19 de enero de 2008

La curiosa teoría de Thomas Malthus

Cuando apareció en 1798, el "Ensayo sobre la pobla­ción" (An essay on the principle of population) era un breve tratado de apenas ochenta páginas. No llevaba en la cubierta el nombre de su autor y de él se vendieron muy pocos ejemplares. Se trataba, más que de una obra científica, de un texto corriente dentro de la tradicional ensayística política y filosófica inglesa de la época: analizaba el vasto asunto de la felicidad de las naciones y ofrecía algunas propuestas destinadas a eliminar los obstáculos que a esa felicidad se oponen.
Las propuestas del autor de este ensayo, Thomas Robert Malthus, se ajustaban fácilmente al más amado de los principios británicos: el senti­do común. Desde esa perspectiva, se enfrentaba, de manera radical, con la ilimitada confianza que las clases ilustradas del país habían depositado en el progreso cien­tífico y tecnológico. Un representante destacado de éstas, el profesor William Paley (1743-1805), teólogo y profesor de la Universidad de Cambridge, resumía la opinión generalizada afirmando que "el número de habitantes es lo que determina el poderío y la riqueza de un Estado". Malthus, en cambio, objetaba: "El crecimiento de la población puede no ser más que el signo de una prosperidad ya pasada". Con una prosa caracterizada por la expresividad y la elegancia, Malthus razonaba más como un filósofo polí­tico que como un economista. Sólo en las ediciones posteriores del "Ensayo sobre la población" aparecieron los centenares de datos y las comprobaciones estadísticas que apoyaban ese razonamiento.
Así, en esa primera edi­ción, Malthus formulaba su célebre ley demográfica, según la cual la población, cuando no encontraba impe­dimentos legales o históricos, tendía a crecer de mane­ra geométrica, mientras los recursos de alimentos sólo crecían de manera aritmética. De ese argumento cen­tral se desprendían, además, otros que también rompían de manera abierta con los dogmas de sus connacionales. Las gue­rras -afirmaba Malthus- constituyen una de las medidas históricas capaces de paliar la tendencia a la explosión demográfica, ya que el verdadero peligro para la felicidad de las naciones no radica en las horribles ma­tanzas inherentes a toda guerra sino en el exceso de la población, capaz de conducir a la humanidad a un callejón sin salida.
Aunque el perfeccionamiento constante de las técni­cas agrícolas y la incorporación de nuevas áreas a la producción aseguren un crecimiento de los recursos ali­mentarios -continuaba Malthus- la ley de los rendimientos decrecientes indi­ca que, en un momento determinado, el costo económi­co de los productos se multiplicará y, finalmente, signi­ficará un impedimento insalvable para que la produc­ción continúe creciendo. De esta manera se desemboca en un estado en el que la existencia de alimentos no basta para cubrir las necesidades de la población cre­ciente.
Para Malthus, la ley demográfica impone su lógica sea cual sea el modo de producción y de organización social que adopte un determinado país. Esa misma ley podía explicar, por otra parte, el desarrollo y decaden­cia de los grandes imperios de la antigüedad clásica.
Por cierto, Malthus no se limitaba a diagnosticar la causa generadora de la miseria. Proponía, al mismo tiempo, una utilización racional de los medios destinados a erradicarla, como por ejemplo, la limitación voluntaria del número de na­cimientos y la imposición de métodos restrictivos para lograrla. Hasta ese momento, afirmaba el autor del "En­sayo sobre la población", las guerras, las hambrunas, las plagas y las enfermedades habían impedido en cierto modo la explosión demográfica. A las puertas del siglo XIX, debía ser la razón humana -a través de una política administrativa racional- quien se ocupara de re­chazar el fantasma de la superpoblación. El aborto, el control de la natalidad no podían ser dejados al libre albedrío de los individuos: el Estado, tanto mediante la educación como a través de medidas políticas, era en definitiva responsable.
El núcleo de la teoría estaba perfectamente determi­nado ya en la primera edición de 1798, pero Malt­hus, al calor de las discusiones que levantó su texto, se sintió en la necesidad de apoyar sus argumentaciones con una sólida y minuciosa fundamentación estadística. Así, un año más tarde, emprendió un largo viaje por Suecia, Noruega, Finlandia y parte de Rusia, en busca de documentación. El resultado de esas investigaciones se hizo visible en 1803, cuando apareció una nueva versión del ensayo. El pequeño libro aparecido cinco años antes se había transformado en un considerable tomo de casi 600 páginas, dotado de una gran cantidad de datos estadísticos y una minuciosa investigación sobre hechos históricos destinados a demostrar la tesis central.
Muchos estudiosos del tema consideraron que las ampliacio­nes introducidas por el autor no hacieron más que empa­ñar el brillo expositivo de la primera edición. Sin embargo, Malthus -tal como él mismo aseguraba- se sentía en la obligación de defender un texto que había sido redactado en el retiro rural de la casa paterna, lejos de las fuentes de documentación académicas.
En el fondo, su teoría acerca del progreso geométrico de la población contrapuesto al aumento aritmético de los recursos alimenticios, con­tenía un trasfondo pesimista porque la restricción voluntaria del índice de natalidad aparecía como un proyecto que, aunque razonable, no dejaba de ser utópico. Ni el Es­tado ni los individuos eran, en el fondo, capaces de adoptar con firmeza las medidas tendentes a asegurar la supervivencia de la especie. No se le ocultaba, por consiguiente, que las guerras, las plagas y las catástro­fes seguirían siendo, durante mucho tiempo, los únicos e involuntarios métodos de los que la humanidad disponía para graduar su propio crecimiento.
Ese es un aspecto del problema que preocupó a Malthus durante toda su vida, tal como quedó demostrado en la valiosa correspondencia que mantuvo con David Ricardo (1772-1823) y con otros economistas contempo­ráneos.
El "Ensayo sobre la población" se vendió poco, pero tuvo una enorme repercusión en los medios universita­rios de Gran Bretaña y de Estados Unidos. A partir de su publicación, aparecieron una multitud de folletos destinados a combatir o a elogiar las tesis de Malthus. Algunos fueron a su vez rebatidos por el economista, pero a la mayoría de ellos, Malthus no se dignó a contestarlos. Hasta su muerte, creyó que ese libro juvenil contenía la clave que podía explicar y combatir el flagelo de la miseria.
Junto con David Ricardo, Malthus forma parte de la escuela clásica de la ciencia económica y es un herede­ro directo de Adam Smith (1723-1790). Desde la antigüedad clási­ca, muchos autores habían señalado los peligros de la su­perpoblación, pero ninguno hasta Malthus estudió el problema de una manera sistemática. "Con Malthus -afirmó John Maynard Keynes (1883-1946)- la razón objetiva aparece en la economía, opuesta a los fantasmas del instinto, que desde el fondo de los tiempos confía en que el número asegura la pervivencia de la raza humana".
Con Malthus, a diferencia de muchos de sus predece­sores -entre los que puede mencionarse a los economistas italianos Giovanni Botero (1540-1617) y Antonio Genovesi (1713-1769), los ingleses James Steuart (1712-1780) y Joseph Townsend (1739-1816) y el francés Francois Quesnay (1694-1774)- el problema de la superpoblación abandonó la condición de pura intuición para hacerse preciso y concreto. Malthus no se contentó con señalar la naturaleza del proble­ma, sino que reclamó para la ciencia el derecho de go­bernar a los hombres, recomendando una serie de medidas preventivas contra el mal de la superpoblación.
Concretamente, el tratamiento que Malthus otorgó a los problemas de la demografía con­siguió evitar a la ciencia económica el estancamiento en que amenazaba caer, obrando como freno ante el excesivo optimismo económico imperante. "Con Malthus -dice Patricio de Azcárate Diz en 'Introducción al Primer Ensayo sobre la Población', 1983- la escuela clásica de la economía pasa a ocuparse de un problema clave: el de la miseria hu­mana. La teoría maltusiana hace que el estudio sobre los niveles de subsistencia de las clases desposeídas se convierta en un instrumento habitual de la ciencia". Si esto fue así y dado el estado en que se encuentran esas clases hoy en día, queda claro que, o bien la ciencia fracasó o bien el ensayista erró completamente sus apreciaciones.

La influencia que ejerció la teoría maltusiana fue enorme y superó lar­gamente los límites académicos para hacerse presente en la vida política. Todos los gobiernos británicos, a partir de las primeras décadas del siglo XIX, tuvieron en cuenta la teoría de Malthus y de algún modo la convirtieron en doctrina oficial cuando se trató de elaborar planes de mejoras sociales.
Pero el ensayo también le generó una multitud de enemigos. Algunos, com­prensiblemente, provenían de la Iglesia; otros, del incipiente pensamiento socialista: Charles Fourier (1772-1837), Pierre Joseph Proudhon (1809-1865), Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895)rechazaron de plano las tesis maltusianas, afirmando que la miseria no nacía del exceso de la población, ni de la escasez de alimentos, sino de una or­ganización social basada en la propiedad privada de los medios de producción.
Incluso entre sus propios compañeros de Cambridge, y también entre sus colegas del exclusivo Jesus College, Malthus encontró críticas virulentas. El filósofo inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) calificó al "Ensayo sobre la población" de "recopilación de lu­gares comunes" y le reprochó su "verbosidad y repe­tición inútil".
La teoría maltusiana influyó de manera poderosa en Estados Unidos, donde alcanzó nuevos desarrollos y también en Alemania. Durante el siglo XIX, el maltusianismo influyó de manera poderosa a todo el pensamiento económico. Muchos de sus discípulos extremaron las previsiones antinatalistas y vieron en los anticonceptivos una especie de panacea capaz de prevenir todos los males de la sociedad. Por otra parte, el maltusianismo alcanzó también una nueva dimen­sión: la disminución voluntaria de la producción de ciertos bienes para evitar la caída de los precios en el mercado. No queda en claro que tiene que ver ésto con la lucha contra la miseria, pero efectivamente así ocurrió.
En las primeras décadas del siglo XX, el maltusianis­mo parecía ya superado como teoría económica; sin embargo, la Alemania de Adolf Hitler (1889-1945) y la Italia de Benito Mussolini (1883-1945) recurrieron a argumentos maltusianos para fijar sus po­líticas demográficas. Al mismo tiempo, algunas empresas norteamericanas llegaron a destruir bienes ya producidos, con el fin de proteger los precios; la teoría de Malthus encon­traba así su máxima expansión y sus últimos límites.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el maltusianismo encontró nuevos y enérgicos partidarios en los países subdesarrollados. Estos, que tienen una alta tasa de natalidad y una crónica escasez de alimentos, se convirtieron en el nuevo escenario en que las tesis antinatalistas de Malthus fueron aplicadas tanto por los respectivos Estados como por los organismos internacionales. Renovada la polémica, los enemigos del maltusianismo levantaron como argumento el hecho de que el hambre, en los países pobres, no depende del exceso de la población, sino de un trato económico injusto por parte de los países industrializados. Esta polémica, lejos de haberse resuelto, continúa hoy -en tiempos de globalización- envuelta en los enfrentamientos tanto políticos como ideológicos de nuestra época. Thomas Robert Malthus, quien sostuvo que la solución para evitar las crisis era, entre otras, el matrimonio tardío y la continencia prematrimonial, nació en Dorking el 14 de febrero de 1766 y falleció en Bath el 23 de diciembre de 1834.