15 de octubre de 2009

Antonio Skármeta: "La parodia es el modo natural que tenemos los latinoamericanos de pararnos frente a la gran cultura universal"

El escritor Antonio Skármeta (1940) cursó sus estudios de Filosofía y Literatura en Chile, graduándose posteriormente en la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Obtuvo la beca Guggenheim y fue profesor en las universidades de Chile y Washington. Tras el golpe militar de 1973 partió rumbo al exilio, viviendo un corto período en Buenos Aires y luego en Berlín Occidental por casi una década. Allí comenzó su carrera de guionista de cine y televisión. El impresionante éxito internacional del film "El cartero" dirigido por Michael Radford (1946) basado en su novela "Ardiente paciencia", puso su nombre en primer plano. De todad maneras, ya desde los años '60, este narrador viene cobrando prestigio a través de libros como "Soñé que la nieve ardía", "Tiro libre", "No pasó nada", "La insurrección", "Match ball", "El entusiasmo", "Desnudo en el tejado", "La chica del trombón", "El baile de la victoria" y "El ciclista del San Cristóbal" entre otros. También es autor de numerosos guiones cinematográficos y piezas dramáticas para la radio, además de creador y conductor del popular programa televisivo "El show de los libros". El siguiente diálogo con el periodista argentino Jorge Boccanera tuvo lugar en octubre de 1995 en San José de Costa Rica, en el curso de una serie de charlas ofrecidas por el narrador chileno en el marco del 25º aniversario del Semanario Universidad.En clave de parodia, su programa introduce la literatura en el mundo de todos los días; temas aparentemente solemnes conviven con lo cotidiano en cruces de la literatura con el amor, el deporte, la vida urbana, el bolero, etcétera. ¿Fue concebido así originalmente, con esa gestualidad informal?

Sí, y fue un gran desafío. Yo tenía la convicción de que la literatura no debe ser vista como rival de los medios de comunicación. Por otro lado, "El show de los libros" intenta, a través del guión y la animación, hacer comunicable la literatura, mostrar sus atractivos a lectores que no son sistemáticos o son poco adictos a la lectura. Además nos apoyamos en el lenguaje audiovisual. Queríamos mostrar un punto de vista diferente, original. Y para evitar el "zapping", incluimos el "zapping" dentro del programa.

En una de sus charlas mencionó a Manuel Puig y Osvaldo Soriano, entre los escritores con los cuales se siente emparentado; si se agregan otros como Isabel Allende y Mempo Giardinelli aparece una constante: la literatura llevada al cine.
En efecto. Es una generación que se formó mirando cine; pertenece a su paisaje habitual. La infancia la pasamos más en el cine de barrio que leyendo; mientras que para la generación anterior fue un género un poco resistido; Hollywood y el cine norteamericano era mirado como un arte menor, un poco degradado, ordinario, era el pasatiempo de las masas. En cambio para nosotros fue algo al alcance de la mano que recibimos con entusiasmo. No es extraño entonces que uno de los escritores emblemáticos de nuestra generación, Manuel Puig, construya con el cine el total de su narrativa. También las novelas de Soriano, que fueron adaptadas y llevadas a la pantalla, tienen influencia del cine negro norteamericano, sobre todo en los diálogos.

Pareciera que cambió la relación de los escritores con los medios: lo corroboran los guiones cinematográficos del mexicano José Agustín, del cubano Senel Paz y su exitosa "Fresa y chocolate", el anuncio de llevar a la pantalla grande la novela de Luis Sepúlveda "El viejo que leía novelas de amor".

Una relación muy destacada, sí. Es significativo que muchas obras de mi generación en Chile tengan hoy una circulación intensa. Pasó con la obra de Isabel Allende, que una vez consolidada como escritora recibe un fuerte impulso a través de las versiones cinematográficas; y ocurre con "La muerte y la doncella", de Dorfman, que llegó a estar en más de treinta teatros y luego pasó al cine dirigida por Polanski.

¿Cómo se dio el cine en su caso?

Yo tuve siempre una enorme fascinación por la comedia musical norteamericana; por el modo como resolvían los problemas de exteriorización a través de la lírica, de sentimientos no especialmente profundos que tendían a quedarse entre lo melódico y lo lírico.

Una crítica reciente referida a la actual literatura chilena lo menciona junto a Dorfman dentro de un "realismo telúrico".

Creo que el gran aporte de esta generación es ponerle límites a lo real luego del esfuerzo tremendo de la generación del boom en su exploración hiperbólica de las posibilidades del lenguaje, del mito. Mi generación se siente más cómoda en terrenos acotados, es una generación de fronteras que vive muy de cerca los acontecimientos sociopolíticos de sus respectivos países. Tiene una preferencia hacia lo íntimo; frente al gran gesto se inclinan por la contradicción, frente a la aventura del lenguaje son más irónicos, más desconfiados de la efusión lírica y esto da como resultado uno de sus rasgos más originales: la parodia.

Existe una marca del realismo en los escritores de su generación, aunque enmarcada en este aire de parodia.

Y esto se da con todo el humorismo y la gracia, el desenfado y la ironía que hay en Sergio Ramírez o Soriano. Ahora, yo tengo sobre el tema una hipótesis extravagante: yo sostengo que en América Latina el realismo no tuvo chance. Lo que hubo, sí, fue naturalismo: Arguedas, Rómulo Gallegos, José Eustasio Rivera, eran naturalistas. Y en el momento en que comienza a crecer la ciudad, los editores que debían dar cuenta de ello estaban embarcados en una literatura fantástica, como García Márquez o antes Miguel Angel Asturias, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal. Esos intelectuales parten de la premisa de que escribir es destrozar lo real y fundar una realidad que legitime el mundo propio, autónomo. Pasamos del naturalismo al suprarrealismo, pero en el medio no hay nada. Hay sí una tarea pendiente, en la que pienso que andan los nuevos escritores chilenos. Es lo que yo he denominado "realismo poético", vale decir una atención fuerte hacia lo real que no renuncia a la fantasía.

Volviendo a su promoción, la que se inicia en los años '60, podría decirse que al tiempo que la atmósfera se vuelve más familiar cambian también los personajes.

Se da la intromisión de personajes más o menos inéditos en la literatura; travestís, deportistas, jóvenes de liceo, cierto tipo de burguesía menor. Yo creo que es una generación muy culta, muy atenta al entorno y con una gran admiración por el arte pop, que hace que los textos posean una sensualidad inmediata y una cierta modestia en cuanto a sus ambiciones. Esto último comparado con la ambición desproporcionada de la literatura del boom, que era prácticamente dar cuenta de todo un continente. Piensa en "Cristóbal Nonato", en "Terra Nostra", en "Rayuela". Otra característica es la parodia, que yo veo como el modo natural que tenemos los latinoamericanos de pararnos frente a la gran cultura universal. Algo así como el ojo marginal que mira el gran espectáculo, y que pervierte y manosea aquello que viene vestido de gala. Además hay una referencia a una realidad tremendamente concreta que a estos escritores les duele, y después un sistema narrativo no especulativo, bien estructurado, menos efusivo, menos brillante pero cercano al corazón de la gente. Esta es una generación muy atenta al contexto, no tiene la aspiración de ser clásica ni atemporal, se codea con los lectores de su provincia y no tiene aspiraciones de medirse con Poe, Shakespeare, Flaubert, Balzac.

Y ha logrado una difusión importante. Hay obras de tiraje muy alto, como las novelas del mexicano José Agustín...

¿Pero con qué materiales? Con los materiales de la más inmediata experiencia. Agustín es un fenómeno netamente mexicano. La generación del boom aparece cuando está en auge un concepto de América Latina que tiene su signo emblemático en la Revolución Cubana, los movimientos de liberación y los procesos democráticos. La generación del posboom viene con la balcanización de América Latina; cada país otra vez replegado dentro de sus fronteras, en sus costumbres, en sus motivos.

Por vez primera se habla en Chile de una prosa a la altura de su poesía y esto tiene que ver con la eclosión de nuevos narradores: Gonzalo Contreras, Marcela Serrano, Alberto Fuguet, Jaime Collyer, entre otros; muchos de ellos salidos del taller de José Donoso. Una generación que desconfía de las jerarquías...

Hay una sensibilidad generacional muy fuerte y hay una generación que es muy poco enfática, muy enemiga de lo lírico, muy castigada también. El mismo hecho de que no se vislumbren ideas globales totalizadoras ha legitimado el escepticismo y la introspección. Por otro lado, las editoriales están ahora a cargo de jóvenes que son sensibles a lo que escribe gente de su edad.

En sus charlas, la alusión a la poesía vino de la mano del tema de la filosofía; esto me llevó a pensar en poetas chilenos donde se da a fondo una reflexión existencial, como Díaz Casanueva.

Sí, pero a él le gustaban los poetas de las tinieblas, era un poeta germanófilo, en cambio mis primeras influencias son los poetas de la luz, todo el Mediterráneo griego, los presocráticos, Maximandro, Parménides, Heráclito; todo ese mundo me encantaba. Luego los contemporáneos que intentan retomar el hilo perdido de la filosofía, la sensación básica que inicia el pensamiento filosófico que es el asombro y el gusto por la apariencia. Casi toda la historia de la filosofía se basa en la división entre el ser y la apariencia; hay otra cosa que lo que vemos, eso me interesa, la emoción primigenia, el asombro de existir. Y eso está maravillosamente dado en los fragmentos que se conservan de los filósofos griegos, un pensamiento que recuperan Nietzche y Heidegger.

Al revés de otras entrevistas, dejamos una inquitud primera como corolario. Me gustaría que hiciera mención de sus influencias y lecturas iniciales.

Precisamente, los poetas que mencioné junto a Camus y el existencialismo, conforman mis primeras lecturas. En poesía he leído además de Neruda a un montón de tíos: Saint John Perse, Nicanor Parra, Eliot, Pavese. Hasta hice versos, pero nunca escribí poesía que era algo muy serio; por eso me dediqué a una cosa secundaria como la narrativa.