13 de abril de 2008

Lo que Bach le debe a Albert Schweitzer

Después de su muerte, la obra de Johann Sebastian Bach (1685-1750) cayó en un si­lencio que representó nítida­mente el ciego interés de su épo­ca por las novedades -las composiciones se volvieron fá­ciles, expresivas, galantes- y el sincero aunque equivocado concepto de que la música mejoraba año tras año: cuando se hablaba de Bach era de su hijo Johann Christian Bach (1735-1782) y no de él.
Sin embargo, a finales del siglo XVIII, su influencia empezó a ser reconocible en Joseph Haydn (1732-1809), Wolfgang Mozart (1756-1791) y Ludwig van Beethoven (1770-1827) entre otros, y ganó re­putación a causa de sus tratados técnicos y los manuscritos y publicaciones que circulaban -no más de cien o doscientas copias- del "Italienisches Konzert" (Concierto Italiano) y las "Goldberg Variationen" (Variaciones Goldberg). Eran prácticamente descono­cidas las suites y obras de apariencia más sencilla que utilizaban danzas usuales de la época, como alemandas, jigas, gavetas, sarabandas, passepieds y minués, y aquellas otras cómi­cas como "Kaffekantate"
(Cantata del café).
El verdadero redescubrimiento de Bach se impulsó a principios del si­glo XIX y cobró una popularidad y una fuerza que seguramente lo hubieran sor­prendido, debido a la escasa resonancia que logra­ron sus obras en las seis décadas y media que duró su vida. De ser objeto de estudio en pequeños círculos de especialistas -Beethoven hablaba de "el mar de mú­sica de este arroyo (bach en alemán)"-, Johann Sebastian Bach se convirtió en modelo de inspiración de románticos co­mo Robert Schumann (1810-1856), Franz Liszt (1811-1886) y César Franck (1822-1890), y sus obras empezaron a ser publicadas en toda Europa. En 1829, Félix Mendelssohn (1809-1847) y Eduard Devrient (1801-1877) presentaron "Matthäus Passion" (La Pasión según San Mateo) con modificaciones meno­res, y un año más tarde fue publicada junto a "Johannes Passion" (La Pasión según San Juan).
En 1900, prácticamente toda su obra conocida había sido editada y gana­do admiración y fama en el mundo ente­ro, no sólo entre melómanos sino también entre una inmensa audiencia poco familiarizada con la música clásica, "Romántico y científico, melódico y objetivo -lo definió la novelista francesa Sidonie Gabrielle Colette (1873-1954)-, Bach igual puede ser una sublime máquina de coser como un compositor de increíble talento lírico".
Pero sin dudas fue la biografía "Jean Sebastien Bach. Le musicien poét" (J.S. Bach. El músico poeta) publicada en 1905 por el médico y organista Albert Schweitzer (1875-1965), la obra que abrió nuevos horizontes para su conocimiento y apre­ciación. Allí, su autor insistió en que "hay que recurrir a las cantatas para apre­ciar su ver­dadera di­mensión es­piritual y musical", y esto es cierto si se considera­ que sus mayores obras son, probablemente, sus monumentales cantatas litúrgicas.
En el libro, su autor defendió la interpretación sencilla y directa del estilo de Bach, que más adelante fue aceptada como forma de interpretación modélica. Albert Schweitzer, antes de pasar su vida como misionero médico en Africa, había sido un aplaudido intérprete de la música de órgano de Bach, instrumento que aprendió a construir hasta convertirse en un experto.
Reinaba el barroco en los tiempos de Johann Sebastian Bach, de manera que sus versos apa­recen plagados de metáforas y analogí­as no siempre felices; pero como un auténtico predicador, su autor no se cansó de interpre­tar, subrayar y explicar, con muy diversos re­cursos sonoros, los conceptos destacados de cada texto. Schweitzer descubrió este aspecto del lenguaje de Bach notan­do que el término pecado (sünde, en ale­mán) era reproducido musicalmente me­diante un extenso intervalo descendente, mientras un acorde disonante marcaba la falta de armonía con la ley Divina.
El renacimiento de Johan Sebastian Bach potenció una interminable polémica referida a la correcta interpretación de sus obras. Si hay que emplear instrumentos auténticos -de su tiempo-o modernos para su músi­ca, es un asunto que acaso jamás se re­suelva. Poco importa este aspecto, en realidad, para recono­cer la calidad original de las maravillas musicales que tan poco suceso tuvieron cuando su autor vivía.