6 de abril de 2008

En medio del barullo europeo, el romanticismo de Beethoven

A Ludwig van Beethoven (1770-1827) le tocó vivir uno de los períodos más densos y conflictivos de la historia de la humanidad: la "era de las revoluciones y de las luchas nacionales". El período vital de Beethoven abarcó cincuenta y siete años, sobre los que planeó la absorbente personalidad de Napoleón, a quien el músico de Bonn sucesivamente admiró, odió, encumbró, despreció y compade­ció en una paulatina y complicada mezcolanza de senti­mientos.
La trayectoria histórica del mundo entre el último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX estuvo gobernada por tres líneas maestras: la ruptura político-ideológica que supuso la Revolución Francesa y su posterior derivación en el ascenso, hegemonía y caída del imperio napoleónico; la progresión hacia la independencia de las colonias americanas frente a las coronas europeas, y el comienzo de la Revolución Industrial.
El año del nacimiento de Beethoven -1770- se abrió con los disturbios en las colonias inglesas en América del Norte; la matanza de Boston, en la que soldados británicos asesinaron a colonos norteamericanos que protestaban contra el impuesto al té, representó los primeros anhelos independentistas del continente americano. Apenas dos años después, Polonia sufrió el primer fraccio­namiento nacional, cuyos despojos se repartieron entre Prusia, Rusia y Austria. Como un signo de los nuevos tiempos, el poeta alemán Johann W. von Goethe (1749-1832) publicó en 1774 el "Werther", uno de los primeros intentos del incipiente movimiento romántico, que durante más de medio siglo dominó la sensibilidad oc­cidental; identificados con el protagonista, muchos jóve­nes europeos optaron, como él, por el suicidio.
Con George Washington (1732-1799) al frente de la insurrección, a la que se unió también Benjamin Franklin (1706-1790), en 1776 se proclamó la independencia de Estados Unidos. Coinci­diendo con estas corrientes sociales de independencia y libertad, el economista escocés Adam Smith (1723-1790) publicó ese mismo año "An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations" (Investigación sobre la na­turaleza y causa de la riqueza de las naciones) y en In­glaterra se formó el primer sindicato obrero.
Con la llegada a Norteamérica de Marie Joseph de La Fayette (1757-1834), en explícito apoyo de Francia a los insurrectos, el conflicto norteamericano se internacionalizó. Nombra­do embajador en Francia, Franklin acordó un tratado comercial con la corte francesa, y consiguió a cambio el reconocimiento de la nueva república americana. Fran­cia declaróla guerra a Gran Bretaña y muy pronto contó con el apoyo de España. En 1780, la ofensiva contra Inglaterra se generalizó en Europa: Catalina II de Rusia (1729-1796) formó la Liga de la Neutralidad Armada para contrarrestar el dominio británico en el mar. En 1783 el conflicto bélico concluyó con la paz de Versailles, firma­da por Gran Bretaña, Francia y España, en la cual se estableció el reconocimiento definitivo de la independen­cia de los Estados Unidos. En la corte de Versalles se ce­lebraron lujosas fiestas, que atrajeron a visitantes de todos los países, con la visible intención de disimular la terrible crisis interna, política, social y económica que sa­cudía a Francia.
El dramaturgo francés Pierre Augustin de Beaumarchais (1732-1799) publicó en 1784 "Le nozze di Figaro" (Las bo­das de Fígaro), que sería convertida en ópera por Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) dos años más tarde. Mientras tanto, un joven corso todavía desco­nocido, Napoleón Bonaparte (1769-1821), pasó de la Escuela Militar de Brienne a la de París. La precaria paz de Europa se quebró en 1785, al estallar la Guerra del Norte entre Rusia, Suecia y Dinamarca. En la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), los estudiantes protagonizaron el primer conato de mo­vimiento revolucionario. En la Francia de Luis XVI (1754-1793) el desastre financiero ya era absoluto. Los vientos de la Re­volución alcanzaron también a las posesiones austríacas en los Países Bajos, y en Inglaterra se creó la primera asociación antiesclavista.
El año 1789 señaló una fecha clave de la historia: en Versailles se reunieron los Estados Generales con el triunfo del pueblo llano, frente a la nobleza y a la Iglesia. Tras el "Juramento del Juego de Pelota" -el compromiso de unión firmado por los 577 diputados del Tercer Estado triunfante para dotar a Francia de una Constitución en abierto enfrentamiento con la monarquía-, los motines barrieron París y culminaron con la toma de la Bas­tilla. Se votó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la marcha popular hacia Versalles obligó al rey a residir en las Tullerías.
A partir de 1791 los acontecimientos se desencade­naron vertiginosamente. El monarca y su esposa -María Antonieta de Habsburgo (1755-1793)- in­tentaron escapar disfrazados de París, pero fueron detenidos en Varennes. Los revoluciona­rios, exaltados, exigieron la abdicación del rey. El marqués de La Fayette, que había regresado a Francia como un héroe nacional tras su participación en la independencia estadounidense, orde­nó a la Guardia Nacional que disparase contra la multitud en el Campo de Marte. Fuerzas de voluntarios proce­dentes del sur avanzaron hacia París entonando un himno compuesto por el capitán Rouget de Lisle (1760-1836): "La Marsellesa". La multi­tud enfurecida asaltó las Tullerías y ahorcó a los componentes de la Guardia Suiza. La familia real fue encerrada en la fortaleza del Temple. Se crearon los tribuna­les revolucionarios, se disolvió la Asamblea Legislativa y se convocó a una Convención Nacional.Al mismo tiem­po se inició la guerra contra Austria, que invadió, casi sin resistencia, el territorio francés; tras la batalla de Valmy el 20 de septiembre de 1792, comenzó la contraofensiva francesa en el Rin. Luis XVI fue condenado a muerte y el 21 de enero de 1793 fue aguillotinado, un hecho que dio pie a la definitiva formación de una coalición euro­pea contra Francia. España e Inglaterra se unieron a Aus­tria y Prusia en contra de la joven república revolucio­naria.
Por otra parte, la crisis interior se había agudizado en Francia a raíz de la persecución de los girondinos (el grupo moderado de la Asamblea Nacional), la ejecución de Ma­ría Antonieta el 16 de octubre y el asesinato del activista jacobino Jean Paul Marat (1743-1793) a manos de la girondina Charlotte Corday (1768-1793), hechos éstos que generaron una enorme inestabilidad política. Se suspendió la Constitución y comenzó el período conocido como el "Reinado del Terror" (justicia rápida, severa e inflexible, como lo definió Robespierre) con la creación de un tribunal revolucionario sumarísimo.El abogado moderado Georges Jacques Danton (1759-1794) fue ajusticiado por instigación del líder revolucionario Maximilien Robespierre (1758-1794). En julio de 1794, el propio Robespierre fue acusado ante la Convención Termidoriana y aguillotinado sin juicio previo. Con la disolución de la Convención se constituyó el Directorio (1795/99). En París, un oscuro oficial de veintisiete años se distinguía en la represión de los motines y era nombrado general de di­visión, siendo luego destinado al ejército de Italia: Napoleón. Entre tanto, un joven músico de poco más de veinte años, Ludwig van Beethoven, se trasladaba desde su ciudad na­tal, Bonn, a la capital del imperio, Viena.
En 1796 el Directorio comenzó a alarmarse por los éxitos napoleónicos en Italia, y ante su creciente popula­ridad le encargó la lucha contra Inglaterra. Comenzó la campaña de Egipto, y la batalla de las Pirámides (1798) abrió a las tropas de Napoleón las puertas de El Cairo. Con la destrucción de la escuadra francesa en Abukir, el almirante británico Horatio Nelson (1758-1805) inmovilizó al ejército francés en Orien­te, pero Bonaparte consiguió burlar el bloqueo inglés y regresó a Francia. El golpe de Estado no se hizo esperar: el 9 de noviembre de 1799 (18 de brumario) el Directorio quedó disuelto y se estableció el Consulado con Napoleón al frente.El siglo XIX se abrió con una nueva coalición europea contra Francia, integrada por Austria, Inglaterra, Baviera, Suecia, Dinamarca y Turquía, que trataban de hacer frente al creciente poder de Napoleón. Este cruzó los Al­pes y derrotó a sus enemigos en Montebello y Marengo. Corría el año 1800 y Ludwig van Beethoven dirigía por pri­mera vez en Viena su Primera Sinfonía, mientras que, tras sus éxitos en Europa, Napoleón era designado cónsul vitalicio.
Los primeros años del siglo XIX fueron testigos de la irre­sistible ascensión napoleónica hasta llegar a ser proclamado emperador bajo el nombre de Napo­león I y con derecho a transmitir por herencia el título imperial. Por estas fechas, Beethoven estaba componiendo su Tercera Sinfonía ("Heroica"). En 1805 los austríacos invadieron el Tirol; en respuesta, Napoleón ocupó en una ofensiva relámpago el territorio imperial, llegando hasta la misma Viena. Los rusos in­tervinieron en el conflicto, pero Bonaparte consiguió un resonante triunfo en Austerlitz. Mientras las tropas francesas se paseaban por la capital de Austria, Beethoven elaboraba los primeros borradores de su Quinta Sinfonía.
En España, comenzaron las intrigas del infante Fernan­do de Borbón (1784-1833), heredero del trono, contra su padre Carlos IV (1748-1819). El levantamiento popular del 17 de marzo de 1808 tras la derrota de la armada española en la batalla de Trafalgar (motín de Aranjuez) provocó la caída del primer ministro Manuel de Godoy (1767-1851) y el monarca español se vió obligado a abdicar en favor de su hijo, que pasó a reinar con el nombre de Fernan­do VII. El rey destronado se dirigió a Bayona, donde se entrevistó con Napoleón. Poco después Fernando VII se reunió con su padre y ambos renunciaron al trono en favor de Napoleón, quien proclamó rey de España a su her­mano José Bonaparte (1768-1844). El levantamiento del 2 de mayo de 1808 fue la respuesta del pueblo español: la guerra de la Inde­pendencia había comenzado. En ese año Beethoven compuso su Sexta Sinfonía ("Pastoral").
No pudiendo controlar todos sus frentes bélicos, Na­poleón optó por una solución rápida en el caso austría­co; después de la batalla de Wagram en 1809, firmó el tratado de Schönbrunn, en el que una cláusula secreta preparaba su matrimonio con Ma­ría Luisa de Austria (1791-1847), hija del emperador Francisco de Habsburgo (1768-1835), ya que, en ese momento, estaba dis­puesto a divorciarse de su esposa Josefina de Beauharnais (1763-1814). Los esponsales tuvieron lugar en Viena y el matrimonio se celebró unas semanas más tarde en París.
Mientras tanto, la guerrilla española hostigaba sin tregua al ejército francés, y el mariscal Arthur Wellesley, duque de Wellington (1769-1852), enviado a España por In­glaterra, la eterna enemiga de Napoleón, obtuvo impor­tantes victorias. Aprovechando la situación de crisis que se vivía en la Península Ibérica, comenzaron los movi­mientos independentistas hispanoamericanos: México y Argentina abrieron el camino, seguidos muy pronto por Ve­nezuela y Paraguay.
En 1811 se reunieron en Cádiz las Cortes españolas y un año más tarde promulgaron la primera Consti­tución. España sufrió una terrible escasez de alimentos: miles de personas murieron de inanición. En París nació el rey de Roma, el hijo de Napoleón y María Luisa; en ese momento Beethoven comenzó la redacción de su Séptima Sinfonía.
El año 1812 marcó el final de la gloria de Napoleón y el inicio de su caída. En una invasión fulgurante derrotó a los ejércitos rusos y llegó hasta Moscú. La victoria, sin embargo, resultó efímera: después de incendiar Moscú, se vió obligado a iniciar la retirada de Rusia, durante la cual su ejército fue aniquilado en Vilna. Fue el año en que Beethoven compuso su Octava Sinfonía.
El revés de Napoleón en Rusia dió origen a una nueva coalición contra Francia, y el emperador, al mando de sus ejérci­tos, debió hacer frente a los coligados en Dresde y Leip­zig (Batalla de las Naciones). Las fuerzas aliadas se con­centraron en Frankfurt, cercando a Bonaparte. En Espa­ña, el triunfo de Wellington en Vitoria supuso la derrota total de los franceses, hecho que sería evocado por Beet­hoven en una pieza menor: "La Batalla de Vi­toria". El avance de los aliados hacia Francia coincidió con la entrada del Libertador Simón Bolívar (1783-1830) en Caracas. Las Cortes españolas suprimieron la Inquisición, pero a su regreso a España Fernando VII anuló las disposi­ciones de las Cortes, encarceló a diputados, persiguió a los liberales y restableció el tribunal inquisitorial. Los aliados entraron en Francia y Napoleón debió abdicar a fa­vor de Luis XVIII de Borbón (1755-1824), para partir al exilio en la isla de Elba a 20 kilómetros de la costa italiana, manteniendo su título de emperador, pero restringiendo su imperio a dicha isla.
Pero, en contra de lo esperado, la tregua en Europa fue de cor­ta duración: Napoleón escapó de su confinamiento y desembarcó en Francia. El mariscal Michel Ney (1769-1815) se le unió con sus fuerzas y Bonaparte se instaló en París, después de una precipita­da huida de Luis XVIII. El llamado "Imperio de los Cien Días" fue truncado por la definitiva derrota de Napo­león en Waterloo (Bélgica) el 18 de junio de 1815. Después de entregarse a los ingleses y abdicar, Bonaparte fue deportado a la isla de Santa Elena, en medio del océano Atlántico.Mientras tanto, la represión absolutista de Fernando VII no beneficiaba la política de España en América. El general José de San Martín (1778-1850) derrotó al ejército colonial en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, y Chile se declaró independiente. España cedió la Florida a Estados Unidos, mientras que Bolívar vencía a las tropas realistas en Boyacá el 7 de agosto de 1819, con lo que Colombia obtenía su inde­pendencia y el Libertador era nombrado presidente de la nación. De la mano de San Martín, de Bolívar, de Antonio José de Sucre (1795-1830) y de otros caudillos independentistas, los países hispa­noamericanos se independizaron del caduco imperio español; también Brasil arrebató a Portugal su independencia. Con las victorias de Simón Bolívar en la Pampa de Junín y de Sucre en Ayacucho, se dio por terminada la dominación española en el continente americano.En España, el levantamiento del general Rafael de Riego en 1820 y la presión de los liberales obligaron a Fernando VII a jurar fidelidad a la Constitución. La reapertura de las Cortes abrió un segundo período constitucional, pero un tratado secreto entre Francia, Austria, Prusia y Rusia (Congreso de Verona) decidió la intervención militar en España para abortar las aspiraciones de los liberales. El ejército francés invadió Espa­ña, y después de una terrible represión, restableció el po­der absolutista de Fernando VII. El que en otro tiempo fuera llamado "El Deseado" instauró de nuevo la Inqui­sición bajo el nombre de Juntas de Fe.
Estamos en 1824 y en Viena se estrenaron conjunta­mente la Missa Solemnis y la Novena Sinfonía, ésta con­cluida por Beethoven el año anterior. En Europa, el Ro­manticismo había cristalizado ya en todos los países: algunos de sus máximos representantes como George Byron, Percy Shelley, Friedrich Schiller, Madame de Staël y John Keats habían muerto ya, mientras que Víctor Hugo, Alessandro Manzoni, Henry Beyle Stendhal y José de Espronceda en literatura, y Felix Mendelssohn, Robert Schumann y Frederic Chopin en música, empezaban a tomar su relevo.
En ese marco histórico, la vida de Beethoven, tan fértil como atormentada, se encaminaba hacia su fin. Murió en Viena el 26 de marzo de 1827. Un año después de su muerte, Hector Berlioz (1803-1869) escribió la Sinfonía Fantástica: se entró así en una nueva etapa de la histo­ria del arte. En perfecta coincidencia cronológica, el duque de Wellington, eterno adversario de Napoleón, fue nombrado primer ministro de Inglaterra, nación en la que la Revolución Industrial había entrado ya en su fase culmi­nante. Karl Marx, Abraham Lincoln, Fiódor Dostoyevski y Richard Wagner eran todavía niños cuando todo eso ocurría.