28 de enero de 2011

Jean Bricmont: "La injerencia de EE.UU. en los asuntos internos de otros países es constante y tiene múltiples facetas" (3)

"Desde el conflicto entre Stalin y Trotski en la Unión Soviética -estima Bricmont- los intelectuales de izquierda en occidente han pasado mucho tiempo peleándose para saber a quiénes apoyaban en conflictos lejanos o pasados sobre los que no tienen ninguna influencia real. Un cínico podría sugerir que, además de que estos debates les permiten desplegar una vasta erudición histórica, les llevan a separarse de la mayoría de la población ahí donde viven o ahí donde sus acciones podrían tener un impacto real. Sea como fuere, la cuestión que debemos plantearnos no es la de un apoyo afectivo o imaginario a éste o aquel, sino la de la acción que hay que emprender ahí donde podemos obtener un efecto, es decir, en nuestras sociedades y frente a los gobiernos occidentales. En lo inmediato, hay que hacer lo que sea para no aportar ayuda alguna -material, simbólica o cualquier otra, siquiera so pretexto de la reconstrucción- a la ocupación". Y agrega: "La injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de otros países tiene múltiples facetas, pero es constante y viola el espíritu y a menudo la letra de la Carta de las Naciones Unidas. A pesar de sus declaraciones de actuar en nombre de principios como la libertad y la democracia, las intervenciónes de Estados Unidos han tenido consecuencias desastrosas no sólo por los millones de muertes causadas por las guerras directas e indirectas, sino también la pérdida de oportunidades -el asesinato de la esperanza- para los centenares de millones de personas que podrían haberse beneficiado de políticas sociales progresistas iniciadas por dirigentes como Arbenz en Guatemala, Goulart en Brasil, Allende en Chile, Lumumba en el Congo, Mossadegh en Irán, los sandinistas en Nicaragua o el presidente Chávez en Venezuela, que han sido objeto de subversión sistemática, derrocamiento o asesinato con pleno apoyo occidental". "La ideología de la intervención humanitaria forma parte de una larga historia de actitudes occidentales hacia el resto del mundo. Cuando los colonialistas occidentales desembarcaron en las costas de América, Africa o Asia oriental, se sorprendieron por lo que ahora llamaríamos violaciones de los derechos humanos, y que llamaron costumbres bárbaras: sacrificios humanos, canibalismo, mujeres obligadas a vendarse los pies, etcétera. Una y otra vez, esta indignación, sincera o calculada, se ha utilizado para justificar o encubrir los crímenes de las potencias occidentales: la trata de esclavos, el exterminio de los pueblos indígenas y el robo sistemático de tierras y recursos. Esta actitud de justa indignación continúa hasta el día de hoy y está en la raíz de la pretensión del derecho de intervención y del derecho de protección de Occidente, mientras se sigue haciendo la vista gorda ante regímenes opresores considerados amigos de Occidente, a la interminable militarización y las guerras sin fin, y a la explotación masiva de mano de obra y recursos". "Cuando la OTAN ejerció su autoproclamado derecho a intervenir en Kosovo, donde los esfuerzos diplomáticos estaban lejos de haberse agotado, fue elogiada por los medios de comunicación occidentales. Cuando Rusia ejerció lo que considera como su derecho de prtección en Osetia del Sur, se le condenó de manera uniforme en los mismos medios de comunicación occidentales. Cuando Vietnam intervino en Camboya, o la India en lo que hoy es Bangladesh, sus acciones también fueron severamente condenadas en Occidente. Esto indica que los gobiernos occidentales, los medios de comunicación y las organizaciones no gubernamentales -en nombre de la llamada comunidad internacional -, juzgarán la responsabilidad de una tragedia humana de un modo muy diferente si se produce en un país hacia el que Occidente, por la razón que sea, es hostil al gobierno, o en un Estado amigo. Estados Unidos, en particular, tratará de presionar a las Naciones Unidas para que respalde su propia interpretación. Estados Unidos no siempre puede decidir intervenir pero puede utilizar, sin embargo, la no intervención para denunciar la ineficacia de las Naciones Unidas y sugerir que sea sustituida por la OTAN como árbitro internacional. La soberanía nacional es a veces estigmatizada por los partidarios de la 'intervención humanitaria' como una especie de licencia para matar. Es preciso que recordemos porqué es necesario defender la soberanía nacional contra dicha estigmatización". Tercera y última parte del extracto de entrevistas a Jean Bricmont. En este tramo sobresale el juicio del físico belga en lo referente al móvil de las guerras que, según la concepción materialista de la historia, se reduce a causas económicas. En ese sentido, Bricmont adhiere al parecer del filósofo inglés Bertrand Russell (1872-1970) quien, en "The practice and theory of Bolchevism" (Teoría y práctica del Bolchevismo), señala que la idea, común a liberales y marxistas, según la cual el enriquecimiento es el objetivo natural de la acción política humana parece a priori razonable, pero ignora "el océano de locura sobre el cual flota, de manera dudosa, la frágil barca de la razón humana".


¿Qué piensa sobre el tratamiento mediático de la guerra en Osetia del Sur?

Lo peor. De hecho, los periodistas trataron la guerra en Georgia de manera exactamente inversa a como habían tratado la guerra de Kosovo. Sin embargo, la situación en Georgia en muchos aspectos era similar a la de Kosovo. En ambos casos, estábamos en presencia de una población enfrentada con el poder central. Dónde ambos casos divergen es en que Kosovo formaba parte desde hace tiempo de Serbia, mientras que Osetia del Sur fue incorporada a Georgia sobre bases administrativas en la época de Unión Soviética. Por eso la voluntad de los georgianos de recuperar Osetia del Sur me parece mucho más discutible que en el caso de los Serbios y de Kosovo. Lo que los georgianos hicieron en Osetia es un poco como si hoy los serbios quisieran repetir Kosovo, lo que ciertamente no deseo. Si lo hicieren, habría un diluvio de ataques contra ellos en la prensa occidental, mientras que cuando Saakachvili decidió bombardear a los osetios para forzarlos a volver al regazo georgiano, claramente todo el mundo encontraba esto comprensible. Análogamente, los rusos han sido muy criticados por haber ayudado a los osetios, mientras que la OTAN fue felicitada por haber apoyado a los albaneses de Kosovo. Podemos, pues, indignarnos con la reacción de la prensa en relación a la guerra de Georgia, pero, con todo y con eso, esa reacción no tiene nada de asombroso. Ilustra perfectamente el principio puesto de relieve por Noam Chomsky y Edward Herman, según el cual habría "buenas" y "malas víctimas". Cuando se comete un crimen, ya se trate de una guerra o de un atentado, y viene del campo occidental o de un aliado de Occidente, las víctimas son consideradas "malas víctimas ", lo que significa que casi no se habla de ellas en la prensa y que se va a presentar el acontecimiento en el momento más favorable para nosotros. Y la prensa reacciona de manera inversa cuando es el campo opuesto el que comete un crimen y provoca víctimas. Un bello ejemplo de este principio de "buenas" y de "malas víctimas" lo hemos visto recientemente con el golpe de Estado en Honduras. Presentamos al presidente derrocado como a alguien que quería monopolizar el poder alterando la Constitución, a fin de lograr un nuevo mandato. Ahora bien; cualquier dirigente tiene el derecho de querer cambiar la Constitución. Sarkozy lo hizo, y nadie gritó que negaba la democracia por eso. Comprobamos, pues, que hay una política sistemática de doble rasero, de dos varas de medir, aplicada por los medios de comunicación. Si son los "enemigos" de Occidente quienes cometen crímenes, invaden a su vecino, etcétera, entonces las víctimas se destacan con grandes titulares; mientras que en el caso inverso, apenas se menciona el asunto. Es algo totalmente previsible. En cuanto a Honduras, la lucha por el restablecimiento de la democracia continúa allí, pero hablamos de eso muy poco: basta comparar con Irán.

¿Entonces esta famosa noción de injerencia humanitaria, sólo los occidentales podrían reivindicarla?

Chomsky da el ejemplo de la intervención India en Paquistán oriental. Paquistán occidental es lo que se llama hoy Paquistán, y Paquistán oriental es el actual Bangladesh. En los años '70, hubo una guerra de independencia del Paquistán oriental, enfrentado al Paquistán occidental. Paquistán occidental envió tropas a la parte oriental, las cuales perpetraron numerosas matanzas. Los indios intervinieron, lo que hizo posible la independencia de Bangladesh. En esa época, casi todo el mundo en Occidente criticó vivamente esa intervención. Otro ejemplo: Pol Pot y los Khmers rojos. En general, sus atrocidades son invocadas para justificar el derecho de injerencia. Pero lo que se olvida es que el régimen de Pol Pot se acabó gracias a la intervención de Vietnam. Y en aquel momento, en 1979, los vietnamitas fueron también muy criticados. Podemos discutir sobre la legitimidad de las intervenciones indias y vietnamitas en términos de violación del Derecho Internacional, pero eran intervenciones que tenían efectos muy humanitarios. Pero esas intervenciones jamás han sido consideradas en Occidente desde este punto de vista. Casi por definición, el derecho de injerencia es legítimo, sólo si somos nosotros quienes lo ejercemos. El principio de la injerencia humanitaria autoriza la intervención, incluso militar, de países poderosos en los asuntos internos de países más débiles (manifiestamente, la injerencia siempre puede ir sólo en esa dirección). Pero todo el Derecho Internacional se funda en la idea de que hay que impedir este género de intervención, y esto en parte a causa de la política alemana antes de y durante la Guerra. No hay que olvidar que una de las primeras agresiones hitlerianas se produjo en 1938 con la anexión del país de los Sudetes, una parte de Checoslovaquia poblada en la época por una minoría germanófona y germanófila que acogió en general bien su "liberación" del yugo checo. Reprochamos siempre a los dirigentes franceses e ingleses de la época el haber aceptado esa anexión en Munich, pero la cuestión que se planteó en aquel momento era justamente saber si había que permitir o no una " injerencia humanitaria"
(liberar una minoría que se consideraba como oprimida). Hay que saber lo que se quiere. O bien era legítimo que los alemanes acudieran en ayuda de la minoría de habla alemana en Checoslovaquia, y entonces el pacto de Munich era aceptable; o bien no lo era, por las razones más globales del Derecho Internacional, pero no se ve porqué ciertos políticos actuales que promueven la intervención humanitaria lo condenan. La ironía es que la invocación a Munich es ubicua en la actual guerra de propaganda. En cuanto se propone mantener negociaciones o aceptar un compromiso, por ejemplo, hoy con Irán, el campo belicista destaca a Munich como el paradigma de la cobardía y de la capitulación frente al "Mal". Pero Munich fue, en cierto sentido, una aceptación del "derecho de injerencia" adelantado a su época.

¿Según usted, la intervención de Rusia en Georgia muestra el ingreso a una era donde cada gran potencia, fuera de los Estados Unidos y Europa, se puede aventurar a lanzar guerras bajo pretextos humanitarios?

Ciertamente, ese es el problema de la caja de Pandora, la que se abre pero que luego no se sabe cómo cerrar, según dijo Chirac en el momento de la invasión de Irak. Dicho esto, ya la habíamos abierto en el momento de la guerra de Kosovo, a la que Chirac no era aparentemente muy favorable. Pero Chirac sabía bien que, dada la presión de los medios de comunicación, una negativa a entrar en guerra le habría costado la elección presidencial frente a Jospin, quién sí era un decidido partidario a la intervención de la OTAN. Bertrand Russell decía que discutir sobre responsabilidades en la Primera Guerra Mundial era un poco como discutir sobre las responsabilidades en un accidente de carretera en un país que careciera de código de circulación. En ese tiempo, en efecto, no había principios rectores de las relaciones entre Estados. Nada prohibía a los austrohúngaros imponer condiciones como las que quisieron imponer a los serbios. Después del atentado de Sarajevo en 1914, los austrohúngaros presentaron a los serbios diez imperativos. Uno de ellos era similar al que figuraba en los acuerdos de Rambouillet antes de la guerra de Kosovo, a saber: que la policía austrohúngara podría imponer su ley en misma Serbia. Y los serbios aceptaron los nueve primeros puntos, salvo el último. A partir de ese momento, los austrohúngaros entraron en guerra, y el resto de Europa se sumergió en la tormenta. En 1999, prácticamente pasó la misma cosa, ya que los acuerdos de Rambouillet preveían que los soldados de la OTAN podrían acampar, hacer tantas maniobras como desearan, etcétera, en Serbia. Los serbios se negaron, y la OTAN bombardeó Serbia. Es verdad que esto no arrastró a la guerra mundial, pero reforzó mucho un militarismo occidental que encontró así, hasta a los ojos de la opinión "progresista", una justificación humanitaria. La debilidad relativa de la oposición a las guerras en Irak y en Afganistán encuentra, en parte, su origen allí.

Después de las guerras de Kosovo, de Irak, de Afganistán, pero también de Georgia, ¿piensa que el Derecho Internacional y la ONU tienen todavía un futuro, o definitivamente han sido enterrados con estas guerras?

Espero que tengan todavía un futuro, porque no pienso que la agresión de un país contra otro pueda resolver los problemas, cualesquiera que sean. Primero, hay que darse cuenta cabalmente de que la inmensa mayoría de los países del mundo continúan defendiendo la concepción clásica del Derecho Internacional, fundado en el respeto de la soberanía nacional. Además, Bush, aunque hubiera cometido crímenes monstruosos, tuvo la ventaja, si se puede decir así, de haber colocado a los Estados Unidos en una situación imposible; y ni siquiera sólo a los Estados Unidos, sino también a todos los defensores del derecho de injerencia humanitaria. Las reglas instituidas en 1945 fueron hechas para entender de situaciones como las que permitieron a Hitler invadir Checoslovaquia (y a Bush invadir Irak). Podemos, evidentemente, cambiar esas reglas. Pero no podemos volver a un estado de vacío jurídico internacional. Entonces el derecho de injerencia humanitaria se reduce a esto: nada define quién tiene el derecho a injerir, ni en qué condiciones, y en la práctica, esto vuelve a legitimar el derecho del más fuerte.

Otro problema que se plantea es que esa injerencia sólo se realiza cuando hay de por medio intereses económicos o geoestratégicos...

En el caso de Kosovo, la verdad es que no había muchos intereses directos en juego, sino que, en cierta medida, las razones fueron más ideológicas que económicas: darle una legitimidad "humanitaria" a la OTAN. Evidentemente, podemos siempre encontrar intereses, si los buscamos, pero no todas las guerras se explican por intereses económicos o geoestratégicos. Hay una verdadera dinámica ideológica que subyace a ciertas intervenciones. Bosnia fue la causa sagrada de toda una generación; por eso, cuando hubo una crisis en Kosovo, había una verdadera voluntad de intervenir "por razones humanitarias", por lo menos en los medios de comunicación y en una parte de la opinión pública. Verdaderamente, pienso que la injerencia humanitaria es una especie de religión de nuestro tiempo. El cristianismo o la misión civilizadora lo fueron en el pasado. Evidentemente, hay siempre razones económicas por doquier, y siempre podremos encontrar intereses económicos "agazapados", si queremos. Pero hay que razonar también en términos psicológicos para ver en qué medida es verdaderamente la economía la razón principal de las intervenciones y de las guerras. El argumento que refuta la idea de que toda razón para hacer la guerra es forzosamente de naturaleza económica, es que siempre es posible resolver de otro modo los conflictos, sin necesidad de desencadenar una guerra, para hacer negocios y tener ganancias. Por ejemplo, es innegable que los capitalistas norteamericanos hacen fortunas en China y en Vietnam, ahora que hay una paz entre esos países y los Estados Unidos. También podemos pensar que, si hubiera una paz en el Medio Oriente, los territorios ocupados podrían ser un nuevo Singapur. Podrían hacerse fortunas allí. Hay una mano de obra relativamente calificada y barata. Es cínico decir esto, evidentemente, pero si verdaderamente se razona desde un punto de vista económico, los capitalistas pueden tener muchos más beneficios en tiempos de paz que mediante la guerra. Evidentemente, cuando hay una guerra, esto beneficia siempre a los vendedores de armas y a las empresas de reconstrucción. Pero hay que darse cuenta de que hay también un aspecto irracional en la guerra, incluso visto desde un punto de vista capitalista global. Lea a Bertrand Russell sobre este tema; es muy interesante. El siempre polemizó con el análisis marxista de la guerra de 1914-1918 en términos puramente económicos, porque le impresionó el aspecto irracional que acompañó a esa guerra. Las cuestiones nacionalistas son un componente esencial de esta parte irracional. Pueden tener una lejana base económica, pero en cuanto cobran existencia, adquieren su propia dinámica. Palestina ofrece sin duda el ejemplo actual más claro de este género de situaciones. No hay ninguna base realmente económica para este conflicto, ni para el sostén occidental a Israel.

Sí, pero en aquella época, Yugoslavia era asimismo una economía cerrada y Milosevic se negaba a abrir a la economía de mercado...

Esto no es completamente verdadero. Son las sanciones internacionales las que impidieron hacer de Serbia una economía abierta. Es un error ver a Milosevic como una especie de estalinista que quería cerrar la economía. Milosevic heredó una economía que era la de Tito, que, francamente, no estaba cerrada pero tampoco completamente abierta. Deseaba cuidar la cabra y la col y no vender su país al mejor postor (como hicieron sus sucesores), pero no hay que olvidar que existían sanciones contra Serbia que venían de la época de la guerra de Bosnia. Milosevic quería levantar estas sanciones. Si usted sufre sanciones y quiere levantarlas, eso significa que usted quiere más apertura, no menos. No veo en absoluto esta guerra como una guerra desencadenada principalmente por móviles económicos. La vería más bien como un tipo de cruzada.

¿Pero había también unas razones geoestratégicas, no?

Sí, los estadounidenses tienen ahora su base en los Balcanes, pero ¿para qué les sirve?

De ahí al Medio Oriente no hay mucho trecho...

No mucho, pero tampoco tan poco. Pueden poner bases en los Emiratos. Tienen bases en Turquía, también. Si usted algún día va a trabajar en una gran burocracia, observará las influencias de tipo burocrático, las que también a veces escapan al análisis de tipo marxista convencional, económico, etcétera. El ejército norteamericano es, entre otras cosas, una inmensa burocracia. Tome por ejemplo las bases norteamericanas en Japón. Después de la guerra con Vietnam y de la distensión con China, no sirven para nada. Los Estados Unidos tienen tropas allá y la gente juega al golf... los soldados tienen una linda vida. Si le gusta el deporte y es un poco macho, es el escondrijo perfecto.

Estas bases servirían sobre todo para mantener la idea de que hay un imperio que mantiene el control...

Sí, pero hay que ver también los intereses económicos a todos los niveles, es decir que evidentemente hay intereses económicos, pero no son necesariamente los de clase capitalista como tal. Hay intereses económicos de la gente del Pentágono, de los vendedores de armas, de los cabilderos, que se sobreponen con la ideología de dominación mundial para que, regularmente, una "nueva amenaza" permita conseguir en el Congreso un aumento del presupuesto de la Defensa. Y si alguien protesta, la prensa se le tira encima y afirma que no es patriota. Estamos en relación con una multitud de intereses. Pero, en la medida en que esta política militarista tiene elevados costos, necesariamente no está en el interés de los capitalistas, tomados en su conjunto. Marx veía los gobiernos como una suerte de consejo de administración colectivo de la burguesía. Es verdad en parte pero, también hay que poder ver ciertas políticas militaristas e imperialistas como resultados de una mala gestión. En el caso de Israel, por ejemplo, resulta cada vez más claro que la camarilla sionista en los Estados Unidos tiene una influencia decisiva sobre la política norteamericana en el Medio Oriente. El grado de compromiso norteamericano a favor de Israel es totalmente irracional, y no responde a ninguno de sus intereses. En particular, Israel jamás ayudó de algún modo a los Estados Unidos a controlar el petróleo. Por otro lado, ese compromiso no alcanza tal nivel en ninguna otra parte. Ese sostén se explica solamente por la presión constante de la camarilla sionista acoplada a la culpa vinculada a los acontecimientos de la guerra de 1940-1945. Cada caso debe ser analizado por separado. No hay fórmula general que explique las guerras por el imperialismo o el capitalismo, aunque hay numerosos factores en esos sistemas que crean las condiciones propicias para las guerras. Pero las guerras siguen siendo, afortunadamente, acontecimientos relativamente raros, comparadas, pongamos por caso, con los intercambios económicos, que son constantes. Y evidentemente, las guerras se producían mucho antes del nacimiento del capitalismo. Hasta cierto punto, yo veo la guerra contra Serbia como la consecuencia del imperialismo humanitario, ideología que se mezcló más tarde con la lucha contra el terrorismo en el caso de Irak y Afganistán. En líneas generales, diría que se "vende" la guerra contra el terrorismo a la población, que es bastante inteligente para comprender que, si se tiene dinero para hacer de humanitario, se tiene otra cosa que hacer que la guerra; y la guerra humanitaria, se "la venden" a los intelectuales, que son bastante inteligentes para comprender que se sobrestima la amenaza terrorista. La población es sensata, pero le falta información; los intelectuales tienen información, pero carecen a menudo de sensatez.

¿Para usted, la razón principal de la guerra de Kosovo se derivaría sobre todo de la ideología de la injerencia humanitaria?

Cuando comenzaron la guerra, pensaron que duraría tres o cuatro días. Yo había escuchado en la radio que los serbios necesitaban algunos bombardeos para retirarse de Kosovo. Según los medios de comunicación, los serbios estaban contentos de que se los bombardeara, para tener una excusa para retirarse de Kosovo. Pero para los serbios, Kosovo tenía un carácter casi sagrado; por eso no se retiraron sino después de transcurrido un tiempo, bajo la amenaza de la destrucción completa de su país, y porque los rusos les dejaron caer. Por otra parte, los serbios firmaron, al final de la guerra, acuerdos que habrían podido aceptarse en Rambouillet y que no se respetaron más tarde. En efecto, esos acuerdos preveían, entre otras cosas, la vuelta a Kosovo de mil policías serbios para proteger a los serbios de Kosovo, lo que les habría sido bien útil, pero que nunca se ha producido. En el desencadenamiento de esta guerra, los factores ideológicos desempeñaron un gran papel. A menudo los pacifistas hacen hincapié en los móviles económicos, reales o supuestos de las guerras, seguramente porque eso muestra a los promotores de la guerra como "verdaderamente malévolos", un redil de codiciosos. Pero si la guerra es más bien debida al fanatismo religioso o nacionalista o a unas ideologías como la misión civilizadora o la injerencia humanitaria, no veo yo porqué eso habría de volverla más legítima o más simpática. Y si se está persuadido de que muy poca gente se beneficia en realidad con las guerras, incluso entre las clases dirigentes, ello refuerza los argumentos pacifistas. En el caso de Israel, donde el aspecto irracional es el más fuerte, si la clase dirigente norteamericana siguiera sus verdaderos intereses, lo que bien podría bien llegar algún día, el apoyo a Israel se desvanecería.

Jean Bricmont: "La injerencia de EE.UU. en los asuntos internos de otros países es constante y tiene múltiples facetas" (2)

Jean Bricmont, físico, filósofo de la ciencia y analista político belga, estima que los occidentales no siempre son conscientes de que el mayor acontecimiento del siglo XX no ha sido el ascenso y la caída del fascismo ni la historia del comunismo, sino la descolonización. "Deberíamos recordar -dice- que hasta hace poco más o menos un siglo el grueso de Asia y de Africa estaban bajo el control europeo, y América Latina era formalmente independiente, aunque la tutela y las intervenciones militares de norteamericanos y británicos eran moneda corriente". "Todo esto se desplomó durante el siglo XX -continúa-, luego de guerras y revoluciones y, de hecho, gracias al decidido apoyo que la Unión Soviética prestó a los procesos de descolonización", en lo que constituye el efecto más duradero de la Revolución Rusa. "Estos procesos liberaron a cientos de millones de personas de las formas más brutales de opresión. Se trata, sin duda, de uno de los grandes progresos en la historia de la humanidad, similar al de la abolición de la esclavitud en los siglos XVIII y XIX". Lo que se intentó y, por cierto, se logró casi en todas partes, fue la emancipación de la dominación occidental. Se logró invertir un proceso de siglos de expansión y hegemonía europea sobre el resto del mundo. "El siglo XX ha sido el siglo del antiimperialismo y lo más probable es que esa tendencia inversa continúe durante el siglo XXI". Reconoce Bricmont que "hay un punto de verdad en la idea leninista de que los beneficios del imperialismo corrompen a la clase trabajadora occidental, y no sólo en términos puramente económicos (mediante la explotación de las colonias), sino también porque alimentan un sentimiento de superioridad que ha inculcado el imperialismo en la mentalidad occidental". Sin embargo, hay dos razones por las cuales este fenómeno está cambiando. Por un lado, la globalización significa que Occidente ha llegado a depender más del Tercer Mundo. Ahora los países dominantes no sólo importan materia prima y exportan capital, sino que también dependen de la mano de obra barata que trabaja en las fábricas relocalizadas en el exterior. Y por otro lado, la globalización también significa que disminuye la relación entre el pueblo de los Estados Unidos y sus elites o capitalistas, cuyos intereses están cada vez menos atados a los de su país. "Uno de los mayores retos que nos plantea el futuro es el de saber si la población reaccionará abrazando fantasías proimperialistas del tipo del 'sionismo cristiano', 'lucha contra el terrorismo' o cualquier otra por el estilo, o si tenderá a incrementar su solidaridad con los países emergentes del Sur". A continuación, la segunda parte del compendio de entrevistas a Jean Bricmont publicadas por "Rebelión", "Sin Permiso" y "New Left Project". En este fragmento, el físico y activista belga critica el uso de los derechos humanos para vender la guerra y polemiza con ciertas posiciones mantenidas por algunos sectores de los movimientos pacifistas. Bricmont pretende aportar "una modesta contribución a la reconstrucción de la izquierda", entendiéndose por ésta a la que, históricamente, ha luchado por el control social de la producción, por la paz y contra el imperialismo, y por la defensa de la democracia, de los derechos del individuo, de la igualdad de género, de las minorías y del medio ambiente.


Ha investigado usted la forma en que la retórica de los derechos humanos ha servido de cobertura a las recientes intervenciones humanitarias de Occidente. Sin embargo, tras la ola global de cinismo respecto a las justificaciones oficiales de la invasión y ocupación de Irak, ¿cuáles son las perspectivas del lenguaje de los derechos humanos como punto movilizador de futuras intervenciones?

Mi primera observación es que las intervenciones militares no se deben a la retórica de derechos humanos sino a la decisión, por parte de los dirigentes de los países que tienen el poder y los medios para intervenir, de hacerlo así. Considerando cómo se han desarrollado las guerras de Irak y Afganistán, no espero que los Estados Unidos se lancen a nuevas guerras en el futuro, salvo en el caso de Irán posiblemente. Pero la retórica de los derechos humanos continuará como forma de demonizar a países cuyos gobiernos son demasiado independientes de Occidente, como Rusia, Irán, Venezuela, Cuba, China, etcétera. No llevará necesariamente a la guerra, pero mantendrá un clima de hostilidad y desconfianza. No creo que Estados Unidos quiera comprometerse en otra aventura militar en un próximo futuro ni lo desean aquellas partes más sanas de los círculos dirigentes norteamericanos. Hay, sin embargo, un país que no dejará de mostrarse histérico respecto a Irán y es Israel. Dado el poder de sus grupos de presión, es probable que continúe la presión sobre Irán en un futuro previsible. Irán, sin embargo, tiene el deseo y los medios de resistir esta presión y eso resulta bastante independiente de quién se encuentre al mando del país, pues todo el mundo apoya en Irán la cuestión de la independencia nacional. De modo que durante bastante tiempo estaremos atrapados en una situación absurda: los sionistas de Occidente, ayudados por una cohorte de activistas de derechos humanos, feministas y laicistas seguirá bramando acerca de la amenaza de Irán, pero sin efecto sobre la política de Irán, que dejará por supuesto que sigan los bramidos. La única solución razonable consistiría en admitir el hecho de que, si posee Israel armas nucleares, como sucede, y las utiliza para mantener su incuestionada superioridad en Oriente Medio, otros países de esa región intentarán obtener dichas armas. Como en el caso de la Guerra Fría, la única salida sería la distensión, pero eso presupone la aceptación de alguna clase de derechos para los palestinos, lo que resulta impensable.

¿Respalda usted una visión de los derechos humanos alternativa a la que domina en el debate central en Occidente?

No creo tener una visión alternativa de los derechos humanos. Concuerdo plenamente con que los principios de la Declaración Universal son metas deseables, pero sólo si incluye uno los derechos sociales y económicos que forman parte de la Declaración. Con lo que no concuerdo necesariamente es con la interpretación establecida de la Declaración en que esta última tiende a ignorar los derechos socioeconómicos o a considerar que se seguirán a largo plazo si uno respeta los derechos individuales y políticos, que se consideran por tanto como "absolutos". Sólo que, en primer lugar, si el respeto por los derechos individuales y políticos lleva, por medio de la acción del "libre mercado", a enormes disparidades en la riqueza, no veo cómo se puede justificar esa situación como deseable. Esta es, en lo esencial, la crítica de la visión liberal de los derechos humanos realizada por Marx y otros socialistas en el siglo XIX. Compárese, por ejemplo, Cuba y el resto de América Latina. En Cuba están limitados los derechos políticos -aunque no tantísimo, comparado con muchas otras situaciones históricas-, en tanto que hoy en día hay democracias formales en la mayor parte del resto de América Latina, pero con masivas violaciones de derechos humanos de tipo socio-económico. ¿Cómo se decide qué situación es preferible? Por lo que respecta a la idea de que, a largo plazo, los derechos socioeconómicos llegarán si se respetan los demás, no veo ninguna prueba de ello. La gente sostiene a veces que esto es lo que demuestra la historia de Occidente, pero la verdad es todo lo contrario. Occidente edificó su prosperidad mediante una masiva violación de los derechos humanos, precisamente de tipo político y individual, con la supresión del derecho de voto de trabajadores, mujeres y minorías, abiertas dictaduras -en muchas partes de Europa-, conquistas coloniales, eliminación de pueblos indígenas, etcétera. Nuestro desarrollo fue desde luego bastante más brutal que el de China hoy, por ejemplo. Pero nuestros imperialistas humanitarios no pueden dejar de dar lecciones a China por las violaciones de derechos humanos.

¿Qué responsabilidad tienen, si es el caso, las organizaciones de derechos humanos en la creación del discurso de derechos humanos que sirve para legitimar la "intervención humanitaria"?

Creo que tienen una gran responsabilidad. Por supuesto, algunas organizaciones son peores que otras: Human Rights Watch, por ejemplo, sigue bastante de cerca la política del Departamento de Estado. La historia siempre se escribe de modo crítica: ¡véanse los horrores del colonialismo! ¡O del estalinismo! Pero en el momento en que sucedían esos "horrores", gran número de gente inteligente, honesta y bienintencionada los apoyaba. Conjeturo que cuando se escriba la historia de nuestra época de manera crítica, la gente se asombrará de la santurronería y unilateralidad, de la crasa ceguera del discurso contemporáneo occidental sobre los derechos humanos. Se quedarán desconcertados por el silencio casi unánime ante las víctimas causadas por el embargo contra Irak, las dudas en la oposición a las guerras contra ese país, la larga indiferencia a las aspiraciones nacionales de los palestinos, la falta de reacciones a la histeria sobre Irán, el entusiasmo por la guerra de Kosovo -que fue la guerra para empezar todas las guerras de tipo humanitario- y las matanzas masivas en el Congo oriental, en buena medida debidas a las intervenciones extranjeras en ese país por parte de Ruanda y Uganda. También se darán cuenta de que el principal problema de nuestro tiempo es el desarrollo del Sur, que el desarrollo no es ni fácil ni indoloro y que presupone la soberanía nacional y la independencia, que es precisamente lo que el movimiento de derechos humanos ignora y a lo que se opone. No olvidemos que el estalinismo se justificó apelando a los ideales socialistas y el colonialismo a la misión civilizadora. El imperialismo de la actualidad, aunque mucho más débil que antes, se justifica con la retórica de los derechos humanos. No siempre fue así. Cuando se fundó Amnesty International, se la consideró en Occidente demasiado amistosa para con los revolucionarios. Pero tras el final de la guerra de Vietnam, Carter desplazó la retórica norteamericana hacia los "derechos humanos", que se convirtieron en la principal arma ideológica contra el comunismo; después, con el crecimiento de las organizaciones de derechos humanos, y su necesidad de financiación, se volvieron cada vez más respetables y aceptadas.

En relación al respeto a la independencia y soberanía nacionales, hay quien respondería, por supuesto, que no es legítimo que una dictadura brutal vindique la soberanía o independencia. ¿Qué piensa al respecto?

Creo que esta cuestión expresa una versión radical de la ideología de los derechos humanos: los países regidos por dictadores no existen como Estados soberanos y están disposición de países más poderosos. Pero la invasión de Irak debería haber demostrado que un país no es sólo su forma de gobierno. También incluye, entre otras muchas cosas, un sistema educativo y de salud que en Irak ha quedado en buena medida destruido por las guerras y la invasión. Y, lejos de reconstruir lo que han destruido, los norteamericanos se están retirando ahora en medio de la autocomplacencia. Pero eso, como mínimo, muestra que el destino de los pobres y sufridos iraquíes importaba cuando se encontraban bajo un régimen considerado hostil por los Estados Unidos e Israel, y no es motivo de preocupación alguna cuando el mayor interés de los Estados Unidos consiste en marcharse. Por supuesto, lo mismo sucedió cuando se derrumbó la Unión Soviética: el bajo nivel de vida de las masas, causa de gran preocupación para los liberales occidentales antes del derrumbe, cayó todavía mucho más, pero entonces los mismos liberales mostraron su indiferencia hacia su sufrimiento. Cuando Putin intentó recuperar el control de la economía rusa, como era de prever resurgió la preocupación por los pobres rusos. Además, cuando las elecciones las ganan los "malos" -Chávez, Milosevic, Putin, Hamás, etcétera-, Occidente declara simplemente que no son democráticas. Por supuesto que las elecciones nunca son perfectas y siempre surge la cuestión de quién controla los medios. ¿Pero, qué sucede con Occidente? ¿Quién controla aquí a los medios y su grado de objetividad?

Aboga usted por el Derecho Internacional como una defensa útil contra la agresión imperial. Sin embargo, ¿no sucede que dentro del actual sistema de las Naciones Unidas, el activismo por parte del Consejo de Seguridad o sus miembros basta para sabotear los intentos de promover cualquier clase de imperio del Derecho Internacional?

Sí y no. Lo que apoyo es la Carta de las Naciones Unidas y la soberanía por igual de todas las naciones sobre la que se funda. Creo asimismo que los votos de la Asamblea General, aunque no tengan fuerza, son mucho más representativos de la opinión mundial que los del Consejo de Seguridad, corrompido desde luego por el derecho de veto de las Grandes Potencias. Creo todavía que el sistema de las Naciones Unidas, por imperfecto que sea, representa un progreso de importancia con respecto a la situación que existía con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, permite cierto tipo de discusiones entre diferentes naciones, lo que en conjunto, es más bien un factor a favor de la paz. ¿Quién sabe qué podría haber pasado durante la Guerra Fría sin esos intercambios? Además, muchas agencias de las Naciones Unidas realizan un trabajo útil. El sistema de las Naciones Unidas también reconoce que hay algo llamado Derecho Internacional que, al menos sobre el papel, constituye una limitación del ejercicio de la fuerza por parte de los poderosos. Al fin y al cabo, todo el mundo podía darse cuenta de que la guerra contra Irak era ilegal, sin el Derecho Internacional, una idea así no podía siquiera formularse. Entre paréntesis, la guerra de Kosovo también fue ilegal, aunque muy poca gente lo reconoció en Occidente. El defecto básico del sistema de las Naciones Unidas es que no dispone de ninguna fuerza de policía para hacer valer sus decisiones, por lo menos cuando van en contra de las exigencias de estados poderosos, como 
Estados Unidos e Israel. Y el efecto del veto es que, con suma frecuencia, no se toma ninguna decisión contra estos países. Con todo, hay una serie de resoluciones de las Naciones Unidas que pueden invocar los palestinos. Pero, por supuesto, no sigue siendo más que eso: un trozo de papel que puede uno blandir. Lo que preferiría es que las Naciones Unidas se reconstruyeran desde cero, empezando por el Movimiento de los No Alineados, que agrupa ya a la inmensa mayoría de la población mundial, y en el que podrían solicitar su ingreso los países occidentales y entrar a condición de que cumplieran estrictamente las reglas: respeto por la soberanía por igual de todas las naciones y no interferencia en los asuntos internos de otros países.

¿Requeriría esta propuesta de establecer una alternativa a las Naciones Unidas la creación de una institución paralela, semejante a ellas? Si así es, ¿no se correría el riesgo de balcanización en el seno de este grupo o entre este grupo de estados y otros estados en el seno de las Naciones Unidas?

Bueno, evidentemente lo dije como humorada, puesto que la verdad es que no espero que los dirigentes del Movimiento de los No Alineados presten atención a mi modesta propuesta. Pero lo que está sucediendo es que, cada vez más, se establecen alianzas políticas entre países del Sur, incluso entre aquellos con regímenes muy diferentes, como Brasil, Turquía e Irán, o entre Venezuela e Irán, con el fin de contrarrestar las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos. Y debería ser evidente que esas ambiciones no llevan a ninguna parte, véase el desastre de Afganistán, y sólo debilitan a Estados Unidos nacional e internacionalmente. Sin embargo, podemos dar por descontado que el coro de los autoproclamados defensores de los derechos humanos denunciará a estas fuerzas contrahegemónicas con su retórica habitual, cegando así a la opinión pública occidental sobre las aspiraciones de la mayoría de la población mundial. En nombre de la democracia, por supuesto.

Con respeto a su respaldo general del papel del Derecho Internacional, aún tomando en cuenta las mejores que usted propone, algunos izquierdistas sostendrían que no deberíamos limitarnos a ningún tipo de enfoque legalista, del mismo modo que por lo general tampoco lo consideramos en relación con el Derecho Nacional.

No argumento en favor de ningún enfoque legalista. En 1991, me opuse a la guerra de Irak, aunque fuera legal en un sentido muy reducido, habiendo sido aprobada por el Consejo de Seguridad. La base legal era reducida, pues parte del Consejo de Seguridad fue sencillamente sobornado: la entonces desfalleciente Unión Soviética recibió ingentes cantidades de dinero de Arabia Saudita con el fin de que apoyase la guerra y hubo otras presiones que serían impensables en un tribunal de justicia corriente de un país democrático. Además, la falta de verdaderas negociaciones y la peculiar situación de esa parte del mundo, en donde Occidente insiste en que Israel puede ocupar tierras árabes si así lo desea, pero que Kuwait ha de ser independiente, puesto que se trata de un estado pro-occidental productor de petróleo, suponían razones suficientes para oponerse a esa guerra. Pero hay que distinguir entre el principio sobre el que se fundaron las Naciones Unidas y su práctica. En esto mi actitud es semejante a la que tengo respecto a lo que a veces se llama justicia de clase. Debido al profundo sesgo en la administración de justicia, algunos izquierdistas tienden a rechazar toda noción de "derecho burgués". Creo que esto es un error; hay muchos aspectos positivos en los principios de nuestro sistema legal, que representa avances genuinos sobre anteriores sistemas. Lo mismo vale para el Derecho Internacional y las Naciones Unidas.

27 de enero de 2011

Jean Bricmont: "La injerencia de EE.UU. en los asuntos internos de otros países es constante y tiene múltiples facetas" (1)

Jean Bricmont (1952) es profesor de Física Teórica en la Universidad de Lovaina, Bélgica. Especialista en Física Matemática, su labor científica le ha valido un gran reconocimiento internacional. Asimismo ha obtenido un gran prestigio en el campo de las ciencias humanas y sociales por la publicación, en colaboración con el físico estadounidense Alan Sokal (1955), de "Impostures intellectuelles" (Imposturas intelectuales), una obra en la que denuncia el uso incorrecto de metáforas científicas por parte de los filósofos posmodernos, y de "A l'ombre des Lumières. Débat entre un philosophe et un scientifique" (A la sombra de la Ilustración.
Debate entre un filósofo y un científico), una polémica que mantuvo con Régis Debray (1940)
acerca de la Razón en todas sus formas y en todas sus ambigüedades. Desde hace varios años, Bricmont viene participando en campañas e iniciativas en el ámbito del activismo social y político, a menudo a través de intervenciones que han contado con una gran repercusión pública. Colaborador habitual de publicaciones como "Le Monde Diplomatique" o "Counterpunch", el científico belga se sitúa en el ámbito de una izquierda radical de inspiración libertaria. Crítico incansable de la guerra de Irak, publicó en 2005 "Impérialisme humanitaire. Droits de l'homme, droit d'ingérence, droit du plus fort?" (Imperialismo Humanitario. Los derechos humanos como excusa para la intervención militar) en el que sostiene que, tras el fin de la Guerra Fría, la idea Derechos Humanos ha sido utilizada como justificación por parte de los poderes militares y económicos -singularmente por parte de Estados Unidos- para tomar el control de otros países, mediante una intervención humanitaria. Su último trabajo editado fuera del ámbito de la Física es una suerte de homenaje al lingüista estadounidense Noam Chomsky (1928): "Raison contre pouvoir. Le pari de Pascal" (Razón contra poder. La apuesta de Pascal). Lo que sigue es un resumen de tres entrevistas: una realizada por Joaquim Da Fonseca y Michel Collon para la entrada del 10 de enero de 2006 de "Rebelión" en la que denuncia la utilización del pretexto de los derechos humanos para justificar las agresiones contra los países periféricos; otra lograda por Candice Vanhecke para la entrada del 25 de octubre de 2009 de "Sin Permiso" en la que analiza el tratamiento dado por la prensa a las diversas injerencias humanitarias en Kosovo y Georgia; y la tercera efectuada por Thomas Kollmann para la entrada del 21 de septiembre de 2010 de "New Left Project" en la que establece el verdadero papel que cumple la ideología intervencionista en la expansión del imperialismo, y describe el papel que juega Estados Unidos, secundado por la OTAN y la Unión Europea, en el incremento de las acciones bélicas con su consiguiente relativización del valor del Derecho Internacional.


¿Cómo un profesor de Física teórica llega a escribir un libro sobre el imperialismo?

Siempre me ha interesado la política, al menos de manera pasiva. El principio de mi compromiso se remonta a 1999: lo suscitó la guerra contra Yugoslavia. Los motivos humanitarios invocados por Estados Unidos para justificar esta agresión me dejaron perplejo. También me sorprendió la falta de oposición de la izquierda -e incluso, en parte, de la extrema derecha- frente a esta agresión. Mi obra "Imperialismo humanitario" es, entre otras cosas, una reacción ante las preocupaciones y las conversaciones mantenidas con las personas y grupos con los que me encontré en distintas conferencias. Este libro también es una respuesta a las actitudes de algunos militantes políticos que se dicen de izquierda. Legitiman las agresiones a países soberanos en nombre de los derechos humanos. O reducen hasta tal punto su oposición que ésta se vuelve simbólica.

¿Los derechos humanos a la basura?

Defiendo las aspiraciones contenidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Esta contiene un conjunto de derechos económicos, sociales, políticos e individuales. El problema surge cuando el no respeto, real o supuesto, de estos derechos sirve para legitimar una guerra, el embargo y otras sanciones contra un país. Cuando los derechos humanos se convierten en un pretexto de una injerencia violenta. Además, muchas veces la Declaración solo se lee parcialmente. Cuando se habla de respeto a los derechos humanos, los derechos económicos y sociales suelen importar poco en relación a los derechos individuales y políticos. Tomemos la calidad de sanidad en Cuba. Se trata de un desarrollo absolutamente destacable de un derecho socio-económico. Sin embargo se ignora completamente. Aun admitiendo que Cuba corresponde perfectamente a la descripción muy crítica que Periodistas sin Fronteras hace de ella, esto no disminuye en nada la importancia de la calidad de su sanidad. Si se expresan reservas sobre el respeto a los derechos políticos e individuales cuando se habla de Cuba, al menos habría que mencionar la importancia de los derechos económicos y sociales de los que se benefician los cubanos. Podríamos preguntarnos, entonces, qué es más importante, los derechos individuales o el derecho a la sanidad. Sin embargo, nadie razona de esta manera. Los defensores de los derechos humanos ignoran generalmente el derecho a la vivienda, a la alimentación, a la existencia o a la salud.

Precisamente su libro indica que estos elementos son ignorados en las campañas mediáticas contra los países socialistas como Cuba o China. Usted escribe que si India hubiera adoptado la vía china se podrían haber salvado cuatro millones de vidas.

Partiendo de una base similar, los economistas Jean Drèze y Amartya Sen calculan que China e India han seguido caminos de desarrollo diferentes y que la diferencia entre los sistemas sociales de ambos países implica 3.900.000 muertos suplementarios al año en India. En América Latina se habrían salvado 285.000 vidas al año si se hubiera aplicado el sistema cubano de sanidad y de alimentación. No digo que los éxitos en materia social y económica puedan justificar lagunas en otros derechos. Pero nadie afirmará lo contrario: el respeto de los derechos individuales y políticos no puede justificar que los derechos sociales y económicos sean ignorados. ¿Por qué los defensores de los derechos humanos nunca hacen estas declaraciones? Volvamos a Cuba. ¿Se puede justificar la falta de libertades individuales con una sanidad competente? Se discute eso. Si en Cuba hubiera un régimen pro-occidental, seguramente los servicios sanitarios no tendría tan buenas prestaciones. Al menos esto es lo que se deduce si se constata el estado sanitario en los países "pro-occidentales" de América Latina. Así pues, en la práctica no encontramos con una opción: ¿qué tipo de derechos son más importantes, los socio-económicos o los políticos e individuales? Se querría tener ambos a la vez. El presidente venezolano Chávez, por ejemplo, trata de conciliarlos. Pero la política de injerencia estadounidense hace difícil esta reconciliación en el Tercer Mundo. Lo que quiero subrayar es que no somos nosotros, personas que en Occidente nos beneficiamos de ambos tipos de derechos, quienes tenemos que elegir. Más bien deberíamos consagrar nuestra energía a permitir un desarrollo independiente de los países del Tercer Mundo, esperando que a largo plazo el desarrollo favorezca la emergencia de estos derechos.

La percepción de los derechos humanos y del deber de injerencia,¿no es muy diferente según se viva en el norte o en el sur del planeta?

En 2002, poco antes de la guerra, estuve en Damasco y Beirut. Allí conocí a varias personas. Decir que se oponían a la guerra contra Iraq es un eufemismo. Y ello incluso en la universidad estadounidense de Beirut. ¡El antiamericanismo y la oposición feroz a la guerra eran fortísimos! Cuando volví a Bélgica no percibí el menor eco de ello. Tomemos la cuestión del desarme de Iraq. Algunos miembros del CNAPD (Coordination Nationale d'Action pour la Paix et la Démocratie) me decían que había que imponer este desarme, no por la vía militar desde luego, sino por medios pacíficos. Si se dice lo mismo en Oriente Medio, la gente responde: "¿Y por qué no hay que desarmar a Israel?". En América Latina y en el mundo árabe-musulmán sobre todo, la percepción del derecho internacional es totalmente diferente de la que hay en nuestros países, incluso en la izquierda y extrema izquierda. A estos últimos no parece que les interese lo que piensan las poblaciones directamente afectadas por nuestras injerencias.

¿Por qué? ¿Por egocentrismo, por etnocentrismo?

Durante la colonización y la guerra de Vietnam, la izquierda antepuso una nueva reflexión. Defendió un punto de vista anti-imperialista en materias económica, militar, social. Después esta reflexión fue mermada por la injerencia de los derechos humanos. La oposición al neo-colonialismo fue remplazada por la voluntad de ayudar a los pueblos del Sur a luchar contra sus gobiernos dictatoriales, ineficaces, corruptos... Los defensores de esta opción no se dan cuenta de la profundidad del abismo que les separa de los pueblos del Tercer Mundo. Estos generalmente no aceptan la injerencia de los gobiernos occidentales en sus asuntos internos. Muchos de ellos, por supuesto, aspiran a gobiernos más democráticos o más honestos. Pero, ¿con qué objetivos? En primer lugar para que sus dirigentes aseguren una gestión racional de sus recursos naturales, para obtener mejores precios para sus materias primas, para que sus dirigentes les preserven del control de las multinacionales e incluso para crear ejércitos poderosos. Cuando algunos hablan aquí de gobiernos más democráticos, no se refieren en absoluto a todo esto. Unos gobiernos verdaderamente democráticos en el Sur se parecerían más al de Chávez que al actual gobierno iraquí.

¿No habría en ello un fondo de ideología colonial?

Quizá, pero en el marco de un leguaje post-colonial. Todo el mundo condena la colonización. Quienes defienden las guerras actuales afirman que las injerencias humanitarias son "completamente diferentes" del colonialismo. Si embargo, es forzoso constatar la continuidad en el cambio. Las injerencias fueron legitimadas primero por el cristianismo y después por una misión civilizadora. También por el anticomunismo. En cualquier época se supone que nuestra supuesta superioridad nos autoriza a cometer una serie de acciones.

¿Cuál es el papel de los medios de comunicación en la propagación de este "imperialismo humanitario"?

Fundamental. En el caso de la guerra en Yugoslavia, los medios de comunicación se emplearon en preparar a la opinión pública para estos ataques. En relación a Iraq los periodistas repitieron sin cesar: "En cualquier caso, está bien que se haya derrocado a Sadam". Pero, ¿en qué medida es legítimo que Estados Unidos derroque a Sadam? He aquí una pregunta que los periódicos no plantearon nunca. ¿Consideran los iraquíes esta injerencia como beneficiosa? En caso afirmativo, ¿por qué más del 80% desea que Estados Unidos se vaya de su país? La prensa critica a Estados Unidos, pero la crítica se refiere sobre todo a los medios utilizados durante la guerra y durante la ocupación, no al principio mismo de la injerencia.

¿Por qué la respuesta de los progresistas europeos a la guerra es tan débil?

En efecto, los ecologistas, la izquierda socialista, los partidos comunistas tradicionales, los trotskistas y la mayoría de las ONG han dado muestras de una oposición muy débil. Estas corrientes se han visto mermadas por la ideología de la injerencia humanitaria y ha abandonado toda referencia seria al socialismo en sus programas. Una parte de esta izquierda ha sustituido sus objetivos iniciales de mejora o de revoluciones sociales por la lucha por los derechos humanos. Como para estos movimientos es difícil defender una guerra llevada adelante por Estados Unidos, adoptan esta postura tan cómoda del "ni-ni". Esta postura permite evitar todas las críticas. Pero, en primer lugar, esta postura no reconoce la legitimidad del derecho internacional. No distingue entre agresores y agredidos. Haciendo una comparación, durante la Segunda Guerra Mundial hubiera sido muy difícil decir algo como "Ni Hitler, ni Stalin" sin ser considerado colaborador. En segundo lugar, esta fórmula desdeña el poder destructor de Estados Unidos desde 1945. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial interviene en todas partes del mundo para apoyar o instalar fuerzas conservadoras, reaccionarias, desde Guatemala al Congo, desde Indonesia a Chile. Estados Unidos se esfuerza por matar el espíritu de cambio social de los pobres en todas partes del mundo. Por ultimo, lo que más me molesta de este "ni-ni" es la postura que adoptamos frente a nuestra propia responsabilidad al seguir estas consignas. Cuando vemos unos políticos que no nos gustan en el Tercer Mundo, hay que empezar discutiendo con quienes viven en él y hacerlo con las organizaciones representativas de masas, no con grupúsculos o individuos aislados. Hay que tratar de ver si sus prioridades son las mismas que las nuestras. Espero que el movimiento altermundista ponga en funcionamiento canales que permitan una mejor comprensión de los puntos de vista del Sur. Por el momento, la izquierda occidental tiende a quedarse en su rincón, al mismo tiempo que tiene muy poca influencia ahí donde vive y hace el juego al imperialismo, demonizando al árabe, al ruso, al chino... en nombre de la democracia y de los derechos humanos. De lo que somos fundamentalmente responsables es del imperialismo de nuestros propios países. Empecemos, pues, por dedicarnos a eso. Y de manera eficaz.

24 de enero de 2011

David Harvey: "Matar a los trabajadores y salvar a las compañías: esa es una forma de acumulación por desposesión"

David Harvey (1935) es un geógrafo, urbanista y teórico social británico. Graduado en 1961 en Cambridge, fue durante más de treinta años profesor en la Johns Hopkins University de Baltimore y actualmente es profesor en la City University de New York. Es autor de clásicos como "The limits to capital" (Los límites del capital), "The condition of postmodernity" (La condición de la posmodernidad), "The new imperialism" (El nuevo imperialismo), "Social justice and the city" (Urbanismo y desigualdad social) y "A brief history of neoliberalism" 
(Breve historia del neoliberalismo). En sus obras ha realizado una provechosa fusión entre 
geografía y marxismo, ampliando y enriqueciendo por igual ambas ciencias. En su reciente paso por Buenos Aires, invitado por el Centro de Estudios Económicos y Monitoreo de las Políticas Públicas (CEMoP), el geógrafo británico fue entrevistado por Natalia Aruguete para la edición del 16 de enero de 2011 del diario "Página/12". Mientras que para algunos economistas la actual es una crisis vinculada a los créditos hipotecarios de alto riesgo o a la excesiva especulación del capitalismo financiero, Harvey prefiere hablar de "crisis urbanas" provocadas por la orientación que tuvo la inversión en infraestructura y las transformaciones del mercado inmobiliario en las últimas décadas, un modelo que -asegura- no es sustentable y ante el que propone pensar "un nuevo tipo de urbanización". Además sostiene que la desregulación del sector financiero es uno de los factores que llevaron al descalabro actual y advierte que la supremacía del capital concentrado sobre las decisiones políticas seguirá siendo un impedimento para salir de la crisis. Sobre la Argentina, país que visita con frecuencia, opina que aunque el gobierno argentino se proclame de izquierda, el neoliberalismo sigue vivo en el país: "No veo que las autoridades se estén ocupando de la concentración de poder en la elite política y económica, que salió de la crisis más fortalecida de lo que entró". Con respecto a la "inseguridad" -que él llama con acierto "privatización de la redistribución de la riqueza a través de actividades criminales"- afirma que si bien él no es el típico personaje de izquierda que dice que si hubiera más equidad los delitos desaparecerían inmediatamente, sí le parece que "ésa sería una condición necesaria para empezar a avanzar". "Por eso -agrega- la geografía no puede mantener su pretensión de objetividad frente a la pobreza urbana y a sus efectos. El capitalismo va aniquilando espacios geográficos mientras busca asegurarse ámbitos para su propia reproducción".


Desde su perspectiva como geógrafo, ¿qué conexiones encuentra entre urbanización y esta crisis?

Una de las cosas que me gustaría enfatizar es la relación entre urbanización y formación de la crisis. En las décadas del '50 y '60, el capitalismo se estabilizó con una forma de masiva suburbanización: caminos, autos, un estilo de vida. Una de las preguntas es si son sostenibles a largo plazo. En el sur de California y Florida, que son epicentros de la crisis, estamos viendo que este modelo de suburbanización no sirve más. Algunos quieren hablar de las crisis "subprime", yo quiero hablar de las crisis urbanas.

¿Qué piensa de las crisis urbanas?

En la década del '80 se pensaba que Japón era una potencia y se cayó en los años '90 por la crisis de los precios de la tierra. Desde entonces, no se recuperó más. También existe una preocupación en Estados Unidos de que la crisis inmobiliaria impida la recuperación, pese a los intentos que se hacen. Otra cuestión es que la forma de uso intensivo de la energía requería muchas extensiones de terreno y creaba un estilo de vida de lugares dispersos. Esto está planteando, justamente, un nuevo tipo de urbanización. Lo llamativo es que China está copiando a Estados Unidos, lo que es muy tonto. Uno observa que no es sustentable bajo la crisis ambiental. Existe una alta conexión entre desarrollo capitalista, crisis capitalista y urbanización.

¿En qué medida influyó la transformación del mercado inmobiliario en la crisis de la urbanización?

¿Dónde puso la gente rica su dinero en los últimos treinta años? Hasta los '80, poner dinero en la producción daba más dinero que ponerlo en el negocio inmobiliario. A partir de allí empezó a pensarse dónde poner el dinero para que dé una tasa de retorno más alta. Los mercados inmobiliarios y de la tierra son muy interesantes: si yo invierto, el precio sube, como el precio sube, más gente invierte, entonces sigue subiendo el precio. A mediados de la década del '70, en Manhattan, Nueva York, se podía vender por 200.000 dólares un tipo de edificio que ahora cuesta dos millones de dólares. Desde entonces, hubo burbujas de distintos tipos, que se van reventado una a una. Los mercados bursátiles se volvieron locos en los años '90. Si uno observa la participación de los distintos sectores en el producto bruto interno de los Estados Unidos, en 1994, el mercado accionario tenía una participación del 50% en el PBI. En el 2000 subió a un 120% y empezó a caer con la "crisis puntocom". Mientras que la participación del mercado inmobiliario en el PBI empezó a crecer, y pasó del 90% al 130% en el mismo período.

¿Qué opina sobre la orientación que tuvo la inversión en infraestructura en las últimas décadas?

El capitalismo no puede funcionar sin su infraestructura típica: carreteras, puertos y vías, edificios y fábricas. La gran pregunta es cómo se construyen estas infraestructuras y en qué medida contribuyen a la productividad en el futuro. En Estados Unidos se habla mucho de puentes que van a ninguna parte. Hay intereses muy grandes de los "lobbistas" de la construcción que quieren construir sin importar qué. Pueden corromper gobiernos para hacer obras que no van a ser de uso para nada.

Un ejemplo de lo que describe es lo que sucedió en España, con el "boom" de la construcción.

Una parte de la explicación de la crisis en Grecia y España puede vincularse con estas malas inversiones en infraestructura. Grecia es también un caso típico con los Juegos Olímpicos, grandes obras de infraestructura que ahora no se usan. En los años '50 y '60, la red de caminos y autopistas, en Estados Unidos, fue muy importante para el mejoramiento de la productividad. Algo similar se observa actualmente en China, con caminos, ferrocarriles y nuevas ciudades, que en los próximos años van a tener un alto impacto en la productividad.

¿Cree qué China está enfrentando la crisis de manera distinta de Estados Unidos?

Tiene mejores condiciones que otros países, sobre todo porque cuenta con grandes reservas de divisas. Estados Unidos tiene un gran déficit y China, un gran superávit. El otro problema en Estados Unidos es político.

¿Cuáles son los factores políticos que dificultan salir de la crisis?

Quien intenta construir obras de infraestructura útiles es acusado inmediatamente de "socialista", que es lo que está sufriendo Barack Obama. En China eso no importa porque tienen otras condiciones políticas. El gobierno en China es autoritario y puede poner las cosas en su lugar. En el caso del Congreso norteamericano está dominado por grupos republicanos y demócratas que manejan intereses económicos y las condiciones para tomar decisiones son otras.

Se deduce una diferencia en la relación entre el poder político y el poder económico en estos países.

En China, por efecto de la crisis norteamericana, la respuesta fue hacer grandes proyectos de infraestructura de inmediato. Además, el gobierno centralizado de China tiene enorme poder sobre los bancos. Dio la orden: "Den préstamos para estas obras a gobiernos municipales y a los privados que estaban haciéndolas". El gobierno central de los Estados Unidos no puede hacer eso. Se mantiene diciéndoles a los bancos: "Presten" y los bancos dicen: "No". China está creciendo a ritmos del 10% después de la crisis y Estados Unidos está por el piso.

¿Cuáles son las fallas institucionales que han llevado a esta crisis?

Desde la década del '70 hubo una idea dominante de que la respuesta era privatizar. Hay muchas alternativas para que el sector público provea mejores servicios que el sector privado.

¿Cree que esta concepción también penetró en el sistema financiero?

En Estados Unidos, en la década del '30, los bancos de inversión estaban separados de los bancos comerciales. En los últimos años se permitió que se unieran. Es un caso de cambio regulatorio, donde el Estado se retira del control.

¿Cómo evalúa el tipo de regulaciones que se propusieron implementar a partir de la crisis?

Hay una teoría llamada "captura regulatoria". Supone poner a las gallinas a ser controladas por los zorros. Si uno mira las formas regulatorias propuestas hasta ahora, se da cuenta de que los zorros están ganando y eso es porque los zorros controlan también el Congreso de los Estados Unidos.

¿Hay diferencias entre las políticas impulsadas en los Estados Unidos y en Europa?

Sí, hay diferencias. Uno de los temas que estoy estudiando es justamente las diferencias que hay en distintos lugares. Por ejemplo, en América Latina la reacción de los gobiernos fue mucho más sensible a la crisis que lo que se observa en los Estados Unidos y Europa. En Europa hay un gran conflicto entre los países más grandes y los más chicos. Alemania, que por razones históricas tiene una obsesión con el tema de la inflación, impone el tema de la austeridad. El triunfo de un gobierno conservador en Inglaterra también fortalece la idea de austeridad. Por eso, no sorprende que Europa esté estancada, mientras China está creciendo fuerte.

¿Qué impacto tienen las políticas de austeridad?

La austeridad es algo totalmente erróneo. En primer lugar, por las diferencias de impacto entre clases sociales. En general, las clases más bajas son las más damnificadas. Además, las clases más bajas, cuando tienen dinero, lo gastan, mientras que las clases altas lo usan para generar más dinero y no necesariamente para hacer cosas productivas.

¿Por ejemplo?

Muchos ricos de los Estados Unidos compraron tierras en América Latina. Esto llevó al aumento del precio de la tierra. En el largo plazo, debemos pensar cómo puede vivir el mundo de acuerdo con sus recursos. Eso no significa austeridad, sino una forma más austera de vivir, que no es lo mismo.

¿En qué se diferencian?

Deberemos pensar qué es lo que realmente necesitamos para tener una buena vida, y muchas de las cosas que pensamos del consumo son una locura; es dilapidar recursos, naturales y humanos. Tenemos que pensar cómo hacemos en el largo plazo para que 6.800 millones de personas puedan vivir, tener vivienda, salud, alimento para que tengan una vida razonable y feliz.

En España se anunciaron bajas de salarios, desaceleración de inversiones. Y también en el Reino Unido se sigue despidiendo a empleados públicos. ¿Qué cree que pasará con los trabajadores como actores políticos en este escenario?

En la década del '70 hubo un ataque a todas las formas de inclusión de los trabajadores. Uno de los argumentos era que el mercado laboral tenía que ser más flexible y disponible. Hubo una tendencia a contratos flexibles y empleos precarios.

¿Qué pasará después de que finalice este proceso?

Es difícil de pensar que el trabajo pueda ser más flexible de lo que es actualmente. Sí puede serlo más en Italia o Francia, pero una gran parte de la industria de los Estados Unidos se ha ido a China, donde tienen una gran fuerza de trabajo muy libre -en el sentido de flexible-, aunque en el último período empezó a ser menos flexible. Sabemos que hay un alto grado de disconformidad en China desde hace muchos años. Y en los últimos meses hemos visto movimientos grandes, no controlados por el PC chino.

¿Por qué cree que sucedió esto?

Una de las posibilidades es que el nivel de descontento haya sido muy alto. Otra posibilidad es que hayan pensado en aumentar el consumo interno, y por eso los salarios aumentaron de 20% a 30%. Una de las consecuencias es que los trabajos -las industrias- se van de China hacia Camboya y Bangladesh. Hasta la década del '80, China tenía una fuerza laboral muy joven trabajando, pero impusieron la política de "una familia-un hijo" y la consecuencia es que no tienen más generación de jóvenes.

¿A qué llama usted acumulación por desposesión? ¿Cómo ubicar ese concepto en el contexto actual?

La forma tradicional es la desposesión de la población campesina, sacarles las tierras. En una parte del mundo hay un gran enriquecimiento por esa vía, como en India y América Latina, donde en los últimos treinta años hubo un ataque contra la producción campesina.

¿Y en la actualidad qué formas ha tomado?

Formas modernas. Por ejemplo, la crisis del mercado inmobiliario comenzó en los sectores de bajos ingresos. Incluso, antes de la crisis la población afroamericana ya había perdido como 40.000 millones de dólares en propiedades. Si uno observa lo que pasa con los fondos de pensión o los derechos de salud, hay cosas con las cuales se luchó y las personas pensaban que las tenían. Pero han desaparecido. Por ejemplo, la United Airlines declaró su bancarrota. En la instancia judicial dijeron: "Yo puedo parar la quiebra si eliminamos todos los derechos vinculados con la salud y los fondos de pensión". Y el juez dijo: "Está bien". Al mismo tiempo, el CEO de United Airlines está recibiendo altísimos bonos porque salvó la compañía. Mató a los trabajadores y salvó a la compañía: es un héroe del capitalismo. Esta es una forma de acumulación por desposesión.

23 de enero de 2011

Entremeses literarios (CXXIV)

ZAFARRANCHO DE LIMPIEZA
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Últimamente me ha dado por mirar la casa. La miro con atención, como si se tratara de una casa ajena que veo por primera vez. Me paseo por las habitaciones husmeando, abriendo armarios, calibrando la disposición de los muebles. Todo me parece espantoso. Áspero, rancio y lleno de óxido. Hasta mi marido, sentado en su sillón, huele como si estuviera caducado, como si las polillas estuvieran haciendo galerías en su interior. La semana pasada, un buen día me levanté dispuesta a tirar todo lo que le sobraba a ese horror en el que se había convertido mi hogar. Empecé por los libros del comedor. Los interrogaba uno por uno: ¿Cuánto tiempo hace que nadie te lee? ¿Cuanto polvo eres capaz de acumular? ¿Por qué estás tan amarillo? Si no se sabían defender, directos a la basura. Cinco carros llenos de literatura universal que se fueron hacia la planta de reciclaje. Luego seguí, sorteando al del sillón, que levantaba los ojos del periódico y miraba resignado por encima de las gafas. Una mesita, unas cortinas, los angelitos de porcelana de mi boda. Cuando acabé me fui a las habitaciones: ropa de mis hijos, la mitad de la mía, zapatos llenos de moho y todos los souvenirs de las estanterías. Tiré y tiré. Con cada bolsa de tamaño industrial que bajaba a los contenedores me sentía más ligera, más eufórica. Una de las veces que pasé trajinando por el comedor pensé que mi esposo tenía un aspecto  mineral, apenas humano. Como un gran ídolo de bronce. Más denso que antes pero también más pequeño, como si hubiera menguado. Me hizo gracia la idea. Después de vaciar mi hogar de todo lo superfluo, limpié a fondo armarios  y estanterías, y pinté dos habitaciones mientras tarareaba remotas canciones de mi juventud. A esas alturas él  era ya un personaje tan insignificante en mi cruzada particular contra el desorden que me pareció que podría caberme en la palma de la mano. Compré un sillón cómodo para leer, copas y tazas de café sencillas, agradables, tres pares de pantalones  y un chaquetón. Después paré.  Yo, en realidad, no soy nada consumista. Todavía hoy tengo la costumbre de observar la casa con atención, con una mirada diferente. Con mi ojo entrenado ya no se me escapa ni un detalle que no armonice con mi nuevo hogar funcional  y diáfano. Desde que los del Ayuntamiento me hicieron el favor de llevarse el sillón de eskay donde solía leer mi marido, todo está en orden y una brisa fresca recorre  las estancias. No hay que tener piedad con los muebles viejos y menos si están infestados de carcoma. En cuanto salieron por la puerta recogí  las gafas del suelo, barrí la montañita de serrín de debajo del sofá y fregué a fondo el  terrazo, que  desde entonces brilla como un espejo. 


HISTORIA
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

En Buenos Aires, a 28 de setiembre de 1599, el Gobernador y Capitán General de las provincias del Río de la Plata, don Diego Rodríguez de Valdés y de la Vanda, se puso a escribir una carta para Felipe III: "Digo que Don Pedro de Mendoza, que fue el primer gobernador en esta ciudad, trajo aquí caballos y yeguas que se reprodujeron en esta tierra llana, ancha y larga. Son ahora tantos que parecen montes cuando se ven de lejos. Exceden aquel número que, según las Historias, había en las dehesas de los reyes de Persia. Ciento cincuenta mil caballos, los persas; y nosotros, si dijéramos que tiene Vuestra Majestad millón y medio, quedaríamos cortos. Hay más caballos que en toda España, Francia e Italia". En estas letras estaba cuando entró como un ventarrón la inglesa Maureen Leofric. El gobernador levantó la pluma y, resignado, esperó la queja de siempre: que era injusto que la usaran como rehén nada más que porque la habían arrestado en un navío del corsario Edward Fountain... Pero esta vez las palabras de la impulsiva Maureen Leofric fueron inesperadas.
- Acabo de acordarme -dijo, con gran excitación- que soy descendiente de Lady Godiva. Si no me reembarcáis inmediatamente para Inglaterra voy a asombrar a todo Buenos Aires haciendo lo mismo que Lady Godiva...
- ¿Y se puede saber qué cosa tan asombrosa hizo esa señora? -interrumpió el gobernador.
- Salió por las calles de Coventry, desnuda, montada en un caballo.
- ¡Bah! -dijo el gobernador y siguió escribiendo su carta-. Si hay algo de que la gente de aquí no se asombra es de ver un caballo.


UNA NOCHE DE VERANO
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

El hecho de que Henry Armstrong estuviera enterrado no era motivo suficientemente convincente como para demostrarle que estaba muerto: siempre había sido un hombre difícil de persuadir. El testimonio de sus sentidos le obligaba a admitir que estaba realmente enterrado. Su posición -tendido boca arriba con las manos cruzadas sobre su estómago y atadas, que rompió fácilmente sin que se alterase la situación-, el estricto confinamiento de toda su persona, la negra oscuridad y el profundo silencio, constituían una evidencia imposible de contradecir y Armstrong lo aceptó sin perderse en cavilaciones. Pero, muerto... no. Sólo estaba muy enfermo, aunque, con la apatía del inválido, no se preocupó demasiado por la extraña suerte que le había correspondido. No era un filósofo, sino simplemente una persona vulgar, dotada en aquel momento de una patológica indiferencia; el órgano que le había dado ocasión de inquietarse estaba aletargado. De modo que sin ninguna aprensión por lo que se refiriera a su futuro inmediato, se quedó dormido y todo fue paz para Henry Armstrong. Pero algo se movía en la superficie. Era aquella una oscura noche de verano, rasgada por frecuentes relámpagos que iluminaban unas nubes que avanzaban por el este preñadas de tormenta. Aquellos breves y relampagueantes fulgores proyectaban una fantasmal claridad sobre los monumentos y lápidas del camposanto. No era una noche propicia para que una persona normal anduviera vagabundeando alrededor de un cementerio, de modo que los tres hombres que estaban allí, cavando en la tumba de Henry Armstrong, se sentían razonablemente seguros. Dos de ellos eran jóvenes estudiantes de una facultad de medicina que se hallaba a unas millas de distancia; el tercero era un gigantesco negro llamado Jess. Desde hacía muchos años, Jess estaba empleado en el cementerio en calidad de sepulturero, y su chanza favorita era la de que "conocía todas las ánimas del lugar". Por la naturaleza de lo que ahora estaba haciendo, podía inferirse que el lugar no estaba tan poblado como su libro de registro podía hacer suponer. Al otro lado del muro, apartados de la carretera, podían verse un caballo y un carruaje ligero, esperando. El trabajo de excavación no resultaba difícil; la tierra con la cual había sido rellenada la tumba unas horas antes ofrecía poca resistencia, y no tardó en quedarse amontonada a uno de los lados de la fosa. El levantar la tapadera del ataúd requirió más esfuerzo, pero Jess era práctico en la tarea y terminó por colocar cuidadosamente la tapadera sobre el montón de tierra, dejando al descubierto el cadáver ataviado con pantalones negros y camisa blanca. En aquel preciso instante, un relámpago zigzagueó en el aire, desgarrando la oscuridad, y casi inmediatamente estalló un fragoroso trueno. Arrancado de su sueño, Henry Armstrong incorporó tranquilamente la mitad superior de su cuerpo hasta quedar sentado. Los hombres huyeron profiriendo gritos horribles, poseídos por el terror, cada uno de ellos en una dirección distinta. Dos de los fugitivos no hubieran regresado por nada del mundo. Pero Jess estaba hecho de otra pasta. Con las primeras luces del amanecer, los dos estudiantes, pálidos de ansiedad y con el terror de su aventura latiendo aún tumultuosamente en su sangre, llegaron a la Facultad.
- ¿Lo has visto? -exclamó uno de ellos.
- ¡Dios! Sí... ¿Qué vamos a hacer?
Se encaminaron a la parte de atrás del edificio, donde vieron un carruaje ligero con un caballo uncido por la rienda a una verja, cerca de la sala de disección. Maquinalmente, los dos jóvenes entraron en la sala. Sentado en un banco, a oscuras, vieron al negro Jess. El negro se puso de pie, sonriendo, todo ojos y dientes.
- Estoy esperando mi paga -dijo.
Desnudo sobre una larga mesa, yacía el cadáver de Henry Armstrong. Tenía la cabeza manchada de sangre y arcilla por haber recibido un golpe de azada.


PREOCUPACION
Orlando Van Bredam
Argentina (1952)

- No se preocupe. Todo saldrá bien -dijo el Verdugo.
- Eso es lo que me preocupa -respondió el condenado.


TEATRO
María José Barrios
España (1980)

El director de la obra asegura que se trata de un espectáculo de rabiosa actualidad, capaz de aunar la magia de la representación en directo, la espontaneidad de la improvisación y el morbo de los espectáculos televisivos. Por un módico precio, los espectadores guardan cola entre bastidores y, de uno en uno o en parejas, pasan directamente al escenario donde pueden elegir entre actuar, cantar y bailar o incluso interpretar escenas reales como la vida misma, como a él le gusta decir: se confiesan amores y engaños, se reconcilian o se tiran los trastos, se pide perdón entre lágrimas y se llevan a cabo retorcidos planes de humillación y venganza. Todo ello frente a un público receptivo y entregado que, según la categoría de la entrada, al final te inunda de flores, se emociona, te vitorea, o sencillamente te aplaude.


DETRAS DE LO OBVIO
Idries Shah
India (1924-1996)

Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo con un burro al que ofrecía en venta. El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor del animal. Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y venta de burros.
- No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio más bajo posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución alguna. Y, sin embargo, no puedo igualar sus precios.
- Muy sencillo -dijo Nasrudín-. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo burros.


PALABRAS DEL DISCIPULO
Luis Loayza
Perú (1934)

El Maestro me enseñó todo lo que sé anudando con la habilidad de un tejedor silogismos inolvidables. Yo anotaba cada una de sus palabras con espesa tinta negra sobre grandes papeles que al final del año cosía. Ved, pues, mis volúmenes. Todo lo que está escrito en ellos lo recuerdo: cada frase, cada refutación perfecta de los falsos sistemas. No soy sino una bóveda que guarda su sonido. Si esto os parece poco, no lo conocíais. Pero hay algo que pienso siempre: mi maestro me dijo que en mí, su devoto discípulo, en mí, nacido para escucharle, su lección sería efímera.


PUNTUALIDAD
Angel Olgoso
España (1961)

Todos los veranos regreso al lugar que un día ocupó mi pueblo, sumergido desde hace treinta años bajo las aguas del pantano. Me siento en la orilla, o en un roquedo, y cada mañana, a las diez en punto, escucho un sonido que sube desde las profundidades, un tintineo sordo, conmovedor, helado como una pena. No, no es tañido de las campanas de la iglesia, me digo siempre, se parece más al timbre de la bicicleta del cartero.


EL HOMBRE DE SATSUMA
Jorge Luis Borges
Argentina (1899-1986)


Entre los peregrinos que acuden, hay un muchacho polvoriento y cansado que debe haber venido de lejos. Se prosterna ante el monumento de Oishi Kuranosuké, el consejero, y dice en voz alta: "Yo te vi tirado en la puerta de un lupanar de Kioto y no pensé que estabas meditando la venganza de tu señor, y te creí un soldado sin fe y te escupí en la cara. He venido a ofrecerte satisfacción". Dijo esto y cometió harakiri. El prior se condolió de su valentía y le dio sepultura en el lugar donde los capitanes reposan. Este es el final de la historia de los cuarenta y siete hombres leales, salvo que no tiene final, porque los otros hombres, que no somos leales tal vez, pero que nunca perderemos del todo la esperanza de serlo, seguiremos honrándolos con palabras.


ROSA
Jan Beltrán
Estonia (1970)

- Mamá, háblame de mi infancia -dijo Santiago en voz baja.
Rosa arregló la almohada bajo la cabeza de su hijo y se arrecostó al lado de Santi. Le acarició la cabeza con tanta ternura y cuidado como cuando aún era un niño.
- En febrero, cuando naciste, hizo mucho frío. Tus ojos eran traviesos y tu boca sonreía nada más habías acabado la leche de tu primer pecho. Nunca gritaste y eras un niño muy bueno y tranquilo. Cuando te vi por primera vez, eras tan pequeño y suave que no me atreví ni a tocarte para no hacerte daño. Eras el mejor y el más guapo del mundo entero. Oye, Santi, ¿Te acuerdas de la nevada?
El viento que entraba por la grieta de la ventana ondeó las cortinas.
- No -contestó Santi.
- Fue en diciembre del 62, creo… Eras tan pequeño todavía, claro que no te acuerdas. El suelo estaba blanco y nosotros dos estuvimos en la ventana mirando como seguía cayendo más y más nieve. Tú gritabas de alegría y estabas muy contento.
Rosa guardó silencio.
- Entonces creciste... -continuó Rosa-. Una vez me diste un buen susto. Fue aquella vez en el parque de atracciones, cuando saltaste del tiovivo en marcha. Casi se me para el corazón, pero por suerte, no te pasó nada. Te levantaste, quitaste el polvo de tus pantalones y viniste corriendo hacia mí. Querías que montara contigo.
Rosa suspiró con pesar y limpió con ternura las gotas de sudor que cubrían la frente de su hijo.
- Por qué no monté contigo… Tenías tres años, creo. ¿Lo recuerdas?
- No -dijo Santi.
- ¿Quieres beber algo?
Santi negó con un leve movimiento de cabeza.
- Entonces nació Montse. ¿Recuerdas cuando volví con Montse del hospital?
- Sí, mamá.
- La pequeña Montse te gustó y querías jugar con ella. La acariciabas y mecías constantemente. A veces hasta te lo prohibí. Uy, ni siquiera sé por qué te lo prohibí, tenías siempre mucho cuidado con ella. Luego te fuiste al colegio. ¿Te acuerdas de aquella vez que measte desde la planta superior de la escalera?
- Sí -contestó Santiago e intentó sonreír.
La habitación estaba en silencio. En las calles nocturnas no sonó ni el más mínimo ruido. Acarició los cabellos de color negro azabache de su hijo de veintiocho años y su mejilla ligeramente barbuda. Los ojos de su hijo estaban cerrados y sus labios secos. Hasta cerrados eran unos ojos bonitos, coronados con largas pestañas negras que temblaron de vez en cuando. Su cara vigorosa y de fracciones delicadas tuvo un efecto tranquilizante, como si escondiera algún mensaje o secreto. Inspiró silenciosamente en un ritmo entrecortado.
- St. Montclar -dijo Santi en voz baja.
Rosa humedeció sus labios con un pañuelo mojado.
- Ni sé qué queda de aquel lugar. Hace años que no he estado allí. ¿Recuerdas? La última vez que estuve fue contigo, cuando tenías dieciséis años. Te gustó el silencio y la tranquilidad que reinaba allí. El verdor y amplitud de este lugar. Tenía que haberte hecho caso para trasladarnos allí. Lo querías tanto. Pero tenemos tiempo todavía.
- Mamá.
- Sí.
- Corre la cortina, por favor.
Rosa se levantó. La luz de la calle invadió la habitación y la iluminó un poco más. Miró a su hijo que llevaba tres meses luchando contra el cáncer de pulmón. Su cara estaba pálida, libre y tranquila. No había ni rastro de miedo o de reproches a la vida. Abrió los ojos. Sus ojos oscuros emitieron calor y atracción absorbiendo para sí la mirada de la madre, su amor, sus latidos de corazón y su dolor.
- Está oscuro.
- No, hijo… no lo está.
Rosa se sentó en el borde de la cama y cogió la mano de su hijo. La apretó con fuerza. Ya no temía hacerle daño. Mantuvo esta mano con fuerza y ternura en la palma de la suya, depositando allí todo su afecto, su dolor y su amor. Depositó allí sus mejores días, sus enamoramientos, sus dolores de parto, sus alegrías y sus penas, sus lágrimas y sus risas. Escondió en este apretón sus miedos, decepciones, agravios y desesperaciones. Grabó en ella el sello del tiempo, marcando la risa y la juventud de su hijo, los mejores días y años, travesuras y súplicas de perdón, abrazos y enamoramientos, toda su vida. Las lágrimas cayeron de los ojos de Rosa convirtiéndose en cristales de hielo en el reverso de la mano de su hijo. Cuando se despertaron los primeros rayos del amanecer, a Rosa le pareció que la noche había sido ligera como la seda. ¿Era la seda de las cortinas? ¿O las sombras sedosas que recorrían las paredes? ¿Era la seda de un ataúd?
- Mamá, ¿estoy muerto?
- No lo sé.
- No siento nada.
- Yo tampoco.
- ¿Somos felices?
- Sin duda, hijo mío…
- Entonces, háblame de mi infancia.
El silencio reinó en la habitación, un silencio ensordecedor. Y dolor. Un dolor que desgarraba el alma convirtiéndose en tristeza almidonada.