12 de noviembre de 2008

Augusto Monterroso: "La gran literatura es paródica"

El narrador y ensayista guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003) nació en Honduras y vivió la mayor parte de su vida en México, país al que se trasladó por motivos políticos. En la Guatemala de los años '40, sacudida por alzamientos populares, cuartelazos y convulsiones sociales, fundó la revista "Acento", uno de los núcleos intelectuales más interesantes de aquella época. Exiliado en México, comenzó a publicar sus textos a partir de 1959, cuando apareció "Obras completas (y otros cuentos)", una colección de historias que prefiguró los rasgos fundamentales de lo que sería su obra posterior: una prosa concisa, sencilla, accesible, paródica, cuyo estilo se movía entre el absurdo, el humor negro y la paradoja. A aquel libro inicial le siguieron "La oveja negra y demás fábulas", "Movimiento perpetuo", "Lo demás es silencio"
(donde aparece su heterónimo Eduardo Torres), "La letra e", "Viaje al centro de la fábula", "La palabra mágica", "Los buscadores de oro", "La vaca", "Pájaros de Hispanoamérica" y "Literatura y vida". Su labor literaria ha merecido los premios Xavier Villaurrutia y Juan Rulfo, y la condecoración del Aguila Azteca. La crítica y ensayista argentina Graciela Gliemmo (1957) lo entrevistó para la edición del 6 de diciembre de 1990 del diario "Clarín".En tus libros aparece mucho la referencia al mundo del escritor. Por ejemplo "La letra e", el último, es un diario en el que contás tus dudas, tus miedos, tus lecturas.

Escribo mucho y generalmente sobre el escritor. Eso debe ser porque toda mi vida estuve metido en el mundo de los escritores, de la literatura, de los artistas. Yo nací en una familia de artistas, cantantes de ópera, gente que estaba en el teatro. De manera que yo no recuerdo un solo día de mi vida en que no haya estado relacionado con artistas. Así es que cuando yo me pongo a escribir posiblemente vaya hacia lo que más conozca. No sé si esto es bueno o malo, pero no he podido nunca salir de este mundo.

Se trata de, más que de una teorización sobre el escritor, mostrar su dimensión humana, desmitificar su perfección.

Sí, probablemente así sea. Por más que uno pueda inventar, siempre está hablando de sí mismo en el sentido autobiográfico. Para mí la literatura ha sido el mundo más abierto, más maravilloso. Todo lo otro que he hecho ha estado siempre en función de la literatura.

¿Qué otras actividades tuviste además de escribir?

He sido diplomático, he trabajado desde muy chico. Desde los quince, dieciséis años, he tenido que trabajar para ganarme la vida. No ha sido una adolescencia fácil pues he tenido que dejar una cantidad de cosas. Pero siento que en ese momento ya sabía que todo lo que viviera sería material para lo que escribiría después.

¿Comenzaste a escribir desde muy chico?

Sí, pero no a publicar. He escrito desde muy joven, pero era muy resistente a la publicación. Mi primer libro se publicó cuando tenía treinta y ocho años. Ya tenía veinte años de estar publicando, pero en periódicos, revistas, en publicaciones de amigos. Pienso que una publicación en una revista sigue siendo un borrador. Para mí es un primer paso que no considero definitivamente. Cuando pasa a libro, sí ya es definitivo.

¿Modificaste alguna edición?

No, los libros quedan tal como salieron en un principio, salvo en el caso de las erratas.

Se reitera en tu escritura la instancia de la corrección. ¿Corregís mucho tus borradores?

Sí, hasta una tercera o cuarta vez, pero cuando ya toma la forma de libro, lo dejo allí. Pero tampoco quiero dar la imagen de que soy un tipo obsesivo que está corrigiendo insistentemente sus cosas. No es tanto el contenido lo que me interesa sino el cómo. Todo está dicho ya y la única diferencia que hay entre escritores es decirlo más o menos de otra manera.

Dentro de ese mundo del escritor haces constantes alusiones irónicas a cierto saber crítico. Creo que es el caso de tu construcción de Eduardo Torres que va y viene por muchos de tus textos. ¿Cómo es tu relación con la crítica?

Muy buena, muy buena. Yo respeto mucho a los críticos, les tengo mucho cariño. Sé que ellos están en lo mismo, que están tan preocupados por lo que ellos hacen como uno. Si a veces se equivocan, en mi caso es para elogiarme. Nunca he recibido una crítica negativa, dura. Tal vez tú me lo preguntas en relación con Eduardo Torres en "Lo demás es silencio". El, más que un crítico es un sabio de provincia, historiador, estudioso. Si hay algo de paródico en referencia a esto, bueno, la gran literatura es paródica.

¿Pensás en algún caso en especial?

Pienso en Cervantes. Mucho, mucho de la literatura es escritura, un reflejo de otras literaturas que hay que saber leer. En muchas novelas el autor se está refiriendo a otros novelistas.

Hablamos del escritor, un poco del crítico. Pensando en los lectores, en tus libros, creo que no sos muy optimista ya que incluís siempre la posibilidad de no ser leído.

No es una posibilidad, estoy seguro de que mis libros no son leídos. No me considero un escritor leído. No tiene demasiada esperanza lo que hago.

¿Por qué, Tito? ¿Cómo describirías lo que vos mismo hacés?

Hago libros buenos, eso me hace perder gran cantidad de lectores. Dentro de lo que escribo, tengo libros que son buenos pero abarcan intereses más restrictivos. Me interesa el alma humana, el destino del hombre, el fracaso, el pesimismo, en fin; eso te va dejando sin lectores. Me leerán muy pocas personas porque no lo hago a través del éxito ni la publicidad.

Hay muchos guiños literarios y necesitás un lector con un entrenamiento de lectura, que te pueda seguir y no se quede a mitad de camino, sin entender de qué se trata.

Yo creo que sí. Ni para bien ni para mal. Si estás manejando un tema en relación con la literatura, estás tirando pequeñas botellas al mar, dejando pequeños mensajes para gente que va a estar en tu misma situación en el futuro. Hay cosas más pasajeras, temas de moda, gustos literarios.

En "La palabra mágica" volvés sobre las modas literarias, colocás tu mirada en los estilos, en los autores que son admirados e imitados. ¿Creaste un estilo en la literatura latinoamericana? ¿Pensás que dejaste alguna marca en los escritores más jóvenes?

No; si los hay, no los conozco. Me relacionan mucho con la brevedad. Hay una corriente de hace unos años que tiene cierto gusto por las cosas breves, por los textos aforísticos, rápidos. En ese sentido si estoy en una corriente, aunque nunca he predicado sobre la brevedad. No es que crea que haya que escribir brevemente. Yo escribo así porque no puedo hacer otra cosa.

Tus libros deben ser producto de un profundo esfuerzo, de un conocimiento y trabajo con el lenguaje, aunque mágicamente para el lector parezca que todo te sale fácil.

Me cuesta mucho escribir, pero qué bueno que se lea fácil. Eso es lo que quiero lograr. Trabajar mucho para que parezca que no te costó nada. El lector no debe percibir ese esfuerzo. Si se percibe, ya no vale. Lo que hay que darle es un producto completamente fácil de tragar. Eso en la literatura es lo más difícil. Depende de la sencillez, de hacer la frase simple, sin adornos, y que parezca algo natural. Lo paradójico es que muchos por esto también dejan de leer, se acercan a una obra literaria como a algo que no van a entender, que les va a costar tanto que no van a tener más remedio que admirar al autor.

Bueno, para algunos si no resulta raro, extraño lo que escriben, no sirve y esto se contagia como peste a los lectores. Esto también es una moda.

Sí, y no olvides que hablamos de que cuando escribo un libro es para siempre. Y un autor no necesita más público que ochenta, quizá doscientos lectores pero ya para siempre.

¿Y después de "La letra e", qué estás preparando como libro?

Preparo un relato largo y, mientras tanto, voy publicando por aqui y por allá. Ese es mi modo de trabajar. Publico un cuento por ahí, otro por allá...

Imaginé que escribías tus libros en bloque, de un tirón, con una propuesta de heterogeneidad textual. ¿Reescribís lo ya publicado o simplemente selecionás y recopilás?

Mira, son textos de muchos años y los voy reuniendo ya pensado cuál se va a juntar con cuál. No es como mucha gente cree una recopilación de artículos. Y no cualquier texto entra en un libro porque lo haya publicado antes. No, no se trata de una recopilación.

Salvando las distancias de género, Carlos Monsiváis también trabaja de ese modo y reescribe sus crónicas para llegar al libro. En los dos casos se trata de dos momentos de escritura y publicación.

Sí, con la única diferencia que él escribe crónicas.

¿Así armaste también tu último libro, que responde a las convenciones fragmentarias del diario personal?

"La letra e" es un diario, pero para poder hacerlo tuve que comprometerme con un periódico y entregar cada semana una parte de mi diario. Y así fue. Ya hacía discriminación de lo que iba a contar de mi diario y lo que iba a sacar en función del libro.

Los diarios son por excelencia una escritura íntima, guardada bajo llave. Pusiste en la letra tu intimidad.

Hay diarios y diarios. Pero sí, ahí está lo que es o no es publicable, los problemas del artista. Tanta gente ha publicado su diario, que se ha convertido en un género.

Como con las cartas, muchos escritores deben estar atentos al escribirlas porque pensarán que algún día sus lectores las leerán.

Sí, eso pasó mucho. Las cartas se corrigen como los libros.

Hablando de los diarios y las cartas, dos géneros muy privados, volvimos al lector. ¿Tenés en mente al escribir a un lector paticular? ¿Cómo te imaginas a tu lector?

No, no tengo una imagen clara de mi lector. Pero sí tengo mucho interés en el lector. Tengo interés en captarlo. Quiero decir, atraparlo. Yo amo mucho a las moscas, pero en esos momentos me considero una araña. Los lectores son como moscas que andan distraídas. A mí me gusta tomarlos en mi tela para comérmelos, o violarlos. Me preocupa que no se aburran, me preocupa que me atiendan, que si no me entienden algo yo pueda aclarárselos.

¿Por eso el humor, esa cuota de humor que tienen muchos de tus libros?

El humor es un modo de mirar la vida, no tiene remedio. Así eres o no eres. Un poquito de humor en literatura, supongo, es como un gotita de miel que le pones a tu trampa para que caiga el lector. Una vez que cayó, ya lo puedes fascinar, puedes hacer que comparta tus pensamientos. El lector sí es mi preocupación constante, sobre todo que no se vaya, que no se aburra. Tal vez por eso escribo tan breve, porque a las dos páginas me digo: "Este ya se me va a ir, ya se cansó". Eso era inconsciente y últimamente lo he hecho consciente. Gente como tu me ha comentado esto.

En la literatura latinoamericana no hay mucho humor. ¿Cuántos escritores podríamos nombrar que practiquen el humor? Creo que hay pocos.

Bueno, yo no siempre lo practico. Creo que hay un poco de mal entendido en eso. Es un ingrediente, no tiene una finalidad en sí. Creo que en parte no se puede vivir sin humor. Si no tienes humor, te amargas ¿no?

Eso es casi una tautología de Eduardo Torres.

Sí, los escritores tienen muy buen humor y cuando escriben creen que deben ser serios. En cambio, pensemos en Rabeláis, Shakespeare, Cervantes...

Eso lo observó también Cortázar, y decía que los escritores latinoamericanos a la hora de escribir, se ponían la corbata.

Ahí está, así es. Son como el doctor Jekyll y míster Hyde, el hombre y la bestia.

¿Cómo te relacionás con los jóvenes escritores? Lo que vos hacés les debe resultar muy tentador.

Me relaciono muy bien con ellos, me interesa mucho lo que hacen y a ellos les interesa lo que yo hago. Quizá sea porque como yo he sido profesor de literatura en la universidad, profesor de teoría literaria en talleres, los tuve durante muchos años en mis clases. Leo sus cosas, les recomiendo lecturas, les cuento mis experiencias. También les transmito miedo, procuro que dejen de ser escritores. Sí, tengo una muy buena relación con las nuevas generaciones. En México hay una gran ola de nuevos escritores. Se escribe mucha poesía, mucho cuento. No podría detallarte, darte nombres.

¿Hay más facilidades que cuando empezaste a publicar?

Sí, publican mucho. Allí hay bastantes posibilidades, muchas más que antes.

Tu carrera de escribir está atravesada por las consecuencias del boom, por la profesionalización del escritor.

Pero es que yo no creo en la profesionalización del escritor. Creo que es un concepto demasiado norteamericano. Los escritores norteamericanos en su ochenta por ciento adoptan la profesión de escritor con el fin de ganar dinero escribiendo. Lo toman como una profesión y América Latina no ha sido ni es así y espero que no lo vaya a ser nunca. Somos románticos, somos latinos.

Estás marcando otro lugar para el artista. Esto me recuerda algunas viejas discusiones en América Latina sobre este tema. Tu postura se asemeja un poco a la de José María Arguedas.

Es que sí escribes y eso te produce dinero, pues qué bueno ¿no? Yo no estoy con la pobreza del escritor, ni con la miseria. Pero la postura de escribir una novela para ganar dinero me parece nefasta. Pero, si esa novela que escribiste como artista te da dinero, bienvenido. Lo que tiene la realidad norteamericana es que adoptan esa profesión como la del médico, el ingeniero. Es por eso que ellos se prestan a pasar por una cantidad de estratos. Si quieres publicar una novela en los Estados Unidos, tienes que pasar por muchas manos. Te hacen quitar esto, y esto. Creo que nosotros los latinoamericanos somos de otro modo. Más románticos, así somos.