27 de septiembre de 2007

Quevedo: jocoso hasta en la hora de la muerte

Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, hijo de Pedro Gómez de Quevedo y Villegas y de María Santibáñez, nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580 en el seno de una familia de la aristocracia cortesana. En esa ciudad estudia -con la alta sociedad de su tiempo- en el colegio Imperial de los Jesuitas. Posteriormente ingresa a la prestigiosa Universidad de Alcalá de Henares para estudiar Humanidades, época en la cual se imprime su primer soneto y aparecen sus primeras obras en prosa.
Entre 1601 y 1606 cursó estudios de Filosofía,Teología y Ciencias Eclesiásticas en la Universidad de Valladolid, en donde se destaca por su viva inteligencia, aprendiendo diversas lenguas: griego, latín, árabe, hebreo, francés e italiano. Se le consideró en su tiempo el español que más idiomas extranjeros hablaba. Entre 1603 y 1608 escribe la que sería su obra cumbre "El buscón", compone sus primeros escritos jocosos o burlescos y trabaja en dos colecciones de poemas.
Físicamente sufría una leve cojera por una deformación de los pies y su exagerada miopía lo obligaba a llevar anteojos. Por otro lado, era un hombre desengañado de muchas cosas, entre otras de las mujeres, a las que deseaba alegres, pero a ser posible "sordas y tartamudas". Muchas veces se refiere a ellas de forma despectiva y a juzgar por su temática, más que frecuentar círculos familiares, conoció los ambientes prostibularios y marginales de su época, a los que llegaba atraído por el sexo pero dominado por su misoginia.
Su contemporáneo Miguel de Cervantes, dejó una obra que, al crecer en prestigio y fama, ensombreció la persona del autor; en cambio con Quevedo ocurre exactamente lo contrario: su fuerte personalidad hizo que su obra se viera desdibujada ante su propia leyenda. Jorge Luis Borges lo compara con Stéphane Mallarmé y James Joyce, resaltando que su capacidad para valerse del lenguaje es difícilmente superable.
La mayor parte de la producción poética de Quevedo fue satírica, pero sus sátiras están mal dirigidas y, aunque era consciente de las verdaderas causas de la decadencia general, fue para él más un mero ejercicio de estilo que otra cosa y la dirigió mayormente contra el bajo pueblo más que contra la nobleza.
Algunos ejemplos de su ingenio son los que siguen:


I
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal morado y frito.

II
Cornudo eres, Fulano, hasta los codos,
y puedes rastrillar con las dos sienes;
tan largos y tendidos cuernos tienes,
que, si no los enfaldas, harás lodos.

Tienes el talle tú que tienen todos,
pues justo a los vestidos todos vienes;
del sudor de tu frente te mantienes:
Dios lo mandó, mas no por tales modos.

Taba es tu hacienda; pan y carne sacas
del hueso que te sirve de cabello;
marido en nombre, y en acción difunto,
mas con palma o cabestro de las vacas:
que al otro mundo te hacen ir doncella
los que no dejan tu mujer un punto.

III
Dar un real a una dama es poco precio;
dos la daréis si es prenda conocida,
y tres, cuando conforme a estado y vida,
darla cuatro os parezca caso recio.
Cuatro, es el moderado y justo precio;
mas si la prenda fuese tan subida
seis la daréis, con tal que no os los pida;
si la diéreis más, quedáis por necio.

Esta doctrina es llana y resoluta;
ha lugar, si la dama que os agrada,
os pareciere libre y disoluta.
Mas, si fuese tan grave y entonada

que menosprecie el título de puta,
si la queréis pagar, no la deis nada.

IV
Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.

Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rato putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía.

Mas llámenme a mi puto enamorado,
si al cabo para puta no os dejare;
y como puto muera yo quemado,
si de otras tales putas me pagare;
porque las putas graves son costosas,
y las putillas viles, afrentosas.

Con casi 65 años de edad, muy enfermo, se radicó definitivamente en su propiedad de Torre de Juan Abad (Ciudad Real). Es en sus cercanías -y tras escribir en su última carta que "hay cosas que sólo son un nombre y una figura"-, en el convento de los padres Dominicos de Villanueva de los Infantes, donde, ya moribundo, Francisco de Quevedo y Villegas fue consultado por el Vicario de la ciudad acerca de una omisión que había en su testamento con respecto a los honorarios de los músicos que tocarían en su sepelio: "La música páguela quien la oyere" dijo, y murió.
Era el 8 de septiembre de 1645. Se cuenta que su tumba fue violada días después por un caballero que deseaba tener las espuelas de oro con que había sido enterrado y que dicho caballero murió al poco tiempo en justo castigo por tal atrevimiento.
Quevedo ha sido una de las figuras más complejas e importantes del Siglo de Oro español y uno de los grandes genios de la literatura en habla castellana.