30 de septiembre de 2008

Zygmunt Bauman: "El socialismo es un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad"

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925) se ha convertido en los últimos años en un protagonista insoslayable del debate sociológico actual, tras sus trabajos dedicados al estudio de la sociedad, las posibilidades de la política, los cambios de la modernidad y, especialmente, la globalización y sus efectos sobre la vida de la gente. Fue durante los '50 profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de Varsovia y en 1971 se trasladó a Gran Bretaña donde ejerció como profesor emérito de Sociología en la Universidad de Leeds. Entre sus obras más difundidas figuran "Outline of the marxist theory of society" (Esquema de la teoría marxista de la sociedad), "Globalization. The human consequences" (La globalización. Consecuencias humanas), "Liquid modernity" (Modernidad líquida), "Postmodernity and its discontents" (La postmodernidad y sus descontentos), "The individualized society" (La sociedad individualizada), "Postmodern ethics" (Etica posmoderna), "Liquid love. On the frailty of human bonds" (Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos) y "Wasted lives. Modernity and its outcasts" (Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias). "In search of politics" (En busca de la política) es quizás el título que más ha impresionado. Bauman se dedica allí a estudiar la sociedad, pero no con distante frialdad ni en forma aséptica. Los sufrimientos de los hombres, sus humillaciones se encuentran en el meollo de su reflexión y de su participación. Serena Zoli, periodista del "Corriere della Sera" lo entrevistó en Milan durante su participación en un congreso sobre la sociedad planetaria. La nota fue reproducida por el diario "La Nación" de Buenos Aires el 4 de mayo de 2003. Su sueño era estudiar física, pero finalmente se dedicó a la sociología...

Sí. En 1939, debido a la invasión de Polonia, mi familia huyó a la Unión Soviética. Allí me enrolé en un cuerpo de voluntarios polacos para luchar contra los nazis. Finalmente, cuando regresé a Varsovia, frente a la destrucción de mi tierra, elegí la sociología convencido de que podía cambiar al mundo.

¿Quiénes son sus maestros?

Camus, Gramsci, Calvino, Borges...

¿Albert Camus?

Me enseñó la rebelión. Y la sensibilidad por la justicia, que es la prevención del sufrimiento de la gente. Escuche esta frase de Camus: "Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa quisiera no ser nunca infiel ni a los segundos ni a la primera".

¿Ese es su credo?

Espero que lo sea. No sé si he podido evitar todas las trampas.

¿Antonio Gramsci?

Le estoy muy agradecido. Me ha permitido despedirme honorablemente de la ortodoxia marxista. Sin avergonzarme por haberla abrazado y sin odiarla como tantos ex.

¿En qué forma Gramsci le resultó revelador?

Rechaza el determinismo por el cual, en el marxismo oficial, los hombres son sólo piezas, peones de la historia. La suya es una visión flexible de los hombres: la historia nos crea y, a la vez, somos artífices de la historia. Esto se puede ver también en Borges: la historia es un libro que escribimos y al mismo tiempo nos está escribiendo.

¿Italo Calvino?

Es el más grande filósofo de los narradores y el más grande narrador de los filósofos. "Le città invisibili" (Las ciudades invisibles) es el mejor texto de sociología que se haya escrito jamás. Aprendí más con este librito que con muchos volúmenes. Cada "ciudad" trata un argumento sociológico y en dos páginas desarrolla un análisis de lo más agudo. Por ejemplo, en Leonia, la fortuna y la felicidad se miden sobre la base de la cantidad de cosas que se desechan sin mortificación. Es el modelo actual: la vida es feliz si consiste en una perpetuidad de nuevos comienzos. Desde que el mundo es mundo la perdurabilidad siempre fue un valor, mientras que hoy, por primera vez, son valores la transitoriedad, el rápido descarte, la no conservación, porque lo que se conserva puede ocupar el lugar de cosas siempre "nuevas y mejores". ¿Adonde iremos a parar? Ni Calvino ni yo lo sabemos.

Usted lo llama "desechos" en "Modernidad líquida", como ha bautizado al tiempo actual en el cual nada está fijo ni garantizado, todo es mutable.

Sí. Y donde la historia no tiene rumbos y la biografía no tiene proyectos. Cada vez hay más desechos humanos. Ciertas profesiones, ciertas especializaciones, ciertas capacidades son cada vez menos valoradas. Ya la primera modernidad creó un orden artificial en el cual muchos no tenían inserción. No aptos. Hace más de un siglo, para estos problemas locales había soluciones globales: los "desechos" emigraban a América, a Canadá, a Australia. Y además, junto con la emigración estaban la colonización, el imperialismo... Actualmente, por el contrario, buscamos desesperadamente soluciones locales a problemas globales. Las migraciones son hoy la mayor apuesta en juego, pero no son unidireccionales, van en todas direcciones. Es un problema global, pero nosotros buscamos soluciones locales, del tipo "cerremos las fronteras". Pero no funciona.

¿Qué hacer?

No lo sé, las soluciones tendrán que encontrarlas quienes hoy tienen entre veinte y treinta años. Se ha producido un divorcio entre poder y política. Antes coincidían en el territorio del estado-nación. Pero hoy el poder es extraterritorial y no hay una política de esa amplitud. La gran cuestión al respecto es la de un nuevo matrimonio. Y cuidado: no confundir política internacional con política global. La primera es una suma de nacionalidades, una de ellas dice sí a un acuerdo, otra dice no y se paraliza todo. Aparecerán nuevas formas.

También dice usted que el problema moral pasó a ser global.

Se dice que el Holocausto concierne a tres categorías de personas: las víctimas, los asesinos y los presentes o espectadores. Y bien, hoy, por medio de la televisión, todos somos espectadores, todos conscientes de los sufrimientos de los otros, hasta en las más alejadas partes del mundo. Antes, enterarse de una terrible penuria en Africa por medio de los diarios era distinto. La televisión cambia todo. Ahora ves, sabes. Entonces te concierne. Es la globalización de la responsabilidad. Sobre todo en la economía global todos somos interdependientes, lo que hace alguien en Singapur tiene su impacto también en mí y viceversa, por más que yo no sepa cuáles son las conexiones intermedias, a lo que se agrega la vulnerabilidad recíproca asegurada. Por primera vez en la historia el imperativo moral y el instinto de supervivencia marchan en la misma dirección. Durante milenios, para ser fiel a la moral debías sacrificar algo de tu interés. Actualmente los objetivos coinciden: o cuidamos la dignidad de todos en el planeta o moriremos todos juntos. Y atención, no basta con proveer a todos de comida y agua: muchas iniquidades tolerables ayer, hoy ya no lo son más; la modernidad ha llegado, es conocida en tres cuartas partes del mundo, entonces muchas injusticias antes consideradas como "inevitables" actualmente se consideran "inaceptables". Muchos conflictos actuales no se han originado por la comida sino por la dignidad ofendida.

¿Hay, sin embargo, algo "sólido" y "viejo" como brújula o como instrumento?

El socialismo. Se necesitan más socialistas desde que cayó el muro de Berlín. Antes el comunismo le pisaba los talones al capitalismo produciendo un mecanismo de control y equilibrio que salvó al mismo capitalismo del abismo. Ahora el socialismo es indispensable: no lo considero un modelo de sociedad alternativo sino un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad, una voz de la conciencia cuya finalidad es debilitar la presunción y la autoadoración de los dominantes.

Pero en su libro usted se declara también liberal...

La seguridad de los medios de subsistencia y la libertad son complementarias. El socialismo, como el ave fénix, renace del cúmulo de cenizas dejadas por los sueños quemados y por las esperanzas carbonizadas de los hombres. Y siempre resurgirá. Si es así, espero morir socialista.

Tzvetan Todorov: "Mayo del '68 fue políticamente un final y socialmente un comienzo"

El búlgaro Tzvetan Todorov (1939) es un prestigioso historiador, teórico y crítico literario, autor de "Théorie de la littérature, textes des formalistes russes" (Teoría de la literatura, textos de los formalistas rusos), "Introduction á la littérature fantastique" (Introducción a la literatura fantástica), "La notion de littérature et autres essais" (La noción de literatura y otros ensayos) y "La littérature en péril" (La literatura en peligro) entre muchísimos otros. En septiembre de 2003, tras la aparición de "Le nouveau désordre mondial" (El nuevo desorden mundial), fue entrevistado por la periodista belga Catherine Portevin, quien iba a utilizar el material para la realización de su libro "Devoirs et délices" (Deberes y delicias). En los fragmentos que siguen, Todorov habla con algún resentimiento de sus primeros tiempos en la capital francesa tras la salida de su país natal, de los sucesos de Mayo del '68 y hasta -si se quiere, con cierta ingenuidad- de sus días en Estados Unidos como profesor en la Universidad de Yale.Usted llegó a París en 1963, mientras continuaba la guerra fría. El Partido Comunista y sobre todo la ideología comunista, el marxismo-leninismo, eran muy influyentes, tanto fuera como en el interior de la sociedad francesa, en particular en los medios estudiantiles. ¿Qué opinión le merecían los compromisos políticos de sus amigos?

Fue en el otoño de 1963, con el comienzo del año universitario, cuando realmente trabé conocimiento con los estudiantes y los jóvenes investigadores franceses, quienes, efectivamente, participaban con frecuencia del sueño comunista, aunque eso no diera lugar a ninguna acción concreta. Algunos incluso militaban en la UEC, la Unión de Estudiantes Comunistas. Eran personas simpáticas, abiertas, generosas con el extranjero que era yo. Sin embargo, se identificaban con un proyecto político cuyos males yo conocía y por el cual sentía muy poca simpatía. Yo venía de un país que había transformado el sueño de ellos en realidad, pero yo vivía como una liberación el haber salido de allí. Los entusiasmos o las ensoñaciones de esos jóvenes franceses me parecían cuando menos inconsistentes. En principio, porque aspiraban a un régimen que suprime las libertades individuales, que erige a la mentira y a la hipocresía en reglas de conducta, que lleva a la catástrofe económica. Pero también porque esas personas que profesaban ideas revolucionarias y militaban por la dictadura del proletariado vivían en su mayoría como pequeños burgueses, como burgueses bohemios. La adecuación entre decir y hacer, ideas y actos, valores y vida era un tema que no parecía importar a mis amigos, mientras que para mí era cada vez más crucial. Fue ésa la actitud que decidí exigir a los otros... y, más lentamente, a mí mismo.

¿Les reprochaba usted su incoherencia?

Oh, no. Las conversaciones políticas me aburrían terriblemente y lo menos que puedo decir es que en esa época rehuía cualquier polémica al respecto, a tal punto que muy pronto renuncié a querer cambiar a las personas con las que me encontraba para convencerlos de mi ideal.

¿Qué esperaban ellos de usted, dado que había salido de un país del Este?

Probablemente me percibirían como una confirmación de sus ensoñaciones políticas; la bienvenida que me brindaban se dirigía en principio a un representante del mundo "socialista". Pero yo les devolvía -aunque con moderación- una imagen bastante negativa de lo que existía allí.

¿Su anticomunismo no molestaba a sus otros amigos, ni a usted el estalinismo de ellos?

Es que en esa época yo no era anticomunista, era antipolítico: era más que apolítico, rechazaba furiosamente la política. Cuando la conversación giraba sobre el comunismo, me las arreglaba para cambiar de tema. Y me conformaba con reírme sarcásticamente de esos franceses ingenuos e irresponsables cuando hablaba con amigos que provenían de países del Este, polacos, rumanos o húngaros.

¿No era eso seguir viviendo en el estado de espíritu de sus años búlgaros? ¿Cómo se pierden esos hábitos adquiridos durante más de veinte años de formación bajo el totalitarismo, esa tendencia al doble pensamiento, esa forma de prudencia, ese sentido del disimulo o del secreto, ese modo de conformarse con pequeñas libertades interiores, dado que uno no disfruta de grandes libertades públicas?

Uno no se transforma de la noche a la mañana: la conciencia está retrasada respecto de la existencia, como habrían dicho mis profesores búlgaros de marxismo. El efecto más claro del totalitarismo sobre mí fue el siguiente: durante años estuve convencido de que todos los hombres políticos eran demagogos e hipócritas, que toda palabra pública era forzosamente una mentira. Los diarios, también. Me convertí después en un ávido consumidor de prensa cotidiana, pero durante los diez primeros años de mi vida en Francia, o más, no leía ni siquiera el diario. Tenía la sensación de que perdía el tiempo interesándome por un mundo sobre el cual no tenía el menor control, donde las posiciones de unos y otros eran la máscara que escondía sus verdaderos intereses, y no la expresión de una convicción, menos aún de verdades eternas. Al hacer esto, sin dudas perpetuaba inconscientemente las reglas de conducta que había observado a mi alrededor en Bulgaria: es el totalitarismo el que nos condena a ese vaivén frustrante entre la retórica vacía de los discursos públicos y la avidez cínica de los deseos privados.

¿Se libera uno alguna vez del pasado?

Seguramente mis años búlgaros siguen pesando en mis conductas actuales. En una reseña de mi último libro, un critico me reprochó mi "anticonformismo aplicado". No creo ser un anticonformista sistemático, pero es verdad que no me privo de decir lo que pienso en cualquier circunstancia. Tengo la sensación de que, de otra manera, traicionaría las convicciones adquiridas a lo largo de mi existencia búlgara: se nos exigía entonces un conformismo aplicado. Otro efecto retardado de mis años búlgaros ha sido la supervivencia del miedo. Aquello ha pasado, pero sospecho que mi tendencia a huir de los conflictos también es herencia de esos años donde los desacuerdos de opinión podían tener consecuencias policiales.

Pero usted debía hervir interiormente al escuchar los discursos de sus amigos estudiantes franceses.

Los discursos comunistas o paracomunistas, radicales o revolucionarios, que no eran mal vistos en esa época, me producían rechazo, pero no estaba obligado a escucharlos -gran diferencia con respecto a Bulgaria-. Hay que decir también que los comunistas, tomados individualmente, podían adquirir un perfil que me parecía interesante. Por ejemplo, Pierre Daix, redactor en jefe de "Lettres francaises", dirigida por Aragón, manifestó un vivo interés por los formalistas rusos, y en consecuencia por mis traducciones. Pero la mayoría de los formalistas habían sido reprimidos en la Unión Soviética, incluso puede ser que alguno de sus principales autores haya sido asesinado. No conocía en ese momento los tristes altercados de Daix con David Rousset en 1949/1950. Rousset había dirigido un llamado a los antiguos deportados de los campos alemanes para que denunciaran otros campos aún en actividad y en particular los campos soviéticos. Daix, que había sido deportado al campo de Mauthausen, había tratado a Rousset de mentiroso y agente del imperialismo, a consecuencia de lo cual Rousset inició un juicio de difamación contra "Lettres francaises", que finalmente ganó. Daix dirigía un diario que en ciertos aspectos era claramente estalinista, pero que, al mismo tiempo, consagraba numerosas páginas a la cultura, a la literatura, algo que yo no podía dejar de valorar. En consecuencia, Daix acogió calurosamente esa recopilación de los formalistas rusos, organizó una mesa redonda en su diario cuya transcripción fue publicada enseguida. Más allá de esos personajes ligados directamente al PC, en Francia todo el debate intelectual y político estaba marcado, incluso estructurado, por el marxismo. El ideal comunista había recibido un formidable impulso en 1945, gracias a la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi, que le dio al ganador un carnet de respetabilidad. La existencia de la coalición antifascista legitimó la inclusión de países comunistas y países democráticos en una entidad común, de la que se convirtieron en la versión radicalizada y la versión moderada respectivamente. Pero los intelectuales, es bien sabido, siempre han preferido la audacia de la radicalidad a la prudencia de la moderación. La preparación de la revolución daba un sentido a las vidas que carecían de él, y representaba una esperanza para los pueblos del mundo entero. Pero, para mí, los treinta años dorados de la economía francesa (1945/1975) se me han presentado siempre como treinta años desastrosos para el pensamiento político. Ideológicamente, son años de estancamiento, de cerrazón intelectual, donde todo discurso era juzgado con el rasero de la opinión marxista-leninista. Esa ideología sumaria dominaba al mundo intelectual y ejercía un verdadero poder de veto, marginando todas las otras voces. Sin embargo, esas voces no faltaban, ya fuera Raymond Aron, que predicaba en el desierto, o Albert Camus, censurado por Sartre... o Romain Gary, al que nadie tomaba en serio, relegándolo al renglón de los autores comerciales, mientras que no sólo era un novelista considerable, sino también un pensador cuya sabiduría política y humana superaba a la de la mayoría de sus contemporáneos.

Y luego llegó Mayo del '68: allí usted ya no pudo ignorar la vida política.

Sí y no. En 1967 y 1968 no estuve en Francia. Se me propuso un cargo para enseñar en la Universidad de Yale, en los Estados Unidos, dentro del departamento de literatura francesa, que acepté con entusiasmo, ya que podía descansar un año desde mi ingreso al Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Fue una experiencia vivificante para mí, diría incluso feliz. Por primera vez recibía un salario que me parecía maravilloso, aun cuando estaba en lo más bajo de la escala, me compré mi primer auto, aun cuando no tenía registro. ¡Disfrutaba de la libertad! En cuanto a la vida política, el debate al que asistía allí me parecía más concreto y mucho más justificado que las divagaciones revolucionarias de mis amigos franceses. En Francia, los jóvenes de izquierda se dejaban arrastrar por un sueño, encarnado por la Unión Soviética, luego por Cuba o China. En cambio, en los Estados Unidos, se acababa de salir del debate político sobre los derechos civiles: el reconocimiento de los derechos de los negros en el Sur. Los problemas raciales eran una realidad muy presente. La efervescencia política e intelectual que los acompañaba correspondía a necesidades reales, no era un combate lejano vivido por procuración. En Yale en particular, bajo la influencia del capellán local, Bill Coffin, un personaje carismático, el compromiso a favor de los derechos civiles de los negros era fuerte. Muchos de mis colegas de la universidad participaban activamente en el movimiento. Una nueva controversia surgió tras la lucha por los derechos civiles. En efecto, en el momento de mi llegada a los Estados Unidos, la guerra de Vietnam estaba en su apogeo, al igual que la oposición interna. Frecuentemente, eran los mismos militantes que luchaban por los derechos civiles los que se enfrentaban ahora a la guerra. En el campus, la mayoría de los estudiantes era antimilitarista, con argumentos fáciles de imaginar. De todos modos, los partidarios de la "Victory in Vietnam" -por lo tanto, de que los Estados Unidos participaran en la guerra- formaban también un grupo importante. Algunos profesores, originarios como yo de los países del Este, intervenían en las reuniones -de manera valiente, debo decir, pues era frente a un público hostil- denunciando la invasión comunista desencadenada sobre Vietnam del Sur, explicando a esos estudiantes bien intencionados que había que tener el coraje de enfrentar al mal, y que defender la democracia en todas partes del mundo era un deber insoslayable.

Entonces, en mayo de 1968, usted estaba lejos de Francia. ¿No vio nada de los acontecimientos?

Estrictamente hablando no, porque regresé a París el 31 de ese mes. A principios de mayo me enteré por la prensa norteamericana de que los estudiantes de París habían ocupado la Sorbona, de que habían instalado barricadas en el Quartier Latín. Aun cuando el temperamento revolucionario no es mi rasgo de carácter más saliente, la idea de ver eso me excitaba: los acontecimientos históricos no ocurren todos los días, me decía. Deseaba volver rápidamente. No era simple, no sólo Air France estaba en huelga, sino que los aeropuertos de París se hallaban bloqueados y todos los vuelos suspendidos. Luego la TWA obtuvo el derecho de restablecer el vínculo y tomé el primer vuelo, que aterrizó en el aeropuerto militar de Brétigny-sur-Orge.

¿Qué impresiones guarda usted, retrospectivamente, de Mayo del '68 y del papel que jugaron esos acontecimientos en Francia?

En general, diría que Mayo del '68 fue políticamente un final y socialmente un comienzo. Lúc Ferry y Alain Renault analizan bien, en "La Pense '68" (El pensamiento del '68), la conjunción paradojal de su antiindividualismo programático y de un extraordinario impulso individualista. Una combinación barroca y por momentos excéntrica de deseos liberales y fidelidad a un dogma; Cohn Bendit fue emblemático en este sentido. Pero para mí, en aquel momento, las dos facetas aparecían diferenciadas. Por una parte, se armaba un movimiento de liberación en el plano social. Hay que decir que la sociedad francesa había evolucionado profundamente pero preservando las viejas formas, que parecían cada vez más y más anacrónicas. La economía floreciente, la generalización de la educación, la liberación sexual con la pildora hacían cada vez más insostenible esa sociedad jerárquica, encerrada en sí misma, surgida de la Tercera República. Mayo del '68 constituyó una ruptura en el orden establecido, un viento fresco de primavera sopló en las calles: todos se tuteaban, se miraban a los ojos, se ayudaban. En la universidad, de donde surgió todo, eran llevados al patíbulo los cursos magistrales, se cuestionaba el poder mandarínico, se creaban nuevas relaciones sociales. Fue por eso que Mayo del '68 fue tan grato de vivir. Pero al mismo tiempo, en el plano político, Mayo del '68 fue un movimiento de sumisión y no de liberación. Los ideales políticos de los trotskistas o de los comunistas ortodoxos, únicas opiniones políticas que se podían escuchar entre los estudiantes, me volvían profundamente escéptico, pues estaba familiarizado con las realidades que esas palabras encubrían. La violencia, verbal al menos, de la que daban prueba estos jóvenes era extrema. En teoría al menos, estaban firmemente decididos a exterminar a la "canalla burguesa". Por suerte, las palabras no alcanzan para matar. Aron cuenta en sus "Mémoires" (Memorias) que Alexandre Kojéve, ese filósofo un poco secreto, hegeliano radical y alto funcionario del Estado francés, defensor sutil de la tiranía, le planteaba esta pregunta mientras se desarrollaban los acontecimientos de Mayo: "¿Cuántos muertos?". "Ninguno", respondió Aron. "Entonces en Mayo del '68 no pasó nada en Francia". Esta posición tan olímpica me parece excesiva. Pasó algo: una mutación social. Pero en el plano político, es cierto, no ocurrió gran cosa. Esto se debe, sin dudas, a que entre los agitadores no se hallaba ningún Lenin capaz, junto a un pequeño grupo, de apoderarse del poder. Lenin era tan minoritario en Rusia en 1917 como los maoístas en Francia en 1968. Hay que decir también que, felizmente, ya había pasado el momento para el advenimiento de la revolución comunista. En 1968 culminó todo un cepo ideológico, antes de empezar a desplomarse lentamente. Políticamente, Mayo del '68 no fue un movimiento de vanguardia, sino más bien de retaguardia, un último coletazo que retrasó apenas el desmoronamiento del ideal comunista -que, en verdad, saltó en pedazos algunos años más tarde, a mediados de los setenta- para preparar a su manera el reinado actual del pensamiento liberal.

Antonio Skármeta: "El hecho de que un libro sea 'best-seller' es una imprevisible contingencia posterior a su escritura"

A pocos días de haber ganado en España el Premio Planeta con su novela "El baile de la victoria", el popular novelista chileno Antonio Skármeta (1940) mantuvo la conversación que sigue con el periodista Oscar Contardo del diario "El Mercurio", en la que opinó tanto de la novela ganadora como de sus programas de televisión, la literatura de masas y la industria cultural. Profundo admirador de la obra de los narradores chilenos Augusto d'Halmar (1882-1950), Manuel Rojas (1896-1973), José Santos González Vera (1897-1970), Carlos Droguett (1912-1996) y Carlos León (1916-1988), Skármeta lamentó la escasa difusión que estos autores tuvieron. Una suerte que no fue la suya, ya que su libro "Ardiente paciencia" -más tarde llamado "El cartero de Neruda"- por ejemplo, fue traducido a más de veinte lenguas. La entrevista apareció en el diario "La Nación" de Buenos Aires en su edición del 23 de noviembre de 2003.Habló usted de la admiración que siente por grandes escritores que, sin embargo, tuvieron poca difusión...

El dolor que me produce Chile es que hay escritores grandiosos que no vivieron la época de la industrialización, de la distribución de la literatura y quedaron opacados y encerrados en su propio territorio. Pensar que Antonio Acevedo Hernández, el autor de "Chañarcillo" murió en la miseria. ¡Qué épica, Dios mío!

¿Nunca se le pasó por la mente ser un ejemplo más de escritor local de reconocimiento tardío?

No. No podría serlo por varias razones. Tengo un temperamento voluntarioso, una energía lo suficientemente grande para insistir en el camino me llueve o me truene. Sé lo que quiero, sé qué literatura amo y la que no me interesa. Sé dónde voy y sé que para estar conectado en el mundo debo pertenecer profundamente a la cultura en la cual he nacido. Y yo me siento totalmente ligado a la historia de este país.

Eso suena paradójico, porque en su obra el tema del inmigrante y la precariedad es un asunto recurrente...

Cuando tomo al inmigrante europeo pobre que llegó a Chile, en "La boda del poeta" y en "La chica del trombón", estoy eligiendo figuras extremadamente dramáticas, que han perdido un territorio y no han conquistado otro; por lo tanto, su sensibilidad y su disponibilidad son intensamente mayores que las de las personas que tienen cuadriculada su existencia. Estoy hablando de seres que tienen que hacerse en la precariedad más absoluta y estos antihéroes tienen que crear una épica de antihéroes. Eso es mi trilogía.

"La boda del poeta" y "La chica del trombón" son parte de una trilogía publicada por Ediciones Arete a la que le falta la tercera parte. ¿Por qué "El baile de la victoria" aparece antes que la tercera parte de la trilogía?

Lo que sucede es que escribí la primera versión de la última novela de la trilogía antes de asumir la embajada de Chile en Alemania en mayo de 2000. En ese entonces tenía una primera versión. Pensaba pulirla durante mi tiempo en la embajada y entregar una segunda versión corregida a la editorial oportunamente para que la editaran en 2001. Pero el trabajo diplomático no me permitió seguir el plan. Después vinieron los atentados a las Torres Gemelas y el cambio que esto significó para la imagen y la situación de Nueva York. De ser una metrópoli icono de la ciudad imbatible y sueño de los inmigrantes, aparecía ahora como una ciudad atacada y deteriorada. Esto me pareció de sumo interés, ya que yo tenía un texto que recorría una Nueva York pre destrucción de las torres. La idea que surgió con esto fue someter a esta nueva situación a los personajes de la novela. Me propuse entonces ir a Nueva York y estuve el tiempo suficiente como para escribir el cuento "La azafata" que se publicó en un suplemento especial del diario "La Repubblica" de Italia. Mi intención es terminar la versión definitiva de la novela tras una estadía que necesito en Nueva York. Después de esto entregaré la versión a mis editores.

¿La reformulación es algo usual en su trabajo?

Así lo he hecho siempre. Trabajo dos grandes versiones, una muy amplia, muy emocional, muy libre y anti intelectual. Dejo pasar un tiempo y trabajo otra versión que es la novela de la técnica literaria. La idea es que lo que concebí primero pase fluidamente a través de la técnica literaria al espectador. Eso sucedió con "La boda del poeta" y con "La chica del trombón", y es lo mismo que va a suceder con la tercera novela.

¿En qué momento comenzó a escribir "El baile de la victoria"?

Desde que empecé a escribir creé un mundo de personajes propios, con temas y motivos que aparecen y reaparecen en mis novelas. Cuando comencé a trabajar en "El baile de la victoria" lo hice porque quería escribir una novela que sucediera en el Chile de hoy "La boda..." transcurría en Europa y "La chica del trombón" en Chile entre 1944 y 1970; por lo tanto, mi galería de personajes no había sido sometida al Chile actual. Esta nueva novela significaba mi retorno al país coetáneo, al mismo tiempo que era mi regreso después de haber estado tres años afuera, trabajando como embajador en Berlín.

¿Qué hace a una novela apropiada para que ser presentada al Planeta?

No lo sé. He participado en concursos cuando era niño. Antes de publicar "El entusiasmo", también participé y gané alguno, y en 1969 obtuve el Casa de las Américas con "Desnudos en el tejado". Los otros premios que he recibido son otorgados a obras publicadas, pero son reconocimientos a los que yo no me postulé. Puede ser que las editoriales presentaran, sin mi iniciativa, mis libros a esos premios.

La prensa española recalcaba que "El baile de la victoria" transcurría bajo el gobierno de Pinochet, pero usted me dice que está situada en la actualidad.

Sí, es sorprendente todo lo que sucedió con la prensa española. El problema es que tuve que conceder cerca de ciento veintitrés entrevistas en las que hablaba de una novela que todavía no había salido. Como nadie había leído la novela, las fuentes eran los miembros del jurado o yo mismo. Lo que salió son interpretaciones de lo que los jurados o yo decíamos. Entonces algunas notas aseguraban que la novela transcurría durante la dictadura de Pinochet, pero no es así, transcurre en la actualidad. Lo que sucede es que hay un personaje que está en una situación desmedrada en la vida por la experiencia que sufrió su familia en esa época.

¿Existe a su juicio una categoría de literatura de masas que tiene más que ver con la industria cultural que con la experimentación o con la creatividad artística?

Es muy difícil hablar en general de eso. Hay una literatura muy exquisita, sofisticada, que requiere de una complicidad activa del lector y que se ha transformado en éxito de ventas. Hay un prejuicio bastante extendido y mecánico según el cual el escritor que vende libros es un escritor que debería estar en una categoría inferior en la escala de los genios. El escritor que vende menos libros es un escritor reconocido por un grupo académico de pares que se sienten habilitados para entender la obra de ese escritor y que reprocha a la cruel sociedad que sus libros no sean percibidos. En la sociedad hay cierto prestigio del escritor maldito que no transa y que aspira en el mejor de los casos al soliloquio, el refugio de la mujer amada y el texto disidente. Un artista escribe su obra desde lo más profundo de sus sentimientos, excita su imaginación para arrancarle luces novedosas y emplea su técnica para hacerla comunicable. Ahora, si el postulado implícito es que Gabriel García Márquez es un mero fabricante de chimuchina para consumo barato, entonces confieso que ya no sé con qué otros juicios argumentar. El hecho de que un libro sea "best seller" es una imprevisible contingencia posterior a su escritura. En Chile hay una tendencia a estereotipar todo.

¿Qué objeciones le han hecho a su obra?

No creo que me corresponda a mí decirlo. Es tan matizado el repertorio de observaciones de críticos y periodistas de todo el mundo. Tengo novelas que están publicadas en veintisiete idiomas, sobre las cuales se han hecho análisis muy sofisticados y muy serios. A mi modo de ver, lo que confunde un poco y lleva a los críticos a desubicar mi rol como narrador, es el hecho de que haya realizado una opción social por las comunicaciones y que desde 1992 haga un programa de televisión que trata la literatura, con humor, con ironía y de una manera lúdica, a través de un espectáculo que incita a un público no lector a la lectura. Eso basta para tipificar a alguien como un escritor de los medios. Si aparte de eso tenemos la resonancia mundial de una película basada en una novela, como en mi caso, se dice que se trata de un escritor que llega a la gente, y a ese público se lo puede llamar masivo de una manera despreciativa. Ya que usted me lo pregunta, ésas son las observaciones que se me hacen. Pero a mí me resultan completamente indiferentes. Tengo que matizar con la crítica mundial a la crítica literaria chilena, por muy extraordinaria que sea.

Algunos ven el Premio Planeta que usted obtuvo como una oportunidad para que las grandes editoriales españolas fijen su mirada sobre escritores chilenos...

Puede ser uno de los beneficios. En sus cincuenta y tantos años de vida, lo han ganado tres latinoamericanos: Vargas Llosa, Bryce Echenique y yo. No sé si el hecho de que recayera sobre dos peruanos llamó la atención sobre la literatura de ese país. Además, todos estos autores, incluido yo, somos escritores bastante cosmopolitas, que circulamos por el mundo, que hemos vivido y que tenemos afinidad con colegas de otros países.

¿Cuál fue el primer gran efecto que tuvo para usted el éxito de "El cartero" en el cine?

La certidumbre completa de que un camino original que tomé en mi literatura, propia e irreductible a cualquier tendencia o a cualquier rasgo generacional, encontró una comunicación con un universo amplio de lectores y eso es una satisfacción profesional intensa, que confirma una vocación y estimula el trabajo en esa línea.

Actualmente, ¿tiene algún proyecto de escribir guiones?

No. No voy a escribir más guiones. Habitualmente el guionista es contratado por el mérito de una obra que ya existe. Como el cine es un arte industrial, en el proceso de adaptación intervienen muchas personas que tienen sus propias ideas y deseos y cambian el rumbo de los personajes. San Francisco reemplaza a Pekín o un personaje femenino se transforma en un travesti. El escritor puede escribir cuatro o cinco versiones buscando dejar conformes a todos. Esto me pasó con la adaptación de "Eva Luna" de Isabel Allende. La última versión, la quinta, la escribí con el director Michael Radford, pero claramente de las cinco que hay, la segunda versión es la mejor. Roos Film tiene hace años el proyecto de llevar al cine mi cuento "A las arenas" y también está en el aire la adaptación de "La velocidad del amor". Pero si volviera a hacer un guión para el cine sería uno original, cuya gestión naciera de mí.

Durante la época de "El show de los libros", ¿el programa incentivó la lectura?

El efecto de "El show de los libros" sobre el espectador nunca fue evaluado. Tengo la ilusión y la impresión de que se formó en Chile una atmósfera de simpatía por el libro considerablemente mayor que la que existía antes, cuando el libro era un objeto de anaquel. Esto es imposible computarlo en cifras. Uno quisiera tener un país más sensible hacia las artes. Mi impresión es que el libro se afirma porque cada vez son más numerosas las minorías que necesitan apartarse del entretenimiento banal procurado por los medios y que disfrutan con las imágenes alternativas, tan íntimas, libres e inspiradoras que las letras y el arte ofrecen.

29 de septiembre de 2008

Doris Lessing: "El feminismo se disolvió en cháchara inútil"

Doris Lessing (1919) era considerada, tras la consecución del Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2001, la única candidata sólida al Nobel que tenía Gran Bretaña. Sus más de cincuenta novelas sistemáticamente atacaron el mal trato de los blancos hacia los negros, un recuerdo de sus primeros años cuando vivía en el sur de Rhodesia (actual Zimbabwe), aunque probablemente, su imagen popular esté más emparentada con su obra "The golden notebook"
(El cuaderno dorado), un ícono del feminismo británico. Para hablar de la publicación de su colección de cuatro novelas cortas "The grandmothers" (Las abuelas), recibió en su casa de West Hampstead a la periodista argentina Juana Libedinsky (1973), con la que mantuvo una charla que incluyó comentarios punzantes hacia las actitudes de la generación de la entrevistadora, dejando asentado su tradicional inconformismo, mientras acariciaba a Yum-Yum, su gata gorda y vieja, llamada así en honor a la delicada protagonista de la opereta "The Mikado" del dramaturgo y libretista inglés William S. Gilbert (1836-1911). La nota apareció en "La Nación" de Buenos Aires en su edición del 13 de febrero de 2005.La gran dama de las letras británicas ha vuelto a publicar.

¡Bisabuela de las letras británicas! Una de mis nietas está por parir su primera hija.

El cuento que da título al libro relata la pasión sexual que puede existir entre jovencitos espléndidos y mujeres mayores.

La historia me la contó un muchacho que era amigo de los protagonistas. ¡Se moría de envidia de que pudieran acostarse cada uno con la madre del otro! El describió la situación como diez años de perfecta armonía pero, como cínica que soy, eso no se lo pude creer, así que escribí en el cuento lo que para mí podía ser el único desenlace.

¿Existen posibilidades de que Yum-Yum termine con un gato joven, como las mujeres de "Las abuelas"?

Lo dudo, está atravesando una madurez muy digna.

¿Ha nacido usted en Irán, no es verdad?

Persia por aquel entonces. Mi padre era un oficial del ejército británico que perdió una pierna en la guerra y se enamoró de su enfermera en el hospital. Luego nos trasladamos al corazón de Africa. A los diecisiete años me casé -como todos esperaban- con un granjero y tuve dos hijos, pero más tarde lo dejé por Gottfried Lessing, un comunista fervoroso. Si bien luego lamenté esa decisión neurótica de unirme al partido rojo, en mi juventud me atraían de un modo irresistible. Estamos hablando de Africa. Allí, los rojos eran la única gente que había leído tanto como yo. ¡Que no es decir poco!

¿Cuándo vino a Inglaterra?

En 1949. Mi matrimonio con Lessing tampoco prosperó, y partí rumbo a Inglaterra con Peter, el hijo que había tenido con él. Aquí publiqué mi primera novela, "The grass is singing" (Canta la hierba), sobre una mujer sofocada por el racismo, que tuvo una repercusión muy favorable de público y prensa. Fue mi primera aproximación a la idea de una mujer responsable respecto al trabajo, el sexo, la maternidad y la política.

Pero, según sus últimas declaraciones, ¿ahora usted es antifeminista?

No es que sea antifeminista. Es que creo que las feministas tienen los objetivos equivocados. La revolución sexual de la década del '60 está muy bien. ¡Pero pienso que las mujeres también podrían haber luchado por el mismo pago cuando cumplen el mismo trabajo que los hombres, por buenas guarderías y demás! Aún en la época victoriana, las mujeres salían a marchar y conseguían cosas concretas, como cambiar las leyes sobre la propiedad en el matrimonio. Hoy nadie hace algo así. El feminismo de los años '60 se disolvió en cháchara inútil.

¿El feminismo no liberó a la mujeres?

No. Lo único que liberó a las mujeres fue la ciencia. Yo no creo que tu generación de chicas jóvenes tenga la menor idea de todo lo que el lavarropas hizo por ustedes. Y de cómo la aspiradora las salvó de la esclavitud del polvo. Lo más importante de todo fue la pastilla anticonceptiva, que por primera vez puso el destino de las mujeres en sus propias manos. Para mi generación, lo más sorprendente es cómo no entienden lo afortunadas que son, cómo no recuerdan que, hasta hace relativamente poco, cualquiera debía suponer que iba a estar continuamente embarazada hasta la menopausia. ¡Esta es una generación muy ignorante en términos históricos!

¿Esperaba que "El cuaderno dorado" se convirtiese en la Biblia del feminismo?

Por supuesto que no. Yo escribí esa novela en un momento en que era muy evidente que el estalinismo se caía a pedazos y me daba lástima que nunca se hubiese hecho una buena narración sobre la batalla del laborismo en el siglo XIX. ¿Dónde está la novela sobre la extraordinaria relación entre Marx y Engels? ¿La historia sobre Marx, su hijo ilegítimo y ese yerno siniestro que tuvo? Yo pensé que si escribía en esa línea, mi libro iba a servir para recordar un momento histórico que evidentemente estaba en proceso de desaparición. Creo que la novela es un relato bastante ajustado a la realidad de lo que pasaba entonces. Y la gente se olvida de que uno de los grandes debates de la época era el estatus de la mujer. Y punto. Pero después resultó que era un libro sobre el feminismo. El libro sobre la lucha de las mujeres. Lo cual prueba que uno escribe algo y nunca sabe en qué va a terminar.

Es sabido que distintos directores de cine se han acercado a usted recientemente con la intención de hacer un film sobre su vida, pero que usted se negó. ¿Por qué?

Porque, ¿cómo puede hacerse algo así si la vida del escritor pasa por su cabeza? Y, además, las cosas que se han hecho últimamente sobre la vida de escritoras me parecen abominables, por ejemplo, el film sobre la vida de Iris Murdoch. Yo la conocía bien y puedo asegurarle que ella lo hubiese odiado. Pero a nadie le importa eso, ni siquiera a mis amigos literatos supuestamente sensibles. Ella lo habría sentido como una traición de parte de esa cosita perversa que era su marido. Respecto al film "Sylvia", sobre la vida de Plath, mis reparos no se deben tanto al hecho de que es una intromisión en su intimidad, ya que tanto ella como Ted Hughes eran personajes públicos a los que les gustaba estar bajo las luces, sino al hecho de que es un film muy malo. Conocí bien a Ted y a su hermana, algo menos a Sylvia, pero lo suficiente para saber que, si bien estaba loca, amaba la vida. No era esa mujer siempre de negro, que se queja y grita continuamente. ¿Y lo que hicieron con Virgina Woolf en "The hours" (Las horas)? Parecería allí que siempre fue demente e imposible de tratar. Pero en cambio era bien vivita, maliciosa incluso, amaba las fiestas y los picnics, estaba siempre rodeada de amigos. Yo tengo una teoría al respecto. Todos estos retratos incorrectos se deben a que nos encanta ver a las mujeres llorar en la pantalla. Encendé la televisión en cualquier momento. ¿Cuántas mujeres hay con ataques de histeria, llorando, y cuántos varones, en cambio? Esto no es así en la vida real. ¿Por qué las mujeres lo toleran? Las famosas feministas, ¿por qué no dicen algo al respecto? Un gran misterio.

¿Qué le gusta ver en el cine?

Me gustan los westerns. Puedo ver infinidad de veces "She wore a yellow ribbon" (La legión invencible), donde los duelos están muy bien. "The good, the bad and the ugly" (El bueno, el malo y el feo) es un gran film y "Once upon a time in the West" (Había una vez en el oeste) es una película terrible, pero a la vez brillante. Creo que los westerns son la gran contribución norteamericana a la cultura de la humanidad, aunque ellos no lo sientan así.

¿Cómo fue su educación en Africa?

Yo no tuve una educación formal. Dejé el colegio de monjas a los catorce años. ¿Escuchó hablar del término autodidacta? Bueno, se acuñó para mí. Como para tantas mujeres, claro. Virginia Woolf no tenía educación formal, leía en la biblioteca de su padre. Hasta hace poco las mujeres eran muy afortunadas si iban al colegio. Yo tuve suerte de tener una madre que encargaba por correo los libros más maravillosos de Inglaterra para que nos los enviasen a pleno monte en medio de Africa. Dickens y Stevenson y Scott hicieron toda la diferencia en mi vida. Después, empecé a tener mis propios libros. Pero como estaba leyendo todo el tiempo, no tenía tiempo de tener un favorito.

¿Y cuándo empezó a escribir?

Siempre escribí, desde muy chica. Publiqué mi primer trabajo a los siete años. No creo que en nuestra cultura sea infrecuente que los chicos escriban. Creo que lo único raro en mi caso es que aún hoy lo hago todos los días. Idealmente cada mañana, aunque siempre hay problemas que solucionar de la vida cotidiana y ya no tengo tanta energía como antes.

¿De dónde saca la inspiración?

En general no tengo inspiración. La historia de "'Las abuelas", por ejemplo, me la contó alguien que pensó que yo estaría interesada, y así me sucede frecuentemente. Es que uno está escuchando historias todo el tiempo y el chimento siempre fue una gran fuente para los escritores. No los chimentos de los famosos, al estilo de la revista "Hola", porque allí los que publican son demasiado comunes, uno no leería de tal y cual actriz que se acuesta con el hijo de su amiga que a la vez se acuesta con su hijo, como en mi cuento. Pero sí uso chismes del tipo de los que circulan entre amigos. Y los diarios, claro, siempre son una fuente importante.

En este momento está trabajando en el prefacio a una nueva edición de "Lady Chatterley's lover" (El amante de Lady Chatterley). ¿Qué novedades nos va a dar sobre el clásico?

Que D.H. Lawrence obviamente no entendía nada sobre el sexo. Sus párrafos al respecto son como los sueños de un niño, en realidad. Los de tu generación no se dan cuenta de lo ignorante que la gente era respecto al sexo hasta hace muy poco. Existían manuales del estilo de "Cómo ser feliz en el matrimonio", pero aún en ellos el clítoris es rara vez mencionado. D.H. Lawrence odiaba el clítoris como si fuera su enemigo personal y la idea de que el sexo pudiese ser espontáneo, inspirador y un acto divino le parecía repugnante. Por eso "El amante de Lady Chatterley" es una historia tristísima. Pero, claro, su mujer lo estaba engañando con un italiano y él se estaba muriendo de tuberculosis. Sólo se puede entender la novela si se conocen estos datos de los últimos años de su vida y muchos críticos no les han prestado la debida atención.

¿Qué tiene que ver la enfermedad?

Es una enfermedad muy cruel. La tuberculosis excita las fantasías del hombre y lo pone extremadamente sensual, pero impotente. Es increíble cuánto más se entiende "Lady Chatterley..." sabiendo eso. Me sorprende también que hasta ahora los críticos tampoco hayan notado cuánto de la Primera Guerra hay en la novela, todos los personajes de alguna manera son sus víctimas, empezando por el marido que quedó inválido y no puede satisfacer a su mujer. Cuando leí la novela por primera vez, de jovencita, reconozco que me gustó, pero Lawrence tiene esa capacidad única de hechizarte con el relato más allá de sus fallas. Personalmente considero que "Sons and lovers" (Hijos y amantes) es su obra maestra, "Women in love" (Mujeres apasionadas) no me convence pero sus cuentos cortos son fantásticos y es el mejor escritor de viajes que existió.

Hablando de viajes, ¿le gustaría volver a la tierra de su infancia?

Rhodesia ahora es Zimbabwe, ¿cuál sería el sentido de ese regreso? ¡Todo el país se fue por la cloaca! Ya casi no me quedan amigos vivos ahí y mis hijas se mudaron a Sudáfrica. Además, en Zimbabwe ya no encontraría el cielo de noches estrelladas que tanto extraño de mi niñez, lo tapó la polución. En Inglaterra tampoco es posible conseguirlo, pero recuerdo que cuando viajé a la Argentina hace años, en las provincias del Norte, lo encontré igualito. También me gustó ir al hipódromo en Buenos Aires y ver a toda esa gente rica que tuvo niñeras inglesas, ¿se puede creer? Tengo amigos allí y me gustaría volver. Eso y aprender a usar la computadora de una vez por todas (ya casi no consigo tinta para mi máquina de escribir) deberían estar entre mis objetivos para el 2005.

Julian Barnes: "No hay nada de nuevo en el miedo a envejecer"

En la entrevista que sigue, concedida en Londres a la periodista argentina radicada en Madrid Juana Libedinsky (1973), el escritor inglés Julian Barnes (1946) habla, entre otras cosas, de la publicación de la colección de cuentos cortos "The lemon table" (La mesa limón), un título que alude a una mesa de un restaurante de Helsinki al que iba el compositor finlandés Jean Sibelius (1865-1957) a comienzos del siglo XX. Se llamaba la "mesa limón", porque el limón es el símbolo chino de la muerte, y cuando uno se sentaba a esa mesa, estaba obligado a abordar el tema, por poco que le gustase. En su libro, el autor de "Flaubert's parrot" (El loro de Flaubert), "The pedant in the kitchen" (El perfeccionista en la cocina), "England, England" (Inglaterra, Inglaterra) y "A history of the world in 10½ chapters" (Una historia del mundo en 10 capítulos y medio) narra historias actuales, pero también de hace dos siglos, en las que la muerte, el envejecimiento y la pasión son temas privilegiados. Además, se refiere, con irónica sorpresa, al escaso interés que sus compatriotas demuestran por la política y por asuntos tan importantes para un europeo como la gestión de Bush y la guerra de Irak. La entrevista apareció en el diario "La Nación" de Buenos Aires del 17 de julio de 2005.Cuando los Rolling Stones anunciaron los planes para una nueva gira mundial, el tema del día se volvió, con el tradicional sarcasmo británico, el de "sexagenarios, drogas y rock and roll". A usted, que tiene cincuenta y nueve años... ¿qué le pareció?

Nunca entendí por qué se espera que, en la vejez, la gente empiece a comportarse de manera distinta o desee hacer otras cosas que las que siempre disfrutó. Supongo que una de las razones por las que el novelista escribe es para decirle al mundo: ¡Las cosas no son así! Si bien el motivo detrás de un libro de ficción es usualmente descriptivo y narrativo, también puede ser correctivo. En este caso, quise rebelarme contra la idea de la vejez como un momento de gran serenidad. Es una de las mayores mentiras de nuestra sociedad.

En su nuevo libro trata precisamente sobre los años que anteceden al final de nuestras vidas, en los cuales la muerte está, clara e inevitablemente, en el horizonte cercano. Sus personajes no por eso pierden la capacidad de vivir, amar, mentir y ser infieles...

Todos podemos ver, pasada cierta edad, cómo el cuerpo decae, y de alguna manera asumimos que lo mismo ocurre con los espíritus y las pasiones, pero eso es muy poco probable y siempre fue poco probable. El mundo gira como siempre.

¿Las pasiones no decaen por el viagra?

Por el viagra hoy, pero es en respuesta a una necesidad universal y eterna que es la de seguir persiguiendo nuestros sueños de juventud a lo largo de la vida. Hoy la sociedad permite hacer cosas que cincuenta años atrás hubiesen sido impensables, fuese por la Iglesia o por el qué dirán, pero yo estoy seguro de que esto causaba unas frustraciones terribles, no es que entonces la gente lo aceptase más que con una aparente serenidad. No hay nada de nuevo en el miedo a envejecer. Una de las historias del libro se me ocurrió al leer una biografía de Balzac, donde cuenta que su padre estaba determinado a no morir nunca, por lo que comenzó una dieta basada en el tronco de ciertos árboles. Las historias de mi libro no transcurren todas en la Inglaterra del siglo XXI, sino también en Suecia, Francia, Rusia, y algunas se remontan dos siglos atrás. Las manifestaciones son distintas, ahora los hombres no mordemos troncos sino que tomamos viagra, las mujeres se inyectan botox o se hacen cirugía plástica, todos usamos las ropas de los jovencitos o el pelo de cierta manera, pero se mantiene la disparidad entre lo que nos pasa por dentro y por fuera. Lo que yo quería era escribir contra la idea de serenidad en la vejez. Ese es el subtítulo escondido del libro.

Sin embargo, ¿la gente no habla menos de la muerte hoy? ¿Podría existir una mesa limón en el siglo XXI?

Cuando yo era chico era muy común, y no sólo en Inglaterra, que los tres temas tabú fuesen sexo, política y muerte, por lo que mis padres nunca me dijeron de dónde venía, nunca me dijeron por quién votaban y ciertamente no discutíamos sobre la muerte. Ahora hablamos de sexo todo el tiempo, de política ni hablar, pero la muerte no se menciona. Tengo un amigo que es muy inteligente, está seriamente deprimido y con él hablamos o nos intercambiamos e-mails sobre la muerte cada tanto, pero es la excepción. En cambio, la generación de fines del siglo XIX pensaba y hablaba sobre la muerte mucho más. Por ejemplo, en el diario de los hermanos Goncourt, vemos cómo los grandes escritores de la época se encontraban para comer y hablar de la muerte en París y luego los Goncourt anotaban todo lo que decían como si nada. Vivimos en una era confesionaria, como uno puede comprobar prendiendo en cualquier momento la televisión, pero me parece que ellos miraban la vida -y por ende la muerte- mucho más a la cara. Yo traduje del francés "La doulou" (En la tierra del dolor), el diario íntimo de Alphonse Daudet, ya muy enfermo, y el texto claramente obedece el principio flaubertiano de que la única manera de manejar el horror en la vida es inspeccionarlo con ojo clínico. Flaubert incluso dijo que "es sólo al mirar el pozo negro que se extiende a nuestros pies cuando podemos mantenernos calmos". Mi actitud es bastante similar, pero debe de haber algo temperamental y no genético en ello.

¿Porqué?

Mi hermano, que nació de los mismos padres que yo, tiene una actitud completamente distinta: piensa que la muerte no es algo que le guste, pero como no hay nada que se pueda hacer al respecto, no se detiene a meditar sobre ella. Yo, en cambio, pienso en la muerte regularmente desde la adolescencia, aunque no he llegado a ninguna respuesta. Se podría decir que ignorar la muerte es una manera tan buena de lidiar con ella como pensar sobre el tema cada día, salvo que si uno piensa en la muerte todos los días... ¡al final termina con un libro de cuentos cortos!

Usted menciona la política como un tema del que hoy todo el mundo opina. Sin embargo, cuando recientemente un diario publicó el mismo día una larga nota suya en que atacaba al gobierno de Bush y la queja que había mandado sobre una receta de cocina que el medio había publicado, se llevó una sorpresa, ¿verdad?

Fue muy gracioso. Escribí una nota de opinión furibunda cuando la guerra en Irak teóricamente había terminado, es decir, cuando la invasión teóricamente había terminado. Por supuesto, no todo el mundo estaba contra la guerra como yo y supuse que la nota iba a ser provocadora para ciertos lectores, por lo que no me sorprendí cuando empezaron a llegar cartas insultantes. Lo que sí me llamó la atención fue que ninguna de éstas fuese sobre la nota de Irak, ¡eran por mi crítica a una receta de cocina publicada el mismo día! Yo intenté explicármelo a mí mismo diciendo algo así como que había elaborado los argumentos de la nota sobre Irak de manera tan convincente que nadie pudo dejar de creer que yo estaba en lo cierto. En cambio, en la cocina, cada chef cree que sólo él está en lo cierto, todo el mundo piensa que sabe más de cocina que yo, y simplemente escribieron para hacérmelo saber. Una vez más se confirmó que, como bien saben los periodistas, los lectores si in impredecibles. Nunca se sabe qué va a pasar con lo que uno publica, uno puede recibir una enorme respuesta a una pieza que considera pequeñita y luego matarse en una gran pieza y que nadie le preste atención.

Usted no es ningún improvisado en los temas culinarios e incluso un par de años atrás publicó un libro de cocina. ¿Planea volver a ponerse el delantal?

No creo. Lo que me interesaría hacer, más bien, es escribir sobre la comida en la literatura, sobre la relación de los autores con los alimentos. Hace poco estaba leyendo la nueva traducción al inglés de "Don Quijote..." y una idea podría ser basarme en su relato de una de las primeras degustaciones de vino. Lo narra en la voz de Sancho Panza, y es fantástico. De recetas, en cambio, me parece que ya he dicho todo lo que tenía que decir.

Hablando del "Quijote...", ¿lo afecta leer libros traducidos?

Sin duda uno debe de perder un porcentaje -y con un mal traductor, un gran porcentaje- del original, pero, por ejemplo, releyendo el "Quijote..." no podía parar de reírme a lo loco, ¡y estamos hablando de un libro en otro idioma y que tiene cuatrocientos años! ¡Ese sí que no envejeció! En una buena traducción no debería perderse más del 5% del original. Mi primera experiencia como traductor fue pasar del francés al inglés el diario de Daudet. Traducir es una mezcla curiosa de responsabilidad e irresponsabilidad, no es el texto de uno, pero uno se siente profundamente vinculado a quien lo escribió y quiere hacerlo bien en su honor. Es una experiencia liberadora porque uno puede acercarse a la gente y decirle: "Vayan a comprar este libro maravilloso" sin que le dé vergüenza porque no es el libro propio. Aunque debo reconocer que quizá me tomó más tiempo a mí traducir el diario de Daudet que a él escribirlo.

Acaban de cumplirse veinte años de la publicación de "El loro de Flaubert", ganador del premio Goncourt en Francia. ¿Le molesta que siga siendo su obra más conocida?

Los escritores somos criaturas muy paranoicas. En este momento la gente dice: "¿Julian Barnes?, ah... el autor de 'El loro de Flaubert'". Pero, por otro lado, el doble de personas compró "Una historia del mundo en diez capítulos y medio", así que, presumiblemente, toda esa gente piensa que soy el autor de "Una historia...". Siendo un escritor en Inglaterra, un país culto pero no terriblemente culto, y habiendo pasado el último cuarto de siglo publicando novelas que todavía siguen imprimiéndose, me parece que sería un error preocuparme por si me conocen por un libro u otro. Pensando así uno se vuelve loco y no es muy bueno para un novelista volverse loco. Recuerdo que una vez entré en una librería y encontré una faja alrededor de la última novela de uno de esos escritores británicos del montón que decía "Esta es su 21º novela". Yo pensé "Eso es todo lo que pueden decir porque nunca ha escrito un libro del que alguien haya oído hablar". Con que eso no me pase a mí, estoy conforme. Tomo la filosofía de Kingsley Amis: cierta vez, respecto a su obra más conocida, "Lucky Jim", le preguntaron si no se había vuelto como un albatros alrededor del cuello y él respondió que eso era mejor que no tener ningún maldito albatros. Además, ¿quién sabe? ¡Quizá mi próxima novela sea la que reemplace a "El loro de Flaubert!

¿Es tan disciplinado como cuentan para trabajar?

Soy bastante disciplinado, en parte porque después de tantos años sé que si paso un tiempo prolongado sin escribir nada, me pongo malhumorado y descontento, y me convierto en una persona poco agradable para convivir. Así que escribir es una alegría y un placer, pero también una necesidad tanto para mi bienestar como para el de mi mujer.

¿Cuán distinto le resulta escribir cuentos cortos que novelas?

Es muy distinto. En un cuento corto uno puede mantenerlo todo en la cabeza al escribir, con la desventaja de que cada falla en la historia se pone en evidencia inmediatamente. La novela es más difícil de mantener entera en la cabeza, con las distracciones de la vida cotidiana, pero es más relajado saber que no existe la novela perfecta. Hay grandes novelas, pero aun éstas no son perfectas. Escribir novela es tan distinto de escribir cuentos que, desde el comienzo, para mi esta claro si una idea es para una obra de ficción larga o breve.

El peluquero es una imagen recurrente en su nuevo libro. ¿Es en honor a alguno en particular?

En realidad fui a muchos peluqueros a lo largo de mi vida y usé pedacitos de cada uno para componer mis personajes, pero me pareció que el tema de los peluqueros era bueno para esta colección de cuentos porque el pelo, el color, el corte (ni hablar la falta de) es lo que más nos hace darnos cuenta del paso del tiempo. Además, el tema servía para reforzar esta idea de que el corazón y el cuerpo envejecen a velocidades distintas. En lo personal, encuentro tremendamente aburrido ir a la peluquería, así que para mantenerme despierto y que no me corten una oreja, les doy charla a los peluqueros y me entero de sus vidas. Esa es una de las ventajas de ser novelista, una situación objetivamente aburrida o un encuentro con una persona desagradable no son aburridos o desagradables porque son material potencial para una historia. Esto no quiere decir que cuando me cortaban el flequillo de niño pensara "ah, esto lo voy a usar para una novela", ni siquiera que se me haya ocurrido cuando le dije por primera vez al peluquero "no me muestre cómo quedó atrás", pero la realidad es que más adelante toda experiencia se vuelve útil.

Y su propia vejez, ¿va a ser como suponemos será entonces la de sus compatriotas, los Rolling Stones?

Espero que cuando cumpla ochenta y pico, alguien diga de mí: "Se la pasa leyendo todo el día". Sería el mayor halago.

28 de septiembre de 2008

Wilfred Owen, Harold Pinter y la guerra

El poeta inglés Wilfred Owen (1893-1918) llegó a publicar en vida apenas cinco poemas, ya que la muerte lo sorprendió durante la Primera Guerra Mundial. No obstante, su obra es uno de los ejemplos más valiosos de la llamada "poesía de la guerra", en la que unió la calidad formal con un alto contenido humano. Su poesía de denuncia, más que un canto patriótico fue una advertencia para las generaciones futuras. En una carta a su madre del 14 de mayo de 1917, describía así sus sensaciones con respecto a la guerra: "Es lo más parecido a la euforia en esos sueños en que caes en un precipicio y compruebas que las rocas vienen hacia ti y no puedes hacer nada". Owen no concurrió a una buena escuela ni a la universidad, pero comenzó formándose para ingresar a la curia anglicana. En 1913, decidió que la literatura le era más importante que la religión y un año después se alistó en el ejército. Uno de sus poemas más conocidos dice así:

DULCE ET DECORUM EST

Bent double, like old beggars under sacks,
knock-kneed, coughing like hags, we cursed through sludge,
till on the haunting flares we turned our backs
and towards our distant rest began to trudge.

Men marched asleep. Many had lost their boots
but limped on, blood-shod. All went lame; all blind;
drunk with fatigue; deaf even to the hoots
of tired, outstripped Five-Nines that dropped behind.

Gas! Gas! Quick, boys! - An ecstasy of fumbling,
fitting the clumsy helmets just in time;
but someone still was yelling out and stumbling,
and flound'ring like a man in fire or lime...

Dim, through the misty panes and thick green light,
as under a green sea, I saw him drowning.
In all my dreams, before my helpless sight,
he plunges at me, guttering, choking, drowning.

If in some smothering dreams you too could pace
behind the wagon that we flung him in,
and watch the white eyes writhing in his face,
his hanging face, like a devil's sick of sin;

if you could hear, at every jolt, the blood
come gargling from the froth-corrupted lungs,
obscene as cancer, bitter as the cud
of vile, incurable sores on innocent tongues,

my friend, you would not tell with such high zest
to children ardent for some desperate glory,
the old lie: "Dulce et decorum est
pro patria mori".

Una traducción al castellano, más o menos libre, podría decir así:

DULCE Y HONROSO ES

Doblados como viejos mendigos bajo bolsas,
chocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos en el barro
hasta darle la espalda a las condenadas bengalas
y poder arrastrarnos hasta un descanso remoto.

Los hombres marchaban adormecidos. Muchos ya sin botas
abrumados avanzaban sobre huellas de sangre. Todos cojos, ciegos,
ebrios de fatiga, sordos inclusive al silbido de las balas
que los cansados cañones Cinco-Nueve disparaban detrás.

¡Gas, gas! ¡Rápido, muchachos!; en un éxtasis de torpeza,
nos calamos los toscos cascos justo a tiempo;
pero alguien aún estaba gritando y tropezando
y ardía retorciéndose, como ahogándose en cal viva…

Borroso tras la máscara y a través de aquella verde luz espesa,
como hundido en un mar verde, lo vi como se ahogaba.
En todos mis sueños, ante mi impotente mirada,
se abalanza sobre mí, se atraganta, se ahoga, se apaga.

Si en alguna pesadilla asfixiante también puedes caminar
tras la carreta en la que lo pusimos,
y ver cómo retorcía los blancos ojos en la cara,
en su desmayada cara, como un diablo harto del pecado,
si pudieses escuchar a cada traqueteo
el gorgoteo de la sangre brotando de sus pulmones destrozados ,
repugnante como el cáncer, nauseabundo como el vómito
de horrorosas llagas incurables en lenguas inocentes,

amigo mío, no volverías a decir con ese alto idealismo
a los jóvenes ardientes sedientos de gloria
la vieja mentira: "Dulce y honroso es
morir por la patria".

La Wilfred Owen Association, una asociación creada en su honor, entrega cada dos años el "Wilfred Owen Award" a un escritor que continúa su tradición poética. Así, lo ganaron en su momento el chileno Pablo Neruda (1904-1973) y el irlandés Seamus Heaney (1939) entre otros. En 2004 el ganador fue el dramaturgo y poeta Harold Pinter (1930-2008) por su colección de poesía titulada "War" (Guerra), publicada en 2003. En el discurso que leyó el 18 de marzo de 2005 en Shrewsbury, Inglaterra, cuando recibió el premio, Pinter dijo lo siguiente:

"Este premio es un verdadero honor. Wilfred Owen fue un gran poeta. Articuló la tragedia, el horror e incluso la piedad -de la guerra- de una forma en la que ningún otro poeta lo hizo. Pero aun así no hemos aprendido nada. Casi cien años después de su muerte el mundo se ha convertido en un lugar más salvaje, más brutal, más impiadoso. Pero nos han dicho que el 'mundo libre' (encarnado por Estados Unidos y Gran Bretaña) es diferente al resto del mundo, ya que nuestras acciones son dictadas y sancionadas por una autoridad y una pasión moral otorgada por alguien llamado Dios. Algunas personas pueden encontrar esto difícil de comprender, pero para Osama bin Laden es fácil. ¿Qué hubiese hecho Wilfred Owen con la invasión de Irak?
Es un acto vandálico, un flagrante terrorismo de Estado, que demuestra absoluto desprecio por el Derecho Internacional. Una acción militar arbitraria inspirada por una serie de mentiras sobre mentiras y una grosera manipulación de los medios y por lo tanto del público. Un acto pensado para consolidar al ejército norteamericano y el control económico de Medio Oriente disfrazado -como último recurso (al ser imposible justificar todas las otras justificaciones)- de liberación. Una formidable reafirmación de fuerza militar responsable de la muerte y la mutilación de miles y miles de personas inocentes. Un recuento independiente y totalmente objetivo de los civiles iraquíes muertos publicado por la revista médica 'The Lancet' estima que la cantidad asciende a cien mil. Pero ni Estados Unidos ni Gran Bretaña se preocupan en contar a los iraquíes muertos. Como el general Tommy Franks del comando central norteamericano dijo: 'No nos ponemos a contar cuerpos'.
Hemos llevado a esa tierra la tortura, las bombas de dispersión, el uranio empobrecido e innumerables actos de asesinato azaroso, la miseria y la degradación del pueblo iraquí y lo llamamos 'llevar la libertad y la democracia a Medio Oriente'. Pero, como todos sabemos, no hemos sido recibidos con las flores anunciadas. Lo que hemos desatado es una resistencia feroz e imparable, desastre y caos. Llegado a este punto alguien puede decir: ¿Qué me dicen de las elecciones iraquíes? Bueno, el propio presidente Bush sólo respondió esta pregunta el otro día cuando dijo: 'No podemos aceptar que puede haber elecciones libres en un país bajo una ocupación militar extranjera'. Tuve que leer la declaración dos veces antes de darme cuenta de que estaba hablando de Líbano y Siria. ¿Qué es lo que Bush y Blair ven realmente cuando se miran en el espejo?
Creo que Wilfred Owen hubiera compartido nuestro desprecio, nuestra repulsión, nuestra náusea y nuestra vergüenza tanto ante el lenguaje como ante las acciones de los gobiernos norteamericano y británico".

Uno de los poemas del libro de Pinter dice así:

GOD BLESS AMERICA

Here they go again,
the Yanks in their armoured parade
chanting their ballads of joy
as they gallop across the big world
praising America's God.

The gutters are clogged with the dead
the ones who couldn’t join in
the others refusing to sing
the ones who are losing their voice
the ones who've forgotten the tune.

The riders have whips which cut.
Your head rolls onto the sand
your head is a pool in the dirt
your head is a stain in the dust
your eyes have gone out and your nose
sniffs only the pong of the dead
and all the dead air is alive
with the smell of America's God.

Una versión aproximada en castellano es:

DIOS BENDIGA A ESTADOS UNIDOS

Acá están otra vez,
los Yanquis en su desfile acorazado
entonando sus baladas de alegría
mientras cabalgan por el ancho mundo
alabando al Dios Norteamericano.

Las zanjas están tapadas de muertos
los que no se pudieron unir
los otros que se niegan a cantar
los que están perdiendo la voz
los que ha olvidado la melodía.

Los jinetes tienen látigos que cortan.
Tu cabeza rueda en la arena
tu cabeza es un charco en la tierra
tu cabeza es una mancha en el polvo
tus ojos se han salido y tu nariz
huele sólo el hedor de los muertos
y todo el aire muerto respira
el olor del Dios Norteamericano.

Sabido es que, en los últimos años, el compromiso político de Pinter se ha incrementado con la denuncia de los abusos de poder cometidos en el mundo. En la Universidad de Turín, al recibir el doctorado honoris causa, denunció en 2002 que la política exterior de Bush era "una pesadilla pública de la ignorancia, la histeria, la arrogancia, la estupidez y la beligerancia norteamericanas".

Harold Pinter: "Siento un profundo rechazo por los adictos al poder"

El dramaturgo, guionista cinematográfico y poeta británico Harold Pinter (1930-2008) es muy conocido -al margen de su producción literaria- por su activismo político. Durante años ha denunciado los abusos cometidos por los estados más poderosos del mundo y, al momento de recibir el premio Nobel de Literatura 2005, había anunciado su retiro de la dramaturgia para volcar todas sus energías en la poesía. Considerado como el máximo exponente del arte dramático inglés de la segunda mitad del siglo XX, Pinter es autor de "The room" (La habitación), "The birthday party" (La fiesta de cumpleaños), "The caretaker" (El cuidador), "A night out" (Una noche de juerga), "Night School" (Escuela nocturna), "Silence" (Silencio), "The homecoming" (Retorno al hogar), "Landscape" (Paisaje) y "Celebration" (Celebración). Entre sus guiones cinematográficos se destacan los escritos para "The go-between" (El mensajero) de Joseph Losey (1909-1984), "The last tycoon" (El último magnate) de Elia Kazan (1909-2003), y "The french lieutenant's woman" (La mujer del teniente francés) de Karel Reisz (1926-2002). La entrevista que sigue fue lograda por el periodista argentino Andrew Graham Yooll (1944) en la ciudad de Bath, Inglaterra, y publicada por el diario "Perfil" de Buenos Aires el 16 de octubre de 2005.¿Qué hace que su obra "Ashes to ashes" (Polvo eres), se pueda trasladar de un idioma a otro con facilidad?

No sé. Un grupo holandés la presentó en Glasgow (la dirigí en holandés en Amsterdam hace algún tiempo). Ha sido presentada en español, en polaco, en francés y en checo. Estoy más que satisfecho. Pero no puedo decir que "viajan" bien mis obras. En "Polvo eres" quizás haya algo que provoca una reacción profunda en la gente. La mujer está aturdida por hechos que la superan, aun cuando los experimentó. Debe haber algo en cierto público que comparte la preocupación del personaje por lo que pasa en esta pesadilla de mundo en que vivimos. El hombre en "Polvo eres" prefiere no enterarse. Por eso se siente tan molesto por ella. Todos enfrentamos tremendas dificultades. Alguna gente puede vivir indiferente a ellas, aun las que afectan a nuestras relaciones y la forma en que vivimos. Pero yo no las puedo ignorar.

Dos obras suyas sobre la represión y que tuvieron mucha repercusión internacional son "One for the road" (Un trago para el camino) y "Mountain language" (El lenguaje de la montaña). Aunque una de ellas fue inspirada por casos de torturas en Turquía y se la asoció con gobiernos de América Latina.

Esas obras se reponen en todo el mundo, donde sea posible, naturalmente. La experiencia de la tortura de detenidos es común a muchos países. Amnistía Internacional aún registra que hay noventa y dos países en donde se practica la tortura. Por supuesto, esos países lo niegan. Declaran simplemente que su legislación prohibe la tortura. Esa lista de países incluye a Estados Unidos.

¿Cómo se combate esto?

La tortura supuestamente no existe porque un acuerdo internacional la prohibe. Ahí termina el debate. Está prohibida, por lo tanto no existe. Hay una tendencia a olvidar a la gente que es torturada cuando está detenida. ¿Qué les sucede? Si salen, pueden quedar lisiados. O se mueren. A la gente no le importa demasiado. Turquía es una vergüenza. El gobierno y los militares en Turquía son una vergüenza. Pero pienso que el apoyo que reciben, como el de Estados Unidos y el del Reino Unido, es una vergüenza aún mayor porque gira en torno del comercio. Les vendemos armas y les acordamos créditos para mantener a los torturadores. Lo que sorprende es que Turquía tiene el mayor número del mundo de periodistas perseguidos. Si un periodista dice que los kurdos son gente inteligente e íntegra, comete un delito y es acosado. Mientras hablamos hay una persona que irá a prisión en Turquía por decir que un jefe kurdo es respetable. A la gente sólo se le permite decir que el kurdo es un terrorista.

Buena parte de su teatro está en español y usted es bien conocido en Buenos Aires.

Es extraño. Jamás intentaría explicar por qué es así. Mis obras se presentan en la mayoría de los idiomas del mundo. No entiendo las traducciones, aunque las hago revisar en Londres. Lo que sí he notado últimamente es que "The collection" (La colección) y "The lover" (El amante), a pesar de haber sido escritas hace varias décadas, no parecen fuera de época cuando se presentaron en Londres, en la primera mitad de 1998.

Cuando la gente se ríe de un chiste, se identifica con el sentido del humor, que cambia con los años. Pero el humor en esas dos piezas no ha perdido vigencia. Es extraño que lo que causaba gracia en los años '60 aún produzca risas.

Esto se hizo evidente sólo ahora con esas obras. Nunca antes me pregunté si una obra mía había pasado o no de moda. A propósito de épocas y de traslados, he sido invitado a Buenos Aires y tengo muchos deseos de ir. Es un gran proyecto para mí y lo tengo que pensar. Pero me encantaría visitar la Argentina. Me siento atraído por América Latina en general, he estado en Nicaragua en 1988, años duros, de acoso por Estados Unidos y el presidente Reagan, y me interesan varios frentes y lugares en Centro y Sudamérica. Lo que he aprendido de historia de América en el siglo XX me ha dejado una profunda impresión. La región es tratada con indiferencia por la prensa inglesa y europea.

Le iba a preguntar cuán activo es políticamnete.

Sigo activo, aunque envejeciendo, ¡ja, ja, ja! Hay un testimonio político en algunas de mis obras más viejas. Pero en estos últimos tiempos he estado agitando pancartas frente a Whitehall y en Downing Street, cuando los norteamericanos y los británicos iban a bombardear a Irak en abril de 1998. Estuve en esas protestas, y también en radio y televisión.

¿Qué más hizo durante esa crisis?

Fui elegido como la voz del disenso que era presentable en el aire, como si no hubiese otra. Por televisión tarde a la noche y en radio temprano por la mañana, siempre tenía dos voces en contra. Por lo general, la producción pone frente a la cámara a dos opiniones enfrentadas, en este caso la mía y la de un columnista rival. Pero durante la crisis también tenía a los conductores de los programas en contra y eran muy agresivos. Me pedían que justificara mi opinión de que un bombardeo era un acto criminal, que contra todo acuerdo internacional, aviones norteamericanos y británicos dejaran caer bombas sobre ciento cincuenta mil civiles. Los que me entrevistaban estaban calientes, entre ellos los principales noticieros. Era aberrante.

¿Qué querían con tanta presión?

Querían el bombardeo a toda costa. Creo que en muchos casos los gobiernos están a la altura de los "hooligans" (barrabravas) del fútbol. La violencia se les sube a la cabeza. Se emborrachan de violencia. Estoy seguro de que esto estaba en la esencia de la posición del gobierno británico. No hay que olvidar que el gobierno laborista nunca tuvo oportunidad de bombardear a nadie ya que estuvo fuera del poder desde 1979. Ahora nuestros dirigentes parecían advertir a Irak que si no se cuidaba se la iban a dar. Era así, les encantaba la idea. Al fin tendrían la oportunidad. Debo decir que siento un profundo rechazo por los adictos al poder en el gobierno.

¿Cómo se siente respecto del nuevo laborismo de Tony Blair?

¡¿Cómo cree que me siento?! Pienso que está en vías de ser un gobierno traidor. Hay cosas en las que uno tiene derecho a esperar que los laboristas sean mejores. Claro, también hay que reconocer que son mejores que el gobierno conservador. Pero no se puede decir mucho más. A mí me fascina observar lo que un gobierno retiene del régimen anterior. En Inglaterra, aquel horrendo ministro del Interior Michael Howard, en el gobierno conservador de John Major, introdujo una legislación que es verdaderamente represiva y da enorme poder a la policía, a las fuerzas de seguridad. El laborismo no ha anulado ninguna de esas leyes. La policía puede instalar escuchas donde quiera, puede detener a la gente en la calle y revisarle un bolso. Eso no está lejos de un Estado policial. El Reino Unido no es un Estado policial, pero ha adoptado varias de sus características.

Pero el Reino Unido siempre se ha caracterizado por su pragmatismo humanista. No puede haberse perdido eso.

Espero que no. Pero el concepto de poder policial aquí es mucho más sutil que en la Argentina. Recuerdo que, en junio de 1997, luego de la devolución de Hong Kong a China, hubo gente que se me acercó lamentando que algo terrible iba a suceder. Los chinos habían decretado que las manifestaciones pro democracia requerían permiso policial. Inglaterra siempre ha requerido permiso policial para cualquier reunión callejera de más de veinte personas.

Su crítica está dirigida centralmente contra los gobiernos.

La responsabilidad del gobierno es preeminente. Y en estos tiempos también lo es la responsabilidad de Estados Unidos. Ellos engendraron, subsidiaron, alentaron y apoyaron sistemas que fueron horrendas dictaduras militares. A Estados Unidos le pareció lo correcto. Ahora Washington simula que nada de eso ocurrió. Si se formase un tribunal internacional para juzgar crímenes contra los acuerdos internacionales, Estados Unidos tendría que ser un acusado. Pero las potencias del mundo no lo permitirán. Lo mismo pasaría con Gran Bretaña. Y yo no veo que esto cambie. Tenemos una Corte Internacional en La Haya que no logró nada. No hay forma de que Estados Unidos, o China, por caso, permitan que una corte los halle culpables. No serán acusados.

Entonces, ¿adonde enfoca sus esfuerzos?

Contra la hipocresía. Hay tanto cinismo e hipocresía política en el mundo que hay que llamar la atención sobre eso. Uno de los problemas de la sociedad actual está ejemplificado en una charla que di en Cardiff, Gales, ante unas doscientas personas de la universidad. Un hombre se puso de pie y dijo que estaba de acuerdo con lo que yo decía, pero que él era profesor y no lo podía decir. Admitió que no sería cesanteado, pero "perdería toda oportunidad de ascender si expresara opiniones que se consideran inaceptables". Hubo consenso en que, si uno ocupaba un puesto académico, había que someterse a la línea del "establishment". Mi situación es la de un hombre de suerte. A mí nadie me despide de ningún empleo. Pero veo mucha presión sobre la gente que no se adecua al "statu quo".

¿Cómo se siente respecto de la prensa inglesa?

Es selectiva en lo que decide publicar. Parecería haber un acuerdo tácito en la prensa que la Argentina, por ejemplo, no tiene importancia, excepto durante el Mundial u otra distracción especial. No importa lo que sucede en Turquía. Y Timor Oriental sólo volvió a ser noticia porque la economía de Indonesia estaba en ruinas. Pero Timor fue invadida en 1975. El entonces presidente de Estados Unidos Gerald Ford y su secretario de Estado, Henry Kissinger, estaban entonces en Yakarta de visita. Vieron al presidente Suharto, regresaron a Washington y casi de inmediato Indonesia invadió Timor Oriental y mató a doscientas mil personas. Ford y Kissinger deben haber sabido lo que estaba por ocurrir. ¿Qué opino de la prensa? ¿Qué opino de Kissinger? La prensa no dice que Kissinger es responsable de asesinato masivo, que es el mismo personaje que recibió el Premio Nobel por el acuerdo israelí-egipcio entre Begin y Sadat. La prensa no lo presenta así.

Sin embargo, la prensa londinense se hizo eco de su protesta.

En parte. Durante la amenaza de bombardeo contra Irak escribí una "Carta abierta al primer ministro" (Tony Blair). La escribí en un tono irónico, di abundantes datos sobre el uso de armas químicas en el mundo, incluyendo el desfoliante Agente Naranja. Terminé la carta diciendo: "Ah, nos encantó cuando el laborismo ganó las elecciones en 1997". "The Guardian" no tituló el artículo "Carta abierta..." sino "Escritor enfurecido...". ¿Cómo pudieron decir que la ironía era furia? Sentí que me estaban tildando de loco rabioso. Era una falsa representación. De esa forma el periódico y los periodistas son negligentes con sus responsabilidades. A los periodistas en Inglaterra no parece importarles. La prensa refleja una conspiración en la que participan el gobierno, las empresas y los medios. El gobierno vende armas a Turquía. Los medios publican publicidad que promueve el turismo en Turquía.

¿Cómo reacciona la gente ante sus opiniones y sus obras?

Creo que se debería hacer un estudio sobre la naturaleza de los públicos en el teatro. Se necesitaría una investigación que describa las diferencias entre un grupo de gente y otra. Una noche, el público está alerta, es inteligente... A la noche siguiente se instala un público temeroso, ansioso, petrificado... ¿Qué es lo que hace que un auditorio de doscientas setenta personas (la capacidad del Donmar Warehouse, en Covent Garden, Londres) sea tan diferente de los doscientos setenta del día siguiente? Cierta química unifica a la gente en una masa. ¿Cómo comienza el aplauso? Eso le daría trabajo de por vida a alguien que supervisa doctorados. Cuento una anécdota. Es mi favorita acerca del público. En 1967 se estrenó mi obra "The homecoming" (Regreso a casa) en Broadway. Cuando subía el telón, nos dimos cuenta de que el público era de tapados de visón y de empresarios. Empresarios, tapados en visón... A partir de los primeros treinta segundos, odiaron lo que veían. Les disgustaba el escenario, la imagen de los actores... Odiaban todo. Era una de esas noches en que uno dice: "Dios, ¿por qué estoy aquí?". Y odiaron todo a medida que avanzaba la obra. Lo sorprendente es que los actores comenzaron a odiar al público más aún. Los actores se hicieron más feos y más mezquinos. Cuando cayó el telón, el público estaba exhausto... derrotado. El poder de los actores en el escenario había derrotado a un auditorio beligerante. Me alegró muchísimo.

Usted es un escritor de quien se puede decir que es combativo...

Quisiera decir que sería lindo que pareciera que siempre estoy peleando y llevo la delantera. Pero muchas veces me agota la injusticia del mundo. Me siento profundamente frustrado. Esas fuerzas, del gobierno, las empresas, los medios, son tan poderosas... Recuerdo una frase del colegio que describía lo absolutamente inútil: "Como rajarse un pedo por una cerradura". ¿Se puede pensar en algo más ridículo? Representa lo totalmente insignificante. Yo hago cosas que para mí tienen significado, pero por el resultado no lo parecen. ¿Cómo se logra que un gobierno acepte la razón? Algunas veces buscar una explicación es tan frustrante...

¿Qué es peor: pelear sin éxito o reconocer la frustración?

Las frustraciones son parte de la lucha. Sería estúpido o demasiado idealista pensar en ganar contra rivales tan fuertes.

27 de septiembre de 2008

Abelardo Castillo: "Ser un clásico es petrificarse"

Uno de los pocos escritores argentinos que, cuando publica, agota las tiradas de sus libros es Abelardo Castillo (1935), un autor respetado tanto por su literatura como por sus ideas, notable representante de la generación del '60 y responsable de las míticas e influyentes revistas literarias "El Grillo de Papel" (1959/1960), "El Escarabajo de Oro (1961/1974) y "El Ornitorrinco" (1977/1986). Su primer obra de teatro, "El otro judas", se publicó en 1959, a la que siguieron "Israfel", "Sobre las piedras de Jericó" y "Tres damas". Entre sus libros de cuentos figuran "Las otras puertas", "Cuentos crueles", "Las panteras y el templo", "Las maquinarias de la noche" y "El cruce del Aqueronte". También publicó las novelas "La casa de cenizas", "El que tiene sed", "Crónica de un iniciado" y "El evangelio según Van Hutten". Cuando apareció "El espejo que tiembla", una nueva colección de cuentos a más de una década de su última incursión en el género, la periodista Sonia Budassi del diario "Perfil" de Buenos Aires, lo entrevistó para la edición del 10 de septiembre de 2006.Se demoró bastante la edición de "El espejo que tiembla".

Sí. La demora en la publicación me sirvió para seguir corrigiendo y, finalmente, decidí excluir un cuento, porque no estaba seguro de que tuviera la dirección correcta.

Usted dijo que luego de los sucesos de 2001 tuvo dificultades para escribir. ¿Por qué?

Sí, por supuesto, tuve un problema ético: ¿qué sentido tenía escribir cuentos fantásticos con el momento que estaba viviendo el país? En esa época hablé con Dal Masetto y a él le pasaba lo mismo, sentíamos que escribir mientras el país estaba en llamas era una especie de frivolidad. Yo estaba terminando el cuento "La cosa" en el que una presencia fantasmal persigue a un hombre y, la verdad, me resultaba incómodo estar obsesionado tres o cuatro días con eso cuando veía en la televisión que una nena lloraba porque no había comido desde el día anterior. Nietszche dijo que hay momentos en que todo gran escritor se avergüenza de escribir. Porque, ¿cómo puede ser que a un hombre que dice emocionarse con la belleza de un crepúsculo no lo toquen problemas que son centrales para la condición humana? Hay algo extraño en quien no se conmueve por la miseria y lo hace con un crepúsculo.

Usted citó la frase de Borges que dice "ahora tengo oficio suficiente para escribir con simpleza". Como lector, ¿busca lo mismo?

Yo busco buena literatura. No busco lo formal, sino, sencillamente, historias. Después, que me las cuenten de la manera que quieran.

Hay autores, como César Aira, que juegan con mecanismos que van en contra del verosímil tradicional.

No leí casi nada de Aira, salvo un cuento que estaba muy bien. Pero es difícil inventar algo nuevo. Eso del distanciamiento ya lo hizo Bertolt Brecht. Y a esta altura de mi vida, la mitad de las invenciones contemporáneas ya las he leído; después de Tristán Tzara o del surrealismo, es muy difícil inventar algo que sorprenda.

Marechal decía que se sentaba en el umbral de su casa a ver pasar el cadáver de la última estética.

Cuando se tiene mi edad, son tantos los cadáveres que he visto morir y renacer: vi morir el cuadro de caballete en manos de amigos míos, que son los mismos que lo resucitaron en los '90. La obra de autor había terminado; sólo quedaba lugar para la obra colectiva, hasta que repararon en que, por ejemplo, Beckett era un autor e Ionesco también...

Usted es un escritor reconocido, que vende y ya no tiene problemas para publicar. ¿Le queda algún miedo?

El miedo a no escribir. A que desaparezca la imaginación. Aunque eso no es nada comparado con el miedo real. Es decir, luego que un libro se publica, se lee y se reseña, ¿cómo no pensar en que todo es un malentendido, una pequeña farsa? Ese es el verdadero miedo que tienen todos los escritores. Y si no lo tienen, es probablemente porque no son buenos escritores...

¿Reconoce su huella en los escritores de las generaciones que le siguen?

No me gusta reconocerla, y, aunque a veces me lo han señalado, prefiero no verla. Porque, cuando la encontrás, advertís sólo tus defectos. Ese espejo nunca me resulta favorable, porque cuando uno tiene un estilo es que ya no puede escribir de otra manera.

Hace poco señaló que en verdad nunca había sido amigo de Ernesto Sábato...

Sábato publicaba mucho en "El Escarabajo de Oro", por eso se creyó que mi amistad con él era profunda o que había durado mucho tiempo, pero en realidad se circunscribe a los '60. Pero desde los '70 hasta ahora he vuelto a hablar con él unas cinco veces. Y desde entonces estamos muy distanciados, sobre todo por cuestiones de carácter. Siempre fue muy difícil hacer que él aceptara críticas, y por otra parte, yo siempre fui muy frontal.

¿Cómo es eso de que no se siente escritor?

Es que para mí, la literatura no es un atributo, es mi ser; forma una parte de eso que soy. No soy un escritor profesional, hay ciertos destinos que no admiten la expresión "profesional".

¿Renunció a muchas cosas por la literatura?

No fueron renuncias, sino elecciones.

¿No tener hijos, por ejemplo?

Vengo de un matrimonio de padres separados. Hoy eso es norma pero en los '40 no; recuerdo haber oído que un chico le decía a otro: "A ése se le fue la vieja". Sin dudas eso creó en mí una relación particular con la paternidad. Siempre tuve mucho cuidado al plantearme ese tema, porque creo que la paternidad es algo que se merece, no algo que se hace. No estoy seguro de haber merecido mi propia paternidad. Alcanzar ese nivel de generosidad, de cariño con el otro como el que mi padre tuvo conmigo es difícil. Yo soy una persona egoísta, llena de miedos. Quizás hubiera sido un padre sobreprotector. Así que... elegí una vida más tranquila.

La pregunta recurrente es: "Fulano, ¿por qué escribe?". Démosla vuelta: supongamos que por hache o por zeta no le dejaran escribir. ¿Qué sería de su vida si no pudiera escribir?

No sé. Pero, aun en la cárcel podés escribir, ¿no? El Quijote fue imaginado en cautiverio. Gramsci escribe su obra fundamental en la cárcel, citando de memoria. Tendría que inventarse un sistema muy férreo para impedirme escribir. De todas maneras me las ingeniaría para crear una literatura mental. En el peor caso, sería como ser ciego. Los ciegos escriben en su cabeza.

Sobre los famosos cinco sentidos, vienen y le dicen: "Bueno, Castillo, usted se puede quedar con dos sentidos. Ni uno más".

Elegiría la vista y el oído. La vista no por el mero hecho de ver, sino por la relación que tiene con mi vida, por la lectura. Casi todas las ideas en el mundo grecolatino parten de la mirada... Y elegiría el oído, porque no podría vivir sin la música. Pienso, como Nietzsche, que sin la música el mundo sería un error.

¿Quién le enseñó a leer?

Aprendí solo. Cuando entré en el colegio ya sabía leer. Naturalmente no debió de ser exactamente así; me lo dice la lógica. En mi familia nadie recordaba cómo aprendí. Nadie se sentó a enseñarme, pero a los cuatro o cinco años yo estaba leyendo palabras.

Tenía desesperación por leer. ¿Muchos libros en su casa?

Mis padres tendrían algún libro... Pero los primeros Dostoievski, Tolstoi, Zola, los encontré en San Pedro, en la casa de mi abuelo materno y en Buenos Aires, en la de mi tía. La relación con los libros es mágica. Sin saber lo que era físicamente una biblioteca, yo quería tener una. Para mí, cada libro era una pequeña máquina parlante a la que yo no podía oír; entonces para oír los cuentos tenía que aprender a leer. Seguramente he ido preguntando y me han ido diciendo.

Entonces su entrada a la literatura no vino por influencia familiar.

Los libros van a buscar a los lectores. A mí me caían en la cabeza, venían a mis manos. Un día descubrí en un cajón algo que era "Ana Karenina" y otra vez, "El doble". Pero mi pasión por la lectura empieza a los diez años, cuando entré en un colegio salesiano. Estaba leyendo el "Robinson Crusoe". El padre rector me dijo que ésa no era lectura para un chico, tal vez porque Robinson era protestante. Pese a eso, mi amor por la lectura nació en aquel colegio. Había dos horas obligatorias de silencio y podías leer lo que sacaras de la biblioteca. Ese recogimiento diario me acostumbró a sentir que la lectura era otra especie de recreo.

Liliana Heker le dijo cierta vez a Cortázar: "usted es un clásico". Así pretendía colocarlo en el canon y, al mismo tiempo, correrlo del medio. ¿Teme que le esté sucediendo lo mismo?

No se trata de temor. Es como si un escritor estuviera toda la vida buscando eso: tener reconocimiento, ciertos premios. Pero el día en que eso sucede es una sensación dual: la de haber llegado a un lugar que cuando eras joven considerabas ilusorio, porque amabas el canon de tus escritores favoritos. Pero cuando te acercás a ese canon, aparece esa especie de temor. Al mismo tiempo si alguien señala que ya pertenecés al canon, uno siente que te están corriendo de lugar, que te tienen un nicho preparado, que ahora vienen los demás. Y a mí me parece perfecto que vengan los nuevos, tengo la experiencia de haber sido joven, y hasta diría que por demasiado tiempo. Pero ser un clásico es petrificarse, y obviamente no quiero que me suceda eso. Por otra parte, estoy seguro de que no me va a suceder, porque pienso seguir molestando a la gente hasta después de muerto. Nací para eso.