29 de marzo de 2008

La consumación de Aleixandre

Vicente Aleixandre (1898-1984) fue un poeta español que incorporó plenamente el surrealismo a la poesía castellana. En 1934 consiguió el Premio Nacional de Literatura y desde 1949 fue miembro de la Real Academia Española. En 1977 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
Perteneciente a la burguesía media acomodada, fue uno de los pocos autores de su generación que se quedó en España durante la Guerra Civil.
Aleixandre fue un poeta total, entregado de lleno al cultivo de la poesía. Prácticamente no escribió obras en otros géneros. Sus escasos textos en prosa (en los que describe a otros poetas y escritores) son tan poéticos como sus versos, y sus ensayos literarios son, en su mayoría, escritos de encargo.
Sus libros de poesía más destacados son: "Espadas como labios" (1932), "La destrucción o el amor" (1935), "Nacimiento último" (1953), "Historia del corazón" (1954), "Poemas de la consumación" (1968), "Sonido de la guerra" (1971) y "Diálogos del conocimiento" (1974).
Su obra es de un estilo elíptico y descarnado y supuso una influencia capital en los poetas españoles posteriores. En los poemas que siguen, de su última época, hay una exaltación de la juventud a la que considera la única realidad valiosa de la existencia desde una vejez donde acecha la muerte.

EL VIEJO Y EL SOL
Había vivido mucho. Se apoyaba allí, viejo, en un tronco,
en un gruesísimo tronco, muchas tardes cuando el sol caía.
Yo pasaba por allí a aquellas horas y me detenía a observarle.
Era viejo y tenía la faz arrugada, apagados,

más que tristes, los ojos.
Se apoyaba en el tronco, y el sol se le acercaba primero,
le mordía suavemente los pies

y allí se quedaba unos momentos como acurrucado.
Después ascendía e iba sumergiéndole, anegándole,
tirando suavemente de él, unificándole en su dulce luz.
¡Oh el viejo vivir, el viejo quedar, cómo se desleía!
Toda la quemazón, la historia de la tristeza,
el resto de las arrugas, la miseria de la piel roída,
¡cómo iba lentamente limándose, deshaciéndose!

Como una roca que en el torrente devastador
se va dulcemente desmoronando,
rindiéndose a un amor sonorísimo, así, en aquel silencio,
el viejo se iba lentamente anulando, lentamente entregando.
Y yo veía el poderoso sol lentamente morderle
con mucho amor y adormirle para así poco a poco tomarle,
para así poquito a poco disolverle en su luz,
como una madre que a su niño
suavísimamente en su seno lo reinstalase.

Yo pasaba y lo veía.
Pero a veces no veía sino un sutilísimo resto.
Apenas un levísimo encaje del ser.

Lo que quedaba después que el viejo amoroso,
el viejo dulce, había pasado ya a ser la luz

y despaciosísimamente era arrastrado
en los rayos postreros del sol,
como tantas otras invisibles cosas del mundo.

SI ALGUIEN ME HUBIERA DICHO
Si alguna vez pudieras
haberme dicho lo que no dijiste.
En esta noche casi perfecta, junto a la bóveda,
en esta noche fresca de verano.
Cuando la luna ha ardido;
quemóse la cuadriga; se hundió el astro.
Y en el cielo nocturno, cuajado de livideces huecas,
no hay sino dolor,
pues hay memoria, y soledad, y olvido.
Y hasta las hojas reflejadas caen.
Se caen, y duran. Viven.

Si alguien me hubiera dicho.
No soy joven, y existo. Y esta mano se mueve.
Repta por esta sombra, explica sus venenos,
sus misteriosas dudas ante tu cuerpo vivo.
Hace mucho que el frío cumplió años.
La luna cayó en aguas. El mar cerróse,
y verdeció en sus brillos.
Hace mucho, muchísimo
que duerme. Las olas van callando.
Suena la espuma igual, sólo a silencio.
Es como un puño triste
y él agarra a los muertos y los explica,
y los sacude y los golpea contra las rocas fieras.
Y los salpica. Porque los muertos, cuando golpeados,

cuando asestados contra el artero granito,
salpican. Son materia.
Y no hieden. Están aún más muertos,
y se esparcen y cubren, y no hacen ruido.
Son muertos acabados.
Quizás aún no empezados.
Algunos han amado. Otros hablaron mucho.
Y se explican. Inútil. Nadie escucha a los vivos.
Pero los muertos callan con más justos silencios.
Si tú me hubieras dicho. Te conocí y he muerto.
Sólo falta que un puño, un miserable puño me golpee,

me enarbole y me aseste, y que mi voz se esparza.