13 de febrero de 2009

Entremeses literarios (XXXIX)

MONICA
Hugo Galante
Argentina (1953)

Y bien, aquí estamos, matando lastimosamente el tiempo bajo nuestras asentaderas. Afuera, el sol entra y sale perezosamente del callejón, alterando apenas el gris de las viejas paredes. Y sus ojos siempre allí. Es como verlos pasar. Miles de diminutas agujas y números y círculos yendo, y la impotencia de no poderlos detener y guardarlos para momentos mejores. Y su voz, sobre los timbres, suave, los portazos, calma, los comentarios boludos, su voz.


CUERPO DE MUJER
Ryonusuke Akutagawa
Japón (1892-1927)

Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había una pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado. Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. "Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga". Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro. En el camino se alzaba una encumbrada montaña cuya forma más o menos redondeada aparecía suspendida de su cima como una estalactita, alzándose más allá de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaña, contigua a la cama, tenía el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresión de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaña era blancuzco, compuesto de la masa nívea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaña bañada en luz despedía un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulgía como una nieve azulada bajo la luz de la luna. Los ojos abiertos de par en par, Yang fijó la mirada atónita en aquella montaña de inusitada belleza. Pero cuál no sería su asombro al comprobar que la montaña era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempló aquel pecho enorme que parecía una montaña de marfil. En el colmo de la admiración permaneció un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se había dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artístico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.


CEGUERA
Víctor Meza Hernández
Venezuela (1952)

En un lugar de La Mancha de cuyo nombre tampoco me acuerdo, vivió Sancho, que por obra y gracia de su autor fue el único de aquella comarca que no sufría de ceguera intelectual y que, al contrario de lo que puedan muchos pensar, era muy inteligente. El manipulaba a Cervantes a su antojo cada vez que tomaba la pluma... Fue quien dio con la razón de la sinrazón... Las posteriores noticias dan como cierto que gobernó felizmente en la ínsula prometida por el señor Quijana que así se llamaba el Quijote en los momentos de lucidez y a quien hizo firmar un documento notariado de su compromiso.


LA NOCHE DEL DISPARO PRECISO Y FUGAZ
Raúl Astorga
Argentina (1964)

Sabía con certeza que el arma que llevaba preparada en el bolsillo, desde hací­a unos días, le depararí­a una satisfacción enorme. Siguió a quien lo había humillado una vez gratuitamente, pero no para estrellarse en un duelo vulgar y estúpido, si no para acometer una venganza feroz, inclaudicable y definitiva. Trató de encontrarle la vuelta para no pagar las consecuencias, que en estos casos suele ser de altísimo precio. La meta era no terminar diluido en los medios de comunicación, ante una horda de periodistas sedientos de morbo y mediciones de audiencia. No padecer otras degradaciones en estrados judiciales, inmerso en una maraña de alegatos jurisprudentes que sólo condujeran a su castigo. No abdicar la vida, recluido en una triste celda de escasas dimensiones. Y ganar la primera plana en los diarios serios, gracias a la colaboración de su amigo, un idealista a ultranza que le proporcionó el instrumento. Jamás creyó que se encontraría de cara a esa oportunidad única, grandiosa e irreversible. Hasta que obtuvo las infidencias de la secretaria privada, que embistió con despecho y a lengua viva contra las actividades nocturnas de su jefe. Si bien circulaba, con sigilo, una serie de rumores al respecto, todo acababa en opiniones teñidas de subjetividad y sin evidencias. Quienes lo odiaban aducí­an que los dichos eran absolutamente ciertos. Quienes le mantení­an un respeto distante, pero respeto al fin, manifestaban su escepticismo. Dado lo cual su prestigio se sostenía en el beneficio de la duda. Y el hombre, no se sabí­a cómo, pugnaba por defenderse sin conocer en lo más mí­nimo la existencia de tales comentarios. Con el tiempo, la situación se fue extendiendo hasta llegar a involucrar a la esposa de su socio y amigo de toda la vida. Y así, la fábula fue adquiriendo categorí­a de secreto a voces. Hasta que, quién si no, la secretaria privada confirmó los hechos. Dijo que, en una de sus incursiones al motel de la periferia de la ciudad, en compañía del imputado, el conserje de turno la confundió con otra mujer. Error que le permitió deducir que no era su única amante, palabra que ya de entrada le provocaba alguna repulsión. A partir de ese momento, y aunque flotaban los ecos con las explicaciones pertinentes del hombre, con sus efectos residuales, investigó, recogió las necesarias evidencias y habló. El arma permanecí­a bien oculta. Ya tenía los datos, con fecha y hora. Sólo dominaba la paciencia. Y cuando la pareja se dispuso a caminar unos metros hasta el estacionamiento, la siguió con su ojo pegado a la mira. El tapial le dio un incondicional apoyo. Cuando los rostros quedaron en posición, disparó sin vacilar. De inmediato pegó el salto, y en segundos estuvo dentro del coche de su amigo. Se estrecharon brevemente las manos y partieron con velocidad hacia la redacción. Rieron con extensas carcajadas y adivinaron a gritos qué cara iba a poner el hombre, con la mujer de su socio, recién detenido por narcotráfico, cuando viera la fotografí­a en la tapa del diario más importante del país.


EL BURRO Y LA FLAUTA
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)

Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta. Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante su triste existencia.


GOL Y MARXISMO
Rodolfo Braceli
Argentina (1940)

Era sábado allá abajo. Dios se entregó manso a una buena siesta. Pero pronto se encontró soñando algo incomprensible y nada tranquilizador. Su Abuelo le decía: "Yo estuve antes que tu Padre que estuvo antes que Vos. No eres el principio del origen. Que no te ciegue la omnipotencia". Justamente aquí Dios fue despertado por un sacudón de aquéllos. Desasosegado, le preguntó a su ángel de turno:
- ¿Qué caraxus fue eso?
- Gol de Nueva Chicago.
- ¡Pero si es sábado!
- Mi Dios, los sábados hay Primera B.
- ¿Qué es eso de Primera B?
- Es el campeonato de los clubes chicos que aspiran a ser grandes para jugar los domingos y luego fundirse.
- ¡¿Y es posible que los alaridos sean tan cuantiosos como para despertarme a Mí?!
- Es posible, mi Dios. Cuando se grita gol se grita sin mirar a quién. El gol del millonario es exactamente igual de intenso que el gol del paupérrimo. Igualdad, igualdad e igualdad, mi Dios.
- Se me hace que te estás volviendo marxista... Dime, últimamente, ¿con quién te estás juntando?
- Con el flaco.
- ¿De quién me hablas?
- De Jesús.
- Ah, me lo temía. El marxista ese.


EL HOMBRE QUE VA A MENOS
Alejandro Dolina
Argentina (1945)

El protagonista ha nacido con una dotación formidable. Es inteligente, valeroso, viril y apuesto. Sin embargo, durante toda su vida disimulará estas cualidades, tal vez por no apabullar a los demás. Fracasará en sus estudios por fingir desconocimiento, aún poseyendo erudición. Renunciará a espléndidas mujeres y se casará con una verdadera bruja. Retrocederá ante rivales que en realidad desprecia. Cometerá injusticias para no sentir la soberbia de ser bondadoso. Se rodeará de amigos miserables y les hará el homenaje de parecerse a ellos. Tendrá gustos exquisitos, pero los negará para mentir regocijo ante las cosas más despreciables. Una noche sentirá venir la muerte y no tendrá miedo, pero gemirá como un maula. Jamás recibirá recompensa ninguna en este mundo, y tal vez tampoco en el otro.


CARRERA INCONCLUSA
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

James Burne Worson era zapatero, habitante de Leamington, Warwickshire, Inglaterra. Era propietario de un pequeño local, en uno de esos pasajes que nacen de la carretera a Warwick. Dentro de su humilde círculo, lo estimaban hombre honesto, aunque algo dado (como tantos de su clase en los pueblos ingleses) a la bebida. Cuando se emborrachaba, solía comprometerse en apuestas insensatas. En una de tales ocasiones, harto frecuentes, se ufanaba de sus hazañas como corredor y atleta, lo que tuvo como resultado una competición contra natura. Apostaron un soberano de oro, y se comprometió a hacer todo el camino a Coventry corriendo ida y vuelta; se trata de una distancia que supera las cuarenta millas. Esto fue el 3 de septiembre de 1873. Partió de inmediato; el hombre con quien había hecho la apuesta -no se recuerda su nombre-, acompañado por Barham Wise, lencero, y Hamerson Burns, creo que fotógrafo, lo siguió en su carro o carreta ligera. Durante varias millas, Worson anduvo muy bien, a paso regular, sin fatiga aparente, porque poseía, en verdad, gran poder de resistencia, y no estaba tan intoxicado como para que tal poder lo traicionara. Los tres hombres, en su carruaje, lo seguían a escasa distancia, y, ocasionalmente, se burlaban amistosamente de él o lo estimulaban, según se los imponía el ánimo. Súbitamente -en plena carretera, a menos de doce yardas de distancia, y mientras todos lo estaban observando- el hombre pareció tropezar. No cayó a tierra: desapareció antes de tocarla. Jamás se halló rastro de él. Tras permanecer en el sitio y merodearlo, presa de la irresolución y la incertidumbre, los tres hombres regresaron a Leamington, narraron su increíble historia, y fueron, al fin, puestos a buen recaudo. Pero gozaban de buena reputación, siempre se los había juzgado sinceros, estaban sobrios en el momento del hecho, y nada conspiró jamás para desmentir el relato juramentado de su extraordinaria aventura; éste, no obstante, provocó divisiones de la opinión pública en todo el Reino Unido. Si tenían algo que ocultar eligieron, por cierto, uno de los medios más asombrosos que haya escogido jamás un ser humano en su sano juicio.


DISPAROS
Ana María Shua
Argentina (1951)

Los hombres salen del salón y se enfrentan en la calle polvorienta, bajo el sol pesado, sus manos muy cerca de las pistoleras. En el velocísimo instante de las armas, la cámara retrocede para mostrar el equipo de filmación, pero ya es tarde: uno de los disparos ha alcanzado a uno de los espectadores que muere silencioso en su butaca.


EL ORDEN ESTABLECIDO
Eugenio Mimica Barassi
Chile (1949)

Quiso poblar su mundo con palomas y tener junto a él a esas aves símbolo de concordia, de paz, de apariciones mágicas en manos de algún ilusionista. Llevó a las cuatro primeras, dentro de una jaula, hasta su casa solitaria. Les fabricó un palomar adosado a su vivienda y las alimentaba con granos de trigo y migajas de pan. Pobladoras permanentes de parques y plazas, anodinas defecadoras sobre cabezas y hombros de próceres y padres de la patria, solaz para ancianos y jubilados que descansan su cansancio en los escaños, eran por tal amistosas y confiadas, hasta de los niños que suelen corretearlas con intenciones que nunca se saben ni se han sabido cuales son. Estaba feliz con sus palomas. Pero una madrugada aparecieron los caranchos. Fueron tres que llegaron planeando sobre los cañadones, batiendo lento sus alas casi a ras de los coironales, buscando, observando, investigando, atentos a qué atrapar y engullir. Las ingenuas afuereñas trataron de emprender la huida y en el revuelo se olvidaron de la protección que podría darles el palomar. No tuvieron suerte. A veinte metros de altura las cogieron, las imantaron, las atenazaron las patas engarfiadas de los caranchos. Cuando éstos aterrizaron, para darse el manjar de sus vidas, ya estaban muertas, acaso por la impresión. El viento se encargó de limpiar el sitio del suceso. Ni siquiera sus plumas quedaron como testimonio de la masacre. Fueron llevadas y esparcidas lejos, muy lejos, transportadas por ráfagas violentas y desperdigantes, para que nadie osara invadir con palomas ese mundo a contramano de las costumbres ciudadanas.