2 de abril de 2008

El largo camino del violín

Los instrumentos de arco han desempe­ñado un papel importantísimo en el de­sarrollo de la música instrumental euro­pea. Hasta fines del siglo XIV, la música fue preferentemente vocal; en ella, los instrumentos eran sólo simples acom­pañantes y sus partes no siempre esta­ban escritas. A partir del siglo XV se em­pezaron a emplear instrumentos para sustituir o reforzar alguna voz, práctica que se difundió cada vez más ya que presentaba varias ventajas. Cuando se descubrió que era posible transcribir composiciones vocales confiando la voz principal a un instrumento y reuniendo las otras en un bajo continuo, se inició la era de la música instrumental. Pronto se vio claro que los instrumentos de arco eran los que mejor se adaptaban a esta nueva modalidad debido a sus grandes cualidades sonoras y dinámi­cas. Entre ellos destacó enseguida uno de reciente creación: el violín.
Todos los instrumentos de cuerda derivan de un sencillísimo instrumento prehistórico usado aún por algunos pueblos primitivos: el arco musical, que consiste en una simple varilla de made­ra curvada por medio de una cuerda tendida entre sus dos extremos y pro­vista de un resonador (una calabaza, una cáscara, un bambú o la misma cavidad bucal del ejecutante). De él derivan, por un lado, el arpa, la lira y la cítara y, por otro, el laúd.
La cítara, la lira y el laúd, que se tañen con los dedos o con un plectro (púa), reciben el nombre de instru­mentos de cuerda punteada. La apari­ción del arco, que probablemente deriva del plectro y que al principio consistía en una simple varilla, dio origen a los instrumentos de cuerda frotada o ins­trumentos de arco.
Todos los instrumentos de arco pri­mitivos cuyos modelos han llegado has­ta la actualidad son bastante simples y se pueden agrupar en dos tipos básicos: uno con caja de resonancia que se adel­gaza progresivamente para formar el mango sin solución de continuidad (rabáb norteafricano, sarínda india) y otro con caja más pequeña de forma varia­ble y mango aplicado (rabab árabe, kemangé persa). En general, todos estos instrumentos poseen una o dos cuerdas y se tocan en posición vertical, apoyán­dolos en el suelo o en las rodillas.
En el siglo IX de nuestra era, con la aparición en Europa de los instrumentos de arco, podemos encontrar ambos tipos. Al primer grupo pertenecen unos instrumentos con caja en forma de media pera cuya parte superior se restrin­ge para formar el mango, el cual lleva un clavijero triangular abierto en el cen­tro, en el que las clavijas se insertan la­teralmente desde fuera hacia dentro. El mango remata en una voluta, una cabe­za esculpida u otro motivo ornamental. La tapa superior es plana y está perfora­da por un agujero de resonancia artísti­camente tallado, llamado rosa. A este tipo pertenecen el rabel, la lira y la giga.
El segundo grupo está formado por unos instrumentos de cuerpo plano, ovalado, elíptico o de otra forma, cuya tapa superior, ligeramente abombada, se une al fondo plano por unos aros. Estos instrumentos llevan un mango aplicado que termina en un clavijero plano en el que las clavijas se insertan de arriba abajo. Los más conocidos del grupo son la rota y la vihuela.
La vihuela de arco se afirmó sobre la rota a partir del siglo X, en que apareció un tipo ovalado que en los dos siglos sucesivos se transformó en el modelo típico de la Edad Media. El cuerpo de este instrumento se adelgazó en la par­te central hasta asumir una forma pare­cida a la de la guitarra moderna y la rosa fue sustituida por dos segmentos de círculo separados; en cambio, el mango conservó el clavijero plano. Un simple listón de madera sujetaba las cuerdas en la parte inferior; algunos ins­trumentos tenían un puente; otros, dos; y otros, ninguno. El número de cuerdas, que en principio era de una o dos, au­mentó hasta las cinco definitivas. Pero la evolución de este instrumento no se detuvo aquí. El adelgazamiento central del cuerpo se fue haciendo cada vez más pronunciado, el listón portador de las cuerdas se transformó en un cordal triangular, apareció de manera constan­te un solo puente y se introdujo el batidor, larga pieza de madera colocada so­bre el mango y que lo prolonga por en­cima de la caja de resonancia.
De la evolución de la vihuela de cinco cuerdas nacieron casi al mismo tiempo tres nue­vas familias de instrumentos que domi­naron la música del primer Renacimien­to: las de la viola "da gamba", la lira y la viola "da braccio".La viola "da gamba" apareció a fines del siglo XV con formas muy variadas hasta establecer, en la segunda mitad de la centuria siguiente, su forma definitiva: tapa superior abombada con agujeros de resonancia semicirculares, unida a un fondo plano por aros bastante altos; mango largo que acaba en un clavijero triangular rematado por una voluta o una cabecita esculpida; batidor dividido en trastes como en la guitarra o el laúd; puente bajo y seis cuerdas (raramente siete), afinadas como las del laúd. La fa­milia de la viola "da gamba" comprende seis instrumentos: la viola sobreaguda, la soprano, la alto, la tenor, la bajo y la contrabajo o violone. Las más pequeñas se tocan apoyadas verticalmente sobre las rodillas; las mayores se colocan entre las rodillas y se apoyan en el suelo por medio de un puntal. De aquí nació el nombre de viola "da gamba" (pierna).
Otros instrumentos relacionados con la familia de la viola "da gamba" son la viola de amor, un instrumento "da brac­cio" (brazo) con la misma tesitura del alto de viola que posee seis o siete cuerdas principales y cierto número de cuerdas que vibran por resonancia (sim­páticas), y la viola bastarda, pequeño bajo de viola de afinación variable, con o sin cuerdas simpáticas.La lira es un instrumento típico del alto Renacimiento italiano. Por su forma se parece más al violín que a la viola "da gamba", aunque su clavijero es plano con clavijas de arriba abajo. Los aguje­ros de resonancia, primero semicircula­res, asumieron después la forma de la letra efe minúscula típica del violín. La familia de la lira comprendía: la lira "da braccio" con seis o siete cuerdas; el lirone o lira "da gamba", que poseía de doce a dieciséis cuerdas, y la archiviola "di lira" o "accordo", que tenía hasta veinticuatro. Todos estos instru­mentos poseían cuerdas simpáticas.
La viola "da braccio" es un instrumento más pequeño que la lira. Se parece a la viola "da gamba" pero con aros más ba­jos, mango más corto y ligeramente in­clinado hacia atrás. Los agujeros de re­sonancia son semicirculares. Su familia comprende la viola soprano, la tenor y la bajo. De la combinación de elementos de la lira y de la viola "da braccio" nació el violín.
Es muy difícil determinar dónde y cuán­do fue inventado el violín en su estruc­tura definitiva. La primera representa­ción iconográfica de instrumentos a él parecidos se halla en un retablo de 1529 del pintor italiano Gaudenzio Fe­rrari (1470-1546), en el que aparecen unos pequeños instrumentos apoyados sobre el hom­bro y dotados de tres cuerdas unos, y de cuatro, otros.
Es probable que el violín apareciera en la región de Milán entre 1520 y 1550. De los instrumentos de esa épo­ca que se han conservado hasta la actualidad se des­tacan dos violines de tres cuerdas cons­truidos en 1542 y 1546 por Andrea Amati (1511-1580), de Cremona, Italia.

El primer violín de cuatro cuerdas, fechado en 1555, se debe a este mismo maestro, el cual, ha­cia 1560, recibió un importante pedido de parte del rey de Francia Carlos IX (1550-1574), que comprendía en total 38 instrumen­tos: 24 violines, 6 violas y 8 violonce­los. Esto parece indicar que Amati fue, si no el in­ventor, por lo menos el primer gran constructor de violines.
El violín es, sin duda, el más fasci­nante de los instrumentos musicales, el más estudiado y el que ha dado origen a un mayor número de leyendas. Por la belleza de su forma, la sencillez del material empleado y la pureza del sonido representa una cumbre en la fabricación de instrumentos. Por ello no extraña que se llame "maestros" a los grandes constructores, algunos de los cuales han adquirido fama inmortal. En los siglos XIV y XV proliferaron los talleres de fabricantes de laúdes en varias ciudades de Europa. Estos artesa­nos se dedicaban también a la construc­ción de otros instrumentos de arco. De ahí que la voz francesa "luthier" o la italia­na "liutaio" hayan pasado a designar al fa­bricante de instrumentos de cuerda en general.
Las principales escuelas de lutería, las que han producido los fabulosos instru­mentos, verdaderas obras de arte, tan buscadas hoy por los instrumentistas y que tan altos precios alcanzan, son las italianas, sobre todo las de Brescia y de Cremona.La escuela de Brescia se formó entre fines del siglo XV y principios del XVI. Sus máximos representantes son Gasparo da Saló (1540-1609) y su alumno Giovampaolo Maggini (1580-1632). La escuela de Cremona se inició con Andrea Amati y sus hijos Girolamo y Antonio. El hijo de Girolamo, Nicola (1596-1684), fue el más importante constructor de la familia y formó mu­chos discípulos, entre los que hay que mencionar: su hijo Girolamo II (1649-1740), Andrea Guarneri (1626-1698), Giambattista Rogeri (1666-1696), Francesco Ruggieri (1620-1700), Paolo Grancino (1655-1692) y Antonio Stradivari (1644-1737), el más ilustre lutier de todos los tiempos junto con su contemporáneo y compa­triota Giuseppe Guarneri del Gesü (1698-1744).
Otros importantes constructores de la escuela cremonesa, pertenecientes ya a la siguiente generación, fueron: Carlo Bergonzi (1683-1747), Lorenzo Storioni (1744-1816), Giovambattista Cerutti (1756-1817) y Lorenzo Guadagnini (1685-1746). Un lugar más destacado ocupa el hijo de este último, Giambattista Guadagnini (1711-1786).
Además de las dos ciudades mencio­nadas, en Italia hubo también otros cen­tros de lutería que también merecen ser destacados: Venecia, con Santo Seraphino (1678-1737), Pietro Guarnen (1626-1672) y Matteo Goffriller (1659-1742); Milán, con Giovanni Grancino (1637-1709) y Carlo Ferdinando Landolfi (1710-1784), y por últi­mo, Nápoles, con Alessandro Gagliano (1660-1728.
Fuera de Italia los principales centros constructores fueron el Tirol y la ciudad francesa de Mirecourt. El más famoso representante de la escuela tirolesa es Jacob Steiner (1621-1683). En cuanto a Mirecourt, cuyos maestros más destacados se tras­ladaron a París, están Ni­colás Lupot (1758-1824) y Jean Baptiste Vuillaume (1798-1875).
A partir de la segunda mitad del si­glo XVIII se produjo una gradual deca­dencia de la lutería italiana. El trabajo resultó inferior y se sustituyó el barniz clásico por otros que secaban más rápidamente. De la investigación para buscar un mo­delo propio, se pasó a la imitación y co­pia de los instrumentos de los grandes maestros. Esta práctica trajo fatales con­secuencias, ya que dio lugar a falsifica­ciones a veces muy difíciles de descubrir.
En el siglo XIX se produjo un nuevo florecimiento de la lutería italiana, con nombres tan destacables como los de Francesco Pressenda (1777-1854), Giuseppe Rocca (1807-1865), Andrea Postacchini (1786-1862), Vincenzo Postiglione (1835-1910), Giu­seppe Scarampella (1838-1902) y Eugenio Degani (1840-1915), cuyos ins­trumentos son hoy muy buscados e imitados. El violín, como los demás instru­mentos de arco, es esencialmente lírico. Sus cuatro cuerdas tienen característi­cas muy particulares y a través de ellas se consiguen los más diversos matices, así como calidades de auténtica belleza. La primera cuerda, mi, es clara, brillante y sus notas más agudas poseen un en­canto sobrenatural; la segunda, la, es más suave y aterciopelada; la tercera, re, es dulce y noble; la cuarta, sol, es so­bria y majestuosa.
Además del sonido logrado por el arco, se pueden conseguir otros efectos: "pizzicato" (pellizcando las cuerdas como si se tratase de una guitarra), "tremolo" (moviendo el arco arriba y abajo muy rápido), "vibrato" (haciendo vibrar los dedos sobre las cuerdas), "glisando" (moviendo la mano izquierda arriba y abajo sobre las cuerdas), "col legno" (tocando con la parte de madera del arco) y "sul ponticello" (tocando prácticamente sobre el puente). El proceso de construcción del violín y de los instrumentos que componen su familia -viola, violoncelo y contrabajo-requiere habilidad, cuidado y paciencia. Casi 70 piezas de madera, entre es­tructurales y accesorias, son necesarias para la fabricación de un instrumento. Sus elementos principales son la caja de resonancia y el mango, que constan de 57 piezas; los accesorios son: el puente, el ánima, las clavijas, el cordal, la mentonera y las cuerdas. A excepción de es­tas últimas, todas las piezas del violín son de madera de abeto, arce, ébano, palisandro, peral y tilo. Desde la segunda mitad del siglo XX las cuerdas, la cinta del arco, los cordales, las mentoneras y las tastieras, en muchos casos, se fabrican con materiales sintéticos. También se construyen violines eléctricos, con casi todos sus componentes sintéticos.