29 de marzo de 2010

David Lynch: "Hay una parte importante de experimentación en mi cine, pero lo importante son las ideas"

Realizador de culto para muchos amantes del cine, el estadounidense David Lynch (1946) cursó estudios de Bellas Artes en las prestigiosas Pennsylvania Academy of the Fine Arts de Filadelfia y en la School of the Museum of Fine Arts de Boston antes de dedicarse al séptimo arte. Comenzó a rodar cortometrajes y films experimentales -"Six figures getting sick" (Seis figuras enfermándose), "The alphabet" (El alfabeto), "The grandmother" (La abuela) y "The amputee" (El amputado)- para, en 1977, filmar su primer largometraje: "Eraserhead" (Cabeza borradora). La primera producción para el gran público llegaría tres años después y se trató de "The elephant man" (El hombre elefante), un gran éxito que obtuvo varias nominaciones al Oscar, entre ellas al mejor director, a la mejor película y al mejor guión adaptado. A ésta le siguió "Dune" (Duna) que resultó un enorme fracaso comercial, pero luego se recuperó con "Blue velvet" (Terciopelo azul), tal vez su trabajo más original. Posteriormente ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes con "Wild at heart" (Corazón salvaje) y consiguió un gran éxito con su serie televisiva "Twin Peaks". Tras algunas experiencias en espectáculos musicales, documentales y miniseries para la televisión, retornó a la pantalla grande con "Lost highway" (Carretera perdida) y "The straight story" (Una historia sencilla) y, en 2001, volvió a ganar en Cannes, esta vez como mejor director, con "Mulholland drive" (El camino de los sueños). En 2006 estrenó "Inland empire" (Imperio), su obra más radical, el mismo año en que se lo premió con un León de Oro en el Festival de Venecia como reconocimiento a su trayectoria. Con una filmografía caracterizada por una estética surrealista y una obsesiva exploraración del lado oscuro de la condición humana sobre sus espaldas, Lynch escribió un libro autobiográfico sobre creatividad, cine y meditación trascendental -"Catching the big fish" (Atrapando al gran pez)-, un libro que revela las huellas de esta disciplina en su cinematografía. En ese sentido, en 2005 creó una Fundación que trabaja en programas de educación basada en la conciencia y la paz mundial en escuelas públicas y privadas de Estados Unidos y el resto del mundo. A mediados de 2008 viajó a Brasil para brindar una conferencia en el ciclo "Fronteras del Pensamiento" en la Universidad Federal do Río Grande do Sul. En esa oportunidad, Diego Erlan de la revista "Ñ" lo entrevistó para la edición nº 256 del 23 de agosto de ese año.
Llega precedido por una declaración que repercutió en los medios: "La meditación trascendental puede terminar con la violencia de Río"...
Hace treinta y cinco años que practico esta técnica. Si meditas es porque quieres acceder a un nivel más profundo de la vida. Si experimentas este nivel más profundo, la conciencia comienza a expandirse. Con práctica, todas las personas pueden hacerlo. La meditación no es una religión. El potencial del ser humano es la conciencia infinita, y en la educación no se tiene en cuenta este proceso. No se está haciendo nada para mejorar al ser humano. Su potencial es la iluminación suprema. Cuando comencé con mi Fundación había tres escuelas implementando esta técnica. Ahora son dieciséis. El mundo está cambiando.

¿Cómo convive su inconsciente, reflejado en la oscuridad de sus obras, con este mensaje de la meditación trascendental?

Siempre digo que las películas son historias y en ellas hay contrastes. En mis películas hay mucha oscuridad, pero también hay luz. El contraste es una condición humana. Hacer una historia feliz en el cine no tiene por qué hacerte feliz, y puedes contar una historia oscura de la que te enamoras. Puedes entrar en esos mundos tenebrosos y aún estar feliz por dentro. No es lo mismo sufrir que mostrar el sufrimiento. Aunque mis personajes deban descubrir el mal o experimenten la locura, no estoy de acuerdo con aquello que decía Rimbaud: "El sufrimiento del poeta debe ser inmenso". Hay una idea muy romántica en la que el artista tiene que sufrir, tiene que pasar hambre o estar deprimido, para expresar algo. Si el artista está sufriendo realmente, no podría hacer su trabajo. Si uno tiene hambre no tiene ganas de hacer nada más. Cuanta menos negatividad, mayor es el flujo de creatividad y esa es la razón por la que he estado practicando meditación trascendental todos estos años. Estoy seguro de que Van Gogh hubiese hecho cosas aún más maravillosas de no haber sido por las restricciones que le impusieron sus tormentos.

¿La meditación le permitió combinar recursos narrativos clásicos y experimentales?

Hay una parte importante de experimentación en mi cine, pero lo importante son las ideas. Lo son todo. Cuando llegan, piensas: "este es el tema". Es la historia que conecta todas estas abstracciones. A veces, para llegar a la verdad, tienes que experimentar. No entiendo esa permanente necesidad occidental de dar explicaciones sobre una obra. Sin la lógica o la razón siempre hay algo más, algo que no hemos visto.

En varios capítulos de su libro se detiene sobre la manera en que captura sus ideas. "Me enamoro de una idea", escribe. "Muchas veces no sé lo que significa así que tengo que pensar en ella y llegar a un entendimiento". ¿Nunca le dan miedo sus ideas?

No. Cuando llegué por primera vez a Los Angeles me gustaba ir a un lugar llamado Bob's Big Boy, donde solía sentarme durante años a tomar un "milkshake" y pensar, y por más oscura que pareciera la idea, la seguridad volvía cuando entraba a ese sitio. Algo así pasa con la meditación. El cine es un lenguaje singular, un medio mágico. Es como ingresar a otro mundo. Es divertido crear esos mundos y tener una experiencia. Vivimos en un mundo que a veces es mucho peor que cualquier cosa que podamos imaginar.

Hay un comercial que puede verse por You Tube donde usted dice que "nunca, ni en un trillón de años podrás tener la experiencia del cine desde un teléfono celular"...

No sé realmente qué es lo que está pasando, pero hay una especie de transición. Este es un momento difícil. Bajan las representaciones teatrales, la gente no va al cine. Se podrían aprovechar todos los elementos adecuados de los teatros para los films, elegir el sonido, la pantalla enorme: ahí podemos realmente meternos en otro mundo y tener una experiencia. En la pantalla pequeña, con un sonido horrible, es muy difícil lograrlo. Sin embargo, el avance de la tecnología digital permite una mayor experimentación por parte del realizador. Estoy adorando el video digital, aunque mis amigos me reprochen la baja calidad de imagen. La alta definición es una especie de ficción científica. Todo está demasiado claro.

En "Imperio" llegó a un nivel de abstracción que, podría decirse, niega el análisis. ¿Qué podemos esperar después?

Trataré de seguir investigando, de experimentar. Tras "Imperio" no sabemos, ni siquiera yo, qué esperar. Por ahora seguiré pintando.

¿Cómo definiría a un artista?

Como alguien que crea experiencias, para él y para otros. Es como un espectro. Hacer algo nuevo es como dar vida. Todo comienza con una idea, que son como burbujas que se crean y van subiendo. Así puedes atraparlas en un nivel superior, más profundo, con más información, más verdad. Se hace consciente lo inconsciente. En definitiva se trata de ser feliz. Mucha gente hace cosas, pero no para ser feliz sino por la recompensa posterior. Pero las ideas fluyen mejor cuando uno está feliz.

Aunque se hizo célebre por sus filmes, usted nunca dejó de pintar. En estos últimos años expuso en París y Nueva York.

Nací en Missoula, Montana, en esa verdadera América profunda que habitaron pueblos originarios como los Sioux -quienes sostenían que la sabiduría estaba en los sueños-, y viví rodeado de naturaleza. Mi padre era investigador del Ministerio de Agricultura y se dedicaba al estudio de los árboles. Yo adoraba jugar en el bosque, era mágico, y aunque en esa época tenía muchos amigos, a veces prefería quedarme solo, viendo de cerca a los insectos. No me gustaba estudiar. Jugaba al béisbol, nadaba y soñaba despierto. Siempre me gustó dibujar, así que los domingos asistía a un taller de pintura. Para mí, en esos momentos, la escuela era un crimen que se cometía contra la juventud. Allí se destruían los gérmenes de libertad; no se estimulaba ni el conocimiento ni una actitud positiva. La gente que me interesaba no iba a clase. Mi vida cambió una tarde en la Academia de Bellas Artes de Pennsylvania. Estaba frente a una tela sombría con plantas que emergían de la oscuridad. De repente tuve la impresión de que las plantas se movían e incluso creí escuchar el viento. No estaba drogado. Quería que desaparecieran los bordes, y entrar en el interior de la obra. Las sombras en el cuadro te permiten trasladarte y soñar. Si todo es visible y hay demasiada luz, la cosa es lo que la cosa es, pero no es más que eso.