6 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (X)

ENEMIGOS
Rubén Tomasi
Argentina (1967)

- No puedes matarme -dijo el soldado.
- ¿Por qué no? -preguntó su enemigo.
- Porque tengo la protección de Dios.
- ¿Quién te dijo eso?
- El sacerdote que ofreció la misa; lo dijo antes de salir para el combate.
- Eso es mentira. El pastor dijo en la ceremonia que Dios estaba a mi lado.
Los soldados se miraron unos segundos desconcertados. Luego dispararon sus armas. Ambos murieron en nombre de Dios.


LA OBRA MAESTRA
Alvaro Yunque
Argentina (1890-1982)

El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
- ¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto; pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.


RECUERDO SIN IMPORTANCIA
Guillermo Ferreyro
Argentina (1971)

Cuando yo era chico, cazaba moscas con la mano y las encerraba en un frasco. Me entretenía viéndolas chocar desesperadas contra las paredes de vidrio. Una noche me despertó el vuelo rasante de un moscardón. Quise encender la luz pero no pude encontrar el interruptor. Miles de moscas me rodearon. Pensé que todo estaba perdido hasta que una de ellas logró abrir la tapa y pude escapar.


VENDETTA
Dámaso Murúa
México (1933)

El hombrón con su permanente rostro enfurecido, afilaba la navaja en el asentador. Dos o tres tragos de saliva había pasado ya por su garganta al indefenso hombre que permanecía de frente al techo blanco del salón. Buscaba los ojos del hombrón para esbozar una sonrisa, para ganarse su simpatía, sin lograrlo nunca. Sólo el ir y venir de la blanca navaja, en infatigable ascenso y descenso, con sordo ruido, interrumpía la casi detenida respiración de los dos. En el espacio, con la luz del crepúsculo, brillaron lastimosamente las perlas deslumbrantes del filo de la navaja. El hombrón se arrancó bruscamente algunos pelos gruesos de la nuca y probó, al aire, el maravilloso filo que el asentador había conseguido transmitir al acero. Otro trago de saliva trajo momentánea paz al hombre acostado. Intercambiaron dos o tres hoscas frases y el silencio los arropó de pies a cabeza empeñados en su común tarea. La navaja alisó la piel encima de la aorta, henchida de miedo; perlas de sudor sobre la frente denunciaban el temor filtrándose al ambiente, en volutas mágicas que se evaporaban en el aire seco del cotidiano y trágico salón blanco. En el radio empezó a escucharse la quinta sinfonía de Beethoven.
- De modo que no te acuerdas cuando me pegaste en la escuela.
- No me acuerdo, te lo juro.
- Estábamos en segundo año, acuérdate.
La navaja se deslizó diestra sobre la barbilla llena de jabón. El no contestó ya. Salió de la peluquería envejecido como cien años.


CUENTO DE HORROR
Juan José Arreola
México (1918-2001)

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones.


LA PARTIDA
Franz Kafka
Rep. Checa (1883-1924)

Di orden de ir a buscar mi caballo al establo. El criado no me comprendió. Fui yo mismo al establo, ensillé el caballo y monté. A lo lejos oí el sonido de una trompeta, le pregunté lo que aquello significaba. El no sabía nada, no había oído nada. En el portón me detuvo, para preguntarme:
- ¿Hacia dónde cabalga el señor?
- No lo sé -respondí-. Sólo quiero irme de aquí, solamente irme de aquí. Partir siempre, salir de aquí, solo así puedo alcanzar mi meta.
- ¿Conoces, pues, tu meta? -preguntó él.
- Sí -contesté yo-. Lo he dicho ya. Salir de aquí: ésa es mi meta.


EL SUEÑO DE BEOWULF
Mauricio Molina Delgado
Costa Rica (1967)

Es vana la ambición del cazador que harto de leones y bestias de segunda, busca hacer de su cuarto un bestiario medieval. Recoge libros de una selva hundida entre las sombras, cuelga en las paredes la cabeza de un dragón de Dinamarca, las alas de un ángel nocturno. Y en la pared desnuda, que espera su último trofeo, coloca el espejo.


PENA DE MUERTE
Estela Smania
Argentina (1950)

Cuando supo que había sido condenado a la pena capital, murió y resucitó en su celda una y mil veces. Ajustó cada detalle. Domesticó cada gesto. Corrigió contradicciones. Desbarató imposibles. Develó enigmas. Por eso, cuando llegó el momento verdadero, único y definitivo, hizo correr el pelotón de fusilamiento un poco a la derecha. Sólo trataba de ser fiel a sus sueños.


EL PANADERO
Raymond Carver
Estados Unidos (1939-1988)

Pancho Villa entró en el pueblo acompañado por cientos de jinetes, ordenó la ejecución del Alcalde en la plaza pública; luego requirió la presencia del Conde Vronsky y cenaron. Mientras comían, Pancho le presentó a su nueva novia y al marido, el panadero que usaba un delantal blanco. Pancho extrajo su pistola para que el Conde pudiera admirarla y quiso saber de su triste exilio en México. Hablaron de caballos y mujeres, cuestiones en las que ambos eran expertos. La chica reía y jugueteaba con los botones de madreperla de la camisa de Pancho, que al dar las doce se durmió con la cabeza apoyada en la mesa. El panadero se persignó nerviosamente y abandonó el salón descalzo, las botas en la mano, sin mirar al conde, sin mirar a la joven esposa. Este hombre anónimo, descalzo, humillado, que trata de salvar su vida, este hombre es el héroe de la historia.


EL BANCO
Claudio de Castro
Panamá (1957)

Desde hace un mes he visto, en el banco donde hago mis depósitos, unos frascos coloreados, adornados con listones rojos; llenos de golosinas. Hoy, por la tarde, sin preguntar a nadie, levanté la tapa de uno que estaba sobre el escritorio de una secretaria, al lado de la máquina de escribir.Inmediatamente cesó toda actividad en el banco. Los clientes y los empleados me voltearon a ver. Fijaron en mí sus miradas sórdidas. Sonreí torpemente y regresé la pastilla a su lugar. Al instante, volvieron a sus quehaceres.