9 de mayo de 2010

Federico Jeanmaire: "A mí me gusta que los libros me pregunten cosas, que no me resuelvan nada"

Federico Jeanmaire (1957) es Licenciado en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en donde ha ejercido como Profesor de Literatura Argentina. Apenas instaurada la dictadura del '76, Jeanmaire viajó a España. En Madrid tuvo una lechería, trabajó en la vendimia, fue vendedor ambulante y escribió su primera novela. Tras una breve estancia en Amsterdam, regresó a la Argentina en 1983, donde publicó "Un profundo vacío en el pie izquierdo" y "Desatando casi los nudos". Agudo investigador del Siglo de Oro español, fue becado en 1990 por el Ministerio de Relaciones Exteriores de España para trabajar en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid. Ese mismo año fue finalista del Premio Herralde de Novela con "Miguel", una autobiografía apócrifa de Miguel de Cervantes (1547-1616), al que volvería en 2004 con "Una lectura del Quijote", un ensayo que lo posicionó como uno de los mejores especialistas sobre el autor de "Rinconete y Cortadillo". Sus siguientes novelas fueron "Prólogo anotado", "Montevideo", "Mitre", "Los zumitas", "Una virgen peronista", "Papá", "Países Bajos", "La patria" y "Vida interior". Jorgelina Nuñez lo entrevistó para la revista "Ñ" nº 318 del 31 de octubre de 2009 cuando obtuvo el Premio Clarín de Novela 2009 con la novela "Más liviano que el aire" en la que narra el encuentro fortuito entre una anciana de clase alta y un adolescente delincuente al que logra encerrar en el baño de su casa tras un intento de éste de asaltarla. Entre ambos protagonistas se entabla un diálogo sobre la violencia contemporánea y el pasado familiar de la anciana. Toda la acción transcurre durante los tres días que dura el encierro, en los que sólo se escucha la voz de ella mientras que lo que el adolescente dice se deduce de las réplicas de la mujer. 
¿Qué espera de los premios?

Confío en que algunas cosas van a cambiar a partir de este reconocimiento. Al menos van a empezar a escribir bien mi apellido, ¡já, já, já! Todas las radios de Baradero, mi ciudad natal, querían tener mi palabra. Lo primero que me llamó la atención fue que hablaran de mí como de un autor singular. Y por cierto, es así y lo asumo, porque trabajé mucho para alcanzar esa singularidad. Con esto no quiero decir que sea especial, sino que yo tuve que ir convenciendo a fuerza de libros que lo mío era una estética. O sea, hay un trabajo de años en busca de cierta comprensión de esa singularidad.

¿En qué consiste?

Yo no soy un escritor correcto. Jamás me interesó presentar una novela a un premio pensando en que estaba bien escrita y podía atrapar al lector de la primera a la última página. Eso está muy lejos de lo que pretendo. Lo que me importa es la propuesta estética basada en las cosas que me interesan. De lo contrario, no escribiría. Y lo que me interesa va cambiando y me provoca grandes crisis.

¿El premio va a cambiar algo?

De mí como escritor, nada. Lo que espero es otra relación con los lectores, porque con los premios lo que sí cambian es el lugar que ocupás en las librerías.

Sostener esa tensión significó hacer una apuesta muy alta. ¿Cómo la concibió?

A mí me gusta que los libros me pregunten cosas, que no me resuelvan nada. Porque me gusta trabajar: yo escribo durante doce horas diarias. Es lo único que quiero hacer en la vida porque además es en lo que me siento absolutamente libre. La literatura es mi pasión, soy muy feliz escribiendo y los desafíos son lo que más me divierte. Los diálogos que construyo en mis libros no los sé de antemano, me obligo a no saberlos. Cuando alguien habla, nunca sé lo que va a contestar el otro. Todos los días escribo cerca de tres páginas y si siento que el relato fluye, ahí paro y empiezo a sospechar y a cuestionarme por qué me sale tan fácil, si no estaré siendo muy previsible. Uno sabe que en la primera frase se juega el nivel de la novela. Por lo general, me propongo un techo alto y trabajo para no bajarme de ahí. Pero algunas veces no me sale y la novela se viene abajo. Entonces tiro todo y empiezo otra vez.

Entre los protagonistas se juega una cuestión de poder, de quién tiene la palabra.

A pesar de que yo diga que soy absolutamente libre, y que no sé cómo hago para que la próxima página no se caiga, también soy obsesivo a la hora de buscar formas literarias. Como me interesaba mucho establecer esa cuestión, pensé cómo hacer para que no fuera explícita, que la protagonista no tuviera que decir: "Yo soy de clase alta y vos no". Tenía que encontrar el retorno de lo que dice el chico y está perdido en el texto, absorbido por la voz de esta mujer que es quien tiene el poder y lo ejerce a través del encierro y la palabra.

Toda una construcción literaria...

A eso apunto. Mis maestros tienen más de cuatro siglos: Cervantes, Quevedo, el Barroco y el Renacimiento. Me siento muy ligado a ellos por la concepción estética y el funcionamiento de los textos.

Usted dedicó cuatro años a escribir "Miguel", una biografía ficticia de Cervantes y veinticinco al ensayo "Una lectura del Quijote"...

El "Quijote" sigue deslumbrándome como la primera vez que lo leí, porque está todo ahí. Fue mi taller de escritura y también lo que decidió mi vocación. Cuando lo leí me dije que quería ser escritor. Te cuento una anécdota: a los veintidós años yo vivía en Madrid y le llevé a una tía muy querida, licenciada en Letras, un cuento sobre el que había trabajado mucho. Ella me citó en su casa y me lo dijo sin vueltas: "Es una porquería". Y enseguida me preguntó: "¿Vos leíste el "Quijote"? ¿Cómo se te ocurre escribir sin haberlo leído?". Tenía razón: no sólo porque contiene el germen de absolutamente toda la literatura, sino porque creo que el propio Cervantes aprende a escribir la novela escribiéndola. Y entonces, leyéndola, se pueden seguir sus aprendizajes: cómo hacer un salto temporal, qué es un narrador, los juegos narrativos. Y también es fundamental el papel que juega el lector, es evidente que él espera lectores que trabajen con el texto; no lectores que se entretengan un rato y nada más. Y yo quiero lo mismo para mis novelas: que formulen preguntas y que las posibles respuestas de los lectores sean muy diversas.

En el otro extremo de sus preferencias está Sarmiento, protagonista de su novela "Montevideo". ¿Por qué?

Porque es un escritor maravilloso y también porque él representa el núcleo de lo argentino, de los problemas de ser argentino y del habla argentina. La escritura de Sarmiento tiene una respiración con la que me siento muy ligado. Trabaja con párrafos y oraciones largas que en algún momento se llenan de proposiciones y se van complicando, pero llega un momento en el cual él les da significación con una oración muy corta y muy potente. Va amasando, amasando la idea en la escritura y la remata como un látigo. En Sarmiento descubrí esa manera de ir construyendo la verdad o el verosímil. Yo no podría escribir sin Sarmiento.

A propósito del verosímil, me llamó la atención que Lita, la protagonista de "Más liviano que el aire", tuviera noventitrés años y se enfrentara a un chico de catorce. Me parecía demasiado anciana para todo lo que puede hacer.

Eso tiene una doble motivación. Por un lado, pensé mucho en mi mamá y en una amiga de ella que tiene noventicinco y está bárbara. Y la cosa con los viejos: la soledad, la incomunicación, la inseguridad. El trabajo del habla de esta mujer está inspirado en algún sentido en mi madre que, como está sola, vive pegada a los acontecimientos externos. Se la pasa leyendo y mirando la tele. Entonces, cada vez que hablo con ella, me cuenta cosas tremendas. Por otro lado, la oposición encierra una idea estética que es la de jugar con los extremos. Cuanto más inverosímiles, hay más trabajo para hacer. Es un postulado sarmientino: forzar los límites. Si me sale mal, caigo en el ridículo, en la tontería. Pero en el desafío está la gracia.

Quince libros publicados son muchos para un escritor argentino. Esa obra debe darle una idea de cuál es su lugar en el sistema literario nacional respecto de otros escritores de su generación.

Para mí las generaciones no significan nada, no creo que por compartir edades también se compartan estéticas o temas. Con respecto al lugar que ocupo, creo que es un lugar muy cómodo, que aparentemente no molesta a nadie, porque lo mío es muy personal. Trabajo básicamente con la lengua y con algunas formas de la ficción que no me emparentan con otros y entonces tampoco me hacen tener problemas. Seguiré en ese lugar, porque yo como escritor no cambio.

¿Hay etapas o períodos reconocibles en su producción?

Las dos primeras novelas fueron como intenciones o ideas sobre la literatura que están plasmadas de una manera precaria. Luego intenté proponerme siempre un riesgo. Tengo etapas en las cuales escribo dos, tres novelas, buscando algo que no sé muy bien qué es, y al cabo de las cuales termino completamente aburrido. Casi siempre tengo crisis bastante importantes en lo personal, en relación con toda mi vida, porque escribir es mi vida. Paso meses sin poder escribir, preguntándome cómo seguir y la paso muy mal. Entonces trato de salir en una dirección distinta. Cuando terminé "Miguel", sentía que tenía que seguir escribiendo sobre los libros que amaba: así me pasó con "Prólogo anotado", que era como un gran juego lúdico sobre aspectos de los libros que me gustaban; después vino "Montevideo", sobre Sarmiento, y de ahí salí para el lado de Mitre, que no tuvo que ver con una crisis sino con una percepción particular.

¿Cuál fue?

Siendo ministro de Menem, Carlos Corach invitó a un grupo grande de periodistas a tomar un desayuno en las Cañitas, debajo de las vías del ferrocarril Mitre, porque se cumplían cien mañanas que recibía a la prensa en su casa. Cuando están entrando, cae un tipo del tren y muere. Entonces, la mayoría de los periodistas se niega a ir al festejo, y él les dice "No importa, no pasa nada". Eso me impresionó tanto que de ahí salió "Mitre", que es una forma particular de ver la realidad, dentro del espacio reducido de un tren. Esa novela dio origen a otras dos, "Los Zumitas" y "Una virgen peronista", que me hicieron preguntarme muchas cosas sobre lo argentino, sobre los problemas mentales que me causa ser argentino y vivir en la Argentina. Luego vino una etapa de ficción autobiográfica, ligada al dolor por la muerte de mi padre. De ahí salieron "Papá", "La patria" y "Vida interior". "Países bajos" tiene un origen muy distinto y también fue producto de una crisis personal. Como siempre trabajé en casa, yo me encargué de la crianza de mi hijo desde que era un bebé. El empezó a gatear y a caminar muy chiquito y yo no hacía otra cosa que mirarlo porque me aterraba que se golpeara. Durante un año dejé de escribir por completo y me sentía pésimo, a pesar de todo mi amor de padre. Hasta que decidí que ese año lo iba a perder, como si hiciera la conscripción. Entonces empecé a disfrutar de mi hijo y me divertí muchísimo, aunque también me angustiaba no saber qué iba a ser de mí. Para salir de esa situación me propuse contar una historia de amor con elementos clásicos pero con una estructura que alterna el pasado con el presente.

"Más liviano que el aire", ¿también es producto de una crisis?

De una situación. Hace tres años empecé a salir con una periodista que trabaja en un noticiero y que hoy es mi novia. Yo pasé años sin leer un diario y viendo muy poca televisión, pero por verla a ella y estar enterado, me dediqué a leer todos los diarios "on line". Así empecé a prestarle atención a cosas que antes no me atraían, me conecté con la realidad de otra manera.

¿No había ahí una idealización de la figura del escritor, del que se encierra a escribir y pierde contacto con la realidad?

Puede ser, una idea romántica. Lo que pasa es que a mí me gusta ser feliz... ¡Já, já, já! Entonces me aíslo, busco el lugar más lindo de la casa y la paso bien escribiendo. A decir verdad, uno siempre se entera de las cosas importantes, es inevitable. Todo lo que yo escribo es muy argentino, mi biblioteca es completamente en castellano, porque necesito el diálogo con los escritores en mi lengua, a pesar de que leo autores extranjeros. No podría escribir lo que escribo sin los textos de Gutiérrez o de Sarmiento, o si Marechal no hubiera escrito "Adán Buenosayres", rompiendo con el acartonamiento de la literatura argentina y haciendo explotar la lengua hacia el lado del habla. Tampoco sin Antonio di Benedetto o sin Cortázar, Puig y Walsh. Los problemas que se me cruzan tienen que ver con los grandes temas nacionales: el peronismo, los gauchos, la Iglesia, y todo lo que se deriva de la violencia cultural y de la violencia física que es su correlato y la consecuencia de la falta de comunicación, de la imposibilidad de dialogar. En este último tiempo, el tema me rondaba con insistencia. Una mañana se me presentó la situación con estos dos personajes aunque no tenía idea de cómo iba a llevarla adelante; a medida que avanzaba barajé muchas posibilidades. El desenlace se me impuso unas veinte páginas antes del final; yo pensaba que iba a terminar de otro modo, tal vez de una manera más dulce, pero no. Es un desenlace muy fuerte, me salió así.

La historia de Lita y la de su madre problematizan la cuestión de género. ¿Cuál fue su idea?

Es el gran origen de todo el texto. Hace muchos años mi tarea en la Biblioteca del Congreso, donde trabajo, era microfilmar diarios. Me encontré con una historia impresionante de una señora tucumana, que tenía siete hijos, y para el Centenario sale a volar en globo, cae en el río y muere. Entonces investigué la historia de la aviación. Los que probaban los aviones en esa época tenían más posibilidades de morir que de volver. Y un porcentaje llamativo de los pilotos eran mujeres. Poco antes, la mujer ni siquiera era considerada sujeto jurídico. Me impresiona el salto llamativo que ha hecho la mujer en el siglo XX, de no ser nadie a ser mucho más que el hombre en muchos casos. En la historia de la aviación se ve el esfuerzo de la mujer por decir: "Yo también puedo morir por algo que me interesa". Con esa sóla historia quería hacer una novela. Hasta que, hace un par de años, decidí que quería escribir sobre la realidad. Tuve la idea de la novela e incluí también este relato. Eso explica por qué la protagonista tiene noventitrés años, porque es la historia del siglo XX.

El título "Más liviano que el aire" alude al deseo de la mujer.

El libro juega con lo liviano que es el deseo de la mujer, pero en realidad no tiene nada de liviano. Es una manera de decir lo obvio desde un costado oblicuo. El libro cuenta el camino que hace la mujer a lo largo del siglo XX, que no tiene nada de liviano. Mi escritura hace esos juegos, le impone al lector un cierto trabajo.

Rosa Montero, integrante del jurado que lo premió, habló del encierro como un desafío narrativo...

Fue como si Rosa Montero hubiera estado cerca de mí mientras escribía. Esas situaciones de poder que van variando son increíbles. Por ejemplo, la emoción te puede poner en poder del otro, aunque supuestamente vos tengas el poder. El poder es algo difuso, está todo el tiempo en duda. Esa es la tensión de la novela .