5 de enero de 2009

Entremeses literarios (XXX)

UN MODELO DE AGRICULTOR
Jules Renard
Francia (1864-1910)

El combate parecía terminado, cuando una última bala -una bala perdida- vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Este hubo de regresar a su país con una pata de palo. Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral. Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar. Buscó con obstinación, a menudo como un alucinado, la manera de ser útil. Y ahora helo allí, en el sendero del humilde bienestar. Sin llegar a despreciar su pierna de carne, siente alguna debilidad por la de madera. Trabaja por un jornal. Se le asigna una fracción de terreno, y ya puede uno marcharse y dejarlo solo. Lleva el bolsillo derecho lleno de alubias rojas o blancas, a elección. Además, el bolsillo está roto; no demasiado, pero tampoco apenas. Con normal apostura, Fabricio recorre el terreno a todo lo largo y ancho. Su pata de palo, a cada paso, abre un hoyo. El sacude su bolsillo roto. Caen unas alubias. El las recubre con ayuda del pie izquierdo y sigue adelante. Y en tanto se gana honestamente la vida, el antiguo guerrero, con las manos a la espalda y la cabeza erguida, parece que se paseara para recobrar la salud.


LA CARIDAD
Enrique Wernicke
Argentina (1915-1968)

Nunca la había practica­do. Detestaba dejar una moneda en esas manos sucias y aprove­chadas que se extienden en los subterráneos. Luchaba por un ré­gimen social en el que la mendicidad no existiera. Pero allí estaban, cotidianamente, los pordioseros, con su leta­nía de ballenitas y patas torcidas. Un día -había bebido dos copas de más- tuvo un impulso inu­sitado y al pasar junto a una vieja repugnante, sacó un billete de cincuenta pesos y se lo puso en la mano.
- Tenga, hermana... -le dijo.
Antes de que tuviera tiempo de retirar los dedos, la vieja estiró su garra y lo tomó del brazo.
- ¿Por qué me da tanto dinero? -le preguntó-. ¿Qué maldito pe­cado ha cometido? ¿Pretende conmigo salvar su alma? ¡Nada, na­da! ¡Que Dios sea bendito! ¡Tome su plata...!
Y seguía la vieja lanzando improperios. El tuvo un momento de lucidez. Retomó sus cincuenta pesos y, agarrando a la vieja de sus trapos, la sacudió como un muñeco.
- ¡Imbécil! ¡Vieja estúpida! ¡Estoy borracho!
Y entonces la vieja, arrugándose como una pasa, hizo la señal de la cruz, recuperó el billete y, desde el suelo, exclamó conmovida:
- ¡Ay, perdón! ¡Dios se lo pague...!


TRANSITO
Juan Calzadilla
Venezuela (1931)

La bolsa o la vida. Eso es lo que no se cansan de pedirnos, como si la alternativa fuera ineludible y el trance de decidir más importante que el resultado de la acción. Lo que no está bien es la forma de plantearlo y que justamente la solicitud impugne con urgencia de revólver una u otra cosa, sabiendo que ambas nos han sido confiadas en préstamo, como quien dice por una temporada, y que igual daría pedirlo todo de último. Que usen navaja, arma de fuego o que nos pasen sencillamente la cuenta no modifica en forma alguna el marco de la situación ni dice nada en contra de las reglas del juego. Lo que nos disgusta es lo tajante de la fórmula o tal vez el hecho de que para responder no podamos disponer ni de la vida ni de la bolsa.


EL NIÑO CINCO MIL MILLONES
Mario Bebedetti
Uruguay (1920)

En un día del año 1987 nació el niño Cinco Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que podía ser negro, blanco, amarillo, etcétera. Muchos países escogieron al azar un niño Cinco Mil Millones para homenajearlo y hasta para filmarlo y grabar su primer llanto. Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil Millones no fue homenajeado ni filmado ni acaso tuvo energías para su primer llanto. Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por fin movió sus dedos, éstos tocaron la tierra seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y esqueletos de perros o de camellos o de vacas. También con el esqueleto del niño número 4.999.999.999. El verdadero niño Cinco Mil Millones tenía hambre y sed, pero su madre tenía más hambre y más sed y sus pechos oscuros eran como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo del niño tenía hambre y sed más antiguas aún y ya no encontraba en sí mismo ganas de pensar o de creer. Una semana después, el niño Cinco Mil Millones era un minúsculo esqueleto y en consecuencia disminuyó en algo el horrible riesgo de que el planeta llegara a estar superpoblado.


INTERVALO DE CINCO MINUTOS
Francis Picabia
Francia (1879-1953)

Yo tenía un amigo suizo llamado Jacques Dingue que vivía en el Perú, a cuatro mil metros de altitud. Partió hace algunos años para explorar aquellas regiones, y allá sufrió el hechizo de una extraña india que lo enloqueció por completo y que se negó a él. Poco a poco fue debilitándose, y no salía siquiera de la cabaña en que se instalara. Un doctor peruano que lo había acompañado hasta allí le procuraba cuidados a fin de sanarlo de una demencia precoz que parecía incurable. Una noche, la gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que habían acogido a Jacques Dingue. Todos, sin excepción, fueron alcanzados por la epidemia, y ciento setenta y ocho indígenas, de doscientos que eran, murieron al cabo de pocos días. El médico peruano, desolado, rápidamente había regresado a Lima... También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, y la fiebre lo inmovilizó. Ahora bien, todos los indios tenían uno o varios perros, y éstos muy pronto no encontraron otro recurso para vivir que comerse a sus amos: desmenuzaron los cadáveres, y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la que éste se había enamorado... Instantáneamente la reconoció y sin duda experimentó una conmoción intensa, pues de súbito se curó de su locura y de su fiebre. Ya recuperadas sus fuerzas, tomó del hocico del perro la cabeza de la mujer y se entretuvo arrojándola contra las paredes de su cuarto y ordenándole al animal que se la llevase de vuelta. Tres veces recomenzó el juego, y el perro le acercaba la cabeza sosteniéndola por la nariz; pero a la tercera vez, Jacques Dingue la lanzó con demasiada fuerza, y la cabeza se rompió contra el muro. El jugador de bolos pudo comprobar, con gran alegría, que el cerebro que brotaba de aquélla no presentaba más que una sóla circunvolución y parecía afectar la forma de un par de nalgas...


EL CONDENADO
Ernesto Langer Moreno
Chile (1956)

Lo dejaron atado a un palo para que los pájaros le arrancaran la carne de los huesos y sin mirar hacia atrás, se alejaron hasta perderse en el horizonte. En eso el condenado volvió en sí y tomó conciencia de la triste situación en que se encontraba.
- Qué habré hecho -se preguntó- para merecer tal suplicio.
Y buscando y rebuscando no encontró un sólo motivo. Así que se durmió. Al otro día escuchó llegar los pájaros y revolotear sobre su cabeza. Entonces sintió miedo y volvió a preguntarse:
- Pero, ¿qué habré hecho, para merecer un suplicio?
Como a mediodía, los pájaros se lanzaron al ataque y comenzaron a picar la carne del desgraciado atado al palo y sin ninguna esperanza. Cuando ya casi desmayaba del dolor a causa de los picotazos, se acordó, se acordó muy bien de eso que había hecho, y entonces asintiendo con la cabeza, lanzó un último suspiro y cerró sus ojos para siempre.


EL AMANTE DE LAS SOMBRAS
Rafael Pérez Estrada
España (1934-2000)

Aprovechó su amor y la entrega para, hábilmente, apoderarse de su sombra. Con besos y caricias, con historias fantásticas en las que las islas serían testigos de su vida en común, fue despegando la sombra de su cuerpo; y ella -absorta y seducida- no notaba nada. Sólo cuando el amante huyó con la sombra, los gritos se mezclaron con las lágrimas.


COMO CAIDO DEL CIELO
Jorge Accame
Argentina (1956)

El niño miró el cuerpo del león extendido sobre el asfalto. No soltaba la mano del padre. El hombre que lo había atropellado revisaba el paragolpes torcido de su camión. Otras personas habían detenido sus vehículos y se habían acercado.
- Cayó del cielo -dijo el niño-. Yo lo vi.
Su padre lo contempló con asombro. Pensó en algunas maneras de comprender lo que decía. Había le­ído acerca de lluvias de ranas y de peces en distintas partes del mundo y sabía que existían explicaciónes científicas. Pero una lluvia de leones era difícil de creer.
- Qué imaginación tienen los chicos -dijo una señora.
El padre recordó que una vaca había caído desde un avión y había desfondado un barco pesquero que navegaba en el mar. Alzó los ojos instintivamente, pero no vio nada.
- Yo sé que por aquí hay un criadero de leones -dijo un muchacho.
- ¿Un criadero de leones?
- En Baradero. O en San Pedro.
- ¿Y para qué los crían?
- Los exportan al Africa. Allá aprovechan el cuero y la carne.
- ¿Se los comen?
- Es otra cultura.
- El león que usted chocó cayó del cielo -volvió a decir el níño-. Yo lo vi. Y el otro también.
El padre deseó que el niño ya dejara de repetir eso.
- ¿Cuál otro? -preguntó el camionero.
- Había dos leones -dijo el niño serio-. El otro no sé dónde cayó.
Se escuchó una sirena.
- Ya viene la policía.
El camionero lanzó un insulto. Mencionó que debía entregar los caballos que estaba llevando en el acoplado y con los agentes molestando y haciendo preguntas se demoraría hasta quién sabe qué hora. Recién entonces todos miraron hacia atrás y vieron asomándose entre las maderas de la jaula los ojos aterrados de los caballos. Vieron también una enorme mancha amarilla relampagueando entre los cascos que resbalaban en los charcos de sangre.


HABLABA Y HABLABA...
Max Aub
España (1903-1972)

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.


¿INVENCIBLE?
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

Me he vuelto invisible y este hecho que parece tan útil no me sirve de nada. Por lo pron­to, sólo tengo perseguidores internos que no necesitan verme, y la invisibilidad no me puede salvar de los golpes fortuitos o los tiros al aire. Así que la aparente ventaja de la invisibilidad me resulta más molesta que otra cosa: los mozos no me ven en los bares cuando me siento a una mesa y los amigos me cruzan por la calle con aire indiferente. Claro que mi verdadero problema no es la invisibilidad sino la mutancia. Sospecho que los cambios suelen realizarse en bocana­das, y es en estos instantes de verdadera mutación cuando desapa­recemos por un rato del mundo de los vivos (es decir el de los pio­las, el de aquellos que se aferran con las uñas a su magra posibili­dad de ser visibles, conspicuos, evidentes, estridentes, sólidos). Y una mutación debe ser bienvenida, aunque nos borre de a ratos. Tenemos que aprender a ser incautos.