24 de julio de 2008

Jane Austen o la intimidad de la pequeñoburguesía

Jane Austen, la destacada novelista inglesa cuya ficción satírica, ingeniosa y elegantemente estructurada señaló la transición en la literatura inglesa del neoclasicismo del siglo XVIII al romanticismo del siglo XIX, nació el 16 de diciembre de 1775 en la parroquia de Steventon, Basingstone, donde su padre, un pastor protestante, era rec­tor. Séptima de ocho hermanos, se crió en un ambiente religio­so, apacible y tranquilo, aunque bastante severo, lo que se tradujo en el fuerte fondo moralista de sus obras. Estudió en su casa y nunca se separó de su familia ni contrajo matrimonio, llevando una vida pequeñoburguesa y provinciana, por lo que su vida careció de aventuras mundanas y de episodios relevantes; todo lo contrario de lo que sucedía con las protagonistas de sus novelas.
Desde muy joven sintió una gran afinidad hacia la lectura y la escritura, y la austeridad con que fue educada se manifestó en toda su producción literaria, en la que se descubre la profunda psicología de los personajes, particularmente de la pequeña burguesía rural inglesa, a la que retrató fielmente con sutil ironía. Por otro lado, la sobriedad y la fuerza con la que trató algunos temas resulta­ron demasiado ásperas para una sociedad sensiblera e hipócri­ta, que no esperaba ni buscaba críticas. Debido a esta circuns­tancia y a la presión familiar que recibió, siempre publicó anó­nimamente e incluso algunas de sus obras fueron póstumas.
Las seis novelas que escribió podrían ubicarse en dos períodos. Las del primero (1796/1798) tardaron más de quince años en encontrar un editor para que las publicase. Durante ese tiempo escribió "Sense and sensibility" (Sensatez y sensibilidad, 1811), la historia de dos hermanas y sus asuntos amorosos; "Pride and prejudice" (Orgullo y prejuicio, 1813), su novela más famosa, que relata las relaciones de cinco hermanas y la búsqueda de un marido adecuado; y "Northanger abbey" (La abadía de Northanger, 1818), una sátira sobre las novelas góticas muy populares a finales del siglo XVIII.
Su segunda etapa creadora empezó en 1811 después de la publicación de "Sensatez y sensibilidad". Tras doce años improductivos y llenos de decepciones, escribió rápida­mente sus tres últimas novelas: "Mansfield Park" (1814), "Emma" (1816) y "Persuasion" (Persuasión, 1818), todas haciendo referencia a los enredos román­ticos de sus heroínas, retratadas con la profundidad que ya se había convertido en una marca recurrente de su obra. Mucho tiempo después de su muerte, su hermano se encargó de publicar varias novelas incompletas, entre ellas: "The Watsons" (Los Watson), que fue completada por su sobrina, la novelista Catherine Hubback (1818-1877) y publicada como "The younger sister" (La hermana menor, 1923); "Sanditon" (1925), originalmente titulada "The brothers" (Los hermanos) y "Plan of a novel" (Plan para una novela, 1926). También fueron publicados póstumamente sus escritos juveniles escritos hacia 1790/1795: "Love and friendship" (Amor y amistad), "The three sisters" (Las tres hermanas) y "The beautiful Cassandra" (La hermosa Cassandra) en 1922, y "Lady Susan" en 1925."Orgullo y prejuicio", una novela romántica clásica que cuenta la historia de una pareja con una incómoda situación económica y cinco hijas casaderas, se convirtió en la obra más popular de Austen. La acción transcurre en un ámbito sumamente conservador y tradicional, típico de la Inglaterra gobernada por la "reina virgen", Isabel I (1533-1603). Un ambiente rural, pequeño y burgués, en el que lo más importante era conseguir un buen matrimonio, es decir, un marido con una muy buena posición económica y social, de quién no importaba demasiado su educación, su moral o su inteligencia.
Es que en la Inglaterra del siglo XVIII, la novela como género gozaba de una extraordinaria popularidad, al punto que los clérigos se quejaban por el excesivo tiempo que a ella dedicaban sus feligreses. Como forma litera­ria más novedosa, la novela sirvió, mejor que ninguna otra, para explorar los sentimientos y las costumbres del hombre común. Además, y a favor de Austen, era el único género donde las mujeres competían abiertamente con­ los hombres, a quienes a menudo superaban en prestigio e importancia. Fue en esa época en la que se destacaron Frances Burney (1752-1840), Helen Williams (1762-1827), Ann Radcliffe (1764-1823) y, un poco más tarde, Mary Shelley (1797-1851). Cuando en los primeros años del siglo XIX se consagró el ideal romántico (estilo que perduró más de un siglo para definir las puestas de sol, el carácter inconstante de las señoritas enamora­dizas, el lenguaje apasionado, las pasiones imposibles y el feliz hallazgo de un pétalo de rosa entre las páginas de un libro), las escritoras que más sobresalieron fueron Elizabeth Barrett Browning (1806-1861) y las hermanas Brontë: Charlotte (1816-1855), Emily (1818-1848) y Anne (1820-1849).
En lo específicamente referido a la literatura, el romanticismo revolucionó todos los cánones vigentes y extinguió al clasicismo del siglo XVIII. La prosa de este período se caracterizó por el individualismo más inmaculado, circunstancia que hizo más notables las diferen­cias con el período anterior. La soledad del hombre, el amor por la naturaleza, la rebe­lión contra los órdenes establecidos, los delirios de la imagina­ción y el desafío a las convenciones constituyeron las más nota­bles características del romanticismo.
Jane Austen se apartó de las tentaciones de estos cambios y movimientos. A pesar de que estaba informada de todo, no sintió curiosidad por el pasado, omitió el presente y los sucesos de su tiempo no dejaron huella alguna en sus páginas. Por otra parte, siempre mantuvo un prudente silencio sobre sus influencias, aunque es posible encontrarlas en Samuel Richardson (1689-1761) y en la mencionada Frances Burney. Resulta evidente que ella determinó su estilo sin hacer concesión a ninguna escuela. Austen prefirió centrar su capacidad de observación en el pequeño mundo de la aristocra­cia provinciana que la rodeaba, a cuyas maneras y obligaciones permaneció siempre atenta.
La publicación de sus novelas con seudónimo -que sólo le reportaron 750 libras de beneficios- contribuyó aún más a que su arte agigantara las elogiosas críticas que a su muerte le dispensaron famosos escritores como Walter Scott (1771-1832), Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) o Robert Southey (1774-1843). Su análisis de las costumbres sociales la mostró como la verdadera precursora de escri­tores tan distantes como Virginia Woolf (1882-1941), Henry James (1843-1916), André Gide (1869-1951), Marcel Proust (1871-1922) y E.M. Forster (1879-1970).
Algunos de sus detractores más notables fueron -sin embargo- sus propios herederos. Henry James, por ejemplo, comentó en su ensayo "Balzac's letters" (La lección de Balzac, 1884) que la reputación de Austen era “mayor que su interés personal” y la atribuía al conjunto de edi­tores, directores de publicaciones, ilustradores y productores de revistas, quienes habían encontrado que "su que­rida Jane se presta a su objetivo material". Tampoco omitió, en otro pasaje, ironizar sobre la maestría de Austen como "bordadora y ama de casa", con lo que antepuso estos méritos a los literarios. Charles Dickens (1812-1870), unos años antes, había sido más contundente: "la obra de Austen me inspira una repugnancia animal". Para Charlotte Brontë, Austen "no es más que un retrato detalladísimo de una cara vulgar. Representa a todos los hombres y mujeres como si sólo fueran damas y caballeros", y al norteamericano Mark Twain (1835-1910) su lectura le generaba rechazo: "Cualquier biblioteca es buena siempre que no contenga algún volumen por Jane Austen. Incluso si no tiene otro libro".
Como contrapartida, E.M. Forster se declaró un "admirador incondicional" de su genio y Virginia Woolf des­tacó que el arte de Austen "es para personas mayores". "Es la mejor escritora -agregó-. No intenta escribir como un hombre. Todas las demás mujeres lo hacen; por esa razón, yo no las leo". En la misma dirección opinó el crítico literario estadounidense Lionel Trilling (1905-1975): "Fue quien primero representó la personalidad específicamente moderna y la cultura en la que ésta se produce. Nunca antes se había mostrado la vida moral como ella lo hace ver, y nunca antes se había creído que fuera tan compleja, difícil y exhaustiva".
Lo cierto es que en toda la obra de Austen no hubo grandes intrigas, ni fantasías sorprendentes, ni severos cuestionamientos filosóficos, pero curiosamente, sirvió como punto de partida para muchos escritores que más tarde desarrollarían esos aspectos. A los 41 años, Jane Austen viajó hacia Winchester en busca de atención médica (padecía el mal de Addison, una disfunción de las glándulas suprarrenales), pero su enfermedad empezó a progresar rápidamente y murió dos meses después de su llegada a la ciudad, el 18 de julio de 1817.