7 de octubre de 2009

Entremeses literarios (LXXV)

TEORIA SOBRE LA REVOLUCION FRANCESA
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

De vez en cuando el Rey Sol comía en Versailles a la vista del pueblo famélico. Y el pueblo, apiñado tras las rejas del palacio real, contemplaba los cubiertos de plata, la vajilla de porcelana, los manteles de encaje, las fuentes con pavos trufados, las jarras de vino y las montañas de frutas, y pensaba, relamiéndose: "Si éste come y bebe así es un dios". ¿Y quién trama revoluciones contra los dioses? Pero cuando Luis XVI, por consejo de sus ministros burgueses, empezó a hacer economías en el presupuesto la revolución fue inevitable.


UN OBISPO EN EL ATOLLADERO
Donatien Alphonse Francois de Sade
Francia (1740-1814)

Resulta bastante curiosa la idea que algunas personas piadosas tienen de las blasfemias. Creen que ciertas letras del alfabeto, ordenadas de una forma o de otra, pueden, en uno de esos sentidos, lo mismo agradar infinitamente al Eterno como, dispuestas en otro, ultrajarle de la forma más horrible. Y sin lugar a dudas ese es uno de los más arraigados prejuicios que ofuscan a la gente devota. A la categoría de las personas escrupulosas en lo que respecta a las "b" y a las "f" pertenecía un anciano obispo de Mirepoix que, a comienzos de este siglo, pasaba por ser un santo. Cuando un día iba a ver al obispo de Pamiers, su carroza se atascó en los horribles caminos que separan esas dos ciudades: por más que lo intentaron los caballos no podían hacer más.
- Monseñor -exclamó al fin el cochero, a punto de estallar-, mientras permanezcas ahí mis caballos no podrán dar un paso.
- ¿Y por qué no? -contestó el obispo.
- Porque es absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y Vuestra Ilustrísima se opone a ello; así, pues, haremos noche aquí si no me lo permite.
- Bueno, bueno -contestó el obispo, zalamero, santiguándose-, blasfema, pues, hijo mío, pero lo menos posible.
El cochero blasfema, los caballos arrancan, monseñor sube de nuevo... y llegan sin novedad.


YO
Laura Galarza
Argentina (1968)

Nací con un ojo desviado. Cuando empecé primer grado mamá dijo que había que enderezarlo y me llevó a un oculista que venía de Buenos Aires. El me hacía apoyar la pera en un aparato y mirar por un agujero como si fuera una cámara de fotos. Por ahí se veían figuras, una en cada punta. Podía ser un nene con un auto o un payaso con una pelota. De repente empezaban a avanzar y yo tenía que levantar la mano para avisar cuando se juntaban. Pero nunca avisaba. Y la pelota pasaba por arriba del nene y el sombrero por arriba del payaso. Hasta que no me llevaron más porque mamá dijo que el problema era que no escuchaba. Así que me hicieron algo que se llama audiometría. El día que fuimos a buscar los resultados el médico dijo, yo lo escuché, ponga a esta chica en la esquina, llámela y va a ver cómo viene.


FLORACION
Erskine Caldwell

Estados Unidos (1903-1987)

Abrí los ojos cuando amaneció en un lugar desconocido para mí y vi a una muchacha desnuda que corría por el campo y que intentaba ocultarse de mí. En una ocasión, cuando se detuvo y me miró, pude ver que sus pechos parecían que iban a reventar, como si fueran capullos de rosas al sol de mayo y eché a correr hacia el Sur intentando atraparla, porque quería enterrar mi rostro en aquellas abiertas rosas y capullos para conocer su fragancia. Cuando, después, llegué hasta ella, cayeron todos los pétalos de sus pechos, se echaron a volar con el viento y ya no pude volverla a ver ni pude saber dónde fue, pero las semillas que se desprendieron de ella aquel día son las flores que están floreciendo ahora.


TOPOS
Juan José Arreola
México (1918-2001)

Después de una larga experiencia, los agricultores llegaron a la conclusión de que la única arma eficaz contra el topo es el agujero. Hay que atrapar al enemigo en su propio sistema. En la lucha contra el topo se usan ahora unos agujeros que alcanzan el centro volcánico de la tierra. Los topos caen en ellos por docenas y no hace falta decir que mueren irremisiblemente carbonizados. Tales agujeros tienen una apariencia inocente. Los topos, cortos de vista, los confunden con facilidad. Más bien se diría que los prefieren, guiados por una profunda atracción. Se les ve dirigirse en fila solemne hacia la muerte espantosa, que pone a sus intrincadas costumbres un desenlace vertical. Recientemente se ha demostrado que basta un agujero definitivo por cada seis hectáreas de terreno invadido.


UN HOMBRE APACIBLE
Henri Michaux
Francia (1899-1984)

Extendiendo las manos fuera del lecho, Pluma se sorprendió al no encontrar la pared. "Vaya, pensó, se la habrán comido las hormigas...", y se durmió de nuevo. Poco después, su mujer lo agarró y lo sacudió: "Mira, dijo, ¡holgazán!, mientras te dedicabas a dormir nos han robado la casa". En efecto, un cielo intacto se extendía por todas partes. "¡Bah!, el mal ya está hecho", pensó. Poco después, comenzó a oírse un ruido. Era un tren que se les echaba encima a toda velocidad. "Parece tener prisa, pensó, llegará antes que nosotros", y se durmió de nuevo. En seguida, el frío lo despertó. Estaba todo empapado en sangre. Varios pedazos de su mujer yacían a su lado. "Con la sangre, pensó, siempre surgen cantidad de cosas desagradables; si ese tren pudiera no haber pasado, yo sería muy feliz. Pero como ya pasó...", y se durmió de nuevo. "Veamos, decía el juez, cómo explica usted que su mujer se haya herido a tal punto que la han encontrado repartida en ocho pedazos, sin que usted, que estaba a su lado, haya podido hacer un gesto para impedírselo, sin haberse siquiera dado cuenta. Ese es el misterio, todo el asunto está ahí dentro". "Por ese camino no puedo ayudarlo", pensó Pluma, y se durmió de nuevo. "La ejecución tendrá lugar mañana. Acusado, ¿tiene algo que añadir?". "Excúseme, dijo, no he seguido el asunto". Y se durmió de nuevo.


CADAVER
Raúl Brasca

Argentina (1948)

Me senté en el umbral de mi puerta a esperar que pasara el cadáver de mi enemigo. Pasó y me dijo: "hasta mañana". Con tal de no dejarme en paz, sigue penando entre los vivos.


TRIUNFO INSOSTENIBLE
Ana María Shua
Argentina (1951)

Un grupo de hombres dispersos, que huyen, es todo lo que resta del ejército enemigo. El general (alamares, promontorio, largavistas, lugartenientes, mensajeros) cree haber vencido y cree bien. Triunfador, a la cabeza de sus tropas, invade la ciudad conquistada, vitoreado por el pueblo. Doncellas y matronas cubren a sus soldados de fresias, gladiolos y crisantemos. Es inútil ordenar el pillaje: cómo arrebatar lo que se les entrega de buen grado, cómo violar a las muchachas que se ofrecen abiertas, con los senos descubiertos. En el templo principal esperan al general los sacerdotes, para ungirlo emperador. En el palacio principal lo esperan cientos de emperadores que fueron, como él, generales triunfantes, felices de haber obtenido tan fácil conquista, incómodos al descubrirla tan difícil de retener: ciudad sometida a constantes, sucesivas, casi diarias invasiones que los respectivos ejércitos, seducidos por los blandos usos de sus habitantes, ya no quieren o no pueden defender.


EL GANADOR
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

Bandidos asaltan la ciudad de Mexcatle y ya dueños del botín de guerra emprenden la retirada. El plan es refugiarse al otro lado de la frontera, pero mientras tanto pasan la noche en una casa en ruinas, abandonada en el camino. A la luz de las velas juegan a los naipes. Cada uno apuesta las prendas que ha saqueado. Partida tras partida, el azar favorece al Bizco, quien va apilando las ganancias debajo de la mesa: monedas, relojes, alhajas, candelabros... Temprano por la mañana el Bizco mete lo ganado en una bolsa, la carga sobre los hombros y agobiado bajo ese peso sigue a sus compañeros, que marchan cantando hacia la frontera. La atraviesan, llegan sanos y salvos a la encrucijada donde han resuelto separarse y allí matan al Bizco. Lo habían dejado ganar para que les transportase el pesado botín.


LA VERDAD SOBRE SANCHO PANZA
Franz Kafka

Rep. Checa (1883-1924)

Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.