29 de mayo de 2008

El misterio de los moai

La ciencia, una de las máximas conquis­tas del intelecto humano, es el arma más eficaz que el hombre ha creado para comprender el universo que lo rodea y del cual forma parte. Desde la antigüedad misma, la historia de la presencia humana sobre la Tierra ha estado marcada, en sus momentos de progreso, por los valiosos descubrimientos del pensamiento científico. Sin embargo, aún quedan diseminados sobre la faz del planeta algunos misterios que la ciencia no ha podido explicar contundentemente, lo que ha dado lugar al surgimiento de diversas explicacio­nes e hipótesis al margen de la ciencia oficial, muchas de las cuales alcanzaron cierta popula­ridad debido, quizá, a lo audaz de las ideas que proponen. Estas explicaciones sostienen, en la mayoría de los casos, algunos puntos que son de difícil acep­tación por parte del ámbito científico, ya que generalmente resultan incompatibles con algu­nos de sus postulados fundamentales.
Cuando los miembros de la expedición ho­landesa que al mando del capitán Jakob Roggeveen (1659-1729) descubrieron, el 5 de abril de 1722, a la más oriental de las islas polinesias del océano Pacífico, no se podía sospechar el enorme interés que desperta­ría, con el transcurso de los años, la que enton­ces bautizaron con el nombre de Isla de Pascua.


La isla se encuentra a los 109°21'17" de latitud oes­te y 27°07'10" de latitud sur, en el océano Pacífico, a unos 3.500 kilómetros al oeste de Chile, país al cual perte­nece desde 1888 y cuenta con una población aproximada de 4.000 habitantes en una super­ficie no mayor de 163,6 km2. De todas maneras, su ubicación varía año tras año, ya que al encontrarse emplazada sobre la Placa de Nazca, la isla de Rapa Nui (nombre original) se mueve a una velocidad de 9 centímetros al año hacia la costa chilena, debido al fenómeno de suducción entre dicha placa y la Placa Sudamericana. Pascua es de ori­gen volcánico y en ella pueden observarse tres grandes volcanes, hoy extintos: Rano Raraku (377 mts.), Rano Aroi (511 mts.) y Rano Kao (324 mts.). En distintos sitios de la superficie isleña se yerguen quinientas no­venta y tres enormes estatuas de roca volcáni­ca, cada una de las cuales pesa unas cinco toneladas promedio, con una altura de seis metros y dos de ancho en promedio. Al tomar posesión de la isla, Chile pasó a ser el depositario de uno de los misterios arqueológicos que más intrigan a la humanidad moderna. Pascua, conocida en lengua maorí como Matakitenaki, presenta un aspecto árido y desolado. Cuando el holandés Roggen­veen llegó a sus costas, encontró una pequeña tribu integrada por no más de 300 polinesios bastantes primitivos (de los cuales asesinó a una veintena ni bien pisó la isla), al parecer incapaces de concebir o ejecutar obras de tal magnitud. Aún hoy, la presencia de esos colosos pétreos en un espacio tan reducido como el de Pas­cua constituye un profundo enigma.


Las estatuas, conocidas en dialecto maorí co­mo moai, son gigantescos bustos que repre­sentan enormes cabezas. Exceptuando unos ra­ros ejemplos en basalto, todas fueron talladas de una enorme cantera sita en las faldas del Rano Raraku, volcán que forma la punta este de la isla; es evidente que en algún momento los trabajos de tallado fueron bruscamente inte­rrumpidos, por lo cual hay más de cien esta­tuas abandonadas en la cantera, que varían des­de el primer al último momento de elaboración. Existen también varios colosos casi terminados (el más alto mide veintiún metros), adheridos apenas a la roca basáltica. La misteriosa Rapa Nui tiene otros dos aspectos notables: según parece, la isla fue ha­bitada, cuando menos, por dos razas humanas de distinta procedencia, en épocas diferentes; además, en algunas cuevas se han encontrado las llamadas tablillas Rongo Rongo, láminas de piedra de cierto grosor grabadas con el lengua­je pascuense primitivo, que se supone contie­nen la historia de la isla y sus monumentos.
Para explicar los misterios de la Isla de Pascua se han elaborado decenas de hipótesis. Una propone que la isla no es sino el último resqui­cio de un antiquísimo continente que se hun­dió en las aguas del Pacífico, llamado Lemuria. Otra afirma que los gigantescos bustos fueron hechos por una raza de constructores que pro­vino de Asia y se extendió por América, siendo Pascua su punto de entrada.
En 1926, un militar angloameri­cano, James Churchward (1851-1936), publicó el libro "The lost continent of Mu" (El conti­nente perdido de Mu), una obra en la que el autor dijo que en la India le había sido posible leer docu­mentos antiquísimos donde se afirmaba que los continentes perdidos eran dos: la Atlántida y Mu, en el Pacífico, siendo Pascua un fragmento del segundo.


Por otro lado, el investigador español Antonio Ribera (1920-2001) creyó que la isla había recibido la visita de navegantes egip­cios de la época de Ptolomeo II (siglo X a.C.), y que dichos marinos fueron los escultores de las cabezas de piedra. Las dos hipótesis antes citadas presentaron extrema debilidad al ser puestas a prueba: estudios realizados por científicos que estudiaron la topografía sub­marina en torno a la isla dieron clara muestra de que Pascua no pertenece a ningún continente desaparecido bajo las aguas, ya que a poca distancia de la orilla, la tierra desciende cortada casi a pico hasta profundi­dades superiores a los ochenta metros; ade­más, se trata de una isla emergida por forma­ción volcánica. Por su parte, la hipótesis del origen egipcio carece del sos­tén histórico necesario para ser admitida, ya que si los súbditos de Ptolomeo II hubiesen cru­zado el Atlántico y llegado a otro continente, ésto hubiese sido conocido en la antigüedad.También existen teorías disparatadas que atribuyen a visitantes extraterrestres el origen de las estatuas. A principios de los años sesenta, varios estu­diosos efectuaron un análisis de los mitos y le­yendas que narran los actuales aborígenes de Pascua, encontrando en ellos una serie de da­tos insólitos. Por ejemplo, que el primer plane­ta que los hombres pisarán será Venus; que Júpiter y Marte, lo mismo que la Tierra, po­seen un campo de fuerza eléctrica; o que el cuerpo humano no podrá resistir más de tres meses en otros mundos. También otros charlatanes han impulsado la hi­pótesis de la presencia extraterrestre en Pas­cua, considerando que tanto esta isla como las ruinas de Tiahuanaco y las llanuras de Nazca pertenecen a un mismo sistema de construc­ciones megalíticas, realizadas con la ayuda de astronautas-dioses que posteriormente aban­donaron nuestro planeta.


Han sido muchas las expediciones que llegaron a la isla de Pascua con el ánimo de desentrañar sus misterios. Algunas de ellas han hecho des­cubrimientos importantes, como la dirigida en 1935 por Stephen Chauvet (1885-1950), que encontró las legen­darias tablillas rongo-rongo, unas pequeñas tablas de madera talladas con puntas de obsidiana o dientes de tiburón, que contienen una escritura ideográfica que, de acuerdo a los estudios más recientes sobre el tema, registraban básicamente motivos religiosos de carácter atemporal y prácticas rituales, desde oraciones hasta sacrificios humanos y canibalismo, además de contener informaciones astronómicas o de navegación. Tal vez no eran solamente páginas de lectura, sino de semántica, o sea los varios significados que correspondían a cada signo o grupo de signos. Tal vez, las tablillas fueron también diccionarios. La desaparición de los originarios habitantes, a mediados del siglo XIX como consecuencia de las expediciones esclavistas que diezmaron la población, hizo imposible cualquier intento por descifrar este peculiar sistema de escritura. Pero quizá la más célebre de las expedicio­nes haya sido la enca­bezada en 1956 por el explorador noruego Thor Heyerdhal (1914-2002), cuyas hipótesis basadas en pruebas que él mismo encontró, se conside­ran sólidas y bien fundadas, por lo menos en el ámbito científico. La posición de la arqueología contemporá­nea con respecto a los misterios de Rapa Nui está bien definida. El caso de la isla de Pascua es claro: los actuales aborígenes hablan lengua polinesia y presen­tan rasgos faciales y anatómicos característicos de las razas polinesias. Por lo tanto, lo más facti­ble es pensar que los pascuenses no sean sino descendientes de algún pueblo polinesio migratorio que llegó a Pascua en tiempos remo­tos, estableciéndose allí. Sin embargo, para aceptar dicha suposición habría primero que admitir la posibilidad de que algún pueblo polinesio fuese capaz de viajar más de 2.500 km. y descubrir a la minúscula Rapa­ Nui en la inmensidad del océano. Sobre este punto, también hay una respuesta: aunque las culturas polinesias viajaban en naves de poca altura -por lo que su visibilidad era escasa- podían descubrir islas en alta mar con un método muy sencillo. En mar abierto hay dos tipos de nu­bes: las que corren en la misma dirección que el viento y las que se mantienen quietas. Las nubes que se mantienen quietas se forman so­bre las islas, debido a la evaporación del agua y a la exudación de plantas y animales. Así, los polinesios sabían cuándo había una isla ob­servando las nubes lejanas. Heyerdhal, tras su expedición, elaboró una teoría que ha alcanzado gran aceptación entre los arqueólogos contemporáneos. Según ésta, hace alrededor de diez siglos un grupo de navegantes polinesios llegó a Pascua y se asentó en la isla, dando lugar, con el paso de los años, a una cultura autóctona. Fue esa cultura la que esculpió los colosos de piedra, con picos y he­rramientas de sílex (un mineral de gran dureza), de las cuales, el propio Heyerdahl encontró algunas al pie del volcán Rano Raraku. Una vez terminadas, las esculturas fueron movidas por los aborígenes mediante un sistema de rodamiento sobre troncos, tala­dos de los árboles que se supone poblaban la isla hace cientos de años. Heyerdhal apoyó su teoría en el hecho de que dos investigadores norteamericanos que realizaron estudios paleobotánicos en la isla, encontraron muestras de polen que demuestra la existencia, cente­nares de años atrás, de una tupida vegetación.
Si se acepta que los polinesios fue­ron los verdaderos escultores de las estatuas, falta por dilucidar a quién o a quiénes quisieron representar. Las características faciales de los gigantes de Pascua no se encuentran entre los miembros de ninguna de las tribus polinesias; narices rectas y prolongadas, labios finos, bo­cas apretadas, ojos hundidos, frentes anchas y mentón sobresaliente. Heyerdahl propuso otra hipótesis, alternativa a la anterior, acerca de la posible identidad peruana de los primitivos habitantes de la isla; el célebre explorador -y más recien­temente otros viajeros- han demostrado la factibilidad de enlaces marinos entre Améri­ca del Sur y Polinesia.
Además, Heyerdahl sostuvo que en Vinapú, al sur de la isla, se encontraron enormes losas de piedra, idénticamente trabajadas a las construcciones de Machu Picchu en Perú, lo mismo que una pequeña estatua cuyas manos tenían cuatro dedos, lo que abre la posi­bilidad de relacionar a la civilización de Pascua con la de Tiahuanaco, único lugar del mundo donde las representaciones humanas tienen esa peculiaridad.
Las incógnitas alrededor de Pascua aún no están bien aclaradas; anualmente llegan a la isla dos o tres nuevas expediciones, con ánimo de esclarecer, aunque sea parcialmente, los misterios que ahí persisten. Quizás en el futuro pueda establecerse con certeza si se trata del punto extremo de las grandes migraciones de los pueblos poline­sios o de navegantes incas que arribaron hace miles de años.