24 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (XVIII)

MALETAS
Julia Otxoa
España (1953)

En mi caso hacer el equipaje es toda una batalla. Tengo pocas cosas pero mal definidas, hasta el punto que desconozco qué poseo en realidad, tan solo sé que algunas pertenencias son ligeras y ovaladas pero éstas a veces se alargan inesperadamente hasta romperse y vaciarse por completo. Otras en cambio son pesadas y con sólo pensar en ellas modifican su forma, estorban por todas partes, me tropiezo con ellas, tengo las piernas llenas de hematomas, algún día van a lograr que me caiga y me de un mal golpe. Hay incluso algunas cuya existencia es dudosa, a menudo ignoro si pertenecen al pasado, al presente o tan sólo al universo de mis sueños. Así que no es extraño que a la hora de hacer las maletas nunca sepa si voy a tardar mucho o poco, son tantas las conjeturas, las hipótesis... La sucesión de enigmas me rompe los nervios, me fatiga en extremo, me deja sin fuerzas para nada. Y claro, en esas circunstancias siempre acabo anulando mis viajes.


DIALOGO SOBRE UN DIALOGO
Jorge Luis Borges
Argentina (1899-1986)

A. -Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.
Z (burlón). -Pero sospecho que al final no se resolvieron.
A (ya en plena mística). -Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.



PASION
Julio Miranda
Cuba (1945)

El hombre, con los brazos abiertos delante de la puerta, le obstaculizaba el paso. Ella no pudo evitar una sonrisa, pese a todo.
- Pareces un Cristo.
- No te vas.
- Volveré en unos días.
- ¿Está aquí de nuevo, verdad?
- ¿Para qué lo preguntas?
- No te vayas.
- Déjame salir.
- ¿Esto va a durar toda la vida?
- No lo sé.
El hombre se apartó, cruzó junto a ella evitando rozarla, se sirvió un trago y se hundió en un sillón, derramándose encima la bebida, mientras la puerta se cerraba. Se levantó de inmediato, fue hasta la ventana: sólo entonces se dio cuenta de que llovía.
- Se va a mojar -dijo, en voz muy baja.



CANCION CUBANA
Guillermo Cabrera Infante
Cuba (1929-2005)

¡Ay, José, así no se puede!
¡Ay, José, así no sé!
¡Ay, José, así no!
¡Ay, José, así!
¡Ay, José!
¡Ay!


TERRITORIOS
Hipólito G. Navarro
España (1961)

Yo, de perro, la verdad es que no me ando con pamplinas. Nada de micción en tronco de árbol o señal de tráfico, nada de sólida esquina de edificio, nada de esos llamativos adoquines de los alcorques. Si hay que marcar un territorio, señalar un dominio, ¿qué porvenir tengo de perro meando en mi barrio y adyacentes?, ¿cuántos barrios puede cubrir la meada de un perro? Yo voy más allá, no me ando con chiquitas ni provincianismos. Me especializo en ruedas de vehículos (tapacubos, llantas y neumáticos), y de últimas no meo a tontas y a locas, así como así, no. Distingo ya perfectamente las matrículas, dosifico, me expando. Adoro esas matrículas de colores extranjeros, amarillas, azules, verdes...


LAS DOS RANAS
Dino Segre Pitigrilli
Italia (1893-1975)

Dos ranas que iban de paseo cayeron en un recipiente lleno de leche. Después de llevar a cabo algunas tentativas para salir, una de ellas dijo:
- Las paredes son demasiado lisas; tienen una inclinación de 45 grados; la fuerza de propulsión de mis patas forman un paralelogramo en el cual A más B, multiplicado por C... dividiendo luego el producto por el logaritmo de... Sin contar con que Arquímedes ha dicho: "Dos moi pu stó, kai kino ten ghen"' y no tenemos punto de apoyo en esta materia fluida...
Como su compañera no daba muestras de creer en sus palabras, sacó la regla de cálculo y realizó operaciones complicadísimas, que demostraban que toda tentativa de salir estaba matemáticamente destinada al fracaso. Después se metió en el bolsillo la regla de cálculo y, con la pasividad de un estoico, se dejó morir. La otra rana no escuchó sus explicaciones científicas y eruditas e hizo los movimientos más absurdos, más irracionales, violando todo lo que la matemática, la física y la mecánica han establecido. A fuerza de realizar toda suerte de movimientos desordenados, la leche se condensó bajo sus patas, y el animal se encontró apoyado sobre una pella de manteca, desde la cual le fue fácil dar un salto. La primera rana era una rana macho, la segunda, una rana hembra.



EL ABECEDARIO
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

El primer día de enero se despertó al alba y ese hecho fortuito determinó que resolviera ser metódico en su vida. En adelante actuaría con todas las reglas del arte. Se ajustaría a todos los códigos. Respetaría, sobre todo, el viejo y buen abecedario que, al fin y al cabo, es la base del entendimiento humano. Para cumplir con este plan empezó como es natural por la letra A. Por lo tanto la primera semana amó a Ana; almorzó albóndigas, arroz con azafrán, asado a la árabe y ananás. Adquirió anís, aguardiente y hasta un poco de alcohol. Solamente anduvo en auto, asistió asiduamente al cine Arizona, leyó la novela Amalia, exclamó ¡ahijuna! y también ¡aleluya! y ¡albricias! Ascendió a un árbol, adquirió un antifaz para asaltar un almacén y amaestró una alondra. Todo iba a pedir de boca. Y de vocabulario. Siempre respetuoso del orden de las letras la segunda semana birló una bicicleta, besó a Beatriz, bebió Borgoña. La tercera cazó cocodrilos, corrió carreras, cortejó a Clara y cerró una cuenta. La cuarta semana se declaró a Desirée, dirigió un diario, dibujó diagramas. La quinta semana engulló empanadas y enfermó del estómago. Cumplía una experiencia esencial que habría aportado mucho a la humanidad de no ser por el accidente que le impidió llegar a la Z. La decimotercera semana, sin tenerlo previsto, murió de meningitis.


ATADURAS
Eduardo Gotthelf
Argentina (1945)

El héroe entró al laberinto con el hilo atado a la cintura. Poco a poco el ovillo, en manos de Ariadna, se fue achicando, hasta que se agotó. El hilo se puso tenso. Si lo soltaba, perdería a Teseo para siempre. Sin vacilar, lo siguió. Recién cuando estuvo en la parte más oscura, el hilo se detuvo. Oyó los ecos de una lucha lejana. Luego notó que el hilo aflojaba: él estaba regresando. Ovilló rápidamente, hasta que pudieron abrazarse en la oscuridad. Atados y perdidos en el interior del laberinto, no tienen más remedio que seguir juntos, hasta que la muerte los separe.


EL POZO
Raúl Brasca
Argentina (1948)

Hacía tres minutos que cavaba en la arena cuando el pozo le tragó la palita. Desconcertado, el chico miró a la madre. La mujer lo vio hundirse, corrió, alcanzó a tomarle las manos aterrada, y se hundió con él. Los otros bañistas aún no habían reaccionado y el pozo ya devoraba una sombrilla. Se miraron con estupor, vieron que ellos mismos convergían hacia allí, y por un instinto soterrado desde siempre que se acababa de revelar, intuyeron que no podían salvarse. Era tan natural como el ocaso: el mundo se revertía. Muchos trataron de huir, despacio, con la misma aprensión sin esperanza de los animales que buscan esconderse de la tormenta. Pero la arena se deslizaba más rápido y todos terminaron cayendo mansamente. A su turno, se derrumbaron en el pozo casas, ciudades, montañas. Del mismo modo que la mano invisible da vuelta la manga de una camisa, una fuerza poderosa arrastraba hacia dentro la piel del mundo poniéndolo del revés. Y cuando los últimos retazos desflecados de mares y tierras fueron engullidos, el pozo se consumió a sí mismo. No dejó siquiera un hueco fugaz en el espacio, tan sólo quedó el vacío, homogéneo y silencioso, la inapelable evidencia de que el mundo había sido el revés de la nada.


COSAS QUE PASAN
Raúl Cañete Juárez
Chile (1945)

Al leer en aquel letrero "Peluquería", me alegré de ver este negocio en mi barrio, y tan cerca de mi casa. Sin pensarlo dos veces ingresé al local. La chica que atendía se sorprendió al verme.
- ¡No me corresponde! -aclaró-, pero si usted insiste…
Tomé asiento, y ella giró a mi alrededor con sus tijeras y sus pechos bailando sobre mi nariz y mis ojos. Mientras mi sangre se agitaba, pensé que quedaría ñato o bizco. Cuando ella concluyó su trabajo y salí del local, pude ver mejor la letra chica del aviso, que señalaba en su parte inferior "Clínica Veterinaria". No he pasado a ese salón canino nuevamente. Pero, cuando circulo por su vereda, ladro por las ganas de volver a entrar.