23 de abril de 2008

¿Qué es el materialismo dialéctico?

Nuestro pensamiento occidental redescubrió con Georg W.F. Hegel (1770-1831) el arte de perseguir la verdad eterna­mente cambiante por el camino de la dialéc­tica: 1) Tesis, esto es afirmación; 2) Antítesis, es decir negación; y 3) Síntesis, es decir re­conciliación de los contrarios. Atados por la lógica aristotélica, los filósofos occidentales buscaban una verdad universal, eterna, absoluta, encerrada en conceptos inmu­tables. La contradicción era prueba de error; la identidad, señal de verdad. Hegel sacudió hasta sus cimientos ese mesura­do y estático orden del pensamiento humano, afirmando que la contradicción es el camino hacia la verdad. La razón no consistía en afir­mar la verdad absoluta de una idea y la fal­sedad absoluta de la idea contraria, sino en pensar los contrarios como aspectos insepara­bles de la realidad; el pensamiento avanza entonces su­perando las contradicciones, reconciliándolas en una idea nueva.
En "Ludwig Feuerbach und der ausgang del klassichen deutschen philosophie" (Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, 1886), Friedrich Engels (1820-1895) escribió que "la verda­dera importancia y el carácter revolucionario de la filosofía hegeliana reside precisamente en que terminó, de una vez por todas, con la tendencia a calificar de 'definitivos' todos los resultados del pensamiento y la actividad hu­manos". Según Hegel, la verdad que procuraba reconocerse mediante la filosofía no era ya una colección de principios dogmáticos plena­mente establecidos que debían aprenderse de memoria una vez descubiertos, sino que, en adelante, la verdad estaría en el proceso mismo del co­nocimiento, en el largo desarrollo histórico de la ciencia que ascendía desde los peldaños inferiores hasta los grados más elevados del conocimiento, sin llegar jamás -por medio del descubrimiento de una verdad "absoluta"- a un punto más allá del cual le fuera posible avanzar, donde debiera detenerse y contemplar de brazos cruzados la verdad absoluta adqui­rida.
"Y esto no sólo en el dominio de la filo­sofía- decía Engels-, sino también en todos los otros campos del conocimiento y de la actividad práctica. El antiguo método de investigación y de pen­samiento, que Hegel llama 'método metafísico' consideraba las cosas como definitiva­mente hechas. Era el producto de una ciencia que estudiaba las cosas, muertas o vivas, como enteramente acabadas. Pero cuando este estu­dio avanzó y fue posible alcanzar un progreso decisivo -en otras palabras, cuando se pasó del antiguo método al estudio sistemático de las modificaciones experimentadas por esas co­sas en el seno de la naturaleza misma- sonó entonces en el mundo de la filosofía el toque de agonía de la antigua metafísica".
Marx y Engels, uniendo el materialismo y la dialéctica, llegaron a coordinar perfectamente su concepción del mundo y su método de in­vestigación. El punto de vista materialista de ambos rompió con la filosofía idealista de Hegel: "Mi método dialéctico -escribió Marx en el Prefacio a "Das Kapital" (El Capital)- no sólo es dis­tinto del método hegeliano, es diametralmente opuesto. Para Hegel, el proceso del pensamien­to -al que considera, aun bajo la denomina­ción de idea, como materia autónoma- es el creador de la realidad, la que es solamente un fenómeno exterior".
Sin embargo, Marx y Engels conservaron la flexibilidad de la dialectica, y sus análisis siguieron las múltiples mu­danzas de un universo perpetuamente cam­biante: "La dialéctica no es más que la ciencia de las leyes generales del movimiento y de la evolución de la naturaleza, de la sociedad humana y del pensamiento."
En la antigüedad, el filósofo griego Heráclito de Efeso (540-475 a.C.). decla­raba que el mundo es uno y vario, que el per­manente conflicto entre "los contrarios" ex­plicaba la incesante movilidad de las cosas en su perpetuo devenir, y que la lucha es "la madre de todo lo que sucede". Hegel proclamó, a su vez, que "la contradic­ción es la fuerza que impulsa hacia adelante". Para Marx y Engels el vínculo entre las con­tradicciones era un factor indispensable de su mé­todo, pues cuando una filosofía deja de ser contemplativa, inmóvil, estática, para interve­nir activamente en ese movimiento constante, se nutre entonces de las contradicciones.

El nivel o campo de acción más inmediato donde se mueven dichas contradicciones es la vida. La vida es un cambio perpetuo; una cosa vive en tanto se renueva y transforma; la vida es el triunfo más hermoso que haya podido al­canzar la dialéctica, es la perpetua construcción de estructuras complejas, su continuo movi­miento de destrucción y renovación en síntesis perpetuamente recomenzadas. Los progresos de la biología y la genética, estimulados por el transformismo de Charles Darwin (1809-1882), brindaron a Marx y a Engels una ilustración y demostración de las que se alimentó el pensamiento "marxista".
El segundo nivel es la sociedad. "En la historia de la sociedad, los factores decisivos son exclusivamente los hombres dotados de conciencia, que actúan reflexivamente o apasionadamente para alcanzar determinados fines -considera Engels en la obra citada-. Sin embargo, pocas veces se llega a la meta, ya por­que son irrealizables a priori, o por la insufi­ciencia de los medios. Por una parte, las numerosas voluntades individuales que actúan en la historia conducen a resultados totalmen­te distintos y a menudo contrarios a los pro­puestos, y sus motivos no tienen por consi­guiente sino una importancia secundaria en el resultado final. Por otra parte, podemos pre­guntarnos aun cuáles son, a su vez, las fuerzas motrices que se ocultan tras los motivos y cuáles las causas históricas que se transfor­man en esos motivos en el cerebro de los hom­bres que actúan".Aquí aparece el tercer nivel, el de las con­ciencias: "Todo lo que impulsa a los hombres debe pa­sar necesariamente por su cerebro, pero la forma que esto toma en su cerebro depende mucho de las circunstancias. Las fuerzas motoras de la historia no son los motivos que impulsan a los individuos, sino los que ponen en movimiento a las grandes masas, a pueblos enteros y, a su vez, dentro de cada pueblo, a clases enteras; motivos que los impulsan no a alzamientos pasajeros, como un fuego de pajas que se extingue rápidamente, sino a una acción duradera, una acción que culmina en una gran transformación histórica".Los tres niveles mencionados se relacionan entre sí me­diante las incesantes tensiones e interpene­traciones, sintetizándose dialécticamente en la realidad social. Marx analizó los diferentes movimientos dialécticos precisamente en el interior de esta realidad global, acordando preminencia a los elementos materiales, pero procurando constantemente captarlos en su sentido global. Una vez tomadas todas estas precauciones, el análisis dialéctico marxista se desenvuelve en tres tiempos, según el método hegeliano: 1) Afirmación; 2) Negación; 3) Negación de la negación, es decir la superación de la contradic­ción en una proposición que reconcilie los fac­tores contrarios. En cada uno de los tres niveles (el universo y el mundo de las cosas, el hombre y la reali­dad, el pensamiento y las creaciones de la inteligencia humana) el análisis dialéctico cap­ta una realidad en movimiento, arrastrada por un continuo desarrollo. El universo no perma­nece de ningún modo idéntico a sí mismo. Está sujeto al movimiento de una historia lenta, de muy larga duración, desde las profundida­des de la historia geológica hasta los ritmos más fácilmente mensurables de los cambios de tiempo. El clima evoluciona lentamente en sus estructuras, sus factores y sus elementos. Los historiadores señalan hoy la significación de las grandes fluctuaciones climáticas que, en el siglo XVIII, en Occidente, se manifestaron en inviernos más rigurosos, veranos menos solea­dos, cosechas más tardías, y que modificaron la trayectoria de las depresiones ciclónicas de la Europa del siglo XVI.
Hay una vida cósmica de movimientos muy lentos y prolongados, con sus estructuras y coyunturas. En el siglo XVIII, Emmanuel Kant (1724-1804) y Pierre Simon Laplace (1749-1827) encontraron las pruebas astronómicas de esta incesante evolución (as­tros vivos y astros muertos). La vida sideral, comparada con la brevedad de la vida huma­na, tiene las dimensiones de la eternidad, y por esto mismo su lento movimiento había pa­sado hasta entonces inadvertido.
La doble actividad de la evolución natural y la acción del ser humano transforman los paisajes que encuadran el movimiento de los hombres, sus luchas, sus hazañas y descubri­mientos.
La desforestación, el empobrecimiento de los suelos, las sequías y la repoblación de los montes registran, y a veces circunscriben la actividad humana.
El hombre y las sociedades humanas viven este doble movimiento voluntario e involun­tario, pasivo y activo. En el siglo XIX Darwin reveló en "On the origin of species" (La evolución de las especies, 1859) "el enorme pasado histórico de la vida animal y vegetal, dominada por la magnífica ascensión del hombre". En "The Descent of Man" (Los orígenes del hombre, 1871) afirma: "Es perdonable que el hombre sienta cierto orgullo por haberse elevado hasta el cénit de la escala orgánica, puesto que se lo debe sólo a sus propios esfuerzos; y que se haya elevado hasta esa cumbre, en vez de haber sido colocado allí desde su mismo ori­gen, puede hacerle esperar un destino todavía más alto en un lejano porvenir".Corresponde a los biólogos y, sobre todo, a los genetistas, indagar las causas de estas transformaciones de las especies. Marx, por su parte, consideraba que el proceso se aplicaba a las sociedades humanas -las que se estructuran, engendran los elementos de sus transformaciones, se destruyen y se reestruc­turan-, identificando las etapas de esa evolución y buscando sus leyes.
También el pensamiento tiene su historia, las ideologías, ante todo: "El Estado se nos revela como la primera potencia ideológica que actúa sobre el hombre -prosigue Engels en la obra citada-. No bien nacido, el Estado se independiza de la sociedad, tanto más cuan­to mayor sea su vuelco en pro de determinada clase social y propenda decididamente al pre­dominio de ella. Una vez que el Estado se ha convertido en fuerza independiente de la sociedad, crea a su turno una nueva ideolo­gía. Las ideologías más elevadas, es decir más ale­jadas de su base material, económica, toman la forma de la filosofía y de la religión. La religión nació, en una época extremadamente remota, de las representaciones de hombres primitivos que no entendían su propia natu­raleza y la naturaleza del mundo exterior. Pero toda ideología, una vez constituida, se desarrolla sobre la base del tema de represen­tación dado y lo enriquece". De esta manera, las ideologías, productos del hombre, a ve­ces se le escapan y, durante un tiempo, lo aprisionan en disciplinas de acción y de pensamiento.El desarrollo de las ciencias exactas con su consiguiente nota­ción cuantitativa de los fenómenos, condujeron a enfrentar las relaciones entre cantidad y calidad. Los idealistas trataron de excluirlas en sus últimos combates, mientras que en el cam­po de las ciencias de la materia, de la ener­gía y de la vida, se trabajó esforzadamen­te en la conciliación de esas dos nociones. Así, por ejemplo, la mecánica ondulatoria asoció la teoría corpuscular (discontinua y cuantitativa) a la teoría ondulatoria (continua y cua­litativa); las ondas determinan, por su pro­pagación, la posibilidad de presencia de foto­nes, que localizan la energía y la cantidad de movimiento. En síntesis, el postulado es el siguiente: cuan­do la cantidad varía, sus variaciones deter­minan, en ciertos niveles, cambios de cualidad. "A determinados grados de cambio cuantita­tivo se produce de pronto una conversión cua­litativa -explica Engels en "Herrn Eugen Dührings umwällzung der Wissenschaft" (Anti Dühring, 1876)-. Uno de los ejemplos más conocidos es el de la transformación de los estados de cohesión del agua que, bajo una presión at­mosférica normal y a la temperatura de 0° centígrado, pasa del estado líquido al estado sólido y, a la temperatura de 100°, del estado líquido al estado gaseoso; de manera que en cada uno de estos dos puntos térmicos, el cambio puramente cuantitativo de la tempera­tura produce una modificación en el estado cualitativo del agua". En las experiencias nucleares, las variaciones cuantitativas efectuadas en el seno del átomo provocaron transmutaciones artificiales. Los fenómenos humanos ilustran del mismo modo esta dialéctica. El número de hombres, la densidad demográfica, por ejemplo, cambia el orden de ciertos comportamientos biológi­cos y patológicos: por debajo de cierto umbral demográfico no hay epidemias en un gran radio; más allá, las epidemias se expanden enormemente segando masas enteras de hom­bres (la primera epidemia de esta clase en Occidente: la peste negra de 1347-1349, luego del incremento demográfico de los siglos XI y XII).
En la misma obra, Engels refiere un caso bastante menos trágico: "Napoleón describe así los combates entre la caballería francesa, mal montada pero disci­plinada, contra los mamelucos, la mejor caba­llería de su tiempo en el combate individual, pero indisciplinada: Dos mamelucos eran ab­solutamente superiores a tres franceses; cien mamelucos equivalían a cien franceses; trescientos franceses eran comúnmente superiores a trescientos mamelucos, y mil franceses arro­llaban siempre a mil quinientos mamelucos".
La historia de las sociedades humanas evoluciona a los saltos y las revoluciones ac­túan al principio sobre una modificación cuan­titativa de las relaciones entre las diversas clases sociales. Los científicos que han aprendido a pensar dialécticamente aumentan de año en año, y así el conflicto entre los descubrimientos realizados y el tradicional viejo modo de pensar va dando lugar a nuevos y asombrosos descubrimientos. Hace más de ciento cincuenta años, Engels describió precisamente el estado actual de la ciencia. A pesar de todos los maravillosos avances de la ciencia y la tecnología, existe un sentimiento profundamente arraigado de confusión. Un número cada vez mayor de científicos se rebela contra la ortodoxia que prevalece y busca nuevas soluciones para los problemas a los que se enfrenta. Más pronto o más tarde esto llevará a una nueva revolución en la ciencia, similar a la que efectuaron Albert Einstein (1879-1955) y Max Planck (1858-1947) hace un siglo. Significativamente, el propio Einstein, lejos de ser un miembro de la comunidad científica oficial, era un humilde escribiente en una oficina de patentes de Zurich.