4 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (IX)

ESCRITO EN EL CREPUSCULO
Georg Liechtenberg
Alemania (1742-1799)

A: ¡Se ha puesto usted bastante gordo!
B: ¿Gordo?
A: Está dos veces más gordo que antes.
B: Es obra de la naturaleza cansada que no tiene ya fuerzas para hacer más que grasa; grasa que por otra parte se puede tajar sin ofender a la humanidad. La grasa no es alma ni es cuerpo, no es más que lo que la naturaleza cansada olvida, bien se trate de mí o de la hierba del cementerio.


FABULA EN MINIATURA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Los lobos, disfrazados de corderos, entraron en el redil y empezaron a murmurar al oído de las ovejas: "Hemos sabido, de muy buena fuente, que el perro es un lobo disfrazado".


EL DERECHO A RELEER
Daniel Pennac
Francia (1944)

Releer lo que me había rechazado antes, releer sin saltarse una línea, releer desde otro ángulo, releer para verificar, si... nos concedemos todos estos derechos. Pero releemos sobre todo gratuitamente, por el placer de la repetición, la alegría de los reencuentros, la puesta a prueba de la intimidad.
"Otra vez, otra vez" decía el niño que fuimos... Nuestras relecturas de adultos tienen que ver con ese deseo: encontrarnos con la permanencia y descubrirla todas las veces igualmente rica en nuevas maravillas.


EL LABERINTO DE LOS ANCIANOS
Javier Villafañe

Argentina (1909-1996)

Cerró los ojos y fue bajando entre raíces.
- Esto es la continuación de aquello -dijo el otro anciano que lo llevaba de la mano.
Las palabras se golpeaban unas contra otras. El y el que lo llevaba de la mano -una mano fría y la otra mano helada- no oían más que el eco. Iban bajando.
- Me acuerdo -dijo el que lo llevaba de la mano (tenía deseos de hablar, de comunicarse, de oírse)-. Una tarde, recuerdo... (Quería contar la mano helada.) ¿Me escucha?
Otra vez el eco. Las palabras golpeándose unas contra otras. Goteaban las paredes. Era una lluvia hueca. Se filtraba en las piedras.
- Mire abajo.
Y vio un largo corredor que continuaba. La mano de otro anciano lo estaba esperando. Debía seguir descendiendo.
- ¿Hasta cuándo? -preguntó.
- No sé. Esto es la continuación de aquello -respondió la otra mano.
Y siguieron bajando entre paredes cada vez más juntas.


LA MUJER Y LA GALLINA
León Tolstoi
Rusia (1828-1910)

Una gallina ponía un huevo diariamente. Su dueña pensó que si le daba el doble de alimento la gallina pondría el doble. Y así lo hizo.
La gallina fue engordando, pero al engordar dejó de poner huevos.


HORA SIN TIEMPO
Alvaro Menén Desleal
El Salvador (1931-2000)

Un pasajero a otro:
- Disculpe caballero, mi reloj se ha parado. ¿Qué hora tiene usted?
- Oh, lo siento; el mío se paró también.
- Por casualidad... ¿a las 8.17?
- Sí, a las 8.17.
- Entonces ocurrió, ciertamente.
- Sí. A esa hora.


UN CREYENTE
George Loring Frost
Inglaterra (1887-1939)

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:
- Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?
- Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?
- Yo sí -dijo el primero, y desapareció.


LA SUELA Y EL CIELO
Diego Golombek

Argentina (1964)

Llevo un insecto estampado en la suela de mi zapato. Se atravesó en mi camino, y lo sepultaron mis pasos. Vive aún: escucho sus latidos, sus aleteos. Piso toda la ciudad con mi insecto a cuestas, recorro las calles, entro en los mercados, camino por las azoteas y los zaguanes. A veces me parece que todo mi recorrido no es sino un largo mensaje. Tal vez pueda leerse mi escritura caminante, tal vez las nubes sean testigo de los periplos de mi insecto y yo. Tal vez desde lo alto pueda leerse: llevo una suela de zapato encima de mi cuerpo.


SOLA Y SU ALMA
Thomas Bailey Aldrich
Estados Unidos (1836-1907)

Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.


LA MANZANA Y LA LEY
Ana María Shua
Argentina (1951)

La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.