6 de marzo de 2008

Tres milongas de antología

Edmundo Rivero (1911-1986), "el feo que canta lindo" representó un caso singular en la extensa galería de cantores de tango debido al registro de bajo que contenía su voz. Esto constituía una rareza en el género, ya que la mayoría de los cantores eran barítonos y tenorinos.
Consultado el músico cantor sobre su inclinación por el lunfardo, respondió: "Es un lenguaje que escuché desde muy chico. Me interesé por las compañías que tenía, amigos del hampa. Cuando lo adopté, intenté rescatar sus poetas agregándole melodías mías a sus letras. Nadie lo hizo antes, seguramente porque el soneto es breve y difícil de musicalizar, debido a sus tercetos. A mí me interesaron porque tanto esa forma poética como el vocabulario lunfardo son sintéticos, en pocas palabras pintan al mundo. Además, las acepciones lunfas embellecen la poesía".
Ejemplos clarísimos de lo dicho por Rivero son las tres piezas que siguen:

LA CANCHERA (Solabarrieta -Acuña)
Cumplió cuarenta señores
y esta un kilo todavía,
aun guarda la lozanía
de sus primeros albores.

La mesa llena de flores
daba un sello de esplendor,
a la fiesta que en su honor
un viejito le ofrecía,
que a más de su simpatía,
era un cheque al portador.

Una luz pa' cachar giles,
pinta fina, alma orillera,
se diplomó de canchera
justo a los dieciocho abriles.

Tira los mangos de a miles,
fuma y le gusta el caviar,
empilcha que ni que hablar,
come en la mejor cantina,
y cuando llega la matina,
recién se va a apoliyar.

No hay lugar transnochador
que no conozca esta leona,
desde un bar tipo Martona
hasta el cabaret más flor.

Aerolíneas, tren, vapor,
Mar del Plata, Miramar,
casino, bruto fichar,
la vivió bien de primera,
el diploma de canchera
lo supo hacer respetar.

Bien sabe que a su hermosura
ya le queda poco paño
también sabe que los años
se morfan cualquier pintura.

Pero ya cuando Natura
le empiece a dar con rigor,
tendrá un piso, un auto flor,
el viejito, la chequera,
y más guita en la cartera,
que el Banco de Nueva York.

SE LLAMABA SERAFIN (De la Púa-Rivero)
Lo llamaban Serafín
en el barrio de las latas;
funyi, lengue y alpargatas
y una mirada sin fin.

Tenía fama de piolín
cuando entre extraños estaba
y si alguno se pasaba...
que se broncaba era fijo
y ahí nomás... un barbijo
al más pintao le bordaba.

Pero un día un cartonazo
de un barrio desconocido
le cortó hasta el apellido
a punta, tajo y hachazo.

Lo dejó con medio naso,
oreja como sandía,
un ojo pa' la otra vía;
de fiambre le dio un tortazo,
y de postre... el esquinazo
con la mina que tenía.

Después de este festival,
se dedicó al beberaje.
Melenudo, sucio el traje,
no he visto miseria igual.

Nunca más el arrabal
lo vio con la luz del día
ni taurear como el sabía;
y cuentan en el estaño,
que murió justo a fin de año
brindando con leche fría.

BARAJANDO (Escariz Mendez-Vaccaro)
Con las cartas de la vida por mitad bien maquilladas,
como guillan los malandros carpeteros de cartel,
mi experiencia timbalera y las 30 bien fajadas,
me largué por esos barrios a encarnar el espinel.

Ayudado por mi cara de galaico almacenero
trabajándose a la sierva de una familia de bien,
y mi anillo de hojalata con espejo vichadero,
me he fritado muchos vivos, como ranas al sartén.

Pero, en cambio, una percanta que me tuvo rechiflado
y por quien hasta de espaldas con el lomo caminé,
me enceró con un jueguito tan al lustre preparado
que hasta el pelo de las manos de cabrero me arranqué.

Mientras yo tiraba siempre con la mula bien cinchada,
ella, en juego con un coso mayorengo y gran bacán,
se tomaba el Conte Rosso, propiamente acomodada,
y en la lona de los giles me tendió en el cuarto round.

Me la dieron como a un zonzo, pegadita con saliva,
más mi cancha no la pierdo por mal juego que se dé
y, si he quedao arañado como gato panza arriba,
me consuelo embolsicando la experiencia que gané.

En el naipe de la vida, cuando cartas son mujeres,
aunque lleve bien fajadas pa'l amor las 33,
es inútil que se prendan al querer con alfileres,
si la mina no es de un paño, derechita y sin revés.