17 de enero de 2009

Rodolfo Rabanal: "Ser escritor es una presunción de que, si hay verdad, la verdad y la belleza deben estar juntas"

El escritor argentino Rodolfo Rabanal (1940) -radicado desde 1999 en Uruguay- es autor de las novelas "El apartado", "Un día perfecto", "En otra parte", "El pasajero", "El factor sentimental", "La vida brillante", "Cita en Marruecos", "La mujer rusa" y "El héroe sin nombre", y de los libros de cuentos "No vayas a Génova en invierno", "Los peligros de la dicha" y "Noche de Gomdwana". También escribió el guión de la película "Gombrowicz, o la seducción", dirigida por Alberto Fischerman (1937). Trabajó como traductor de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en París y ejerció el periodismo como corresponsal, jefe de redacción y columnista en diversos medios argentinos, franceses y españoles. Actualmente escribe en el diario "La Nación". En 2000 incursionó en el ensayo con la publicación de "La costa bárbara. Literatura y experiencia", un volumen que recoge diversos ensayos breves, algunos de ellos oportunamente publicados en diarios y revistas. Ocho años después repitió la experiencia con "El roce de Dante y otros ensayos", esta vez una colección de textos sobre literatura poco ortodoxos y nada convencionales, siempre amenos y plenos de ideas prodigiosas. El lanzamiento de este libro fue la excusa para que, en marzo de 2008, Débora Covelo de "Cuentomilibro.com", un videoblog de autores latinoamericanos, le realizara en Buenos Aires la siguiente entrevista.¿Cuál es el nexo que existe entre tus ensayos? ¿Por qué están articulados de esa manera?

Los ensayos están articulados por una preocupación común que es desentrañar ciertos valores y ciertos mitos que hoy forman nuestra vida cultural, sobre todo en lo literario. Se podría decir que es el rescate de ideas que para mí son caras, son muy interesantes y que se suelen perder porque estamos muy distraídos y llenos de intereses diversos. La única manera de concretarlos, para mí, era llevar a cabo ensayos. El ensayo es un género muy independiente, muy libre, muy fresco y suelto. En este caso, mis ensayos son casi coloquiales, conversaciones, no son académicos. Mi interés no es desarrollar textos académicos, porque no es mi fundamento, ni la finalidad de un libro. El libro tiene que ser accesible, en lo posible, a la mayor cantidad de gente que se acerque a él, y lo académico es restrictivo, sólo va a cierta gente. Entonces, si hay un nexo entre los ensayos es esta preocupación porque el libro llegue, de una manera coloquial, a la mayor cantidad de gente.

Con respecto al lector, en tu prólogo decís que, en última instancia, es el lector quien decidirá si tus textos son ensayos o notas de viaje. Pero, ¿a qué lector apuntás?

Es muy difícil calificar al lector. Yo sé que tengo algunos lectores, de los cuales conozco a unos pocos. Esos lectores están muy interesados en la literatura, más que en otras cosas. Entonces yo creo que apunto a esa gente. Y sobre todo, yo mismo me considero un lector antes que un escritor, por eso trato de escribir lo que me gustaría leer en otro. Trato de buscar una lectura para mí, erigiéndome en un lector ideal, lo cual es fácil porque soy yo. Pero trato de que el lector pueda tener opciones, pueda tener la posibilidad de elegir entre una cosa y otra. Por eso digo que, en realidad, es el lector el que termina por definir una obra, ya sea estos ensayos o una novela. En la novela todavía mucho más, porque es un género más abierto; entonces uno puede jugar con la fantasía del escritor y de lo que está leyendo y armar su propia novela. Con respecto a los ensayos, yo me a refería que el lector decida, en definitiva, qué es lo que está leyendo, porque posiblemente hay gente que piense que es un diario íntimo o ensayos… Lo dejo al criterio del lector. Le permito y me permito esa libertad.

En el texto que da título al libro, "El roce de Dante", vos trazás un recorrido tanto de lugares como de lecturas. ¿Puede considerarse que guiás al lector para que tenga un roce con Dante?

Sí, sí. Primeramente, el ensayo que da título al libro nace de un viaje mío, real, por Italia. Estuve en Verona, exactamente como digo ahí, en un congreso. Después tuve otros compromisos y viajé hasta Roma. Ahí creo que percibí por primera vez que lo que quería hacer con Dante, ya que no soy un especialista y lo admiro tanto, era tratarlo pero desde la Italia contemporánea. Es decir, como si buscara a Dante entre los italianos de hoy. Y de hecho, me atrevo a jugar con esa idea todo el tiempo, encuentro símiles en las personas que veo por las calles y las ciudades, y trato de vincularlas a Dante. De alguna manera, también viajo hacia el pasado, porque hay nociones históricas sobre Dante y observaciones, algunas posiblemente arbitrarias de lo que a mí me parece que es Dante o que fue Dante. Supongo, todavía no lo sé, que el lector encuentra en ese itinerario una propia guía para desenvolverse con mayor facilidad. No es un texto canónico sobre Dante; a mí me roza Dante, yo no soy un especialista, y el título indica eso: no estoy capacitado para opinar sobre Dante de una manera experimental y académica, más bien soy un admirador. Entonces, hago un trayecto de esa admiración y, por eso, es el roce, el codeo, como si me lo encontrara por las calles de Roma o de Florencia y me codeara con Dante y siguiera mi camino.

Cuando analizás específicamente el término ensayo, decís que ensayar es una práctica de la repetición, un divagar, una marcha errante. ¿Esta definición tiene que ver con tu actitud en los viajes? ¿Es por ello que son ensayos?

Los ensayos son divagaciones en el sentido de ir buscando mientras se deambula y se camina con el cuerpo o con la mente, se anda, se va buscando algo. Mi modelo siempre para los ensayos es Montaigne, que es el primer ensayista de Occidente, que hablaba de sí mismo y de lo que le pasaba en un tono muy libre y comprensible aún hoy, después de casi medio milenio. Es accesible y dice cosas muy importantes y casi irrefutables. Mi idea del ensayo es esa especie de andadura, voy caminando por fenómenos de la cultura: literatura, pintura, la vida misma en su complejidad social, y todo eso me impresiona e interesa y lo llevo adelante como si fuera una indagación de un paseante. Inclusive hago una especie de puente entre un café y otro. Yo soy muy cafetero y tengo cafés, en los pocos lados en los que viví y conozco, que son como etapas de mi vida. Entonces hago como si esos cafés fueran las etapas de un viaje. Lo mismo que la búsqueda de un libro en diversas librerías. A veces uno, habiendo buscado un libro mucho tiempo, lo encuentra, por azar, en una librería de Córdoba, de París o de Barcelona. Como decía Cortazar cuando hablaba de la continuidad de los parques; yo quiero establecer la continuidad de los cafés y de las librerías, como los lugares que un porteño quizá ame.

Con respecto a "lo argentino", vos hace muchos años que no vivís en el país por una decisión personal. Y casualmente en "El roce de Dante", el narrador tampoco está en Argentina. ¿La extranjería es condición de tu escritura?

No lo sé, pero es cierto que me interesa mucho la extranjería, me interesa mucho el margen, porque uno cuando está en el extranjero está en el margen. Me permite verme mejor a mí y ver mejor a mi país, mi ciudad, mi gente. Es esa posibilidad de salir de los hábitos cotidianos, aprendidos, que son como automáticos y mecánicos y que, quizás, nos impidan vernos con mayor claridad, pero creo que no es una certeza, es más bien una sospecha. Y como a lo largo de la vida viajé mucho y viví afuera, en Francia algunos años, en Estados Unidos en la universidad un año y ahora vivo en Uruguay, me permitió siempre la idea, quizá novelesca del retorno a Buenos Aires. Es muy "emocionante" saber que uno vuelve a su ciudad natal, siempre, a la larga. Podés estar en cualquier lado, pero sabés que hay un lugar que es definitivamente tuyo, es mi casa. Por eso yo siempre digo que viviré en cualquier lado y puedo estar muy encantado con el lugar donde vivo, pero yo sé que Buenos Aires es mi lugar. Hay una visión de pertenencia que me permite, asimismo, la distancia y la fantasía de volver.

¿Qué es una estética sin sobresaltos?

Una estética sin sobresaltos es una estética fácil. Es transformar a la literatura en mero entretenimiento. Uno toma un libro de entretenimiento, lo lee, se divierte un rato, lo deja y se olvidó para siempre. Es como ver un programa trivial de televisión que uno lo ve, se entretiene, y después pasó el tiempo, lo devoró y no pasó nada. La estética, en todo caso del sobresalto, es aquella estética que nos golpea, nos hace parar y reflexionar; es aquello que apela a nosotros. El verdadero valor de la literatura yo lo encuentro, justamente, cuando aparece esta estética del sobresalto. Es un poco impresionarte decir "sobresalto", pero no hay que alarmarse, es aquello que nos llama la atención y nos detiene frente al hecho literario, nos detiene: "Ah... esto yo lo pensé", "esto yo lo vi pero no supe expresarlo antes", "claro, yo tenía esta sospecha"… Es decir, de golpe una obra literaria importante hace que nuestra vida cambie un poquito, que nos orientemos un poco, en tanto que la gran producción del entretenimiento no hace nada, nos deja ahí, no nos moviliza.

Y para diferenciarte del mero entretenimiento, vos decís que hay que hacer una "apuesta literaria". En tus libros, ¿vos hacés una apuesta literaria? Si es así, ¿qué apostás y qué esperás ganar?

Con mis libros yo trato de hacer apuestas literarias. De hecho, hubo un editor que me dijo: "Tus libros son apuestas literarias". Pero me lo dijo como si fuera un defecto; yo me sentí muy orgulloso porque esos son los defectos que enaltecen. "¿Cómo no estás ávido de mercado?, tenés que escribir para todo el mundo", y esas son falsas ideas, son tontas, porque todo el mundo somos todos y en la gente de pronto hay sorpresas muy atractivas. Entonces, yo no sé si mis libros consiguen esa estética que procuro denominar del sobresalto o más profunda, no lo sé, pero trato de lograrlo, es lo que más me interesa. Pero los resultados, como dije antes, no dependen sólo de mí. De hecho, hay una cosa que me hace bastante feliz como escritor y es que tengo muchos lectores jóvenes, es muy interesante. Gente que tiene veintinueve, treinta, veinticinco años, gente que jamás creí que me leyera y que ahora, con el tiempo, me doy cuenta que sí tengo a esos lectores, más que a mis estrictos contemporáneos sesentones que parecen estar en otra. Que haya un público joven que esté interesado me hace muy feliz y me da ciertas esperanzas.

En todos tus textos se desliza una crítica a los avances tecnológicos que han anulado las relaciones epistolares, o al consumismo de la sociedad actual, al modelo de belleza femenina y al arte de los últimos tiempos, incluso una crítica a la falsa libertad de la democracia. ¿Estás desencantado de los tiempos que corren? ¿Existe en tu visión una nostalgia de aquello que ya no es?

No, no estoy desencantado de los tiempos que corren y no existe estrictamente una nostalgia de lo que ya no es, pero siguiendo con la estética del sobresalto, yo creo que la función de un escritor, que es una persona que piensa y expresa su pensamiento de manera total, es realizar operaciones críticas. Yo noto aspectos críticos de la sociedad contemporánea, y el primer aspecto de la sociedad contemporánea es la "no crítica" que existe, la complacencia. Esto es muy interesante, y sobre todo para la gente joven. Tal vez yo esté marcado porque soy un producto de los '60; en la época que yo tenía veinte años eran los '60 y la vida tenía un tono muy especial, para bien y para mal. Ese tono tan especial tenía una mirada crítica muy fuerte sobre cada cosa de la realidad: había que cambiar todo y lo primero era la relación con nuestros padres. Nuestros padres eran naturalmente conservadores, venían de un mundo de leyes más estrictas que las nuestras. Y nosotros fuimos los primeros, de algún modo, en cuestionar esas leyes. Esto trajo algunas cosas muy importantes y muy interesantes y algunos desastres muy importantes también. No se puede hacer una tortilla sin romper huevos, como se dice vulgarmente. Entonces, yo creo que inevitablemente, si bien yo también soy crítico de mi época, me dejó una impresión muy fuerte esa capacidad que había para leer, para criticar, para revisar todo, para hacer un arte molesto, inquietante. Eso lo valoro y, a veces, tengo cierta nostalgia frente al conformismo que veo hoy, porque finalmente las libertades de hoy ya fueron conocidas. Entonces uno las mira como diciendo: "caramba, es esto, ¿todo aquello fue para llegar a esto?". Ahí está el punto. Cuando hablo de la democracia, estoy diciendo, como decía Churchill, la democracia es mala, pero todo lo anterior es tan peor que es mejor que haya democracia, evidentemente. Porque no hay que tener miedo a criticar la democracia si es para mejorarla, por eso me refiero a la democracia como un sistema con un vacío en el centro que hay que llenar. Y respecto a la tecnología, yo creo que no se detiene nunca. Todas las invenciones de la historia que hubo, prosperaron todas, y nosotros, los seres humanos, tuvimos que adaptarnos a esas invenciones. Quiere decir que nada de lo que hay hoy funcionando va a volver atrás, nunca. Así que lo mejor es entenderlo y asumirlo. Por eso, aunque no sé si está logrado lo que quiero decir, cuando hablo del mail y de la carta lo que quiero decir es que la carta escrita, que era lenta y tenías que esperar quizás un mes, nos permitía pensar mucho. La escritura permitía una distancia que, a su vez, permitía una reflexión mayor sobre cada cosa que se decía. Y eso hacía que el tiempo no fuera tan vertiginoso y tan violento, porque uno mandaba una carta y esperaba que al mes llegara, y un mes es mucho tiempo. Hoy día es una enormidad. Cuando está muy pesada la carga de la computadora y nuestros programas bajan con lentitud, nos llenamos de ansiedad, de una ansiedad desconocida, porque ya no admitimos ni un segundo de demora. Estas son las cosas nuevas que generan una ansiedad desconocida. En cambio uno podía esperar una carta mucho tiempo con bastante serenidad. Pero, por otro lado, no es sólo eso, es el contenido. El contenido de la carta, cuando uno lee las correspondencias que por ejemplo yo cito, son deliciosas porque son casi trabajos literarios, y hoy es muy difícil conseguir que un mail tenga esa densidad conceptual, es muy difícil porque el mail está hecho para la rapidez y la urgencia. Estas son observaciones donde se desliza una parte crítica y una parte de aceptación, porque yo mismo vivo escribiendo y recibiendo mails, no es que yo escriba con una máquina Underwood ni escriba cartas con estampilla. No, ya no puedo. Pero, de todos modos, me gusta ver todo lo que tiene de conveniente y de inconveniente la tecnología. Cuando pienso que la tecnología digital, tan rápida, hace que todo nos llegue velozmente, esa velocidad extrema también es un riesgo, porque esa velocidad extrema nos borra, nos puede borrar todo en el mismo segundo en que tardó en llegar. Es decir, que estamos ante nuevas situaciones, más fáciles y más riesgosas también.

Con respecto al último ensayo y a la crítica al arte actual, referida especialmente a una muestra de fotografía, vos te hacés una pregunta y es cómo verán las generaciones futuras el arte de hoy. ¿Cómo creés que las generaciones futuras verán tu obra?

No lo sé. Primeramente habría que suponer, con una ilusión esperanzada bastante atrevida, que mi obra sobreviva. Punto número uno. Cosa que nadie puede saber; pero que por supuesto es mi deseo. Si es que sobrevive y hay alguien que la lee dentro de cien años o un tiempo incalificable, tal vez vean a un tipo un poco perplejo frente a la realidad, que buscaba cosas en los intersticios de la realidad, un tipo que se preguntaba cosas a sí mismo todo el tiempo. Yo me veo así en lo que escribo, tanto en mis novelas como en mis ensayos. Entonces, posiblemente si sobrevive la obra, va a ser para denotar una personalidad inquisitorial, en el sentido de la búsqueda permanente de una respuesta para sí mismo y para su mundo. Pero no lo sé. Es lo mismo que lo que me pasa con el arte, no sé. Este arte que en realidad cambió muy poco desde la primera instalación de Duchamps, en 1917, hasta hoy, cuando puso el bidet y dijo, casi autoritaria y demagógicamente, esto es arte porque yo lo veo como arte. Esa actitud cambió poco, sólo que ahora está generalizada. Entonces, no se puede avanzar demasiado. Por ejemplo, esa muestra de fotografía que da inicio a mi preocupación por el arte moderno, una muestra que yo vi en Madrid, es impresionante. Es una muestra de fotografía que hiere, lastima, porque son fotos sobre cuerpos lacerados, torturados, cadáveres, o desnudos de una obscenidad ni siquiera excitante, una obscenidad repugnante, y está hecho deliberadamente. Y eso es una de las formas del desgaste de la estética, cuando ya no queda nada y no se sabe cómo llamar la atención. La pregunta es esa: ¿cómo hago para atraer al público? Voy a mostrar la desnudez más atroz, porque ni siquiera es la desnudez bella, que ya no llama la atención. Y ahí vi cosas muy especiales. Y me pregunto si eso es arte, porque fue planteado como arte. Entonces queda la pregunta, no tengo la respuesta.

Hay un ensayo que se llama "Acerca del oficio de ser escritor (divertimento)". ¿Ser escritor es un oficio que depende de la técnica, un divertimento, un don?

Ser escritor es un divertimento, es una técnica, es una necesidad, es una búsqueda, es una presunción de que, si hay verdad, la verdad y la belleza deben estar juntas, es una hipótesis. Y, por otro lado, está la necesidad de comunicación, no sé en que orden, y está la necesidad de expresión, de expresar todo esto. Y luego es una tarea, es una tarea muy buena, pero al mismo tiempo pesada porque hay que trabajar, hay que trabajar en eso y tratar de que sea el mejor logro posible, así, maníacamente. Es decir, me interesa mucho que lo que escriba esté bien hecho, y eso me lleva tiempo, porque tengo que revisar, volver. Y después es una forma de vida, para mí la mejor que encontré.