6 de julio de 2008

Apuntes sobre la novela policial clásica (II). Esquemas

Para Antonio Gramsci (1891-1937), en su escrito "Letteratura e vita nazionale" (Literatura y vida nacional, 1950), en la narrativa policial, "ya no asistimos a la lucha entre el pueblo bueno, sencillo y generoso, contra las fuerzas oscuras de la tiranía sino tan sólo a la lucha entre la delincuencia profesional y especializada contra las fuerzas del orden legal, privadas o públicas, con arreglo a la ley escrita". Un especialista en la materia, el búlgaro Tzvetan Todorov (1939), dice en "Typologie du roman policier" (Tipología de la novela policial, 1974): "Toda novela policial es construida sobre dos muertes, la primera de las cuales, cometida por el asesino, no es más que la ocasión de la segunda, en la cual él es la víctima del matador puro al que no se puede castigar: el detective". La trama de la novela policial se abre con una interrogación y el relato posterior desarrolla el proceso de indagación que conduce a la respuesta de ese interrogante. Este tipo de novela se sostiene en la investigación que se instaura a partir del enigma inicial y que se cierra en el momen­to de la resolución. En ese proceso de investigación, el detective encarna el pensamiento analítico y todo lo resuelve a través de una secuencia lógica de hipótesis que garantiza el éxito.


Es necesario también demostrar y asegurar que la reconstrucción del detective es la verdadera, porque varias reconstrucciones verosímiles podrían explicar el crimen y es allí donde aparece lo científico como un material importante en el momento de adjudicarle sentido a los indicios del crimen. Algunos escritores como Agatha Christie (1890-1976) o Arthur Conan Doyle (1859-1930), solían apelar al sostén científico para otorgarle sentido a una cantidad de datos aparentemente insignificantes: la posición en que cayó el cadáver, un veneno que destruye pero no deja huellas, el color del cuello de la camisa de la víctima que revela el sudor propio de una sustancia química., etc. En ese sentido es de hacer notar que los avances tecnológicos produjeron nuevos y más eficientes métodos de identificación y control social. Un ejemplo fue la aparición en 1888, y como medio de individualización, de la huella digital, restando terreno a la anónima vida del hombre en la urbe. Walter Benjamin (1892-1940) dijo al respecto en "Poesie und kapitalismus" (Poesía y capitalismo, 1961): "La fotografía hace por primera vez posible retener claramente y a la larga las huellas de un hombre. Las historias detectivescas surgen en el instante en que se asegura esta conquista, la más incisiva de todas, sobre el incógnito del hombre".
Según señala Todorov, "podemos caracterizar esas dos historias diciendo que la primera, la del crimen, cuenta lo que efectivamente ocurrió, en tanto que la segunda, la de la investigación, explica cómo el lector (o el na­rrador) toma conocimiento de los hechos. Pero estas definiciones no son las de dos historias que contiene la novela policial, sino las de los dos aspectos de toda obra literaria: la fábula y el asunto de un rela­to, considerando la fábula como lo acontecido en la vida, y el asunto como la manera en que el autor nos lo presenta. La primera noción corresponde a la realidad evocada, a acontecimientos semejantes a los que se producen en nuestra vida; la segunda, al libro mismo, al relato, a los procedimientos literarios de los cuales se sirve el autor".
En definitiva, en la novela policial clásica el detective pone en fun­cionamiento el pensamiento lógico para poder desandar el camino que conduce desde el enigma hasta su resolución, desde el efecto hasta la causa. El relato comienza con un efecto, el delito, y el detective deduce einterpreta a partir de los indicios, pistas o datos, las causas que lo gene­raron. No sólo el detective realiza una investigación; el relato policial clásico le exige al lector el mismo trabajo. A él se le ofrecen todos los datos para que intente resolver el caso. El lector consume el policial como un juego de raciocinio que lo ubica en el mismo nivel en que se encuentra el razonador de la ficción.


Brecht, en el ensayo mencionado, explica una de las razones que ha posibili­tado el éxito del género: "Fijar la causalidad de las acciones humanas es el placer intelectual principal que nos ofrece la novela policíaca. Las dificultades de nuestros físicos en el campo de la causalidad las encontramos indudablemente por doquier en nuestra vida cotidiana, pero no en la novela policíaca. En la vida cotidiana, por lo que a situa­ciones sociales se refiere, tenemos que conformarnos con una causali­dad estadística, al igual que los físicos en determinados campos.
En todas las cuestiones existenciales, quizá con la única excepción de las más primitivas, tenemos que contentarnos con cálculos de probabili­dad. En relación con las crisis, depresiones, revoluciones y guerras tene­mos que deducir pensando el interior de la historia.
Ya con la lectura de los periódicos percibimos que alguien debe de haber hecho algo para que aconteciera la catástrofe que está a la vista. ¿Qué ha hecho, pues, alguien, y quién ha sido? Detrás de los acontecimientos que nos comunican sospechamos otros hechos que no nos comuni­can. Son los verdaderos acontecimientos. Sólo si los supiéramos comprenderíamos. La existencia depende de factores desconocidos: 'debe de haber sucedido algo', 'algo se está tramando', 'se ha producido una situación'. Pero la clari­dad no llega hasta después de la catástrofe, si es que llega. El asesina­to ha ocurrido. Pero ¿qué se ha estado fraguando antes?
¿Qué había sucedido? ¿Qué situación se había producido? Bien, tal vez pueda deducirse".
El éxito de la actividad razonadora que el texto policial le concede al lector reside en que el relato elige una de las opciones posibles de resolución y la presenta como verdadera: el texto crea artificiosamente la ilusión de que la certeza es posi­ble. Algunos trucos propios del género, como la ratificación final de la hipótesis del detective que realiza el culpable, eliminan la calidad de probables a todas las otras resoluciones esbozadas. De ese modo el lector puede quedarse tranquilo porque la pregunta tiene respuesta.


El periodista argentino Rodolfo Walsh (1927-1977), autor también de cuentos policiales, decía que "un enigma es un tema tan rico en posibili­dades, que tanto aclarándolo como dejándolo insoluble se puede escribir con él un cuento o una novela". En "¡Vuelve Sherlock Holmes! (La resurrección literaria más sensacional del siglo)" publicado en 1987, el notable escritor realizó un homenaje al, quizás, mayor ícono de los detectives: "En realidad, Sherlock Holmes ya existía en carne y hueso. O por lo menos había de él, en el mundo de la realidad, una prefiguración, un anticipo. Era el doctor Joseph Bell, profesor de la universidad de Edimburgo. La seguridad de sus diagnósticos era famosa. Pero Bell no se contentaba con eso.
Le gustaba deducir la profesión, el origen, las costumbres de sus pacientes, sin otra guía que la observación. 'Hay que usar los ojos y la cabeza', recomendaba a sus alumnos. Y a continuación, realizaba una demostración práctica. 'Este hombre -decía, refiriéndose a un paciente a quien veía por primera vez- es un zapatero zurdo'. Asombro entre sus discípulos.
El doctor sonreía. 'Sus pantalones -explicaba- están raídos en los lugares donde el zapatero se apoya en su banco de trabajo. El lado derecho está más gastado que el izquierdo, porque usa la mano izquierda para clavetear el cuero'. Tenemos aquí un eco anticipado de aquellas 'salidas' de Holmes que hicieron las delicias del público. El doctor Bell era muy delgado, nervioso, de nariz aguileña, rasgos afila­dos, ojos penetrantes. Estas características físicas las encontraremos en Holmes.


Pero, por encima de todas las cosas, hallamos en Holmes los métodos cien­tíficos del doctor Bell aplicados a la investigación criminal. Sherlock Holmes estudia un problema con la precisión, con la minuciosidad con que el doctor Bell sigue el desarrollo de la enfermedad de un paciente. Todo puede ser importante para Holmes: una pisada, unos restos de barro, unas partículas de polvo. La criminología se ha convertido en una ciencia. ¿Y el doctor Watson? ¡Ah, el doctor Watson es tan admirable como Holmes! Es él quien lo completa, quien le da relieve, el balancín con cuyo auxilio rea­lizaba sus airosas piruetas. Pero también existía en la realidad aquel Watson. Doyle sólo le cambió el nombre. Lo llamó John en lugar de James. James Watson era un médico de Portsmouth, miembro importante de la Sociedad Literaria y Científica de esa ciudad".
Es indudable, que hablar de novela policial es adentrarse en el conocimiento de un género apasionante, uno de los más atrapantes de la literatura universal. Una corriente literaria capaz de mantener en vilo al lector en cualquier momento del día y aún en las horas más insólitas.