24 de noviembre de 2012

¿Qué es hoy la cultura? (4) Miguel Brascó / Jorge Halperín / Oscar Terán

En 1918, el filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel (1858-1918) escribió en "Der konflikt der modernen kultur" (El conflicto de la cultura moderna) que los hombres "experimentan innumerables tragedias en la profunda oposición que existe entre la vida subjetiva que es incesante (pero temporalmente finita) y sus contenidos (que una vez creados, son inamovibles pero válidos al margen del tiempo). En medio de este dualismo habita la idea de cultura". Por su parte, Raymond Williams (1921-1988), novelista, dramaturgo y académico galés, pionero en los estudios culturales británicos, decía en "Culture and society" (Cultura y sociedad), un ensayo publicado en 1958, que existen dos sentidos de cultura según el uso dado por los grupos sociales dominantes. Uno de ellos, el de "los comensales de los salones de té en Oxford y Cambridge", considera que la cultura equivale a dominar la literatura, la música, el arte, y debe ser conservada de la embestida de la gente ordinaria. El otro, el de "los buitres de la cultura", desprecia esa alta cultura y, como mercaderes de las industrias culturales, consideran que esas masas ignorantes deben ser educadas, por lo que pretenden imponer su propia cultura de acuerdo, claro, a sus intereses económicos. "Mientras que antaño -añade Williams- cultura significaba un estado o hábito de la mente, o la masa de actividades intelectuales y morales, ahora también significa todo un modo de vida. Esta transformación, como cada uno de los significados originales y las relaciones entre ellos, no es accidental sino general y profundamente significativa". Algo más de medio siglo después, los "buitres" parecen haber logrado su objetivo, y tal vez esa sea la mayor de las tragedias de las que hablaba Simmel. Hoy ya no se trata de determinar cuál cultura es más legítima, si la alta cultura o la popular. Si hay algo que se puede afirmar es que la cultura hoy lo atraviesa todo a través de la explotación comercial. En 1982, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), organizó una conferencia mundial sobre políticas culturales en la ciudad de México. Como corolario de la misma emitió una declaración en la que afirmaba: "La cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden". Pero, ¿es esto realmente así? ¿O será que la cultura debe interpretarse a partir del sistema de producción que la sostiene? Porque si la cultura y la producción están definitivamente vinculadas, es indudable que la educación y el acceso a ciertos bienes culturales estarán sólo al alcance de las clases dominantes, las que impondrán sus propias instituciones educativas, literarias y sociales para reproducir su ideología, valores y moralidad. Retomando una de las frases del ensayo de Williams: "Cultura. No sé cuantas veces he deseado no haber oído nunca la maldita palabra".
En busca del significado de la cultura hoy, argumentan con respuestas de todo tenor tres personalidades argentinas relacionadas con la cultura: Miguel Brascó (1926), escritor, periodista, poeta, dibujante, humorista y enólogo; Jorge Halperín (1948), periodista y productor periodístico, autor de "La entrevista periodística", "El progresismo argentino, historia y actualidad" y "Pensar el mundo", entre otros libros; y Oscar Terán (1938-2008), filósofo y docente universitario, autor de "Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano", "De utopías, catástrofes y esperanzas" e "Historia de las ideas en la Argentina", por citar sólo algunos de sus numerosos ensayos.


Contrariamente a la inercia de ser "lunfa" o rústico emisor zafio de provechitos en la sobremesa, ser culto nunca fue una actitud fácil; demanda sostenido esfuerzo y el poner mucha atención, pero, no a la larga sino a la corta, siempre es gratificante. Esa tarea exige:
1. Sin necesariamente conocer a fondo su obra, por lo menos no quedarse en ayunas cuando alguien menciona a Wittgenstein; mantener trato cotidiano con los libros en su conjunto, tanto en el ámbito extranjero desde el romano Catulo hasta Anthony Burgess y Julian Barnes, pasando por Rabelais, Gus Flaubert y Faulkner; y en el local de los argentinos, desde Sarmiento y José Hernández hasta Borges, Mario Trejo y quienes vienen después.
2. Escuchar música regularmente, y con gusto, desde los Grandes como Juan Sebastian Bach, Beethoven, Brahms, Ravel o Shostakovich, hasta Erik Satie, Scriabin, Steve Reich, Gershwin, Bill Evans, Piazzolla o Ariel Ramírez.
3. Distinguir a primer golpe de vista cualquier obra de Fernando Fader de otra pintada por Carlos Alonso; y no necesariamente excitarse frente a un "action painting" de Jackson Pollock pero sí con El Greco, Van Gogh, Picasso, Paul Klee o Pat Andrea.
4. Estar en "speaking terms" con el idioma inglés, el francés y eso que hablan y escriben tan bien los norteamericanos. También, ya que estamos, con el castellano.
5. No dejarse atrapar por Coelho, Benedetti, los "best-sillies" y los artistas que son buenos porque dan bien en las fotos o usaron el marketing del "radical chic".
6. Saber aunque sea de oído qué son los quantos, las estrellas enanas, los jeroglíficos de Tutankamón, dónde quedaba la república gay de Weimar y dónde ahora el enclave de Marruecos, quién es el arquitecto Pei, cuál es el procedimiento para entrar en la web, y por qué es famoso Carlomagno.
7. Adiestrarse para manejar en forma amena el arte de la conversación; enterarse de lo que distingue una bebida fermentada de otra destilada, de en cuál restaurante de Buenos Aires se come un hígado a la inglesa de culinarias impecables; aprender a preferir, entre otros platos, a la brandade de morue, las ostras de San Blas, el coulibiac de Francis Mallmann, los sesos en suave bechamel y el pescado crudo; no con cerveza o Coca Cola sino con vino y los codos fuera de la mesa.
8. Vestirse con criterio propio y no por los imperativos coyunturales de la moda. Y, en líneas generales, no elegir nunca la vulgaridad sino las actitudes inteligentes y las conductas de buen tono. Hágame caso: intente de cualquier manera actuar y conducirse de manera culta.

Ser culto hoy, en principio, es un prejuicio. Si pienso en la imagen más difundida, un tipo culto es alguien que tiene una considerable información en ciertas disciplinas humanísticas, a saber: literatura, ensayo, filosofía, artes, historia y, menos, sociología, política, antropología. Y dije: "información" y no "formación", que puede o no estar. A nadie se le ocurriría pensar que un constitucionalista es un hombre culto si no es bastante docto en algunas de aquellas otras disciplinas. Mucho menos verían como culto a alguien docto en ciencias duras, a pesar de la complejidad de sus saberes. Ser culto, insisto, es un prejuicio, porque vivimos una época de saberes fragmentados y quien sabe de artes plásticas suele ser un burro en materia de política, y el experto en teatro no sabe nada de sociología, y así. Pero siempre la condición de culto le es atribuida por ser alguien que merodea los territorios que hablan del hombre, su naturaleza y su relación con el mundo, en lugar de hablar de los productos de la ciencia y la tecnología.
Más allá de las imágenes y estereotipos, siempre es un valor ser culto. En los ambientes populares, un personaje culto de la "alta cultura" es visto con admiración, distancia y perplejidad. Pero, un culto del fútbol, un tipo que conoce mucho la historia del fútbol y se expresa con relativa fluidez, es un referente para los demás. Su condición de culto lo coloca a la altura de los viejos ancianos de la tribu y le ofrece la posibilidad de terminar discusiones sancionando quién tiene razón y de instalar modos de pensar. Pero es un valor genuino ser culto en tanto provee de herramientas para conocer las distintas experiencias de interrogarse acerca del hombre.
Joseph Campbell era un culto, un erudito y un intelectual, aunque probablemente no supiera de ingeniería de procesos o de genética. Era un conocedor erudito de las diversas creencias, un lector profundo de filosofía y un hombre que había integrado sus extraordinarias experiencias de vida en un cuerpo coherente de ideas. Y por eso era también un sabio. John Berger es un erudito en las artes plásticas, un profundo conocedor de la literatura, amén de un excelente narrador, un lector de filosofía y, también él, un hombre que ha integrado sus conocimientos y su rica y original experiencia de vida en un cuerpo coherente de ideas. Y podríamos ubicar igualmente a Georges Steiner. Aunque dudo que los dos últimos sepan mucho de sociología o de física cuántica. Así como me pregunto cuánto saben acerca de literatura nuestros últimos secretarios de cultura.

En principio, ser culto hoy es lo mismo de siempre: haberse cultivado mediante el desarrollo de ciertas prácticas y saberes. Pero sobre esta afirmación, que es sin duda redundante (por eso mismo es posible ponerse rápidamente de acuerdo), las diferencias surgen en el momento en que se trata de enumerar o definir cuáles son los hábitos, los gustos y los saberes "cultos".
Puesto que existen al menos dos culturas: la letrada, de élite o como se la quiera llamar, y la cultura popular (dejemos de lado la de masas), no caben dudas de que ambas son igualmente legítimas, aunque es evidente que promueven distintos regímenes de saberes, de gustos, etc., aun cuando depende del grado de democracia social imperante en una sociedad para que estos estratos estén más o menos comunicados o contaminados. Basta escuchar las letras de los tangos de Manzi, entre otros, para detectar que por allí pasó una poética proveniente de la cultura "culta". Y ya que vivimos en un país donde aún perduran los ecos igualitaristas, puede observarse que conocer de fútbol suele ser un timbre entre intelectuales no necesariamente populistas, y la mención de Freud no está sólo en labios del sector que habita la cultura letrada.
¿Es un valor ser culto? Esta pregunta deja de ser pertinente con la respuesta anterior, dado que aquélla supone que se puede no ser culto, esto es, estar afuera de toda cultura, lo cual es evidentemente imposible. Pero si tomamos por culto a aquella persona que tiene un mayor nivel de reflexividad y sistematicidad sobre sus saberes respectivos, creo que en nuestra sociedad se trata de un valor claramente positivo. Ahora, si usted quiere decir que "culto" es quien ha internalizado saberes de la cultura letrada, creo que aún así la valoración es predominantemente positiva, aun cuando en el seno de una cultura populista como la argentina dicha valoración se halle constantemente amenazada (o incluso impugnada por los saberes que emanan de "la universidad de la vida").
Pienso que lo que se entiende por ser culto implica una cierta posición de diletantismo que puede tornarse cuasi señorial, esto es, de un pulimiento amplio opuesto a la erudición (que quedaría del lado de ese saber especializado que para Hegel era patrimonio de los que llamaba "animales espirituales"). La figura del intelectual tiene un mayor rigor conceptual, si por ello entendemos al intelectual moderno (que puede ser otro pleonasmo), esto es, aquel que legitima su práctica a partir de esa misma práctica intelectual (no se "autoriza" ni en el capital económico, ni en la religión, ni en la política, ni en el linaje...). Y desde esa práctica específicamente intelectual interviene en la escena pública.