30 de septiembre de 2012

Amy Tan: "El arte nos permite encontrar una traducción racional, y acaso también moral, de nuestras más profundas emociones"

Hija de emigrantes chinos, la escritora estadounidense Amy Tan (1952) ha desarrollado su  
obra literaria marcada por su doble y contrastante influencia cultural. Nacida en California, tras la prematura muerte de su padre viajó con su madre y hermano a Suiza, donde terminó la escuela y asistió a ocho colegios superiores distintos. De regreso en Estados Unidos, se licenció en Lingüística en la San Jose State University y comenzó el doctorado en Berkeley, curso que abandonaría para trabajar como asesora de desarrollo del lenguaje en la Alameda County Association for Retarded Citizens primero, y dirigiendo su propio proyecto de entrenamiento para niños discapacitados después. Comenzó su carrera literaria escribiendo folletos para distintas empresas y luego publicó sus primeras ficciones en las revistas literarias "FM" y "Seventeen". El viaje realizado a China -como un intento de recomponer la conflictiva y tormentosa relación que mantuvo con su madre desde pequeña- le inspiró su primer libro: "The joy luck club" (El club de la buena estrella), aparecido en 1989. Tras el éxito alcanzado con esta obra -llevada al cine con la producción de Oliver Stone (1946) y la dirección de Wayne Wang (1949)-, Tan reafirmó su reputación como novelista con "The Kitchen God's wife" (La esposa del Dios del Fuego) y las posteriores "The hundred secret senses" (Los cien sentidos secretos), "The bonesetter's daughter" (La hija del curandero), "The opposite of fate" (En contra del destino) y "Saving fish from drowning" (Un lugar llamado Nada). La temática de sus novelas apunta principalmente hacia el tratamiento de los problemas que los inmigrantes chinos sufren en Estados Unidos, la vida y costumbres de las mujeres asiático-norteamericanas, los conflictos culturales, los choques generacionales y las dificultades en las relaciones materno-filiales. Amy Tan se ha dedicado también a la literatura infantil y ha publicado dos libros para niños: "The moon lady" (La dama de la luna) y "The chinese siamese cat" (El gato siamés chino). En la recopilación de las entrevistas que Tan concedió a Aurora Intxausti para la edición del 6 de abril de 2006 del diario español "El País" y a Sergio Varela para el nº 6 de la revista argentina "Quid" de octubre el mismo año, la autora habla sobre "Un lugar llamado Nada" y sobre sus proyectos en medio de su lucha contra una enfermedad que la atormentó hasta dejarla sin memoria.


En su nueva novela usted realiza una ardua defensa de los derechos humanos.

Varios grupos de defensa de los derechos humanos me pidieron que abordase un tema en el que denunciase la violación de derechos en China; lo hice, pero denunciar al Gobierno creo que no es la mejor manera de ayudar a la gente del país. Y entonces pensé que tal vez narrando una historia en una novela en la que ofreciese respuestas a los lectores o, al menos, datos que ellos luego pudieran interpretar, sería más beneficioso.

¿Por qué eligió Myanmar para desarrollar su novela?

La violación de los derechos humanos en esa zona es extrema y el hecho de que poca gente haya viajado a ese país me permitió crear una ficción y una trama compleja sin que mis lectores tuviesen ideas preconcebidas sobre el país. El país cambió de nombre, por eso en Estados Unidos mucha gente no sabe dónde se sitúa en el mapa.

¿Cuándo llegó la voz de Bibi Chen, la narradora de su obra?

Desde el principio nació esta voz. Mi madre acababa de morir y yo no sabía cómo seguir sin la inspiración de su voz, pero luego me ocurrió algo muy extraño, sentí que ella me decía: "Yo puedo seguir en tu libro". Y es cierto, no hace falta que esté físicamente para que la tenga presente con sus ideas, su filosofía y su corazón. Cuando murió, me sentí desamparada, y después de fallecer fue cuando yo enfermé y estuve postrada.

Hay una constante en su obra sobre las voces que llegan de otro lado.

Me gusta escuchar otras voces que también me permiten expresar cosas que están en mí pero no soy necesariamente consciente.

Escribe novelas y también libretos de ópera.

Me gustan todas las actividades artísticas. Tengo muchas ideas para una novela, pero siempre tengo que pensar en la localización y en una trama que me resulte atractiva y apasionante. Le estoy dando muchas vueltas y todavía no lo tengo muy claro. No me gusta demasiado cómo está el mundo y me cuestiono mucho las acciones de Estados Unidos en países como Irak. Me pregunto sobre nuestra responsabilidad moral y tal vez no haya respuesta; yo trato de dar respuestas a través de la literatura y por eso escribo libros como "Un lugar llamado Nada".

¿Cuál fue la motivación que la llevó a escribir "Un lugar llamado Nada"? ¿Cuál es la metáfora o mensaje que procura transmitir en esa novela?

Quise indagar, a través de esos personajes que emprenden un viaje por Birmania y que llegan, en medio de la selva, a un poblado en el que se oculta una tribu que ve en ellos a sus posi­bles salvadores del régimen militar birmano, la manera en que nos relacionamos con la verdad o la realidad. Muchas veces aquello que aceptamos como real o verdadero sólo es un recor­te, una de las tantas posibles versiones de la realidad. Además, quería poner el foco sobre la situación de los derechos humanos en Birmania. De alguna manera, la metáfora se refiere a como al tratar de ayudar podemos perjudicar. Podría haber elegido un lugar más obvio -como Irak- para expresar esa idea, pero la novela es una comedia, no un texto político.

Usted ha comentado, sobre el papel de Occidente en los diferentes conflictos mundiales, que los Estados Unidos "suelen defender a quienes deberían odiar". ¿Cuál es su opinión sobre la actual situación en Medio Oriente? ¿Cuál debería ser el papel de Occidente en medio de esta escalada bélica?

Oh, qué pregunta... Si tuviera la respuesta más apropiada, podría ser presidenta, o secretaria de Estado, pero sólo soy escri­tora. Es cierto que me molesta que Occidente, con el afán de ayudar, termine imponiendo sus valores. De eso habla "Un lugar llamado Nada".

¿Cómo cree que influyen los medios de comunicación en esta especie de "Matrix" en que se ha convertido la construcción posmoderna de la realidad?

Los medios de comunicación a veces se apartan de su papel de reportar los hechos, y tratan de imponer una determi­nada lectura o percepción sobre esos hechos. Inciden demasia­do en la construcción de una opinión generalizada sobre las cosas que, en muchos casos, no hace más que alejar al público de la verdad.

Usted ha sufrido la enfermedad de Lyme, una dolencia que -entre otros síntomas- provoca alucinaciones y pérdidas de memoria. ¿En qué ha cambiado su relación con la ficción y con las problemá­ticas de las personas después de haber tenido que enfren­tar semejante adversidad?

Esa enfermedad fue una dura prueba para mí. Es una com­pleja patología neurológica que afectó mi memoria y mi con­centración. Uno de sus síntomas es una forma de epilepsia, y durante ese período tuve severas dificultades para escribir, incluso temí no poder volver a hacerlo, algo que me angustiaba muchísimo. En mi vida atravesé varias experiencias dolorosas, ya que mi padre y mi hermano murieron a causa de tumores cerebrales. Creo que tanto esas situaciones como la dura lucha contra mi enfermedad me volvieron más comprensiva con los demás. Cuando tenemos un simple resfriado estamos momentáneamente discapacitados. Padecer una enfermedad tan severa amplió mi empatía hacia los que sufren. Mi memoria ahora está curada; yo todavía no, sigo con tratamiento antibiótico para poder luchar contra la bacteria que la provoca. Si no la combato me iría devorando por dentro.

Cuando comenzó a olvidarse de las cosas, ¿llegó a pensar que padecía Alzheimer?

Mi madre murió de esa enfermedad, y sí, llegué a imaginar que a mí me ocurriría lo mismo. Es muy difícil imaginar a quien no lo ha padecido el tener la sensación de no recordar lo que se ha dicho dos minutos antes y la sensación de perder la memoria y no recordar absolutamente nada. Obviamente, es imposible escribir si uno no puede recordar lo que ha escrito y eso para alguien como yo resulta doloroso. El día en que las palabras que escribí en una cuartilla me fueron devolviendo la memoria fui feliz.

¿Podía leer?

Era extremadamente difícil porque a las dos páginas no me acordaba de lo que había leído y era desesperante. Recordaba cosas que me resultaban familiares y trataba de entender en público lo que se estaba hablando.

El éxito profesional ha ido acompañado en su vida de tragedias personales.

No sé si lo que nos ocurre en la vida se debe a la buena o a la mala suerte, al destino, o si hay alguna fuerza superior que nos guía a través de los acontecimientos. Lo que sí sé es que tengo que sacar el mayor partido de lo que me ocurre en la vida, sea de la muerte de mi madre o de mi perdida de memoria.

Usted ha escrito conmovedoras páginas sobre su madre, pero a la vez eligió no ser madre. ¿Por qué?

Supongo que porque no quise convertirme en una madre como la mía. No porque ella fuera una persona mala, de hecho me ha inspirado esas conmovedoras páginas y memorias que usted menciona. Ocurre que era una madre extremadamente protectora, que se alarmaba permanentemente sobre nuestro cuidado, temía siempre que nos enfermáramos. Su afán protec­tor me irritaba mucho cuando era joven, y temí que mi hija me odiara cuando cumpliera los doce años. Por otra parte, yo he traba­jado con niños y sé lo intensa y exigente que es la relación con ellos. Así que mi marido y yo simplemente decidimos no tener­los. Además, preferí darle prioridad a mi carrera. A veces digo, más bien en broma, que mis libros son como hijos, pero sé que no hay punto de comparación.

¿Cuál es el futuro de la mujer en esta sociedad posmoderna? ¿Cuál cree usted que es el aporte que puede hacer la mujer para mejorarla?

Supongo que, justamente, algo de esa actitud protectora relacionada con el instinto maternal, de cuidado de las perso­nas, aplicado a lo social, lo colectivo y cultural. La gran capaci­dad de empatía que los estudios recientes le adjudican al cere­bro femenino en su comparación con el del hombre.

¿Cuál es el camino para una mejor comprensión de la realidad cotidiana sin caer en simplificaciones burdas e intencionadas?

Creo que es importante buscar la forma de ayudar a incor­porar un mayor grado de razonamiento. Dejar de lado la tenta­ción de establecer nuestras ideas a partir de emociones de tipo religioso, irracional. Contribuir a que quienes incurren en esos pensamientos supersticiosos puedan analizar, retroceder hasta el momento en que esas ideas, esas falacias, fueron establecidas y comprobar racionalmente que son creencias equivocadas que conducen al prejuicio, porque la construcción de falacias condu­ce a una deformación de la realidad. Pero el modo en que elegi­mos el encuadre es un acto voluntario que nos enfrenta con un dilema de tipo moral. A mí me indigna mucho cuando alguien elige decidir que algo "es verdad" simplemente porque lo leyó en el diario o porque lo vio en la televisión.

¿El arte es un camino para la búsqueda de la verdad?

El arte nos permite crear una mirada personal sobre valo­res universales. Encontrar una traducción racional, y acaso tam­bién moral, de nuestras más profundas emociones.

¿Cuáles son sus próximos proyectos literarios?

Estoy trabajando en el boceto de una nueva novela. Por el momento, tengo pensado el ambiente -transcurrirá en China, en uno de sus confines más alejados, una aldea a la que pienso visitar pronto para ampliar mis apuntes- y estoy en la búsque­da de los personajes. Las preguntas filosóficas que impulsarán la trama son las mismas que apuntalaron mis libros anteriores: ¿por qué somos o nos convertimos en quienes somos? y, en consecuencia, ¿por qué hacemos lo que hacemos?

¿Cómo es un día suyo actualmente?

Trabajo bastante, estoy escribiendo la adaptación para la ópera de mi novela "La hija del curandero", escribo artículos para "National Geographic", trabajo en el proyecto de mi próxima novela, cuando no estoy de viaje preparo los viajes, y... eh... y baño a mi perro Bubba hasta que me llaman y me consultan sobre la manera en que elegi­mos creer en aquello que llamamos la realidad, ¡ja, ja!