7 de junio de 2020

Las tinieblas de Joseph Conrad


Hubo un grandioso escritor cuya obra exploró como ninguna otra la vulnerabilidad y la inestabilidad moral de los seres humanos. La historia lo recuerda como Joseph Conrad, pero su nombre real era Jósef Teodor Konrad Nalecz Korzeniowski y había nacido el 3 de diciembre de 1857 en Berdichew, en la región de Podolia (actualmente Ucrania). Esa ciudad, integrada a Polonia desde el siglo XVI y permanentemente asediada por la Rusia zarista, gozaba de la diversidad étnica habitual en los centros comerciales de la Europa oriental.
Se trataba de una comunidad eminentemente judía (alrededor del 80% de la población), que poseía una importante tradición jasídica -una interpretación mística del judaísmo ortodoxo-. El resto de los pobladores se componía de los “szlachta”, los aristócratas polacos, que eran católicos y hablaban polaco, y los “rutenos”, nombre que recibían entonces los ucranianos, casi todos ortodoxos, de lengua rusa y en su mayoría campesinos. Se trataba de comunidades encerradas en sí mismas, que se abrían al exterior para el comercio y los servicios pero que hablaban sus propias lenguas y mantenían identidades culturales y tradiciones religiosas separadas.
En la época del nacimiento de Conrad los polacos constituían una minoría en la región. Al igual que muchas minorías, se aferraban celosamente a su pasado, a su lengua y a sus tradiciones. Su familia pertenecía a la pequeña nobleza polaca, cuando Polonia había sido borrada del mapa como Estado por la ambición de las potencias vecinas. Los primeros años de su vida se desenvolvieron en Varsovia, una ciudad que ofrecía varias ventajas culturales, aunque los Korzeniowski tuvieron escasas oportunidades de disfrutarlas.
Su padre había escrito comedias, dramas, y había traducido a William Shakespeare (1564-1616), además de dirigir una revista. Sin embargo, entre 1861 y 1863 se vio involucrado en una de las tantas sublevaciones nacionalistas polacas contra el dominio extranjero, y fue confinado con su mujer e hijos en Siberia, donde víctima de la tuberculosis falleció su esposa y seis años más tarde él corrió idéntica suerte.
Así pues, con sólo doce años de edad, Conrad pasó a ser tutelado por su tío Tadeusz, tras establecerse su familia en la ucraniana ciudad de Lvov, administrada entonces por el Imperio Austrohúngaro. Allí cursó la enseñanza secundaria y, aunque se conocen pocos detalles de su educación, sí se sabe que desatendía las tareas escolares para pasarse horas leyendo sobre la exploración ártica y la cartografía de África, dibujando mapas y cultivando su imaginación, quizá porque una tía abuela suya editaba atlas geográficos. Luego intentó realizar estudios jurídicos, los que abandonó por hastío mientras que la geografía le impactaba cada vez más.


Viajó a Italia y trabó contacto por primera vez con el mar, uno de sus amores, al tiempo que Venecia le fascinó y con la travesía a Trieste inauguró la prolongada serie de sus viajes marítimos. Fue sin embargo desde Marsella en donde, a los diecisiete años, inició su vida de marinero navegando en barcos mercantes franceses durante cuatro años, etapa ésta que incluye un viaje a las Antillas, el contrabando de armas para los carlistas españoles y los círculos legitimistas monárquicos y bonapartistas franceses, y hasta un intento de suicidio en 1878, probablemente provocado por un desengaño amoroso.
Deseando cambiar de aires, se puso al servicio de la marina mercante inglesa y llegó a Inglaterra con un precario conocimiento de la lengua aprendida hasta entonces en los barcos. Se dedicó entonces al cabotaje entre los diversos puertos británicos, mientras el tiempo libre lo llenaba con la lectura de Shakespeare. En 1880 aprobó el examen que lo convirtió en segundo oficial de la marina mercante y, seis años más tarde, logró el grado de capitán. Poco después amplió el radio de acción de sus viajes: con el buque “Duke of Sutherland” llegó a Sidney, aventura que repetiría más tarde con el “Loch Etive”, y con el “Europe” conoció diversos puertos italianos. El “Narcissus” lo llevó hasta Bombay e incluso se salvó de milagro cuando el viejo “Palestine” se incendió y hundió.


En 1886 consiguió por fin la nacionalidad británica. Por aquel entonces y como pasatiempo escribió su primer relato, que tituló “The back mate” (El guardaespaldas). No abandonó por ello su vida marinera, viajando una y otra vez por Extremo Oriente meridional y sufriendo ataques reumáticos, la embestida de las fiebres así como la del terrible cólera.
Las experiencias como marino, especialmente en el archipiélago malayo y en el río Congo durante 1890, se reflejaron en sus relatos, escritos en inglés, que era su cuarta lengua tras el polaco, el ruso y el francés. Tres años más tarde comenzó su primera novela, “Almayer's folly” (La locura de Almayer), en la que intentó plasmar los más atractivos recuerdos de Oriente, mientras se restablecía de su maltrecha salud en un establecimiento de hidroterapia, el mismo al que había acudido Guy de Maupassant (1850-1893). Continuó escribiendo su primera novela y, tras un último viaje a Australia, abandonó la marina forzado por su resentida salud. El mar quedó a partir de allí como un fondo continuo de su obra, que firmaba ya como Joseph Conrad, “escritor inglés”.
En 1895 apareció por fin la novela, ya citada, a la que siguió “An outcast of the islands” (Un vagabundo de las islas) un año después. Su matrimonio con Jessie George ese mismo año lo decidió a dedicarse de lleno a la literatura. Su precaria salud (sobrellevó el sufrimiento que le producía la gota, así como la parálisis de su mujer) y sus dificultades económicas debidas a los exiguos ingresos que obtenía de su trabajo, no fueron obstáculo para que consiguiera, en sus catorce años dedicado a la literatura, algunas auténticas obras maestras. Conrad añadió a la simple novela de aventuras, de ambiente marino y tropical, una profundidad psicológica y una intensidad simbólica como pocos consiguieron con su estilo rico y vigoroso, y su hábil técnica narrativa que apelaba con frecuencia a las interrupciones en el discurso cronológico.


A “Un vagabundo de las islas” le siguieron: “The nigger of the Narcisus” (El negro del Narciso, 1897), “Lord Jim” (1900), “Heart of darkness” (El corazón de las tinieblas, 1902), “Typhoon” (Tifón, 1903), “Nostromo” (1904), “Mirror of the sea” (El espejo del mar, 1906), “The secret agent” (El agente secreto, 1907), “Under the Western eyes” (Bajo la mirada de Occidente, 1911), “Twixt land and sea” (Entre la tierra y el mar, 1912), “Chance” (Azar, 1914), “Victory” (Victoria, 1915), “The shadow line” (Línea de sombra, 1917), “The arrow of gold” (La flecha de oro, 1919) y “The rescue” (Salvamento, 1920).
También publicó tres novelas en colaboración con su amigo Ford Madox Ford (1873-1939), uno de los más prolíficos escritores ingleses de su tiempo: “The inheritors” (Los herederos, 1900), “Romance” (Romance, 1903) y “The nature of a crime” (La naturaleza de un crimen, 1923). Junto a estas narraciones “mayores” hay que señalar las de más corta extensión, apuntes autobiográficos, notas literarias, etcétera, entre las que se destacan “An outpost of progress” (Una avanzada del progreso, 1896) y “Gaspar Ruiz” (1906). El común denominador de todas sus obras fue su profundo análisis de los rincones más débiles y oscuros del alma humana.
Madox Ford publicaría en 1924, escasos meses después de la muerte de su amigo, “Joseph Conrad, a personal remembrance” (Joseph Conrad, un recuerdo personal), obra en la que contó que Conrad dudó entre adoptar el francés o el inglés como idioma literario, y explicó que, si bien su pericia con el francés era mayor, descartó al fin esta opción porque “en inglés no había estilistas o eran muy poco frecuentes”, mientras que “el francés estaba repleto de ellos”.


Conrad solía contar que había perfilado su propio estilo traduciendo al inglés diversos pasajes de su admirado Gustave Flaubert (1821-1880). En su libro, Ford sostiene que varios trechos de “La locura de Almayer” fueron escritos en los espacios y las páginas en blanco de un ejemplar de “Madame Bovary” que poseía Conrad cuando aún era marinero, y que buena parte de ello ocurrió mientras su barco estaba atracado nada menos que en el puerto de Ruan, ciudad que sirve de escenario para la famosa novela. En su camarote, cuando alzaba la vista, “por el ojo de buey solía ver la posada en que Emma Bovary se encontraba con su amante”, escribió Ford.
Su postrer contacto con el mar tuvo lugar en 1923, año en el que realizó una visita a Nueva York en los Estados Unidos de América. A su regreso a Inglaterra, el primer ministro del Gobierno británico, James Ramsay MacDonald (1866-1937), le ofreció el título de Sir, honor al que rehusó el solitario y desengañado aventurero que aún llevaba dentro. Falleció de un ataque al corazón el 3 de agosto de 1924 en Bishopsbourne, en el condado de Kent y fue enterrado en el cementerio de Canterbury. En su lápida puede leerse: “El sueño tras el esfuerzo, el puerto tras la tempestad, el reposo tras la guerra, la muerte tras la vida, harto complacen”.
A pesar de las objeciones de algunos críticos a su lenguaje demasiado elaborado, Conrad es considerado como un clásico y su influencia se ha dejado sentir incluso fuera de la literatura inglesa. Madox Ford, en la biografía citada, decía que Conrad había tomado el idioma inglés “por el cuello” y luchado talentosamente con él hasta conseguir que “obedeciera como les ha obedecido a muy pocos hombres”. Su inglés era ceremonioso, elevado, un poco abstracto y a la vez con una riqueza de vocabulario y de recursos retóricos propia de quien aprende una lengua siendo ya adulto. Tras completar la novela “Nostromo”, considerada por muchos críticos como su obra maestra y que le costó muchísimo escribir, dijo: “fue un triunfo por el que mis amigos podrán felicitarme como si hubiera salido de una grave enfermedad”.
La mayor parte de sus relatos tuvieron como telón de fondo la vida en el mar y los viajes en puertos de diferentes partes del mundo. No obstante, su estilo no es una literatura de viajes en sentido estricto, simplemente es un argumento para desarrollar los conflictos humanos entre el bien y el mal, el escenario en el que se proyectan sus obsesiones y, en particular, su soledad, su escisión y el desarraigo generado al ser descendiente de una familia polaca que sufrió la opresión y el exilio, situaciones éstas que marcaron su particular carácter. Él mismo llegó a decir que había vivido tres vidas: como polaco, como marinero y como escritor.


Conrad fue un gran cuentista y autor de relatos cortos, pero las preferencias actuales se centran en sus novelas más largas y con argumento más complicados y de mayor tensión, como por ejemplo la escrita cuando abandonó las tierras y los mares exóticos para plasmar nuevas aventuras en escenarios no tan alejados con intrigas de terrorismo y espionaje. Un ejemplo de ello son las magistrales “El agente secreto” y “Bajo la mirada de Occidente”. En ellas, el argumento se halla mejor construido y la problemática psicológica se encuentra más lograda. Sin embargo, para una parte de la crítica literaria, al faltar el ruido del mar y la atmósfera asfixiante de la selva, el hechizo de Conrad se desvanece casi como por encanto. Como quiera que fuese, con posterioridad su obra ha sido valorada cada vez más y ha ejercido un fuerte influjo en la literatura, tanto inglesa como internacional.
Aunque sostuvo cordiales relaciones con algunos ilustres escritores de su tiempo como Henry James (1843-1916), Rudyard Kipling (1865-1936), H.G. Wells (1866-1946), Arnold Bennett (1867-1931), John Galsworthy (1867-1933) o Stephen Crane (1871-1900), se mantuvo casi siempre al margen de la vida literaria. En una de sus notas literarias definió el oficio de escritor como una ingrata tarea de resultados inciertos: “Escribirás y escribirás... Nadie, nadie en el mundo entenderá ni lo que quieres decir ni el esfuerzo que te ha costado, la sangre, el sudor. Y al final te dirás: es como si hubiera remado toda mi vida en un barco, sobre un río inmenso, a través de una niebla impenetrable... Y remarás y remarás. Y jamás verás un letrero en las orillas invisibles que te diga si remontas el río o si la corriente te lleva”.
Desde su nacimiento en una aristocrática familia polaca, pasando por su vida como marino navegando en barcos de bandera francesa, belga y británica por todos los océanos, hasta llegar a su vida de consagrado novelista en la Inglaterra postvictoriana, Conrad fue siempre escéptico y melancólico. Hastiado de la inestabilidad moral de los seres humanos, en “Bajo la mirada de Occidente” escribió: “No cabe esperar demasiada lógica en este mundo, tanto en el plano del pensamiento como en el del sentimiento”.