23 de enero de 2019

Julio Verne, los cuatro elementos y la ciencia ficción

Edmond Rostand (1868-1918) fue un dramaturgo francés autor de una brillante obra en verso -con la cual se hizo famoso en 1897-, que estaba basada en la vida de un personaje real, un infortunado poeta francés con una nariz descomunal. El personaje en cuestión, Savinien Cyrano de Bergerac (1619-1655), a su vez, consiguió la fama con dos fantasías en prosa sobre viajes a la luna y al sol, ambas publicadas póstumamente: "Histoire comiqué des Estats et Empires de la Lune" (Historia cómica de los Estados e Imperios de la Luna, 1656) e "Histoire comiqué des Estats et Empires du Soleil" (Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol, 1662).
Para mu­chos estudiosos del tema, estas obras fueron las precursoras de la ciencia ficción, aunque para otros son sólo una parte de la producción poética del autor. Uno de los principales representantes de la Ilustración -aquel período de la Historia que resaltó con vehemencia el poder de la razón y de la ciencia-, Francois Marie Arouet (1694-1778), más conocido como Voltaire, incursionó también en la literatura astronómica fantástica con su cuento "Micromegas" (1752), en el que el principal personaje es un habitante de la estrella Sirio, que desciende a la Tierra en compañía de un ser originario del planeta Saturno.
El futuro lejano fue el tema de "L'an 2440, réve s'il en fut jamais" (El año 2440, un sueño si es que ha habido alguna vez uno) publicado en Londres en 1771 por Louis Sébastien Mercier (1740-1814). Otro tema recurrente en la ciencia ficción, la crea­ción artificial de la vida, fue desarrollado por Mary Wollstonecraft (1759-1797), en su novela clásica "Frankenstein" publicada en 1816. Finalmente, el atormentado escritor norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), escribió el cuento "The balloon hoax" (El engaño del globo, 1844) referente a la na­vegación aérea, en el que Julio Verne (1828-1905) confesó ha­ber encontrado inspiración para sus primeras obras. Ninguna de las obras mencionadas y otras de te­mas semejantes, sin embargo, pueden considerarse verdadera ciencia ficción, ya que no alcanza para su caracterización la fantasía y la imaginación.

La ciencia fic­ción es científica, y no se limita a la exposición de hechos prodigiosos debidos a causas misteriosas. Es racional y sur­gió cuando el clima filosófico imperante se impregnó de un vigoroso materialismo. Verne publicó "De la Terre à la Lune" (De la Tierra a la Luna) al poco tiempo que Karl Marx (1818-1883) -en filosofía- y Charles Darwin (1809-1882) -en biolo­gía-, sacudieron violentamente los fundamentos del conocimiento humano. Julio Verne no trabajó con entidades misteriosas ni milagros sobrenaturales, sino que manejó há­bilmente parámetros diferentes a los habituales en su época, pero no por ello imposibles.Los puristas de la literatura tendieron durante muchos años a menospreciar a Julio Verne al no encontrar en sus textos frases elegantes o pará­bolas rebuscadas.

No obstante, está claro que fue el precursor de una nueva forma de expresar los hechos científicos a partir de un lenguaje directo, práctico y conciso, aportando datos sobre realidades comprobables y sacando al lector de la cándida contemplación de paisajes asombrosos y etéreos para hacerle conocer hechos reales y útiles. Esa ciencia fic­ción fue la que tuvo como herederos a H.G. Wells (1866-1946), Olaf Stapledon (1886-1950), Arthur Clarke (1917-2008), Isaac Asimov (1920-1992) y Stanislaw Lem (1921-2006) entre muchos otros.
Julio Verne creó definitivamente el arte de asomar­se al futuro, despertando inquietudes y planteando probables soluciones a las que llegarían, con el tiempo, la ciencia y la técnica. Y lo hizo a partir del abandono de las modestas obras teatrales -"La conspiration des poudres" (La conspiración de la pólvora), "Alexandre VI" (Alejandro V), "Les pailles rompues" (Las pajas rotas), "Un drame sous Louis XV" (Un drama bajo Luis XV), "La tour de Montlhéry" (La torre de Montlhéry), "Le quart d'heure de Rabelais" (El cuarto de hora de Rabelais), "Une promenade en mer" (Un paseo en mar), entre otras- que escribió durante diez años para dedicarse de lleno a su prolongada y fructífera carrera como creador de ficciones científicas, establecien­do un modelo en el que sistemáticamente el hombre fue dominando los cuatro elementos básicos de la naturaleza: aire, agua, fue­go y tierra, aquella mística tetralogía en la que descansaba el pensamiento filosófico materialista del mundo antiguo.
El doctor Fergusson dominó el aire en "Cinq semaines en ballon" (Cinco semanas en globo); el ca­pitán Nemo recorrió los prodigios naturales que pueblan los abismos marinos en "Vingt mille lieues sous les mers" (20.000 leguas de viaje submarino); el profesor Lidembrock desafió al fuego de los volcanes en "Voyage au centre de la Terre" (Viaje al centro de la Tierra) y, finalmente, Phileas Fogg circuvaló la Tierra con audacia meticulosa en "Le tour du monde en quatre vingts jours" (La vuelta al mundo en 80 días). Este tema se repetió incansable­mente en sus novelas y los cuatro elementos fueron una y otra vez dominados por el hombre y su ciencia en toda la obra de Verne.
Esa fue su doctrina, tal como se lo expresó a su padre en una carta: "Te dije el otro día que me pa­recía estar prisionero del espíritu de las cosas inverosímiles. No hay tal. Todo lo que el hombre es ca­paz de imaginar será realizado algún día por otros hombres".