29 de mayo de 2009

Jorge Amado: "Yo no creo en nada, pero respeto todas las religio­nes, todas las creencias, sobre todo las del pueblo"

Jorge Amado (1912-2001) fue un novelista brasileño, cuyas obras están basadas en la vida de su estado natal, Bahía, donde nació y creció en medio de la humildad y la rudeza de las plantaciones de cacao. A los dieciséis años escapó del colegio reli­gioso donde estudiaba para trabajar de cadete y después de redactor en un diario. "O pais do carnaval" (El país del Carnaval), escrito a los diecinueve años, marcó su destino de narrador de los avatares de la población más humillada del Brasil y, al mismo tiempo, de la más alegre y llena de esperanzas. Militante del Partido Comunista, participó en las luchas políticas de su país y fue encarcelado varias veces. Empezó a publicar en la década del '30 y en sus textos denunció, por una parte, el dolor y la pobreza y, por otra, la ironía, la fiesta y la alegría como herramientas populares de protesta. Absolutamente realista, mostró un profundo análisis psicológico en sus novelas que reflejaron su compromiso político al denunciar las injusticias sociales. De esa época son sus novelas "Cacau" (Cacao), "Suor" (Sudor), "Mar morto" (Mar muerto) y "Capitáes de areia" (Capitanes de la arena). En 1937 sus libros fueron quemados en la Plaza Pública de Bahía por la policía del Estado Nuevo Brasileño, y después de estar recluido tres años en una cárcel de Río de Janeiro, se exilió en la Argentina. Tras su regreso -que le valió un nuevo arresto- abandonó su país para residir en Portugal, Italia, Francia, Rusia y Checoslovaquia. Allí escribió allí los tres volúmenes de ensayos titulados "Os subterráneos da liberdade" (Los subterráneos de la libertad). De vuelta en Brasil, publicó en 1958 "Gabriela, cravo e canela" (Gabriela, clavo y canela), que fue recibida como la creación de uno de los más bellos símbolos literarios de la narrativa brasileña y le significó su consagración definitiva como novelista. En 1961 fue elegido miembro de la Academia Brasileña de las Letras. Otras obras suyas son "Terras do Sem-Fim" (Tierra del sinfín), "Os velhos marineros" (Viejos marineros), "Os pastores da noite" (Los pastores de la noche), "Dona Flor e seus dois maridos" (Doña Flor y sus dos maridos), "Tenda dos milagres" (Tienda de los milagros), "Teresa Batista, cansada de guerra", "Tieta do Agreste" (Tieta de Agreste) y "A descoberta da América pelos Turcos" (De cómo los turcos descubrieron América). En junio de 1996, estando de visita en Italia, fue invitado al programa televisivo "Storie" que en el canal 2 de la RAI dirigía el periodista Gianni Miná (1938). La transcripción de la entrevista que se le efectuó en esa oportunidad es lo que sigue a continuación.Usted dijo: "No soy un intelectual, sino alguien que sabe algo de la vida". Una vez un crítico lo definió como novelista de prostitutas y vagabundos. ¿Se reconoce en ese retrato?

Me reconozco perfectamente, porque mi literatura siempre ha hablado de los marginados, de quie­nes son abandonados por todos, y por lo tanto, entre ellos, las prostitutas y los vagabundos.

¿Una vocación o una toma de conciencia?

No lo sé. Sin vocación no se puede escribir; pero es la toma de conciencia la que dicta el tema y el desarrollo de la literatura de un autor.

Otros dijeron: "La literatura de Amado es sexo y comida".

No es sólo eso, por más que en la vida tanto el sexo como la comida sean esenciales; pero hay muchos otros aspectos importantes.

¿Y cuáles son, para usted?

La dificultad de vivir y la lucha por poder vivir. En mi literatura creo que son elementos muy presentes: lo difí­cil que resulta vivir en Brasil y cómo se lucha para salir de esas condiciones.

¿Usted dónde nació?

En una plantación de cacao cerca de la actual Tirangi.

¿Su familia se ocupaba de la producción de cacao?

Mi familia vivía en una pequeña fazenda de pro­piedad de mi padre. Pero cuando yo tenía catorce años, el río que bordeaba nuestra propiedad se desbordó y destruyó todo. Mi padre y mi madre se mudaron a Ilheus, donde pasaron muchos años. Allí hacían tamangos, o sea, un calzado con base de madera y una cubierta de cuero. Vivieron en la po­breza.

El tema de la pobreza está muy presente en sus escritos. ¿Es porque usted la vivió en su piel?

La vida era muy difícil y yo veía la pobreza de la gente que vivía a mi alrededor.

De una entrevista televisiva de Carlo Mazzarella realizada en 1978, en la que usted cuenta "qué es un escri­tor brasileño o latinoamericano", surge el compromiso de los intelectuales de ese continente, y en particular el suyo propio, respecto de los problemas de la gente. El mismo compromiso no se capta, por el contrario, en muchos inte­lectuales europeos encerrados en una especie de torre de marfil.

En Europa la literatura discute ideas; en América Latina, hechos. La literatura europea ha alcanzado, de algún modo, un nivel distinto y discute de cosas que muchas veces no tienen relación con la vida cotidiana. Nosotros hablarnos de la vida, porque la vida es tan pobre y mezquina que obliga al escritor a observarla.

Usted dijo una vez: "No sé si soy un blanco bahiano o un negro mulato portugués". ¿Por qué?

En Brasil lo que predomina es la mezcla de razas, de culturas, de religiones. Por lo tanto, un hombre de piel blanca puede tener sangre negra o sangre indígena, mientras que un hombre de piel negra puede tener sangre blan­ca; más aún, así es, con seguridad. Es difícil encontrar un brasileño que no tenga sangre mestiza, a menos que sea un hijo de inmigrantes, de primera generación.

Creo firmemente que la certeza de un origen mestizo está en la raíz de los libros que usted escribe, como puede notarse también en algunas imágenes de la película "Doña Flor y sus dos maridos", basada en su libro de 1967, en el cual, entre otras cosas, se adivina un Jorge Amado más maduro. ¿Cuál era la fuente de inspiración de sus primeros libros, como "El país del carnaval" o "Cacao"?

Mis primeros libros tienen una vena política muy evidente; pero en literatura la impronta política no debería ser muy fuerte. Al principio eso yo no lo entendía, era joven. No intuía que mi voluntad de cambiar las cosas tenía que ser más acción que discurso, y que eligiendo un determina­do lenguaje agotaba el todo en un puro discurso ideológico que no tenía razón de ser.

¡Pero sus primeros libros también eran buenos!

Hay cosas interesantes, es cierto.

¿Usted fue muy influenciado por Luis Car­los Prestes, fundador del Partido Comunista brasileño?

Prestes no fundó el PCB, pero sin dudas fue un hombre muy importante en Brasil. Se puede estar de acuer­do con él, o no tanto, pero no se puede negar su importancia en la vida del país.

¿A qué se refiere en particular?

El hizo la famosa marcha de la Columna Prestes, y recorrió el interior del Brasil durante tres años. Fue él quien reveló cuál era el verdadero Brasil brasileño.

Fue una toma de conciencia.

¡Sin duda!

¿Y todo eso tuvo influencia sobre algunos de sus libros, como "Sudor", "Mar muerto"?

Sí, hay alguna influencia de un pensamiento polí­tico en mis libros. En "Sudor", por ejemplo, hablo de la vida del pueblo miserable y triste, pueblo, sin embargo, que no se conforma con esa realidad y trata de modificarla. Pero una influencia política fuerte no debe estar presente en los libros, ya es suficiente la realidad para que se comprenda que debe haber un cambio.

Hace sesenta años usted escribía uno de sus libros, una de sus obras maestras, "Capitanes de la are­na", un libro premonitorio que hablaba de los niños de la calle. ¿Cómo le vino la idea de escribir un libro sobre esos niños?

Simplemente porque era una realidad que ya es­taba presente entonces, aunque en una medida menor. "Capitanes de la arena" es un libro de 1937. ¿Cuántos niños eran abandonados en Bahía en ese momento? ¿Doscientos, trescientos? En todo el Brasil, ¿dos mil? ¡Hoy hay once mi­llones de niños abandonados! ¿Se da cuenta de cuánto cre­ció numéricamente el problema desde el momento en que yo escribí el libro y cuántos problemas se sumaron a lo largo de los años? La droga entonces no existía; hoy está, y marca a estos chicos de un modo violento, profundo. Yo verdadera­mente no sé qué se puede hacer para intentar frenar un fe­nómeno tan grande.

Brasil es el sexto país productor de alimentos del mundo, en un ochenta por ciento por las condiciones de vida de la gente. ¿Qué fue lo que engendró una tragedia semejante? ¿La economía neoliberal?

En Brasil los bienes materiales pertenecen a una minoría; la mayor parte del pueblo vive en condiciones terribles, inimaginables.

Cuando Carlo Mazzarella fue a su casa, usted lo llevó al mercado, diciéndole que el mercado era una de sus mayores fuentes de inspiración. Le dijo: "En el mercado se pueden sentir los olores, los aromas, los sabores de la cocina africana. Y, como en Africa, también aquí el mercado es un punto de encuentro, una especie de plaza, de ágora, el pretexto para festejar y exhibir los talentos pro­pios. Nuestra música nace de la influencia negra, portu­guesa e italiana. El más grande compositor de Bahía es un mulato, tiene sangre negra e italiana". Mazzarella, durante esa misma entrevista, le pregun­tó si en Brasil existía algún problema racial y usted le res­pondió que los brasileños son un pueblo mestizo, que deri­va del cruce de distintas raíces y culturas. Sin embargo, negar la existencia de un prejuicio racial era imposible, por eso usted agregó: "No existe una filosofía de vida ra­cista simplemente porque una de las características prin­cipales de Bahía es la sensualidad, y la sensualidad es enemiga del racismo". ¿Es cierto? ¿La sensualidad es enemi­ga del racismo?

¡Sí! Vea, los portugueses son extremadamente sen­suales y eso llevó a superar en parte algunos de los prejui­cios raciales. Yo estoy absolutamente convencido de eso.

Usted ha dicho: "Mi primer amor fue una puta que ejercía la profesión en el pasaje de María Paz, en 1927". ¿Se puede hablar de amor?

Sí, el amor es seguramente una de las cosas más importantes que hay en la vida. El amor por una prostituta de Bahía, el amor de un joven que empieza su vida, el amor de un viejo por su esposa, sus afectos. Creo que lo que es verdaderamente importante en la vida es el amor, y es lo que nos da alegría, conciencia de la vida.

¿El amor no debe tener ningún moralismo?

¡El amor no tiene moralismos!

¿Cuál es el amor que mantiene vivo a Brasil? ¿La religión animista, la música, su esencia indomable?

La música brasileña es una riqueza inmensa. So­bre todo es la raza africana la que le da el ritmo, y es lo mismo que se siente en la música brasileña, que se ve en los bailes brasileños, en el modo de caminar, en el movimiento de las caderas de una brasileña vista en la calle. Se percibe inmediatamente la presencia de Africa. Nosotros somos fruto de la mezcla entre el blanco con el indio, el negro; pero yo siempre digo que nuestro ombligo es Africa, porque es Afri­ca la que nos marcó más profundamente.

Mazzarella, intelectual y viajero curioso, durante su viaje a Brasil, además de entrevistarlo a usted le prestó mucha atención -lo testimonian varios documentales- a una de las expresiones musicales más características de Bahía, el candomblé, así definido por él: "un verdadero ri­tual africano, proveniente del Congo y de Angola, expre­sión y síntesis de fetichismo, de espiritismo, de tradición negra insertada en creencias católicas". ¿Usted cree en el candomblé?

Yo no creo en nada, pero respeto todas las religio­nes, todas las creencias, sobre todo las del pueblo. El candomblé es una tradición que viene de la esclavitud, de las casas de negros, que luchaban por los valores traídos desde Africa, y por eso eran perseguidos. Luchaban para que esos valores pudieran llegar hasta nosotros, y yo no puedo más que tener un infinito respeto por quienes lograron mantener las fuentes de su propia cultura haciéndola llegar hasta nosotros. El candomblé es una fiesta bellísima de baile y canto. En el candomblé el hombre se siente cerca de Dios, tiene casi una intimidad con Dios en el círculo de la danza.

Inmediatamente después de haber escrito un libro dedicado a Carlos Prestes, usted militó en el Partido Comunista y fue también elegido diputado, junto a Carlos Marighella, el líder de la resistencia durante la dictadura, muerto después en 1969. ¿Cómo recuerda esos años en el Parlamento?

Eramos diecisiete diputados comunistas. Era la primera vez que los comunistas se sentaban en el Congreso. Creo que trabajamos bien. Marighella era nuestro jefe, una persona maravillosa y un hombre lleno de alegría, de vida. A los dieciséis años lo habían encarcelado y a partir de allí había pasado diez años en la cárcel. Y sin embargo tenía un amor inmenso por la vida y un afecto, una comprensión igual­mente grande por las personas. Siento nostalgia por él to­dos los días.

Y él, ¿por qué se transformó, llegado un cierto momento, en el enemigo público número uno del Brasil, con la dictadura que quería darle caza y lo mató cuando tenía tan sólo cincuenta años?

Porque luchaba contra el régimen y era un hombre de un gran coraje. Intentó hacer una cosa imposible, destruir la dictadura; y lo mataron, fue asesinado a sangre fría.

En una entrevista anterior usted me dijo: "Yo conozco todo mi país porque una vez me detuvieron en el sur y me llevaron a Río en tren, y otra me agarraron en el Norte y me hicieron atravesar el país en bote. Fue una gran suerte". Usted de las cosas ve siempre el lado feliz.

Sí, así es, tendríamos que tomar en cuenta siem­pre el lado positivo de la vida. Yo fui arrestado muchas ve­ces, pero nunca fui un preso triste, desgraciado. Claro que no estaba contento o lleno de vida; era un preso que sabía aprovechar la situación para aprender de las cosas. Y ade­más nunca protesté porque me detenían. Yo luchaba contra ellos y era normal que ellos lucharan en mi contra.

¿Todo esto sucedía en los años treinta?

Treinta, cuarenta. La primera vez que me detuvie­ron fue en 1936, creo. Pasé cuatro meses en la cárcel en Río.

¿Por qué motivo?

Porque la dictadura se estaba afirmando, estaba subiendo al poder. Brasil estaba en guerra con su pueblo y nosotros luchábamos contra eso; por eso me detuvieron.

Usted también fue obligado a un exilio forzado a Europa, donde profundizó sus relaciones con Picasso, Sartre, Simone de Beauvoir, Ungaretti, Primo Levi, Pratolini y otros. Fueron años de melancolía y espera. ¿Le costó de­jar en 1946 su Brasil, escapar, buscar otra patria, venir a Europa esperando encontrar una libertad que después no encontró?

Tenía dos posibilidades: quedarme en Brasil e ir a la cárcel, o dejar Brasil para luchar contra la dictadura. Elegí irme del Brasil cuando salí de la cárcel.

¿Quién era el dictador entonces?

Getulio Vargas.

Vino a Italia y su mujer cuenta que usted esperaba que ganara el Frente Popular y quedó muy desilusionado cuando, después de llegar a Portugal, leyó en un diario que no había ganado la izquierda.

La izquierda italiana en ese entonces estaba convencida de que iba a subir al poder; y yo vine a Italia para asistir a ese acontecimiento. Cuando Togliatti en la redaccción de "L'Unitá", antes de que se dieran los resultados, anunció que la izquierda estaba perdiendo nos quedamos todos muy desilusionados. Recién hoy, después de cincuenta años, la centroizquierda subió al poder en Italia.

Cambió, sin embargo, la realidad, y también el comunismo.

¡Cambió la realidad, cambió la izquierda, la derecha, todo cambió!

¿Quiénes eran sus amigos en Italia en ese entonces?

Tenía muchos amigos, pero le ruego que no me pregunte sus nombres porque la memoria muchas veces me traiciona. Podría citar algunos nombres que recuerdo ahora y olvidar los de otros queridísimos con los que sigo manteniendo relaciones a lo largo de estos años. La mayor parte de ellos, sin embargo, hoy está muerta. De todos modos Italia es un país al que visité y visito siempre con una gran alegría.

Usted también vivió la experiencia del fracaso, llamémoslo así, de la utopía comunista. Junto con otros intelectuales, prófugos de otras dictaduras, estaba en 1951 en Moscú en plena época estalinista.

Eramos estalinistas convencidos. Para nosotros Stalin era una especie de padre, aquel que había ganado la guerra salvando al mundo del nazismo. Entonces no enten­díamos que era un dictador exactamente como Hitler. Cuan­do murió Stalin yo estaba en Buenos Aires. Lloré como si hubiese muerto mi padre. La comprensión de las cosas se da lentamente.

Pero si ahora el comunismo ha fracasado, así como el capitalismo no parece haber dado las respuestas esperadas a muchos problemas, incluso creando nuevos, ¿qué esperanza hay para la gente, para la humanidad?

Creo que tenemos que pensar en un socialismo democrático. No puede haber socialismo si no hay democra­cia. De hecho volveríamos a caer en la dictadura si no se respetara esa condición, justamente como sucedió en la Unión Soviética. Los llamados países del "socialismo real" fueron dictaduras, no democracias. Ahí está por qué no se puede pensar en el socialismo escindido de la democracia. No es fácil, pero nosotros estamos aquí para tratar de supe­rar el pasado.

La dictadura fue una enfermedad brasileña que, además de usted, tocó a muchas otras personas, como por ejemplo a Chico Buarque, un conocido cantante brasileño que en 1969 vino exiliado a Italia con su mujer Marieta.

También su padre, Sergio Buarque, que fue un gran historiador, un gran pensador que escribió verdades absolutas, definitivas sobre Brasil. Creo que Chico es verda­deramente su heredero, que continúa con su maravillosa música la obra de su padre.

Aquellos brasileños exiliados en Italia se reunían en un restaurante llamado "Il Moro", donde se encontraban con el poeta italiano Ungaretti. En una de esas oportuni­dades le hice una entrevista a Chico y le pregunté cómo era que sus canciones podían crear tanta incomodidad en Brasil. Me respondió serenamente como Vinicius de Moraes, recordándome que siempre es necesario tener en cuenta la estupidez de los hombres. ¿Y usted dónde estaba en esos años en que Buarque y los demás estaban exiliados en Ita­lia y en Inglaterra? Eran los años entre 1967 y 1969.

Estaba en Brasil.

¿Su fama de escritor ya era tanta como para constituir una defensa para su integridad personal?

Se puede decir que mi detención hubiera provocado reacciones internacionales. Tampoco Niemeyer, el gran arquitecto comunista, nunca fue arrestado por el mismo motivo. Vivíamos un poco aislados, pero no éramos deteni­dos por miedo a repercusiones a nivel mundial.

Hay un período muy fecundo suyo, desde 1961 en adelante, en el que escribió "Los viejos marineros", "Los pastores de la noche", "Tienda de los milagros" y mu­chos otros libros. ¿Qué había pasado en esos años, qué había dentro suyo para que encontrara esta gran ri­queza de escritura?

Creo que, como ya dije, me di cuenta de que la literatura debía ser contada como acción y no tenía que ser un discurso de tipo ideológico. Cuando entendí esto, tam­bién me di cuenta de que en los primeros libros, los que había escrito antes, había un discurso que no era necesario y traté de eliminarlo. Así nació antes que nada "Gabriela, clavo y canela", que tuvo más éxito que todos mis libros anteriores porque no había más un discurso ideológico y contaba la vida.

Ahora querría preguntarle algo a propósito del carnaval. Usted dice que el carnaval no es un ejemplo del opio de los pueblos, sino una expresión de libertad y de una gran capacidad de supervivencia del pueblo. ¿Usted puede decirme por qué, según su opinión, en Italia hay muchos prejuicios hacia todo esto?

El carnaval es la expresión de la cultura popular, una fiesta que expresa las ansias de libertad, expresa la alegría. Vea, el brasileño lleva una vida muy pobre, mezquina y, a pesar de todo, canta y baila siempre. El brasileño tiene una felicidad interna que va más allá de la miseria. Es la alegría la que le da la capacidad de conservar esta felicidad interior.

¿Y por qué mucha de la "intelligentsia" europea leyó todo esto como un condicionamiento ejercido por el poder?

No hay ninguna dictadura que pueda apoderarse del carnaval, es una fiesta espontánea y sólo el pueblo puede hacerlo.

¿Es cierto que en el período de la dictadura hubo durante el carnaval mensajes subversivos transmitidos por las mismas escolas de samba?

No lo sé, es posible que hayan aprovechado el carnaval para hacerlo, pero yo no lo supe.

¿Vinicius de Moraes fue un gran amigo suyo?

Sí. desde los tiempos de la universidad; y fuimos amigos toda la vida. Vinicius era un hombre excepcional, una criatura llena de ternura humana, de amor. Lo quise mucho.

En un Brasil capaz de expresar toda esa rique­za intelectual, ¿por qué -como usted me dijo una vez- los niños han perdido la inocencia, por qué se da la des­composición de la que habla el sociólogo Betinho, "la per­versión de la sociedad brasileña"? ¿A qué se debe?

Creo que se debe a la droga, pero sobre todo a la indiferencia del gobierno respecto de este problema. Sin embargo, a pesar de esto, yo creo que el pueblo es más fuer­te que esa miseria, que esa tristeza, que esa agonía. Creo que ganaremos esta lucha.

Una gran responsabilidad debe atribuírsele -desgraciadamente- también a las naciones europeas, que se hicieron responsables del saqueo del Brasil, como lo demuestran varios documentales, entre los cuales está uno que fue exhibido por un amigo de Chico Mendes, que vino a un programa televisivo nuestro y nos habló de qué significa robar, saquear el Amazonas, que es el mayor ban­co genético, la última memoria verde no sólo del Brasil, sino de todo el mundo y, como tal, debe ser protegida y no violentada por puros intereses de carácter económico. ¡Es increíble que una riqueza semejante pueda ser desintegrada! ¿Hay un mensaje que Jorge Amado, que es un brasile­ño que ha vivido tanto, pueda dar al final de este relato de su historia de hombre?

Yo creo que el mensaje es que debemos salvar a Brasil, tenemos que modificar las condiciones del poder para que realmente se preocupe por los problemas de la gente. El verdadero interés para nosotros es resolverlos y no seguir con enfrentamientos demagógicos para engañar a los demás. Nosotros, los brasileños, tenemos una gran responsabilidad con respecto a nuestro país y somos nosotros los que tene­mos que tratar de hacer que se transforme en un gran país.

Pero los modelos de desarrollo del Banco Mun­dial, del Fondo Monetario Internacional matarán a Brasil, le impedirán sobrevivir. Quizás una voz como la suya, capaz de recordar que todas esas recetas son mercadería envenenada, son modelos sin esperanza, podría ser una ayuda valiosa.

Son modelos sin esperanza. Y lo repito, es a noso­tros, los brasileños, a quienes nos toca la tarea de resolver los problemas del Brasil. Nosotros somos los responsables de nuestra existencia, no esos que están en el extranjero que, entre otras cosas, más que salvar, quieren conquistar el Ama­zonas, apoderarse de la selva y esclavizar a la gente que vive en ella. Nosotros somos los responsables y, dejando de lado el tiempo que tengamos que emplear, somos nosotros los
que debemos cumplir este trabajo. ¡Es un deber nuestro!

Soy un gran admirador suyo y espero que un día gane el Nobel de Literatura. ¿No lo espera más?

¡No lo esperé nunca!

¿No escribe para la gloria?

Yo escribo para mis lectores, para los que encuentran una respuesta a sus emociones en mis libros. El premio es una cosa totalmente secundaria, sin ninguna impor­tancia para un escritor. Yo no pierdo ni un minuto de mi tiempo en pensar en eso.