1 de enero de 2022

Robert Johnson: “Creo que ya es tiempo de partir”

Habría que olvidarse de Jimi Hendrix en Woodstock, de los Beatles en el Shea Stadium, de los Rolling Stones en Altamont y de Led Zeppelin en el Madison Square Garden. Si los entendidos en la materia mirasen hacia atrás buscando los momentos más importantes en la historia de la guitarra, seguramente aquella noche en la que un joven vagabundo de raza negra vendió su alma al diablo en un solitario cruce de caminos a cambio de una corta vida como genio de la guitarra blusera, estaría bien arriba en la lista.
Aquellos que intentan desmontar el misterio de Robert Johnson diciendo que tan sólo se trata de otro de esos mitos románticos, deberían explicar el cambio repentino que sufrió aquel muchacho que quería ser "bluesman" y cuya única experiencia, antes de lanzarse a la carretera para evitar sus obligaciones con el ejército, al sur del Delta del Mississippi en 1931, se reducía a algunas sesiones de una calidad musical más que dudosa, con sus ídolos Son House (1902-1988) y Willie Brown (1900-1952). Pero cuando volvió, unos meses después, los mentores de Johnson se quedaron petrificados -al igual que las diversas audiencias de todos los tugurios del sur- con su increíble catálogo de recursos con la guitarra normal y con el slide, que sintetizaban cualquier emoción o sentimiento nunca antes expresados con una guitarra de blues en las manos.
Si realmente fue un pacto satánico fue el trato del siglo. El diablo tomó su parte del pacto, llevándose a Johnson a la tierna edad de veintisiete años, pero no pudo evitar que su música quedase inmortalizada a través de generaciones hasta alcanzar el punto de leyenda. El premio Grammy, el CD con ventas hasta el disco platino y su lugar en el Rock & Roll Hall of Fame (Salón de la Fama del Rock and Roll) medio siglo después, a duras penas empiezan a apuntar la importancia de Robert Johnson en el espíritu de la música pop y rock actual. De todos los guitarristas, quizás tan sólo Jimi Hendrix (1942-1970) puede igualar las alabanzas, casi convertidas en adoración divina, que Johnson despertó en artistas que luego se convirtieron en ídolos ellos mismos.
Sus canciones han sido versionadas por casi todos los grupos, desde Led Zeppelin hasta los Bluesbreackers. De hecho, fueron los Rolling Stones con sus reediciones de “Love in vain” y “Stop breaking down” junto con “Crossroads” de Cream, los que primero hicieron llegar a Johnson al gran público del rock en los años '60 y '70. Una década después, incluso Hollywood estaba frotándose las manos por los beneficios de la película “Crossroads”, en la que se mezclaban fantasía y realidad y en la que aparecía Steve Vai (1960) como el guitarrista del mismísimo diablo. En una subasta celebrada en 1998 en California, un disco original de 78 r.p.m. del tema “Love in vain” alcanzó la cifra de 5.000 dólares, muchos más que los apenas 75 que Johnson recibió por un par de días en el estudio de grabación. Quizás no sorprenda entonces que el programa de la televisión norteamericana titulado “The 160 most remembered moments of all time” (Los 160 momentos más recordados de todos los tiempos), incluyese la leyenda de Robert Johnson en el número 9 de la lista encabezada -como cabría esperar- por la archiconocida escena de la falda de Marilyn Monroe (1926-1962) en la película “The seven year itch” (La comezón del séptimo año).
Fue en 1936 cuando un Johnson de veinticinco años con una acústica Gibson poco más o menos que destrozada y un alma casi en el mismo estado, entró en unos estudios provisionales instalados en un hotel de San Antonio para las dos primeras sesiones de la grabación que, años después, se convertirían en una fuente de inspiración para innumerables artistas de pop y rock. Apenas dos años más tarde, el diablo con el que había pactado lo alcanzó y se acabó su vida.
En el Delta, Johnson era considerado una estrella por esa época. Algunos discos simples como “Terraplane blues” vendieron miles de copias en el sur de Estados Unidos, aunque no sería hasta unas décadas después que, como un amuleto lento pero implacable, la música de Johnson dejase notar su influjo sobre la música popular del último cuarto del siglo XX. El primer disco, “King of the Delta blues singers”, con grabaciones en directo de las dieciséis primeras canciones, permaneció en los cajones de la compañía Columbia hasta 1961. Pero enseguida cautivó a un cierto joven inglés amante del blues llamado Eric Clapton (1945). En muchas de sus canciones como “Rambling on my mind” (en la que Clapton dio sus primeros pasos como cantante), la exitosa “Crossroads” o “Malted milk”, el genial guitarrista británico siempre ha parecido estar poseído por el espíritu de Robert Johnson.
Robert Plant (1948) se encontraba asimismo en una situación bastante parecida. Hace algunos años comentó que el primer disco que se llevaría a una isla desierta sería “Walking Blues”. También el disco que grabó en 1998 junto a su ex compañero en Led Zeppelin Jimmy Page (1944), titulado “Walking into Clarksdale”, se inspiró en su viaje en 1988 buscando a conocidos de Johnson por la zona del Delta. Plant incluso estuvo a punto de poner el título “I lacks a Nickel” a uno de sus discos solistas, recordando la famosa historia del encuentro de Johnson con una prostituta tejana en una noche en la que el blusero no tenía encima ni una moneda.
Quien igualmente pagó sus deudas con Johnson ha sido Peter Green (1946-2020) con su álbum tributo titulado simplemente “The Robert Johnson songbook”. Green, grabó dieciséis temas originales de Johnson junto al guitarrista Nigel Watson (1947), su compañero del Splinter Group. Peter Green admitía que su admiración por Johnson fue creciendo de forma gradual desde que Jeremy Spencer (1948) hizo una versión de “Hellhound on my trail” en los primeros días de Fleetwood Mac. También Clapton le realizó un homenaje al grabar en 2004 “Me and Mr. Johnson”, en donde reunió catorce temas originales del blusero del Delta. En la grabación participaron Andy Fairweather Low (1948) y Doyle Bramhall II (1968) en guitarras, Nathan East (1955) en bajo, Billy Preston (1946-2006) en teclados, Jerry Portnoy (1943) en armónica y Steve Gadd (1945) en batería.
Robert Leroy Johnson nació en Hazlehurst, Mississippi, en el sur del Delta, el 8 de mayo de 1911, hijo de Noah Johnson y Julia Dodds. Desde pequeño mostró interés por la música, primero por el arpa y luego por la armónica. Fue enviado al colegio pero no demostró demasiado interés por el estudio. Un problema en la vista fue la excusa para abandonarlo definitivamente. Al finalizar los años '20 comenzó a demostrar un gran interés por la guitarra y empezó a frecuentar los clubes en los que observaba con cuidado a los guitarristas de la zona.
Robert, inspirado en grandes bluseros como Huddie Leadbelly (1888-1949), Blind Lemon Jefferson (1893-1929) y Skip James (1902-1969), buscó asesoramiento en un músico con cierto renombre que vivía en Robinsonville. Era Willie Brown (1900-1952), quien trató de ayudar en todo lo que pudo al joven aspirante a músico y le acabó de enseñar los trucos y técnicas de la guitarra. Otro músico de gran predicamento por aquellos años también colaboró con él. Se trata del legendario Charlie Patton (1891-1934).


Robert Johnson empleó la mayor parte de su corta vida en perfeccionar su destreza como blusero, viajando por el Delta del Mississippi e incluso por Canadá y Nueva York. En febrero de 1929 se casó con Virginia Travis. Ella quedó embarazada, pero la tragedia castigó duramente a Johnson cuando Virginia y el bebé murieron en el parto en abril de 1930. Ella tenía apenas dieciséis años. Luego de este golpe pareció buscar alivio en la música. Así, comenzó a tocar en aquellos primeros años de la década de los '30 con un músico que tuvo gran influencia en él: Son House (1902-1988). Robert se casó por segunda vez con Esther Lockwood, con la cual tuvo un hijo, Robert “Junior” Lockwood, que también se dedicó al blues.
Después de tocar por todo el Sur de los Estados Unidos fue descubierto por Ernie Oertle (1889-1963), un representante de la discográfica ARC (American Records Corporation), quién le presentó a Don Law (1902-1982), representante de la discográfica Columbia Records, quién quiso que grabara sus canciones a la mayor brevedad. En dos sesiones de grabación, Robert dejó estampada toda su obra. Estas se llevaron a cabo el 23, 26 y 27 de noviembre de 1936, en una habitación del Hotel Gunter de San Antonio (Texas) y posteriormente el 19 y 20 de junio de 1937, en un edificio de oficinas de Dallas.
Son once los discos de 78 r.p.m. que se editaron durante la vida de Robert Johnson; uno más se conoció una vez que la vida del músico se había apagado. Su obra alcanzó las veintinueve composiciones. De algunas de ellas dejó grabadas varias versiones. Un total de cuarenta y dos grabaciones se conocen en la actualidad. Johnson, con su guitarra acústica Gibson semidestruida, realizó las grabaciones de cara a un rincón contra la pared. Una versión asegura que esto se debía a su timidez, mientras que otra sugiere que Johnson estaba ni más ni menos que aprovechando la acústica del lugar. El guitarrista y compositor Ry Cooder (1947) se inclinó por esta última.
Alrededor de este virtuoso “bluesman” se tejieron cantidad de historias, convirtiéndose en la leyenda del blues por excelencia. La más difundida es, sin dudas, su supuesto pacto con el diablo: su alma a cambio de la llave que le abriese las puertas al conocimiento musical y a una increíble técnica guitarrística. En concreto, se afirmaba que en su pacto había entregado su alma a cambio de talento y ocho años de vida para disfrutarlo. Una actitud común en muchos bluseros era transmitir la imagen de hombres peligrosos y misteriosos y Johnson hizo todo lo posible para mantener esta leyenda en la mente de sus amigos. Por ejemplo, su forma de marcharse brusca y rápidamente después de tocar no hizo otra cosa que acrecentar la teoría del pacto con Satán.
Además, en algunas de sus canciones Johnson hizo alusiones a ese posible pacto. En “Crossroads blues”, por ejemplo, habló de un cruce de caminos que muchos consideran como el lugar señalado para su encuentro con Lucifer, aunque no se menciona ningún pacto. Por otra parte, en “Me and the Devil blues”, dijo: “Early in the morning, when you knock at my door/ early in the morning, when you knock at my door/ I said hello Satan, I believe it's time to go” (Temprano esta mañana, cuando llamaste a mi puerta/ temprano esta mañana, cuando llamaste a mi puerta/ yo dije hola Satanás, creo que ya es tiempo de partir).
Bien fuera un pacto o las numerosas horas de estudio, la técnica depurada de Robert Johnson, unida a su voz un tanto fantasmal, se muestran magníficos en un buen número de temas continuamente revisados en el mundo del blues. Muchos de los que lo conocieron personalmente no dejaban de sorprenderse del talento de este joven músico. Los que viajaron y tocaron con él contaron que podían mantener una conversación en una reunión llena de gente con la radio sonando de fondo sin prestarle aparentemente demasiada atención y al día siguiente tocar nota por nota cada una de las canciones que se habían emitido.
Alcanzó tal sofisticación que superó a todos sus contemporáneos y marcó las pautas que artistas como Elmore James (1918-1963) y Muddy Waters (1913-1983) emplearon en el desarrollo del rhythm & blues. Una anécdota curiosa, que pone de manifiesto el virtuosismo de Johnson, está protagonizada por Keith Richards (1943), guitarrista de los Rolling Stones quien, tras escucharlo por primera vez, enseguida quiso saber quién era el otro guitarrista. Richards no podía creer que fuese una sola persona la que tocaba.
El 16 agosto de 1938 el diablo cobró su deuda con Robert Johnson pues, como se sabe, un pacto es un pacto. Johnson murió a la temprana edad de veintisiete años, dos años después de realizar las históricas grabaciones y sólo unos días antes de que fuese incluido en el cartel del gran festival “Spirituals of Swing” en el Carnegie Hall. Después de toda una carrera de mujeres y borracheras, se dice que lo que acabó con su vida fue precisamente un vaso de whisky envenenado que le dio el marido celoso de una de sus tantas amantes. Pero, como otras tantas teorías sobre Robert Johnson, incluso este misterio tomó un giro inesperado a principios de 1998 cuando se revisó su certificado de defunción. Mientras en la sección de la causa de la muerte aparecen las palabras “sin doctor”, la parte posterior de la hoja aparentemente revela unas indicaciones que sugieren que la causa de la muerte fue la sífilis.
El 27 es un número familiar dentro del rock, ya que artistas como Brian Jones, Jimmy Hendrix, Alan Wilson, Jim Morrison, Janis Joplin y Kurt Cobain tuvieron su trágico final a esa misma edad. “Se ha ido a formar parte de ese estúpido club”, dijo la madre de Kurt Kobain refiriéndose al catálogo de roqueros de culto que habían muerto a esa misma edad, después de una vida al límite. Podría haberle echado la culpa a Robert Johnson. Sin duda él fue el miembro fundador.