30 de noviembre de 2009

Entremeses literarios (LXXXIV)

PISA Y VENECIA
Thomas Bernhard

Austria (1931-1989)

Los alcaldes de Pisa y Venecia se pusieron de acuerdo para contrariar de súbito a los visitantes de sus ciudades, que durante siglos se han sentido por igual encantados, tanto de Pisa como de Venecia, haciendo trasladar y erigir, en secreto y de la noche a la mañana, la Torre de Pisa en Venecia y el Campanile de Venecia en Pisa. Sin embargo, no pudieron mantener secreto su propósito y, la noche misma en que querían transportar la Torre de Pisa a Venecia y el Campanile de Venecia a Pisa, fueron internados en un manicomio. Como es natural, el alcalde de Pisa en el manicomio de Pisa y el alcalde de Venecia en el manicomio de Venecia. Las autoridades italianas supieron llevar el asunto con toda discreción.


CUANDO LA VEN LLORAR
Juan Alberto Núñez

Argentina (1932)

¿Por qué? Eso quisiera saber. Hace ya un tiempo que tomo alcohol sólo los fines de semana, pero esa noche, un miércoles, creo, cuando la chica del sombrerito rojo ofrecía sus labios a los belfos del yobaca blanco del general, o tal vez un lunes, quizas unos de esos lunes en que el Gran Libertador se apeaba para desocupar su vejiga contra El Honorable Ombú victimado por la ineptitud ecológica, mientras cruzaba a paso lento ese laberinto en el que, a ciertas horas de la madrugada, parece asemejarse la Plaza de Morón, volví a hacerme la pregunta y de nuevo no supe qué responder. Tenía ganas, no sé, de caminar, de gastar los zapatos, de terminar caminando con las rodillas y de rodillas llegar a casa y pedirle perdón, pero no sin antes haber dado una respuesta a esos interrogantes que me urticareaban por dentro. Yo no era, nunca lo había sido, este soberano hijo de puta en que me ha convertido esta nauseabunda y competitiva forma de vivir, este individualismo sicótico, el demencial consumismo en el que estamos metidos, y en el que el precio de nuestros valores individuales lo impone el plasma, el celular o la marca de cigarrillo con que pudrís tus fueyes. Nos han amaestrados para que nos asumamos, conscientes o no, nuestras propias miserias humanas. ¡O al menos lo han hecho conmigo! Soy un reverendo malparido, una mierda, ¡como suena! Eso dice la bruja. No encuentro otras palabras para decirlo... ¡Hasta eso nos han robado! La ofensiva de los que no están dispuestos a ceder, nos lanza a un enfrentamiento donde uno tiene que aniquilar al otro. Criminalizan cada instante de nuestra puerca vida, y no estamos lejos de que los chicos nazcan ya criminalizados. Vivir, quiero decir, vivir así, de esta manera, sin respeto por nadie, sumidos en la inmoralidad que nos incita a revolvernos el uno contra el otro por cualquier estupidez, peleándonos por subir al tren. Agarrotados de egoísmo, mufa, desprecio, asediados por deseos insatisfechos, amando sin encontrar palabras que no sean las de las telenovelas para decírselo aunque sea una sola vez. ¡¡Una sola!! Pero estoy tan lleno de nada, sin sueños ni utopías, tan vacío de humanidad, que cuando llego a casa, sólo esta bestia, este troglodita, este nazi en potencia que asusta a los chicos cuando ven a su madre llorar, es el que entra, se saca los zapatos, se tira en la cama y manotea el control.


BARBARIE
Federico Demarchi
Argentina (1973)

Entran a la ciudad, ofenden a nuestros dioses, incendian los templos, los edificios públicos, abren a patadas las puertas de las casas, matan a los hombres, someten a las mujeres, se ganan el cariño de los hijos, los instruyen en la no imposible felicidad que hará de esta tierra un motivo de su orgullo y, borrando toda memoria de nuestras sufridas tradiciones, se quedan a vivir.


TODO LO IMPORTANTE
Antonio J. Cebrián
España (1964)

Sentado en el viejo sillón de la residencia de ancianos convino en recordar y hacer recuento de todas las cosas importantes que acaecieron a lo largo de su vida. "No puedes llegar tarde, te despedirán" decía Marga, su esposa. El jefe ahora está muerto y su empresa ya no existe. "No podemos invitar a tu primo Ezequiel a la boda de la niña. El no nos invitó a nosotros". Ezequiel murió, "la niña" se divorció y ahora trabaja en otro país, esperando su próxima jubilación. "Si seguimos así no vamos a poder pagar la hipoteca de la casa este mes". La casa la vendimos y el dinero voló. En el lugar donde estaba, ahora hay un hipermercado. ¿Qué fue de todas aquellas cosas importantes? ¿Dónde están ahora? ¿Y todas esas personas, amigos y familiares…? Todos muertos y olvidados. Hasta los lugares conocidos desaparecieron. Y Marga… ¿Qué queda sino sentarse y esperar a la muerte? De pronto, a sus ochenta y dos años, se levantó del sillón, abrió el baúl donde guardaba sus escasas pertenencias y sacó un maletín con óleos y un lienzo. Se puso a pintar y pintó el mejor cuadro de toda su vida. En él estaban fundidos los infinitos colores de los años de experiencia, la riqueza y el relieve de los cientos de lugares que había conocido y el complejo entramado de luz y sombra de todas las emociones que alguna vez habitaron su interior. Y entonces pensó: "La muerte puede venir cuando desee. Aquí nadie la espera".


FRAUDE
Sergio Gaut vel Hartman
Argentina (1947)

- ¿De verdad funciona? -preguntó con gesto desconfiado el jefe de la tribu.
- Por supuesto que funciona -respondió el conde Propotovski-. ¿Cómo cree usted que logré procrear cuarenta y siete hijos bastardos? Desde luego, debe usted utilizarlo correctamente -agregó, ansioso por comenzar a recuperar la fortuna que había dilapidado en los burdeles de Moscú.
- Está bien, la compro -dijo el jefe sacando del taparrabos la bolsita con esmeraldas con las que pagaría el extraño artefacto.
Dos días después, mientras caminaba por las soleadas calles de Río de Janeiro, el conde Propotovski fue sorprendido por agentes de inmigración, que lo llevaron ipso facto a la cárcel.
- Yo les juro que entré al país legalmente. Y que las esmeraldas son producto de un negocio, no las robé.
- No lo procesaremos por robo, señor conde, sino por contrabando.
- ¿Contrabando? -preguntó el ruso, sorprendido.
- Tenemos conocimiento de que contrabandea usted con aspiradoras de manufactura china y que las vende entre los xavantes, quienes desconocen la existencia de trámites arancelarios.
Mientras Propotovski se pudría tras las rejas gracias a una sífilis contraída en Thailandia, el jefe de la tribu seguía preguntándose si debía introducir el miembro en la manguera del artefacto mientras estaba apagado o si había que encenderlo primero. De cualquier modo, no hubiese funcionado: la aldea carecía de energía eléctrica.



REGALO SOSPECHOSO
Diego Muñoz Valenzuela

Chile (1956)

Era un paquete enorme, delicadamente envuelto en papel celofán verde y ornamentado con un abultado moño de cinta roja. Lo abrí con recelo, pensando en alternativas desagradables: bombas de tiempo, perros muertos, lavadoras descompuestas, esculturas modernas. Errores todos ellos. Era un hermoso caballo de madera tallado y barnizado al natural, sostenido sobre una plataforma rodante. El Caballo de Troya, pensé. Tenía la pata izquierda levantada, eso le otorgaba movimiento y elegancia. Del recelo pasé al temor, y de allí al sobrecogimiento. ¿Qué oscuro enemigo podía haber ideado este plan homérico en mi contra? Repasé la lista y eso me tomó un buen tiempo. Todos podían haber sido; no pude descartar a ninguno. Ahora, qué contenía el caballo, ésa era la pregunta. Me aproximé con cautela y golpeteé la madera con los nudillos. Madera maciza. O interior repleto de explosivos plásticos. O cobalto radiactivo, para eliminarme lentamente. O una masa de arácnidos letales. No había tarjeta ni indicación de remitente. Me subí sobre el regalo. Instantáneamente echó a rodar por el mundo. Me llevó lejos, a lugares maravillosos y desconocidos. Muy tarde comprendí la trampa, pero ya era feliz.


LA OBLIGACION
Héctor Ranea

Argentina (1950)

No me llamó la atención que me mandaran a buscar de Cambridge. Muchas veces debí viajar hasta ahí para corregir -según lo mencionaban los académicos- la Historia. Ellos solían poner el término en mayúsculas, pero para mí la historia era como una ruta para un camionero. Desde que había obtenido esta máquina tan versátil y esta ocupación tan requerida, nada me era ajeno y tanto podía asesinar a alguien en la Roma de Tiberio (de hecho me ocupé de muchos de sus famosos niños y padres) como ir a quitarle los manuscritos a Erasmo en Leuven para pasárselos a algún catedrático de Oxford a punto de perder su cargo por falta de producción, siglos más tarde. No me preocupó siquiera matar a un ancestro del Conde de Cornualles o a un supuesto amante de la suegra de mi abuela en Paris. Ni me hubiera molestado en asesinar algún general antes de la invasión al territorio de los ranqueles o los mapuches si me hubieran pagado para hacerlo (y aún lo espero). Pero esta vez el mandante quiso mantener el anonimato, lo cual me causó gracia, e inventó un nombre absurdo para sí. Pero cualquiera podrá descubrirlo. Aparentemente el anónimo cambridense quería deshacer un entuerto sobre la creación de un sistema de cálculo de órbitas planetarias que mantenía con un matemático en cierto reino en la región alemana. Obviamente, acepté, como hacía siempre. No le haré asco a nada ni podría, porque la máquina tiene esa maldición. Me quita la cuestión ética de encima, me da pingües beneficios, pero me obliga a tomar los encargos de quienes saben de mí. Debí excogitar un plan para deshacerme del fulano: yo no eliminaba con armas, me estaba vedado. El alemán este estaba escribiendo un libro sobre los orígenes de la Humanidad y analizaba unos huesos que cierto campesino (yo, disfrazado para la ocasión) le había hecho llegar. El filósofo interpretó erróneamente que se trataba de un gigante pero le acerqué pruebas, mostrándole (disfrazado de nigromante y cirujano dental) huesos del cráneo de un elefante que había muerto en el palacio de Hofburg, en Viena, y se convenció de que era un elefante remoto. Y eso escribió en su libro. De más está decir qué pasó luego. El libro se vendió como pan caliente (no como su predecesor) y la teoría de la evolución de este filósofo llegó a oídos del Vaticano y se alzaron clamores acerca de que un día este señor diría que descendemos de los monos, por lo cual fue quemado junto a su libro. El míster de Cambridge, aparte de mis honorarios, me agradeció con una medallita de buen contribuyente al Reino pero le dije que se la metiera donde no le daba el sol. Y eso que era de oro. Una cosa es que te usen para cambiar la historia, otra que te tenga que gustar.


SOBRE LOS FESTINES Y BANQUETES
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Es seguro que, a cierta hora de la noche o al amanecer, los invitados, borrachos, se dejarán caer al suelo o se derrumbarán sobre las mesas. Se habrán acabado las historias obscenas, las escandalosas risas, las disputas sin motivo, las súbitas reconciliaciones, la gemebunda ternura, la lascivia y el rencor. Todos callarán, todos dormirán beatíficamente. Alguno quizá ronque, otro tal vez murmure en sueños. Parecerán las víctimas de una peste repentina. Pero ustedes manténganse en vela. Uno de los borrachos finge. Y cuando crea que también ustedes se han dormido se incorporará y dirá la palabra esperada.


EL AHORRO SIEMPRE BENEFICIA A LOS MORIBUNDOS
Alfonso Alcalde

Chile (1921-1992)

En un mismo tren van dos pasajeros desconocidos que tienen igual identidad, la misma cantidad de vivencias y pavores, similar estatura y rostro. Cuando se produce el choque, a la altura de la estación Las Tralcas, las dos imágenes -como es obvio- se juntan. Sólo el pasajero que venía en primera clase queda un poco descentrado del molde original. El resto coincide en todo de tal manera que el sacerdote al darles la extremaunción se ahorra una hostia, lo que no es poco decir.


LA MUERTE COMO ENSAYO
Guillermo Del Zotto

Argentina (1968)

En la aldea había una costumbre: se ensayaban los velorios. Pero menos que un apasionamiento teatral, era más bien una efectiva terapia para el buen morir, bautizada así por su creador, uno de los doctores fundadores del lugar. Ya sea por edad o por diagnósticos irreversibles, el propio futuro difunto era el encargado de organizar la velada y de convocar a los seres queridos. Por costumbre, y porque también estaba en los planes de la teoría del doctor Edy Llikej, la mayoría de los asistentes celebraba una ceremonia bastante parecida al velorio real. Y ya nadie se asombraba de escuchar al muerto responder esas preguntas que cualquiera olvida hacer en vida y que ante un ataúd cerrado lamenta en silencio mientras despide al ser apreciado. El verdadero beneficiado de la terapia era el futuro muerto. Hay que tener en cuenta que el velorio en "avant premiere" se realizaba con todos los detalles del real. Solamente se permitía al enfermo mover apenas los labios desde su posición para comunicarse con los demás. La despedida final sí que conmovía. Y por supuesto era mucho menos teatral y más efectiva que la que se realizaba posteriormente en el velorio real. La costumbre lleva siglos en la aldea. Y muy pocos de los que la practican conocen el verdadero motivo que tuvo el doctor Llikej en desarrollarla. Luego de su correspondiente ensayo, él murió de viejo convencido de que alguna vez se acabarían las muertes repentinas o por accidente. Creía fervientemente en que en algún momento la Muerte, conmovida por las escenas en las que se le rendían honores, sólo empezaría a presentarse ante aquellos que ya las habían ensayado.