9 de diciembre de 2011

Almudena Grandes: "Empezar a escribir es una consecuencia de haber leído mucho, es como atravesar un espejo. Leer y escribir son actos especulares" (2)

Desde su etapa de estudiante, Almudena Grandes comenzó a colaborar en el mundo editorial escribiendo textos para enciclopedias. Saltó a la fama en 1989 tras haber ganado el premio La Sonrisa Vertical con su primera novela "Las edades de Lulú", un libro erótico que fue llevado al cine por Bigas Luna (1946), el director y guionista de cine español responsable entre otros films de "Caniche" y "La teta y la luna". Desde entonces han pasado más de veinte años en los que la escritora -que formó parte de la llamada Movida Madrileña, la corriente contracultural surgida durante los primeros años de la transición de la España posfranquista y que se prolongó hasta finales de los '80- dejó las historias eróticas de lado para pasar a describir los ambientes y las circunstancias de la vida familiar de la burguesía de su ciudad natal, aspectos todos ellos reflejados mediante un marcado análisis interior de los personajes. En su última novela, "Inés y la alegría", rescata episodios históricos de su país al narrar la historia de la invasión del Valle de Arán, en octubre del 1944, por parte de un ejército de maquis que se proponían liberar España del Franquismo. Grandes recurre a la memoria, un tema que no es nuevo en sus obras pues está presente en su trabajo desde sus primeras novelas. Aclara que su intención es rendir un homenaje a la resistencia antifranquista: "Creo que la democracia española está en deuda con los antifranquistas. Si en España no hubiera habido muchas personas que durante treintisiete años, día tras día, resistieron a la dictadura, la transición a la democracia no hubiera sido posible". "En los años '70, en la transición -prosigue Grandes-, la democracia española resolvió la encrucijada histórica que tenía por delante por el procedimiento de fundarse sobre la nada. Nosotros tenemos una democracia sin raíces. Reconocer la tradición republicana dio miedo y pareció que no era sensato. Fue un proceso muy autocomplaciente, y, al olvidar la dictadura, se 
olvidó la resistencia contra ella. Realmente no somos conscientes de lo que le debemos a los resistentes, ni de que, en definitiva, nosotros somos la victoria póstuma de los derrotados. Toda esa gente se sacrificó para que nosotros vivamos la vida que vivimos ahora". En su opinión, en España "hay una indolencia y una insensibilidad absoluta hacia estos temas" que, insiste, "no tienen que ver con el pasado, sino con el presente y con el futuro porque son fundamentales para decidir en qué clase de país queremos vivir: en un país que paga sus deudas y que es consciente de dónde viene, o en uno que eternamente va a seguir considerándose encantado de conocerse y sin preguntarse nada de nada", dice Grandes. "Lo más importante que ha pasado en España en las últimas décadas es que un grupo notable -por su número y su calidad- de historiadores de mi generación, ha agarrado por los cuernos el tema de la historia contemporánea española. Ellos van a dar la batalla por la verdad, y la van a ganar", señaló. En la segunda y última parte del compilado de entrevistas, la autora de los "Episodios de una guerra interminable" habla sobre sus comienzos como escritora y de la actualidad política española.


Como lectora, ¿cuáles son sus preferencias? ¿Ha habido alguna influencia no sólo en su obra sino en su vida y su forma de escribir?

Yo creo que he tenido muchísimas influencias como todo el mundo, y para un escritor a veces es más difícil rastrear las influencias propias; se ve mejor desde afuera. Pero sí puedo hablar de una serie de libros que fueron capitales para mí. El primero de todos fue uno que me regaló mi abuelo paterno. Mis lectores saben que en mis libros siempre hay muchos abuelos y muchas nietas. Todos mis abuelos son ese abuelo y todas las nietas soy yo. Mi abuelo fue el primer hombre de mi vida y tuve una historia de amor muy potente con él. Para mi comunión me regaló una versión de "La Odisea" para niños, en prosa y ése fue el primer libro que yo leí en primera persona del plural. Tardé mucho en comenzarlo porque me decepcionó mucho el regalo; yo pensaba que me iba a dar algo más especial que un libro -yo tenía la ilusión de un tutú de ballet azul celeste-. Sin embargo cuando lo empecé, desde el primer momento en vez de leer Ulises yo leía nosotros; me impliqué de tal manera que creo que ése fue el libro que me hizo escritora. Un clásico, aunque pueda parecer apabullante, me hizo pensar en que quería escribir, pero no sabía como quien. El segundo libro que recuerdo que me influyó mucho, como para compensar y para bajar el nivel, fue "Mujercitas" porque me enseñó que quería escribir como Josephine March, o sea, me dio un modelo. Yo no tenía mujeres escritoras en mi entorno. Pero tenía a Jo March en el libro.

¿Qué significó para usted comenzar la carrera con la Sonrisa Vertical?

Fue un azar, algo muy extraño. Creo que las primeras novelas siempre son extrañas porque cuando uno escribe su primer libro ni siquiera sabe si está escribiendo un libro o un texto que va a acabar en un cajón. Cuando escribí "Las edades de Lulú" no les ponía cara a los editores, ni a los críticos, ni a los lectores, ni cuando pasaba por delante de una librería tenía idea de que iba a estar al cabo de un tiempo en ese escaparate. Había empezado cientos de novelas sin pasar del primer capítulo. Lo que hacía invariablemente era escribir uno o dos folios y los guardaba en un cajón; a las dos semanas los sacaba, me parecían horribles y los rompía. Con "Lulú..." fue como con todo lo demás; escribí siete folios, los guardé en un cajón los saqué y dije: ¡ah, esto está bien! Escribí "Las edades de Lulú" en un estado de inocencia y de salvajismo casi decimonónico, y al final fue algo distinto a lo que pensaba, yo pretendía escribir una novela entre erótica, negra y sarcástica.

¿Y qué pasó entonces?

Al principio ves con mucha claridad una situación. Siempre parto de una imagen, pero cuando esa imagen ya ha avanzado un poco tienes que contestarte a ti misma: ¿Esta quién es? ¿Por qué hace esto? ¿Qué le ha pasado? En un momento dado la novela cambió de dirección, fue por donde le dio la gana, empecé a seguir a Lulú en vez de seguir mi plan. Cuando terminé pensé que había escrito una novela erótica, poco convencional y que la podría mandar a un certamen. La ventaja que tenía la Sonrisa Vertical para mí, era que dos de los escritores españoles a los que yo admiraba más en el mundo estaban en el jurado del concurso, que eran Juan Balce y Juan Racia. Solamente porque ellos me leyeran merecía la pena intentarlo.

"Las edades de Lulú" se ha definido de muchas maneras: erótico, provocador, sexual, pornográfíco. Hoy en día, ¿le molesta que le hablen de este libro?

No me molesta. Yo le tengo mucho cariño a este libro, que ha hecho por mi mucho más de lo que la inmensa mayoría de los libros hacen por sus autores. Tengo una relación muy buena con él. Cuando habían pasado quince años desde que lo publiqué y se habían extinguido los derechos de autor, lo corregí. Me parecía una novela buena pero que estaba muy mal escrita. Era insoportable la cantidad de adverbios que tenía esta novela. Triunfó como novela generacional porque una generación de españoles la asumió como una especie de educación.

Hay una línea muy sutil entre lo que es erótico y lo pornográfico o vulgar. ¿Dónde está esa línea?

No lo sé. La diferencia del erotismo y la pornografía, aparte de la etimológica, tiene que ver con la actitud del receptor del mensaje, tiene que ver con la actitud del lector. Hay gente para la que cualquier cosa es pornográfica y gente que establece un límite de lo que es capaz de sentir o comprender. Es uno de los pilares de la literatura contemporánea. No tiene que ver con la calidad de una obra artística. Se podría hacer una aproximación y decir que la buena literatura es erótica y la mala es pornografía. Un buen escritor puede escribir sobre cualquier cosa y puede hacer literatura de cualquier tema y un mal escritor no tiene esa capacidad. Es curioso que, cuando alguien escribe una novela erótica, todo el mundo supone que tiene una vida sexual tremendamente intensa y, cuando alguien escribe novelas de asesinatos, nadie supone que se ha cargado a su vecino, ni se supone que un escritor que escribe ciencia ficción haya tenido contactos en la tercera fase.

¿Por qué siempre novelas?

Yo vengo de una familia de poetas aficionados. Para mí la poesía era el género de los adultos, el género solemne, lo difícil; estaba abocada a enamorarme de un poeta, era como un destino y fue así, mi marido es poeta. Nunca se me ocurrió meterme por la poesía, lo que me gustaba leer era novelas, era una lectora voraz y sigo siéndolo. Para escribir antes ha habido que leer. Empezar a escribir es una consecuencia de haber leído mucho, es como atravesar el espejo, como cuando Alicia atraviesa el espejo. Leer y escribir son actos especulares.

¿Cuánto tarda en escribir una novela?

Estos últimos proyectos, como un año y medio o dos. Yo escribo muy despacio porque soy muy pesada. Aunque empiezo con la novela resuelta, una cosa es lo que me cuento a mi misma pero otra cosa es contarlo. Si yo escribiera siguiendo las notas de mis libros escribiría novelas muy de prisa y serían muy malas.

¿Qué siente cuando termina una obra?

Siento mucha pena. Me hace gracia que a veces en las películas de Hollywood se ven los escritores eufóricos abriendo una botella de champaña y saliendo a la calle a celebrar que han terminado. Yo me siento como si me quedara sin casa, una sensación como de desahucio, porque creo que al escribir, una novela es un poco mi casa, le da sentido a mi vida. Me levanto todas las mañanas, me voy al ordenador y vivo una serie de horas en esa casa. Tengo una vida paralela esperándome en la que me zambullo y mientras escribo llevo adelante dos vidas a la vez. Cuando estoy escribiendo, lo ideal es ni siquiera salir a la calle para poder estar cosiéndome en mi cabeza todo el tiempo. Es una sensación de estar en dos partes a la vez. Terminar una obra es esa sensación de estar debajo de un puente.

¿Cuándo se termina una novela? ¿Es sencillo dar por concluida una creación?

No. Soy muy pesada, pesadísima. Releo continuamente, no lo puedo evitar. Creo que incluso me perjudica releer tanto. Me pasa una cosa muy graciosa. Al principio me daba cuenta que me gustaban mucho más los finales de mis novelas que los principios; es que escribo mejor pensaba, hasta que me di cuenta que me aburro porque lo he leído tantas veces. Me gustan los finales porque no me los sé de memoria. Después que termino releo y corrijo mucho, la dejo tres meses en el congelador y luego vuelvo a leer. Sólo después de todo ese proceso la entrego oficialmente. Me cuesta mucho trabajo soltarla.

¿Cómo hace para sostener el ritmo de escritura que implica una novela de más de setecientas páginas?

La verdad es que no me cuesta trabajo; es una pregunta que me hacen con frecuencia: por qué escribo novelas tan complejas que tienen más de un eje y por qué salto de tiempo, de una voz a otra y de un tiempo a otro. Yo soy fanática de la estructura, aunque los críticos no le den importancia. Cuando una novela está bien estructurada es como una casa que puede ser fea pero tiene cimientos sólidos. En cambio cuando una casa está mal construida, se cae y da igual que sea bonita, porque se ha caído.

¿Qué implica ese fanatismo por la estructura en cuanto al trabajo? ¿Cómo sería su método?

Soy tan fanática de la estructura que antes de sentarme a escribir tengo la primera palabra resuelta. Y escribo en un cuaderno todo: las historias de los personajes y sus coincidencias cronológicas, hasta que consigo tener una lista de capítulos con lo que voy a contar en cada uno. Sólo entonces me pongo a escribir. Quizá si no tuviera este método de trabajo, no podría escribir novelas así.

A partir de "Los aires difíciles" aparece la ambigüedad moral en sus personajes. ¿A qué se debe?

Mis primeros cinco libros están muy marcados por un impulso testimonial. Son como una crónica sentimental de mi generación. Pero cuando estaba terminando "Atlas de geografía humana" me di cuenta de que se estaba terminando el filón. Decidí que ya estaba bien de contar esas historias porque se me habían acabado los héroes. De hecho, los protagonistas de "Los aires difíciles" son dos personas normales, buenas, que descubren que pueden hacer cosas horribles. Las hacen de forma consciente; ni siquiera son meros instrumentos del azar. En determinado momento deciden convertirse en delincuentes, y son capaces de hacerlo. En "El corazón helado" también hay esa ambigüedad, porque ya es una manera de mirar.

Tendrá que ver con que todos los seres humanos, finalmente, tenemos nuestras zonas oscuras.

Sí, pero hace falta llegar a la madurez para comprenderlo. Cuando era más joven me dejaba llevar por una especie de idealismo rousseauniano. Mis personajes tenían que ser buenos para que yo los quisiera. Ahora lo he superado: los puedo querer aunque no lo sean.

Entre "Las edades de Lulú" y los "Episodios de una guerra interminable", ¿qué giros significativos señalaría en su trayecto como novelista?

Supongo que no soy la única escritora a la que le pasaba que las novelas se le iban por donde ellas querían. La madurez en mi obra es que ahora cuando empiezo una novela la conozco al ciento por ciento. Tengo un cuaderno con la historia resuelta y la estructura cerrada, sé cuántos capítulos tiene, lo que pasa en cada uno e inclusive cuántas páginas va a tener y hasta ese momento no me siento a escribir. Pero luego hay una emoción inherente en la escritura, es una aventura y cuando te sientas escribir puede suceder, que lo que has decidido antes no te sirve para nada.

En su opinión, ¿el autor sacrifica algo al entregar un texto para hacer una película?
 
Me parece que no es bueno hablar de cine y literatura, que es más justo hablar de novelas y películas. A mi me han hecho seis, tres no me gustan, dos me gustan y una, "Castillos de cartón", me parece una atrocidad de película. "Las edades de Lulú" fue mi primera experiencia en todo, colaboré en el guion y eso me permitió comprender que no tenía que hacerlo nunca más. Hubo un momento en el que me di cuenta que para la película yo era absolutamente prescindible. Creo que la actitud más razonable para un escritor que vende una novela es aceptar que ha vendido una historia para que la cuenten de otra manera y que una no es responsable de esa historia. Hay una anécdota del dramaturgo Benavente que cuando le llamaban del cine un director o un productor para llevar su obra al cine preguntaba: "¿cuánto me van a pagar por los destrozos?".
 
Para terminar y volviendo a "Inés y la alegría", se podría pensar que desde el título de la novela hay un homenaje y rescate de la alegría que implicaba la militancia comunista en un contexto de represión feroz...
 
La alegría también fue una consigna política durante la dictadura. La novela lleva la cita de un poema muy bonito de Rafael Alberti que le escribió a su perro antes de que acabara la guerra y que termina diciendo: "En medio de esta heroica pena bombardeada/ la fe, que es alegría, alegría, alegría". La obligación de los comunistas era estar alegres para no ceder, para no darles ni siquiera la alegría de verles jodidos, de verles mal. La alegría tiene un valor muy polisémico en el título. Se refiere a la alegría de Inés, en el sentido de que la invasión de Arán no salvó a España, pero sí a ella. Y se refiere a la alegría que ella representa para los guerrilleros, no sólo para Galán, porque Inés les cocina y los cuida. Pero también tiene ese sentido de alegría como consigna política, como una forma de vivir la política y la ideología.
 
¿Esa alegría se fue perdiendo en el mundo de las izquierdas, años después de la muerte de Franco?
 
En España hubo un momento de fervor extraordinario, de muchísima intensidad, y luego vino el desencanto. Después del desencanto nos convertimos en una democracia formal, aburrida, normal, feliz; las democracias donde no pasan cosas no son aburridas pero son fatales. Después de la caída del Muro de Berlín, la utopía comunista empezó a cojear; la crisis del "socialismo real" fue el punto de no retorno de la credulidad de las buenas gentes. Yo creo que el comunismo es una ideología de buenas personas. Hasta que cayó el Muro, muchas buenas personas en el mundo pudieron profesar esa ideología; en países como España, los comunistas nunca tuvieron el poder, sino que sostuvieron casi en solitario la resistencia contra la dictadura. La caída del Muro de Berlín significó el fin de la alegre utopía y un baño de realidad. Lo que ha pasado es que todavía la izquierda no ha sido capaz de recrearse. El Estado de Bienestar fue un invento del capitalismo. Cuando el capitalismo vivía aterrado ante la perspectiva de una revolución, el Estado de Bienestar fue una especie de concesión a cambio de la revolución. Como la perspectiva de la revolución no existe ahora, el Estado de Bienestar no merece la pena ser conservado. Se gana más dinero sin Estado de Bienestar. La izquierda no ha sido capaz de reaccionar aún. No podemos aplicar recetas de 1870 -por muy bonitas que sean, por mucho que nos gusten y por muy de memoria que la sepamos- a una situación tan nueva como ésta, en la que toda la creatividad, por primera vez en muchos siglos de civilización occidental, está en manos de la derecha. El problema de la izquierda es que hay que reinventarla y reformular todo su discurso.
 
Sobre todo en España, después del triunfo del PP.
 
Ese resultado se daba por descontado. En España teníamos izquierda cuando los demás tenían derecha. Ahora vamos a tener derecha cuando los demás tendrán izquierdas. Nosotros nunca vamos al mismo ritmo que los demás, porque ha caído Berlusconi y caerán Merkel y Sarkozy. El resultado electoral es el que ha sido porque tenemos una ley que es un robo a mano armada. El Partido Popular con el 44% de los votos ganó el 56% de los escaños. De 34 millones con derecho a voto, lo han votado 10 millones. Y sin embargo, tiene una mayoría absoluta porque el método D'Hont produce distorsiones escandalosas en el Parlamento. El PP ha tenido 400.000 votos más que hace cuatro años porque el PSOE se ha hundido por la crisis. Tenemos unos años duros por delante, que deberían servir para refundar la izquierda. Aunque el PP tiene una mayoría absoluta muy fuerte, habrá que ver si la aguanta toda la Legislatura. Ellos han llegado al poder convenciendo a los españoles de que tienen la fórmula mágica; que al votarles se iba acabar el desempleo, los problemas. Saben que no es verdad y van a crear una gran frustración en la gente que los ha votado. Creo que estaremos manifestándonos en las calles de lunes a viernes, vamos a adelgazar todos mucho...