12 de abril de 2008

Di Benedetto y las impurezas del prójimo

Antonio Di Benedetto nació en Córdoba, Argentina, el 2 de noviembre de 1922. Luego de cursar algunos años de abogacía, se radicó en Mendoza, en donde se dedicó al periodismo. El gobierno de Francia lo becó para realizar estudios superiores en esa especialidad. Como periodista fue subdirector del diario "Los Andes" y corresponsal del diario "La Prensa".
Perteneció al grupo de escritores que en las décadas de 1940 y 1950 reaccionó contra el dominante realismo y derivó hacia una visión del absurdo y sin sentido de la vida, inspirado en la obra de Franz Kafka (1883-1924) y el existencialismo. Inició su carrera literaria en 1953 con el libro de cuentos "Mundo animal" y, en este mismo género, publicó "Grot" (1957, reeditado en 1969 como "Cuentos claros"), "Declinación y ángel" (1958) y "El cariño de los tontos" (1961).
También publicó las novelas "El pentágono" (1955), "El silenciero" (1964, reeditada como "El hacedor de silencio" en 1982), "Los suicidas" (1969) y "Sombras nada más" (1985).
En su obra más elogiada, la novela "Zama" (1956) -ambientada en un medio sudamericano del siglo XVIII- alcanzó la máxima expansión su realismo profundo, fuerte, cruel e incisivo.
En 1976 pocas horas después del golpe militar del 24 de marzo, Di Benedetto fue secuestrado por el ejército. "Creo que nunca estaré seguro de si fui encarcelado por algo que publiqué. Mi sufrimiento hubiese sido menor si alguna vez me hubieran dicho qué exactamente. Pero no lo supe. Esta incertidumbre es la más horrorosas de las torturas", diría años más tarde. Humillado,
golpeado y destrozado anímicamente, fue excarcelado el 4 de septiembre de 1977 y se exilió en Estados Unidos, Francia y España.
En una entrevista concedida al diario "Uno" de Mendoza en 1984, hizo estas reflexiones: "Funcionamos a base de nuestra trituración diaria y quizá lo que damos a la humanidad son esos gestos compasivos que nosotros ejercitamos como esperando la compasión de los demás. Ahora me pregunto: ¿Hasta qué punto me estimo a mí mismo como para pre­tender ser estimado por los demás? Porque no se es bueno en cada gesto, porque la bondad casi siempre nace de una poderosa lucha para retar el mal, el egoísmo y la envidia a los más oscuros reductos. Porque de todos los ángeles, parece que la mayoría somos ángeles de la destrucción. Yo invito a cada ser, a cada hombre, a que grabe sus palabras y sus pensamientos, desde que su mente se despeja por la mañana hasta que se reposa. Invito a que se vigile, se analice. Verá cuántas maldades, juegos, intereses ha puesto en acción para sobrevivir ese día, es decir, no la eternidad sino una miseria de 24 horas. Y esto es así porque para vivir basta acumular la sobrevi­vencia de instante en instante, con consagrar todas las fuerzas, como debiera suceder o por lo menos una, la más escondida, la más económica, en algo que sea útil a los demás, para tratar, de ese modo, con esos actos, de dejar de mordernos las entrañas con tanta ferocidad, como ocurre en esta aparente convivencia que es la de los seres humanos. No sé si esto que digo es una maldad... Lo que más nos asuela es la impureza del prójimo, pero resulta que nosotros, para el otro, somos el prójimo. ¿Cómo se cura eso? Yo no soy predicador ni moralista. ¿Pretendo una transformación de la sociedad desde el punto de vista moral? Lo que pretendo es una libertad de los sentimientos basada esencialmente en la pureza, no en la impureza, para que el amor sea un acto verdaderamente redentor y salvador, y cada hombre encuentre en la mujer que elige -y a la inversa- la garantía del goce pleno de la existencia".
En el mismo reportaje habló sobre la muerte: "Un sueño persistente que tengo es este: yo subo escaleras. En cierto momento me detengo, pero no tengo la posibilidad de descender. Tengo que seguir adelante. Adelante está el vacío. Me lanzo. Me lanzo y me toma el agua, y el agua me envuelve. Es un agua dibujada, transparente: desde abajo tiene vegetación que sube. Es un agua que me invita. Yo no sé si estoy ahogado o por ahogarme. Cuando yo pienso en ese sueño veo que esa agua es el símbolo de la vida. Cada vez que me caigo me toma, lo que me toma es la vida, porque vuelvo a subir escaleras y a caer y a subir. Creo que la muerte es una gran serenidad porque en la vida andamos descompuestos".
Di Benedetto regresó definitivamente a la Argentina en 1985. Murió víctima de un derrame cerebral el 10 de octubre de 1986 en Buenos Aires.