15 de agosto de 2011

Raúl Brasca. Ensayos sobre microficción (8)

Durante las "Primeras Jornadas Universitarias sobre Minificción", celebradas en la Universidad Nacional de Tucumán en agosto de 2007, Liliana Massara (1959) -Doctora en Letras y docente en dicha universidad- leyó un trabajo titulado "Lo fugaz del relato y lo profundo de la palabra en Raúl Brasca". Aludiendo a la microficción, expresó que "la brevedad de las formas del género advierte la presencia de un contenido que encierra un impulso profundo de vida, y descubre una escritura que juega entre límites escuetos e imprecisos de reescrituras posibles, despojada de la ampulosidad expresiva de otros géneros. Capturadora de pequeños espacios estructurales, posee dimensiones discursivas sorprendentes, y su capacidad para condensar lo que expresa es, tal vez, su característica primordial". Sobre Brasca como escritor de microficciones, Massara puntualizó que sus "creaciones breves, fragmentarias, ambiguas, absurdas pero muy concisas, potencian a cada paso, la increíble fertilidad de la palabra y del lenguaje. A ello se suma la capacidad para explorar el universo del hombre con todas sus emociones y reveses. La brevedad en Brasca es sinónimo de dificultad, entendida ésta como la tarea de desciframiento por medio de la relectura; problemática que se relaciona con las capacidades del lector para fabular, o bien, para llenar los espacios elípticos, resignificándolos y asignándoles un nuevo sentido".
Si bien en los años '80 es cuando Brasca comienza a escribir microficciones, es en la década siguiente cuando emprende la publicación de este tipo de textos, ya sea de su propia autoría o escogiendo los de otros autores para confeccionar antologías que él mismo se encargó de prologar. Su considerable trayectoria en la compilación de microficciones fue resaltada por 
Claudia Turco (1977), profesora de la Universidad Nacional del Comahue, quien, en el marco del II Congreso Internacional de Literatura organizado por el Departamento de Letras Hispanoamericanas de la Facultad de Humanidades de la Univeridad de Mar del Plata en noviembre de 2004, destacó que "en el recorrido por las antologías de Brasca, podemos percatarnos de la transgenericidad que experimentan los textos que las integran. Este proceso se verifica no sólo en la lectura de los textos sino en la de los prólogos". "Cuando construye una antología -dice Turco-, su creador revela, por lo general en el prólogo, el criterio que lo ha llevado a realizarla a la vez que su forma de pensar el tipo de texto que compila. Es decir, no sólo anuncia los textos modelizantes del género sino que también define su concepción teórica de los mismos. La lectura de los prólogos de Brasca presenta una especie de evolución en su concepción del texto brevísimo, evolución que advierte en rasgos como la extensión y la condición de narratividad de los textos. Esas modificaciones en torno a la forma de concebir al relato brevísimo lo llevaron a diferenciar rigurosamente la brevedad de la concisión, o a pasar de sustentar la consideración del carácter narrativo como rasgo imprescindible a la preferencia de la ironía, la paradoja y la ambigüedad como características del género".
Desde que recibió un correo electrónico de Lauro Zavala (1954), director de la revista "El Cuento en Red", pidiéndole que escribiera un ensayo sobre la microficción, Brasca no ha dejado de hacerlo, y su obra teórica y crítica ha ido evolucionando con el correr de los años y ha sido publicada en antologías, revistas y suplementos literarios de más de una docena de países tanto de América como de Europa. Uno de sus últimos trabajos fue publicado en 2010 por "Cuadernos del CILHA", vol. 11, nº 13, la revista del Centro Interdisciplinario de Literatura Hispanoamericana que edita la Universidad Nacional de Cuyo. La primera parte de ese ensayo es la que sigue a continuación.

LA ELOCUENCIA DEL SILENCIO
SOBRE EL FINAL DE LAS MICROFICCIONES
(Primera parte)

Desde que se advirtió que algunas brevedades configuraban un nuevo tipo textual, hace ya tres décadas, se tuvo por cierto que la naturaleza de sus finales, constituían una de sus características. Así Dolores Koch, ya en 1986, dice que "el desenlace es algo ambivalente o paradójico, a veces irónico". Y años más tarde, intenta diseñar un método para diferenciar microrrelato y minicuento, basado en sus finales. Para ella, "el verdadero minicuento conserva las características del cuento y sólo se diferencia de éste por su extrema brevedad (2000). Sostiene que "estas estructuras abreviadas (las del minicuento) parecen responder a las definidas para el cuento que nos han provisto hace ya mucho tiempo, maestros del género como Edgar Allan Poe, y para nuestras literaturas, Horacio Quiroga y Julio Cortázar" (2000). El método en cuestión se basa, según sus palabras en que "en el desenlace del minicuento hay acción, hay un suceso que se narra. Mientras que en el desenlace del microrrelato no sucede nada en el mundo, sino en la mente del escritor (y, afortunadamente, también en la del lector cómplice). Por eso el desenlace del microrrelato es sólo una entelequia. Dicho de otra manera, el minicuento resulta en lo que le ocurre a alguien, mientras que el microrrelato resulta en lo que se le ocurre a alguien" (2000). Lauro Zavala (2008), por su parte, expresa que "mientras el minicuento tiene un inicio catafórico (es decir, anuncia lo que va a ser narrado), un tiempo secuencial, un lenguaje literal, un narrador confiable y un final epifánico, anafórico y concluyente, en cambio la minificción tiende a ser lúdica, alegórica e intensamente intertextual". Explicita como una de las características literarias de la minificción el tener "un final catafórico (es decir, un final que anuncia lo que está por ocurrir)".


Ya había expresado antes (Zavala, 1999) una idea muy interesante al respecto: "En el cuento ultracorto el final puede ser epifánico, pero no forma parte del texto mismo. Esto es evidente, por ejemplo, en las viñetas de Julio Torri, Guillermo Samperio o Eduardo Galeano. En estos casos, respectivamente, hay la sensación de fragmentación, alegorización o condensación. Si el texto es el fragmento, el atisbo o la síntesis de una totalidad mayor, el texto mismo señala hacia esta totalidad de manera implícita, y por lo tanto no requiere de un final definitivo. La conclusión está más allá del texto, en la totalidad a la que apunta". Una afirmación de Rosalba Campra (2008), se relaciona con lo dicho por Zavala: "En el caso de la microficción, estamos en presencia de textos de desarrollo implícito: textos que implican sobre todo la capacidad del lector para descifrar el silencio que está alrededor, detrás, dentro de las palabras". David Lagmanovich (2006), por su parte, cuando trata comparativamente las diferencias entre los finales del poema y el microrrelato, indica como marcas de final de los microrrelatos, la repetición, la inversión y la epifanía, entre otras posibles. Todas estas opiniones ofrecen ejemplos que las justifican, pero conviene estudiar si son corroboradas por la generalidad de los casos.
Para decidir acerca del método de Dolores Koch, primero habría que verificar si existe el minicuento tal como ella lo define. El proceso de reducción del cuento para alcanzar la longitud de la microficción se lleva a cabo sin conservar las proporciones. No es similar a la reducción de cabezas humanas por parte de los Jíbaros, en la que los rasgos fisonómicos se conservan. Cuando el cuento se aproxima a las dimensiones de la microficción, el planteo y el desenlace se han reducido sólo un poco, pero el desarrollo prácticamente ha desaparecido. Sólo en minicuentos relativamente "largos" se puede hablar de desarrollo. Cabe preguntarse entonces si las normativas de Poe, Quiroga y Cortázar, pueden cumplirse con rigor en estos relatos sin desarrollo donde la tensión no progresa paulatinamente. Un cuento supone un camino. "Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste", reza la octava prescripción del "Decálogo del perfecto cuentista" de Quiroga (1993). Pero la microficción es más un ejercicio acrobático que una caminata.


Del cuento a la microficción la diferencia se vuelve cualitativa: ya no se trata de un cuento muy breve sino de otra cosa. La veracidad de esto es confirmada por los ejemplos que la misma Dolores Koch ofrece. Ella da como ejemplo de minicuento "El juicio", de Gabriel Jiménez Emán (2005): "Se encontraba en medio del tribunal, todas las miradas de los jueces clavadas negramente en él. Esperaba la sentencia. -Lo condeno a vivir para siempre -dijo uno de los esqueletos". Y como ejemplo de microrrelato "A primera vista", de Poli Délano (1975): "Verse y amarse locamente fue una sola cosa. Ella tenía los colmillos largos y afilados. El tenía la piel blanda y suave: estaban hechos el uno para el otro". En estos casos, el método de Koch (2000) se cumple claramente: el primero tiene un final fáctico y el segundo termina con un comentario del narrador. Pero no siempre es así. Hace años intenté aplicarlo a los textos de una de mis antologías y no me fue fácil. Le envié el resultado a Dolores Koch y, evidentemente, no coincidimos en la clasificación. Pero sus respuestas no fueron taxativas. Por ejemplo, sobre un texto que yo consideraba microrrelato y ella minicuento, me decía "le falta ensayo". Esa sola respuesta implica una gradación, un gradiente continuo entre minicuento y microrrelato. Hay casos en que el final es algo que se le ocurre al narrador, como sería en los microrrelatos, pero consiste en la simple constatación de un hecho que les ocurre a los personajes, como sería en los minicuentos.
Un ejemplo de esto es "Pasión", texto de Julio Miranda publicado en el periódico "El Universal" de Caracas el 18 de enero de 1998: "El hombre, con los brazos abiertos delante de la puerta, le obstaculizaba el paso. Ella no pudo evitar una sonrisa, pese a todo. 'Pareces un Cristo'. 'No te vas'. 'Volveré en unos días'. '¿Está de nuevo aquí, verdad?'. '¿Para qué lo preguntas?'. 'No te vayas'. 'Déjame salir'. '¿Esto va a durar toda la vida?'. 'No lo sé'. El hombre se apartó, cruzó junto a ella evitando rozarla, se sirvió un trago y se hundió en un sillón, derramándose encima la bebida, mientras la puerta se cerraba. Se levantó de inmediato, fue hasta la ventana: sólo entonces se dio cuenta de que llovía. 'Se va a mojar' dijo, en voz muy baja". Analizados con el criterio de Lauro Zavala, tanto "El juicio" como "A primera vista", se ajustan por sus principios, finales y rasgos característicos a su concepción de minicuento y minificción, respectivamente; en tanto "Pasión" ilustra con claridad la función deíctica que atribuye a esta última. Los tres ejemplos dados entrarían en la descripción que debemos a Rosalba Campra. Lo cierto es que los autores de microficción escriben y publican todos los tipos ejemplificados sin hacer ninguna distinción entre ellos y que los antólogos proceden a agruparlos con el mismo criterio. Tampoco los lectores adoptan diferentes actitudes de lectura según sea el caso. No parece entonces muy importante diferenciar unos de otros. Por eso, para Lagmanovich (2006), que sostiene esta opinión, los tres entrarían en una misma categoría.


A los efectos de este artículo, interesa señalar que en los tres ejemplos dados, el final es expresión particular de lo que el texto calla, a saber, sucesivamente: que el juicio transcurre en el mundo de los muertos, que existe eso que llamamos vampirismo, que el hombre siente un profundo amor por la mujer que se va. En casos extremos, lo que se calla es la totalidad de la historia, como en "Francisco de Aldana", de Juan José Arreola (1971): "No olvide usted, señora, la noche en que nuestras almas lucharon cuerpo a cuerpo". Esta microficción consiste en una frase de tono admonitorio, dirigida por un hombre a una mujer. La historia de sexo nocturno, que es lo que se significa aunque no se la "cuente", está fuera del texto, pero muy fuertemente aludida. También lo que ha sido llamado "discurso sustituido" (Lagmanovich, 2006), es una forma de ocultamiento que obliga a descifrar el texto en busca del sentido.