas del mundo. Todos los días se desplazaba desde la calle 17 hasta la 155 solamente para gozar de la fugaz contemplación del mayor espectáculo que Nueva York podía ofrecerle: el paso cen­telleante del Chicago Express.
Recibió muchas distinciones en su vida, entre ellas la de Doctor Honorario de Música de la Universidad de Cambridge, la Orden de la Cruz de Hierro otorgada por el emperador Francisco José I, el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Praga y la membresía en las academias de Ciencias y Bellas Artes de Praga y Berlín. Dvořák murió el 1 de mayo de 1904 en Praga, víctima de una congestión cerebral, unos meses antes de cumplir los 
sesentitrés años de edad.