6 de mayo de 2009

García Márquez y los platillos voladores

En 1982, el Director del Departamento de Literatura Española y Portuguesa de la Universidad de California (UCLA) John Skirius (1946), compiló en un libro algunos de los que -según su criterio- eran los mejores ensayos escritos por autores hispanoamericanos hasta ese momento. La obra en cuestión se llamó "The hispanoamerican essay of the 20th century" (El ensayo hispanoamericano del siglo XX) y reunía un centenar de trabajos de diversos escritores, entre ellos Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, José Carlos Mariátegui, Miguel Angel Asturias, Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Germán Arciniegas, José Enrique Rodó, Ezequiel Martínez Estrada, Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri, Julio Cortázar, Elena Poniatowska, José Vasconcelos, Ernesto Sábato, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Enrique Anderson Imbert y Gabriel García Márquez.
Del autor de "Cien años de soledad", el profesor Skirius incluyó "Los habitantes de la ciudad", "Sobre el fin del mundo", "Nuestra música en Bogotá", "La Marquesita de la Sierpe", "La sociedad de América Latina" y "Los pobres platillos voladores". Este último, escrito en 1950, fue elegido por la revista mexicana "La Gaceta" para publicarlo en su nº 271 de julio de 1993, y dice así:

La humanidad resolvió -al fin- faltarle al respeto a los platillos voladores. Aquellos que un día fueron lejanos y misteriosos huéspedes de los más ex­traños cielos, han entrado en una lamentable decadencia, precisamen­te por haber perdido su primitivo carácter de eventualidad y lejanía. En un principio, algún modesto gran­jero de Arkansas vio cruzar, por su estrellato campesino "una estrella más grande que ninguna", sólo que a diferencia de la del inspirado poeta, la que vio el granjero no era, técni­camente, la luna, sino una estrella móvil y esférica que se precipitó a una velocidad indecorosamente su­persónica, hacia un horizonte que, por la mala noche que debió pasar el granjero, era un auténtico y nada lorquiano horizonte de perros. A la mañana siguiente, cuando el asom­brado campesino de Arkansas llegó al poblado y dijo en la farmacia que la noche anterior vio un extraño cuerpo circular volando no propia­mente hacia Río de Janeiro, como aconteció en alguna película, sino hacia "el infinito abismo donde nues­tra voz no alcanza", como aconteció en un poema, el farmacéutico debió prescribirle un purgante eficaz para regularizar el alucinado aparato di­gestivo del granjero. Sin embargo, los misteriosos huéspedes siguieron realizando sus luminosas incursio­nes nocturnas, hasta el extremo de que no sólo perturbaron también la tranquilidad de los cielos europeos, seguidos desde abajo por millares de pupilas asombradas, sino que se arriesgaron a jugar un celeste es­condite con algunos aviadores nor­teamericanos, de cuya sobriedad en sustancias destiladas no cabe la me­nor duda. es así como la humanidad, en cierta manera, ha empezado a sufrir las consecuencias de la purga que en mala hora se administró al granjero de Arkansas. Los platicos voladores, antes discretos e inofensivos, empe­zaron a perder la vergüenza. Se fa­miliarizaron con los halagos de la publicidad y volaron cada vez a me­nor altura sobre los tejados, hasta el límite de que un ciudadano de Texas se viera en la necesidad de asegurar sus propiedades contra sus incursio­nes y de que una modesta empleada boliviana declarara, el último domingo, que ha formalizado compro­miso matrimonial, de acuerdo con las leyes de Bolivia, con el copiloto de un platillo volador que una ro­mántica noche de febrero sufrió un accidente junto a su ventana, de ella. Personalmente me conmueve esta dolorosa decadencia en que van hundiéndose los que en mejores tiempos fueron identificados como diminutos visitantes interplaneta­rios. Me conmueve, porque la humanidad se vengará ahora de todas esas noches de sobresalto que le hicieron vivir los platillos voladores. Ramona, la novelera esposa de mi buen amigo Pancho, amanecerá un día de éstos exigiendo a su paciente cónyuge que modernice la vajilla doméstica no sólo ya con platillos, sino con tazas, bandejas y cafeteras voladoras. Y llegará el día -doloroso día- en que tendremos ceniceros fabricados con el material sobrante de los que fue­ron dignos y serviciales exploradores celestes. Porque todo es capaz de hacerlo la humanidad, hasta de per­mitir que se les castigue al musical escarnio de complementar el instru­mental de la banda de Gustavita, cuyo orgulloso platillero tendrá la satisfacción de acompañar dentro de algunos meses la misma pieza mile­naria, con el sonoro y metálico com­pás de los platillos voladores.Este breve y divertido texto fue escrito por García Márquez en 1950 para "El Heraldo", un diario de Barranquilla donde trabajaba como periodista luego de sus inicios en 1948 en "El Universal" de Cartagena.