30 de abril de 2012

Cuentos selectos (VI). Juan Marsé: "Nada para morir"

Juan Marsé nació en Tarragona, Catalunya, el 8 de enero de 1933. Pasó sus primeros años entre Sant Jaume dels Domenys y Arboç del Penedés -dos pueblos tarraconenses donde vivían sus abuelos- y Barcelona, cuyas calles configurarían gran parte del universo de sus obras. A los trece años abandonó sus estudios formales para comenzar a trabajar como aprendiz en un taller de joyería, labor que practicaría durante casi quince años. De formación autodidacta, dio sus primeros pasos literarios en la revista "Insula", y, en 1960, publicó su primera novela: "Encerrados con un solo juguete". A ésta le seguirían "Esta cara de la luna", "Ultimas tardes con Teresa", "La oscura historia de la prima Montse", "Si te dicen que caí", "La muchacha de las bragas de oro", "El embrujo de Shangai", "El amante bilingüe" y "Rabos de lagartija", entre otras. Los recuerdos de la infancia y las secuelas de la guerra civil sobre la juventud entremezclados con una diestra caricatura de la España de posguerra y un riguroso análisis de los sectores tradicionales de la sociedad catalana se plasman en su obra dentro de un estilo realista de corte clásico, pero solventado con nuevas técnicas narrativas y sazonado con el empleo de la parodia y la ironía. Su carrera literaria fue reconocida al serle concedido el máximo galardón de las letras hispanas, el Premio Cervantes, habiendo sido distinguido también con otros importantes premios como el Nacional de la Crítica de España y el Juan Rulfo. En 1958, cuando aún trabajaba en el taller de joyería, Marsé decidió participar en el concurso que desde 1951 organizaba Tomás Cruz (1917-1987), un licenciado en Derecho y voluntario en la aviación republicana durante la Guerra Civil que era propietario de un local llamado Las Cuevas de Sésamo en la madrileña calle del Príncipe. Entusiasta promotor de actividades culturales, Cruz creó los Premios Sésamo, uno de los galardones más prestigiosos del mundo literario español. Marsé lo ganó ese año con el cuento "Nada para morir", que sería publicado por primera vez en la revista "Destino" nº 1.134 -que apareció el 2 de mayo de 1959- y recogido posteriormente en la antología "Premios Sésamo. Cuentos 1956-1959" que Ediciones Puerta del Sol publicó en Madrid en 1960. Dámaso Santos (1918-2000), prestigiosísimo crítico literario español por entonces jurado del premio, fue quien decidió la votación a favor de Marsé. "Nada para morir" cuenta la historia de un desencuentro entre Sigfrido Vilar e Isabel. El acaba de ser herido de un navajazo durante una reyerta. Mientras observa cómo sus compañeros de borrachera le abandonan, telefonea a Isabel para que le socorra, pero cuando ésta llega ya se lo encuentra cadáver. El deseo de Sigfrido de que sea ella la encargada de cerrarle los ojos se cumple. Durante el tra­yecto hacia la muerte, el moribundo va dejando a cada uno de los personajes de la historia un sobre que deberán abrir al día siguiente.


NADA PARA MORIR

Apoyó la espalda en la pared, alzó los ojos a la noche y abrió la boca formando un arco irónico. La botella de ginebra resbaló de su mano y se hizo añicos sobre la acera. El otro, soltando la navaja, escapó corriendo. "Ocurrirá dentro de poco -se dijo-. Seguramente inclinaré la cabeza y sentiré vaciarse mis venas, vaciarme todo...". Empezó a caminar, pegándose a las paredes, una mano apretada a su vientre y la otra agarrando los hierros fríos de las ventanas bajas. Sonreía, pensaba vagamente en la noche y el silencio de la calle, en la muerte que se le había sentado alegremente sobre las espaldas y le apretaba las sienes con sus manos frías, como un niño. Pero la descomunal borrachera no se le iba aún, ni con el dolor. "Yo buscaba una mujer, pero no, yo buscaba unas manos de mujer. Uno se puede casar con una mujer sólo por sus cabellos, o su perfil, o por su modo de estar cerca. Conozco a un tipo que se casó con una mujer sólo por sus piernas. Por supuesto que él lo ignoraba, pero me consta que fue por eso. Se fijó en ella por sus bonitas piernas, y trabó amistad con ella y la invitó a salir sólo por sus piernas. Y acabó casándose con ella por lo mismo. Incluso hoy, cuando vienen algunas noches al Bar Club, él siempre la hace sentarse de frente y con las piernas cruzadas, para que todo el mundo se las vea: yo sé que él hace esto para justificarse, a ese extremo ha llegado, está perdido. Pero lo mío es distinto, yo no buscaba nada de eso para vivir, sino para morir. Buscaba unas manos que cerraran mis ojos después de muerto. Porque me aterra la posibilidad, al morir, de quedar con los ojos abiertos: podría ocurrir que se me quedara algo de este absurdo mundo fijado en las pupilas, se me podría quedar el rostro de él, con su expresión de enanito bonachón y listorro, o el de algún empleado mío de las fábricas, o los titulares de un periódico...".
Encorvado y cruzándose fuertemente el abrigo sobre la herida, el sombrero en la otra mano y sonriendo como un idiota, penetró en el Bar Club y saludó a los amigos alzando el brazo, sin mirarles. Sabía que estaban todos allí, tirados en muelles butacones y vaso en mano, aburridos y sin deseos, con su equilibrada expresión de éxito grabada en el rostro, con gestos y miradas amplias de hombres en vacaciones que han triunfado sobre la miseria y el tedio. En algunos, los menos maduros, aquel éxito estaba ingenuamente pintado, les desbordaba el rostro como una coloraina de párvulo en el primer dibujo. El mismo éxito estaba también en los dibujos de las paredes: corazones radiantes, labios rojos de mujer, ases de poker, dados con la cara del seis, una náusea abstracta de líneas y perspectivas lujosas. La luz se escondía tras las botellas y en los rincones, en los repujados del techo y de las columnas, con verdes y rojos sucios. Se encaminó rectamente hacia la cabina telefónica procurando mantenerse erguido, con pasos lentos, sintiendo la sangre deslizarse cálida y como un ungüento a lo largo de sus piernas. Su pálido rostro de fauno, poderoso y bello, mantenía un rictus irónico bien conocido y temido en su estamento social. Cerró la cabina, descolgó y marcó un número. Luego, debatiéndose entre el dolor y el alcohol, habló:
- Estoy en el Club, Isabel. Ven...
"... las buscaba, y tenían que ser manos reposadas, lentas, bellas y cansadas. No me importaba que fuesen ajadas: las quería con vida, que emergiesen frente a mí con el gesto cargado de pasado y de misterio, como una subyugante áncora cubierta de moho surgiendo de las profundidades del mar. Isabel tiene esas manos...»". Isabel se levantó de la cama y se cubrió con la bata. La habitación era amplia y lujosa, la calefacción estaba a tope, la moqueta malva acariciaba sus pies descalzos. Ajustó las solapas de la bata sobre su pecho y hundió los pies en las zapatillas. Era una mujer alta de ojos dorados, con esa belleza insondable que uno cree ingenuamente poder descubrir después de poseída. El teléfono, en el pasillo, seguía sonando y ella miraba el reloj: la una de la madrugada. A través del hilo, la voz llegó lejana y extraña:
- Estoy en el Club, Isabel. Ven enseguida a buscarme, toma el otro coche. Me han clavado una navaja en el vientre. Ven, me estoy muriendo de veras, esta vez sí, y necesitaré tus manos para que cierren mis ojos...
Colgó en el momento en que ella iba a replicar. Ella hizo lo mismo, se encogió de hombros y sonrió levemente, del mismo modo que lo hacía al hacer frente a la soledad, a las mil noches de inútil espera, a todo lo irremediable. Esta vez incluso sintió deseos de echarse a reír, aunque sin mucha convicción, y juntó las manos sobre la boca abierta. Se quedó mirando el vacío y pensando en Sigfrido. Era otra broma de las suyas, sin duda. Sigfrido Vilar era un fabuloso embustero, un caso de excepción en materia de chanza, sorprendente, infatigable y mortífero, todavía le recordaba cuando destrozó a patadas un aparato de radio a las diez en punto de la noche, en casa de unos amigos y cuando, seguidamente, se colgó en la solapa la recién concedida medalla del Trabajo.
No obstante, esta vez, el hombre más brillante e indispensable en ciertas reuniones, el caballero "Hijodalguien" -como le llamaban despectivamente algunos estudiantes resentidos que frecuentaban el Bar Club-, había ido demasiado lejos. A estas horas de la madrugada ella no consentía bromas, por originales que fuesen, y menos si estaba borracho. Tenía sueño. De modo que se encaminó a su dormitorio y se acostó. Pero a la media hora, sin haber conseguido conciliar el sueño, se levantó de nuevo y se vistió. No le parecía del todo absurdo que algún desconocido, algún borracho amargado, como él, le clavara una navaja en el vientre. Tomó el coche y se dirigió a toda prisa al Club. Pero él ya no estaba allí. Preguntó a los amigos.
- Estuvo aquí, en efecto -dijo uno de rostro suave y rosado, su blanca mano sosteniendo un largo vaso. Los otros le miraban las piernas, recordando escenas parecidas que luego comentarían, cuando ella se hubiese ido-. Le vimos llamar por teléfono. Después habló un rato con esos muchachos, los estudiantes, sobre todo con ése de la barba de cabrón, el intelectual, ése que mendiga dinero para hacer una revista -los otros rieron suavemente, perezosamente-. Luego se sentó con nosotros un buen rato, muy pálido, y, sinceramente, Isabelita, borracho por completo. No hacía más que repetir que le gustaría ser camello. Esta noche quisiera ser camello, decía. Ya sabes cómo es. Para qué contarte... -ahora tenía una insoportable y repugnante expresión paternal-. Deben irle mal los negocios. Hicimos por calmarle un poco, naturalmente, pero no quiso.
Ella notaba las miradas de los estudiantes, colgados en la barra y escuchando jazz en silencio. Sin duda aún no eran hombres, esperaban todavía demasiadas cosas, demasiadas respuestas -más adelante, sabrían que no hay respuesta ni soluciones para muchas cosas-, pero si habían de convertirse irremediablemente en tipos como Sigfrido o sus amigos, pensó, ya estaban bien como estaban. Isabel intuía el desprecio que sentían por Sigfrido y los de su estilo, y que seguramente también la alcanzaba a ella debido a su condición de amiguita, pero sentía la necesidad de hablar con ellos.
- Ya sabes cómo es, mujer -decía a su lado uno de los contertulios mayores-. Francamente, no comprendo cómo le soportas tantas barbaridades. ¿Sabías que un abuelo suyo murió en un manicomio? Hoy parecía realmente enfermo, ¿verdad, tú?
- En efecto. Yo en tu lugar no me preocuparía demasiado, Isabelita -se les llenaba la boca diciendo Isabelita, se les llenaba de algo que no era suyo pero que saboreaban como si lo fuese porque sabían que era patrimonio de una clase-. Es lo de siempre, ¿no? Anda, siéntate con nosotros un rato. Sigfrido sabe apañárselas solo.
- ¿Ocurre algo malo? -dijo otro.
Ella no respondió. Permanecía de pie frente a ellos, las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo de pieles, esbelta, deliciosamente indecisa, las piernas juntas y firmes sobre sus zapatos de tacón de aguja. Sin añadir nada, se dirigió al grupo de estudiantes. Eran cuatro muchachos y dos muchachas, silenciosos, de aspecto agradable y noble, conscientemente despeinados y tristes. Resistiéndose a caminar por la única senda señalada, abrumados de proyectos e ideas, sabían toda una verdad inconfesable aún, y de sus miradas sin miedo, insolentes, colgaba una rotunda ansia de gritar unas cuantas cosas, una fuerza reprimida, pero que iba hinchándose día tras día como una cámara de aire a punto de reventar y asomando por el desgarrón de un neumático. Noches y noches allí, jugando a los dados y escuchando música, amasando la misma impotencia que les fue entregada al nacer y maldiciendo los mismos nombres una y otra vez, sin esperanza, sin solución inmediata, frente a un camino que no conducía a ninguna parte, inhóspito, sin luz ni destino. El más abstraído fue el que habló. La barba y los cabellos lacios sobre la frente parecían obedecer a un frustrado deseo de camuflaje. Pero dentro se hacía el hombre. Ahora endulzaba su desesperanza con una atenta sonrisa, una gentil deferencia hacia ella:
- Se ha ido, señorita. Y la verdad es que hoy lo hemos sentido un poco. Hoy parecía otro. Nos ha hecho el regalo de este sobre cerrado y nos ha obligado a prometerle que no lo abriríamos hasta mañana. La esperó durante media hora, luego dijo adiós y se fue dejando eso para usted. En serio: hoy era otro hombre.
Entregó a Isabel un papel con una dirección escrita a lápiz, y añadió:
- Espero que no ocurra nada malo.
- Espero que no -dijo ella, y dándoles la espalda se encaminó hacia la calle.
Aquella muchacha, oscura de piel y encogida bajo la atmósfera enrarecida del techo muy bajo, se volvió lentamente alzando unas manos mustias e increíblemente largas. Tenía una frente abombada, tirante la piel sudorosa y blanca, como una enferma del pecho. Sus ojos eran redondos y mantenían las manos en alto y sonreía:
- Regístreme, señora. Regístreme. Yo no lo tengo. Se ha ido.
Isabel volvió a leer la dirección escrita en el papel. Era allí. Estaba cerca del muelle. Detrás de los cristales se veía la silueta de Montjuich y las luces escalonadas en su falda. Dejó vagar la mirada por las paredes del local. Aquello era algo parecido a una taberna. Olía mal, y ella, de pie y apretándose las solapas del abrigo sobre el pecho, sola entre aquella marea de hombres y mujeres soltando su fuerte olor a jornada dura y vertiginosa, clavaba los ojos en la boca inflada de la muchacha esperando sus palabras casi únicamente para justificar el haber entrado allí. Dijo:
- Sé que está aquí. O que ha estado.
- Se ha ido, señora. Y no me gusta jurar, pero lo juro que es la segunda vez que le veo. La segunda sólo. La primera fue hace meses, estaba borracho como hoy y se pasó las horas durmiendo con la cabeza en mi regazo, en aquella silla. Dijo que no me olvidaría nunca. Dijo que era un poeta. ¿Es un poeta?
- ¿Le ha dado a usted algo?
La otra se puso a dar vueltas sobre sí misma, sonriendo y con una mirada oblicua, maliciosa y desconfiada:
- Un sobre cerrado -y añadió precipitadamente-: Pero no sé lo que contiene, no puedo abrirlo hasta mañana. Qué divertido. ¡Seguro que es un poeta!
Isabel se quedó mirándola en silencio. Sí, esa chica, con su frente cadavérica, el mirar enfermo y simple como la línea de su vida, era realmente la compañera ideal para ciertas noches de Sigfrido. Se podía jugar a engañarla incluso sin necesidad de mentir del todo, alegremente, diciendo verdades como templos, sin el dolor de esperar inútilmente una confirmación. Allí, entre aquellos hombres que hablaban alto y fuerte de cosas pequeñas, no existía ni un sí ni un no rotundos. Isabel podía ver a Sigfrido soltando sus enormidades a pleno pulmón entre aquella gente, con su amplio abrigo abierto, el vaso en la mano y el sombrero echado hacia atrás. Podía verle sentado frente aquellos cristales sucios que daban a la calle, dejando pasar la tarde en completo silencio, dejándola pasar como si fuera un dolor de muelas o un entierro muy largo, esperando desesperadamente que llegara la noche sólo para ver surgir su imagen en el cristal, acaso para ver si era distinta su hermosa cabeza gris, de hombre importante y mimado, o quizá para comprobar si estaba realmente solo. Entonces lo más probable es que se levantara, aprovechando un optimismo que iba a morir pronto, y empezara de nuevo a beber. Y podía verle bebiendo y gritando aquellas cosas que no soportaba en la voz baja, quejumbrosa y miedosa de los estudiantes. Y podía verle finalmente durmiendo en el regazo de esta muchacha.
- Es muy alegre, su amigo -decía ahora. Pero se puso repentinamente seria al descubrir la seriedad de Isabel-. Bueno, a ratos. Porque, la verdad, un poco más y hoy me asusta. ¡Cómo entró! Bebe demasiado, tiene usted razón.
- ¿Ha dejado algún recado para mí? ¿Sabe dónde está?
- Debe de estar en casa de Anselmo. Sé el número, pero la calle no tiene nombre. Anselmo es un peón de albañil que viene aquí todos las noches. Y también los días que llueve, aprovechando que no trabaja. ¿Va usted en coche? Le diré cómo puede llegar en un periquete...
Detuvo el coche detrás del de Sigfrido. Era una calle de las afueras de la ciudad. Amplia, sin asfaltar, muy inclinada, recibía la luz verdosa y enmarañada de una bombilla con pantalla plana que colgaba muy alto en el centro de la calle. El número correspondía a una pequeña puerta de madera por debajo de la cual se filtraba luz, e Isabel llamó con la mano. Apareció una mujer bajita, con un jersey rosa y escaso hasta el cuello, y apenas Isabel había abierto la boca, ella ya decía que sí con imperceptibles movimientos de cabeza. La hizo pasar hasta el comedor, donde la luz de una lámpara con flequillos rojos y aceitosos caía sin vigor sobre una mesa en la que tres hombres jugaban a las cartas. Isabel olía a gato y a verduras.
- Anselmo -dijo simplemente la mujer. Isabel les miró.
Eran hombres sosegados, crujientes, de mansas manos sin forma quemadas por el sol. En toda su vida ella no olvidaría aquella manera de incorporarse a medias y saludar, aquel olor a ladrillo mojado que desprendían sus ropas, la manera de sonreír, de quedarse de pie, de dejar los brazos colgando, como los monos.
- No quisiera molestar -empezó ella. La mujer entró en la cocina y a partir de entonces sólo salió a ratos, asomándose con un niño cogido de la mano-. Me han dicho...
- Ha venido Sigfrido -exclamó vivazmente el niño-. Me ha despertado, y salió por aquí. Yo lo he visto -y señalaba la puerta de cristales que daba a la parte trasera de la casa. Isabel veía a su través las luces del descampado y un terraplén de escombros en primer término, donde los niños debían deslizarse durante el día. Anselmo dijo:
- Habló de usted, pero... no le entendí bien. No se le entendía nada, ¿verdad, Paco? -Se volvió a su amigo-. A veces cuesta entender a su marido... Se fue enseguida, hace las cosas así, de repente... La verdad es que sólo estuvimos bebiendo una noche. Le aseguro a usted que fue solamente una noche. Ha venido muchas veces, eso sí, a ver al chico...
Ella soltó un suspiro de cansancio.
- ¿Pero a dónde habrá ido ahora? -Estaba realmente harta. Observó el sobre cerrado encima del aparador. La mujer lo miraba también, pero al descubrir que Isabel hacía lo propio, bajó los ojos. Luego, a intervalos, la mujer fue alzando una mirada que no se atrevía a llegar hasta ella, ni siquiera a rozar su abrigo de pieles o sus cabellos dorados. El blanco de sus ojos estaba inyectado en sangre de tanto llorar u odiar, y cogía al niño de la mano con un gesto impersonal y ausente, como si aquel niño no fuese suyo o como si de pronto fuese a colgárselo a la espalda como un trapo.
- Fue en el bar de Mario -seguía diciendo el hombre-. Por casualidad, ¿sabe usted? Estaba muy... Bueno, llevaba lo suyo. Claro que en él eso es distinto. No molesta a nadie. Me pidió un cigarrillo de picadura y se empeñó en liarlo para mí. Estuvo porfiando en ello durante media hora; me gastó un librillo entero de papel -rió suavemente-. Pero lo consiguió, y cuando lo tuvo liado, en vez de dármelo -volvió a reír, moviendo la cabeza como si hiciera chanzas a un niño- ¿sabe usted lo que hizo? Lo rompió en mil pedazos y seguidamente me ofreció un puro que apareció en su mano de pronto, como hacen esos prestiditi... digi... Bueno, esos.
Soltó una risa tabacosa. Isabel caminó hasta los cristales, cansadamente, y miró en derredor buscando una pausa o un olvido. En la casa, a primera vista, todo parecía limpio y en orden, pero yacía una suciedad agazapada en los rincones, en la madera de las sillas y de la mesa, alrededor de los interruptores de la luz, de los pomos de las puertas y las asas de los cajones. Eran viejas sombras borrosas y débiles, ignoradas, alimentadas inconscientemente con los gestos y roces de todos los días. Al caminar Isabel, su fino taconeo arrojaba bruscamente allí en medio otro mundo, y todos lo percibían en su lejana armonía y sus luces.
- Es un loco -masculló Isabel como para sí misma-. Un pobre loco.
- Puede que no ande lejos -dijo el hombre-. Tenga paciencia...
- Sí -añadió Isabel, pensando en el coche parado en la esquina-. Voy a ver.
La mujer la acompañó hasta la calle. Cuando le dejaba paso, parada junto a la puerta, murmuró con los ojos bajos:
- No podemos abrirlo hasta mañana... El sobre.
- Lo sé -dijo ella-. Adiós, señora.
Su coche estaba donde lo había dejado, pero el de Sigfrido había desaparecido.
En medio del descampado, apretándose con ambas manos el vientre acuchillado, Sigfrido Vilar doblaba la cabeza y se tendía en tierra. El alcohol y el dolor pretendían aún jugar con él. "Pronto llegará la muerte, seguramente con la pretensión de sorprenderme. La conozco. Muchas veces la he visto pasar y la he llamado, a mi muerte. Nunca me ha obedecido. Es olvidadiza y coqueta y pelma y atrabiliaria... Si viene vestida, vendrá de negro. Es idiota. Nunca me ha obedecido...".
Isabel miró a su izquierda, más allá de las casas todas pintadas todas de blanco y rosa. El descampado parecía más profundo y desolado que antes. Las vías del tren, a unos cien metros, relucían a trechos reflejando duramente la luz de los faros de los automóviles rodando en la carretera que ceñía la montaña. Descubrió el coche de Sigfrido a lo lejos, parado y con la puerta abierta, junto a la verja derrumbada de un huerto. Dejó la esquina mellada que formaban las casas y bajó por el terraplén de escombros, cruzó las vías del tren y luego siguió por un terreno desigual y encharcado. Sin dejar de correr, volvió los ojos a una casita de tablones carcomidos y techo cubierto de piedras y hierbas secándose, un poco más allá del coche parado, y entonces lo vio. Estaba debajo de un ventanuco que rezumaba agua, tumbado boca abajo, con el abrigo abierto como las alas de un pajarraco caído. Isabel se arrodilló a su lado y con esfuerzo lo volvió cara al cielo y luego cogió sus manos y se las llevó al cuello. Empezó a llorar silenciosamente. El tenía los ojos abiertos con una luz tan viva y serena que hacía pensar si realmente miraba algo en la noche, en aquel cielo estrellado de sus delirios personales y sus ansias incurables. En su mano izquierda, estrujándolo con los dedos crispados, estaba el talonario de cheques. Ella no lo tocó. Posó dulcemente sus temblorosos dedos sobre los ojos de él y cerró sus párpados.

29 de abril de 2012

Henry Jenkins: "El objetivo central de la educación es luchar para que haya una cultura más participativa, esto es, una democratización y una diversificación de la cultura"

La televisión como herramienta para construir una realidad se ha diseminado en múltiples 
plataformas: videojuegos, redes sociales, páginas de Internet, campañas publicitarias, mercadotecnia. El mundo está convirtiéndose en un lugar en el que la historia es contada en todas estas plataformas y donde el público participa cada vez más, dándole forma a la producción y circulación de los medios. El desafío consiste en cómo poner esos medios en manos de gente que no tiene acceso a la tecnología, no sólo dándole las herramientas sino también enseñánole las habilidades necesarias para que todos puedan expresar sus voces. Usar el celular y la notebook en clase, aprender mediante videojuegos, compartir el aula con compañeros de otras geografías, aprovechar herramientas como Wikipedia, son algunas de las ideas educativas que hoy despiertan posiciones encontradas entre los miembros de la comunidad educativa. Justamente en la educación, las nuevas tecnologías y los desafíos pedagógicos del mundo digital se especializa Henry Jenkins (1958), uno de los máximos investigadores globales en esta materia. Nacido en Atlanta, Estados Unidos, Jenkins estudió Ciencias Políticas y Periodismo en la Georgia State University, para luego obtener su maestría en Ciencias de la Comunicación en la University of Iowa y su doctorado en Artes de la Comunicación en la University of Wisonsin-Madison. Ha sido director del Programa de Estudios Comparativos sobre Medios de Comunicación del prestigioso MIT y actualmente es profesor de Comunicación, Periodismo y Artes Cinematográficas en las escuelas Annenberg School for Communication y School of Cinematic Arts de California. Es autor de numerosos ensayos sobre la cultura popular y ha publicado entre otros libros "Textual poachers. Television fans and participatory culture" (Piratas de textos. Fans, cultura participativa y televisión), "Convergence culture" (Cultura convergente) y "Fans, bloggers and gamers" (Fans, bloggers y videojuegos). Jenkins, que ha dedicado su carrera profesional a estudiar los medios de comunicación y la forma en que las personas los incorporan a sus vidas, sostiene que "la computadora es una herramienta y hay que enseñar a los chicos y a sus maestros a usarla para que puedan construir el futuro. Las tecnologías son apenas un medio para transmitir información, y todas deben estar disponibles para ser usadas por maestros con distintos métodos de enseñanza, en distintas temáticas. Tenemos múltiples inteligencias: hay chicos que aprenden mejor con la oralidad, otros visualmente y otros haciendo. Por eso es muy bueno que en un día de clase los estudiantes estén expuestos e interactúen con todas estas posibilidades". Cuando estuvo en Buenos Aires para participar del VI Foro Latinoamericano de Educación organizado por la Organización de Estados Iberoamericanos, fue entrevistado por Inés Dussel para el nº 26 de la revista "El Monitor" de septiembre de 2010.


Usted ha estudiado desde hace muchos años la cultura producida por los medios, desde sus géneros (los videojuegos, el cómic, el cine) hasta sus usuarios o consumidores. Ultimamente ha producido varios trabajos sobre los nuevos medios digitales, por ejemplo: las redes sociales, los sitios de seguidores de series de televisión, los blogs, la Wikipedia, las plataformas como YouTube o Flickr que permiten compartir imágenes y textos. ¿Cómo ve a los nuevos medios, sobre todo a los que permiten producir contenidos nuevos a los usuarios? ¿Cree que se abre paso una cultura participativa, como señala en uno de sus últimos trabajos?

Hay algunas distinciones que conviene hacer. En el mundo anglosajón hoy se habla de dos tipos de nuevos medios: medios DIY (do it yourself - hágalo usted mismo) y DIO (do it ourselves - hagámoslo nosotros). Es una diferenciación importante. Para mí los medios DIY son más individualistas, tienen más que ver con encontrar una voz personal, una expresión propia, y encajan muy bien con la tradición norteamericana de un profundo individualismo. En cambio, los medios DIO parten de la idea de que la cultura es comunal o comunitaria, que expresa los deseos de las subculturas, ya sea de los jugadores de videojuegos, los fans que siguen una serie o a un grupo musical, los miembros de una etnia o minoría cultural o sexual, la que fuera. Los medios DIO están en manos de la comunidad que produce colectivamente cosas que le importan. Hay una tensión entre ellos. Si uno toma el caso de YouTube, en inglés "you" quiere decir tanto tú/vos como ustedes. Es decir,"you" es tanto una persona como una comunidad. Y esta ambigüedad está en YouTube: es una plataforma que los individuos utilizan para compartir fotos simpáticas de sus hijos o sus gatos, y también algo que las comunidades usan para compartir cuestiones importantes para todos. En una plataforma como YouTube, uno ve ambos modelos en juego. Parte del contenido producido no es significativo más que para la persona que lo produjo, como las fotos de los gatos. En cambio otros contenidos vienen de tradiciones culturales profundas, de comunidades y de prácticas diferentes. Hay una circulación en esas plataformas compartidas de contenidos que van del "fan-erótica" a los derechos humanos, y en un plano está todo ahí. Ese es el mundo que a mí me parece más interesante, el de DIO, el "hagámoslo nosotros". Hay otra distinción importante que hacer, porque existe una cierta confusión entre la cultura participativa y la Web 2.0. Para mí, la cultura participativa es cultura que está en las manos del público, que surge de sus vidas y de sus preocupaciones y problemas. Y la Web 2.0 es un modelo de negocios que está capturando lo nuevo, transformando lo que se "regala" entre usuarios (esos contenidos generados por los usuarios: sus fotos, sus videos, sus sueños y aspiraciones) en mercancías que circulan dentro de un sistema capitalista. Y entonces, aunque de alguna forma las plataformas 2.0 como YouTube o Facebook han facilitado que la cultura participativa se vuelva más pública, y son un modelo más democrático que otros medios masivos de comunicación, hay que mirar debajo de la superficie y analizar la forma en que la Web 2.0 está convirtiendo esa cultura participativa centrada en los usuarios en una cultura comercial, y está invadiendo la privacidad o manipulando información personal de los usuarios que participan en esas plataformas. Creo que hay conflictos de intereses entre los que participan en esas plataformas -y los propietarios de esas plataformas- en este momento.

Además de los intereses comerciales, otra crítica que se les hace a estas plataformas es que se terminan llenando de contenidos superficiales o banales, como los gatitos…

Creo que eso es parte de las tensiones que mencioné antes. Lo que pasa es que, cuando la gente tiene más control sobre la producción de contenidos, expresa más aspectos de su vida cotidiana. Y termina siendo banal porque muchos no necesariamente van a producir un contenido que sea desafiante en términos artísticos o conceptuales. Simplemente vamos a usar las tecnologías para registrar lo que sabemos y hacemos, y lo que sabemos y hacemos en un punto es bastante banal. Los que rompen este panorama son aquellos que se preguntan qué pueden hacer para llamar la atención de otra gente, y ahí vemos muchos intentos -en especial de individuos- de celebrar al yo a través de performances espectaculares. En mi blog escribí un texto sobre YouTube como vodevil. Mi argumento ahí es que, en muchos sentidos, el contenido que triunfa en YouTube habría funcionado muy bien en el vodevil de fines del siglo XIX. Tiene todo que ver con performances virtuosas, con talentos especiales, tecnologías espectaculares, temas exóticos… Pero entre lo exótico y lo banal hay todo tipo de usos de YouTube que son significativos para la gente, pero en escalas muy distintas para la familia, el barrio, una subcultura, la sociedad en general. Tenemos todos estos distintos niveles en los cuales se produce y se comparte una cultura. Y eso es lo que más me interesa. Hay un espacio interesante entre lo espectacular y lo banal, algo en el medio digamos, donde hoy encontramos la mayor parte de la producción cultural, y lo interesante es que antes no estaba representada. Me parece que hay una ganancia para estos grupos en la posibilidad de expresarse en estos canales. Y si no es significativo más que para un individuo entonces no va a cambiar nuestra cultura, pero si es algo que puede moverse desde alguien que nunca tuvo acceso a la producción y circulación de la cultura para empezar a llegar a mucha otra gente, entonces creo que va a haber un cambio muy importante en las formas de operar de la cultura con estos nuevos medios.

¿Cómo ve a la escuela en este contexto? Usted tiene experiencia en producir videojuegos para usos escolares, ¿puede contarnos un poco más sobre eso? ¿Cree que hay una incompatibilidad entre la lógica del videojuego y el espacio y tiempo escolares?

Para mí, el objetivo central es luchar para que haya una cultura más participativa, esto es, una democratización y una diversificación de la cultura. La educación, en mi opinión, está alineada con ese objetivo, porque trata de asegurar que todos los chicos tengan las habilidades necesarias para participar de una manera significativa en este nuevo mundo, con más control de los medios por parte de los ciudadanos. Ahora bien, no siempre es fácil introducir los nuevos medios en las escuelas. Creo que el verdadero problema, más que el espacio, es el tiempo escolar, porque lo digital explota en la escuela pero el tiempo sigue siendo una limitante con la que hay que trabajar. Hicimos un proyecto junto con Kurt Squire (financiado por Microsoft al principio, pero terminamos sin entendernos bien con ellos) que se llamó "Games to teach" (Juegos para enseñar). En ese proyecto tuvimos que pensar muy bien cómo conjugar el ritmo del videojuego con el de la escuela, porque nos solía pasar que, justo cuando los chicos estaban llegando a la parte más jugosa, sonaba el timbre, fin de la clase, y se perdía casi todo. Entonces tuvimos que decidir si diseñábamos juegos para jugar después del horario escolar o si producíamos videojuegos fragmentados en porciones de tiempo que se acomodaran a la escuela. La verdad es que probamos ambos modelos en distintos momentos. Por ejemplo, el videojuego "Revolution" (sobre la revolución de la Independencia) fue diseñado para ser un juego de varios jugadores, bastante modesto, que puede ser jugado por veinte personas en la clase, con unidades de 50 minutos cada una, reflejando la estructura diaria de las clases. Mientras que "Lure of the labyrinth" (El misterio del laberinto), que hicimos con otro colega, Scott Osterweil, fue pensado como una serie de niveles para llevarse como tarea para el hogar. El docente podía seguir al alumno y decirle: "Anoche llegaste al nivel 17. ¿Cuál fue el desafío? ¿Cómo encontraste el problema que estuviste trabajando? ¿Qué funcionó y qué no funcionó? ¿Cómo resolviste el problema? Quiero mostrarte la ecuación, porque usaste un principio matemático...". Y el alumno puede entender eso porque jugó el juego. Y puede ir a jugar el juego de nuevo y ver si entender ese principio matemático le permite jugar mejor el videojuego.

¿Cuáles son las tecnologías que no deberían faltar hoy en un aula?

No deben faltar libros, mapas, videos, celulares ni computadoras. Creo que todas las tecnologías tienen su lugar potencial porque no queremos darle el control del aula a la tecnología sino encontrar el balance justo entre los diferentes modos de procesar información.

En relación con el conocimiento de los docentes, ¿qué debe saber un docente hoy para vincularse a los nuevos medios? ¿Cuánto conocimiento técnico hace falta? Ese es un aspecto que atemoriza a muchos docentes que sienten que no saben nada de eso…

Esta es una pregunta crucial sobre la que necesitamos pensar. Diría que las competencias más técnicas -cómo usar tecnología, cómo usar ciertos programas- son competencias importantes pero no suficientes. Lo fundamental son las competencias sociales y culturales que tienen que ver con plataformas transmediáticas, es decir, que están en varios medios. Aunque no sepamos muy bien para dónde va la tecnología, hay cosas que sí sabemos que necesitamos saber -valga la redundancia-: cómo compartir conocimiento, cómo saber trabajar en redes y distribuir información, cómo reapropiarse/remixar contenidos, cómo el juego es una fuente de descubrimientos, o cómo trabajar con visualizaciones y simulaciones. Todas estas competencias están vinculadas con la tecnología, pero podemos tener distintas tecnologías con las que desarrollarla. Podemos tener escuelas con muchas máquinas o con pocas máquinas, pero lo importante es desarrollar estos "hábitos de la mente" -como suelen llamarse en inglés-, estas formas de pensar que son las que organizan nuestra relación con el mundo de los nuevos medios. Los docentes suelen estar abrumados por la tecnología, pero cuento algo: yo soy terrible con la tecnología. Si toco un aparato, ¡deja de funcionar! Y no puedo usar la impresora de mi computadora. Ese problema lo enfrentamos todos, incluso en el MIT Media Lab que es un centro de avanzada donde hay todo tipo de computadoras sofisticadas, y sin embargo, también a veces hay que lidiar con la tecnología y el proyector que no anda. Los docentes, claro, se sienten sobrepasados. Entonces, si uno coloca grandes demandas de conocimiento tecnológico, los docentes no van a poder seguirlo. El objetivo tiene que ser diseñar la tecnología para que pueda ser usada, tiene que ser accesible.

Volvamos al inicio. ¿Usted es fundamentalmente optimista acerca de cómo se van a desarrollar los nuevos medios? Algunos creen que puede haber una gran manipulación y sincronización de la opinión pública a través de todas estas redes.

No me gusta ese argumento. La gente suele ser más crítica, creativa y transformadora de lo que los medios proponen, y uno puede ver cosas muy interesantes producidas a partir de los medios. Estamos en un momento de lucha y hay un potencial grande para una cultura participativa, quizás como nunca la hubo en la historia humana. La pregunta es si nos retiramos de esa lucha porque creemos que ya está perdida de antemano, o la peleamos con todas las piedras que encontremos cerca. Permítame un rodeo. El discurso de Martin Luther King: "Tengo un sueño de una sociedad donde los niños blancos y los niños negros se sienten juntos al pie de la montaña…" fue muy importante en mi infancia en Atlanta. Esta imagen fue constructora de la transformación de las relaciones raciales en los Estados Unidos. Y él no dijo nada del estilo de "las computadoras nos van a llevar hasta ahí, confiemos en la tecnología". No, dijo que había que tener un plan y que, aunque él no lo viera en el curso de su vida, había pasos y etapas que había que ir haciendo para llegar hasta ahí. La genialidad de Martin Luther King fue armar un plan para pelear contra el racismo. Podríamos, entonces, seguir este modelo, decir: "Este es el sueño, estamos acá, y tenemos que hacer todo esto para llegar hasta donde queremos llegar". Creo que ese es el rol de un intelectual público, moverse donde sea necesario: entre la gente de los medios, entre los políticos, entre los educadores, en las aulas, en los blogs, en donde sea, y ayudar a que esos pasos vayan definiéndose. Diría que soy un utópico crítico, sin ingenuidades. No es que creo que estamos en el mejor de los mundos, para nada. Hay una frase de John Fiske que me gusta mucho que dice que los nuevos medios representan nuevas oportunidades para la lucha. Estamos en una lucha y no hay garantías de que nuestra cultura sea más democrática y participativa. Pero hay un potencial para que eso suceda, y hay que estar allí y ver qué se hace para llegar hasta donde uno quiere llegar.

28 de abril de 2012

Jacques Bouveresse: "El verdadero problema de la corrupción no es tanto que exista, sino la tolerancia y la indulgencia de las que se beneficia por parte de la gente corriente"

El filósofo francés Jacques Bouveresse (1940) ha centrado su labor ensayística en derredor de la filosofía de la ciencia, la epistemología y la filosofía analítica. Asimismo es conocido por sus obras críticas sobre las -a su juicio- imposturas científicas e intelectuales de la filosofía francesa de los años '70, particularmente la desarrollada por pensadores como Jean François Lyotard (1924-1998), Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y Jacques Derrida (1930-2004). Bouveresse estudió Filosofía en la Ecole Normale Supérieure y enseñó en la Sorbonne y en la Université de Paris I. Actualmente es profesor de Filosofía del Lenguaje en el Collège de France. Reconocido como un gran especialista en el pensamiento de Ludwig Wittgenstein (1889-1951), ha escrito varias obras sobre el filósofo austríaco, entre ellas "Wittgenstein. La rime et la raison, science, éthique et esthétique" (Wittgenstein y la estética), "Expérience, signification et langage privé chez Wittgenstein" (Experiencia, significación y lenguaje privado en Wittgenstein), "Philosophie, mythologie et pseudo-science. Wittgenstein lecteur de Freud" (Filosofía, mitología y pseudociencia. Wittgenstein lector de Freud), "Wittgenstein, la modernité, le progrès et le déclin" ( Wittgenstein, la modernidad, el progreso y la decadencia) y "Wittgentstein ou les sortilèges du langage" (Wittgentstein o los sortilegios del lenguaje). Bouveresse es también un acérrimo crítico del periodismo sensacionalista y de la prensa en general, a la que le reprocha su falta de independencia. En esa línea, publicó en 2007 "Satire et prophétie. Les voix de Karl Kraus" (Sátira y profecía. Las voces de Karl Kraus), libro en el que presenta cuatro estudios que realizó sobre el célebre periodista satírico austríaco. Karl Kraus (1874-1936), para muchos el espíritu más ingenioso, cáustico y mordaz de la Viena de comienzos del siglo XX, se encargó de fustigar y ridiculizar a la decadente burguesía y a los medios artísticos, literarios y periodísticos germánicos de su época desde las páginas del periódico "Die Fackel". Kraus, quien veía en el tratamiento desaliñado de sus contemporáneos hacia el lenguaje un síntoma de descuido negligente hacia la mayor parte de las cosas, publicó numerosos ensayos y artículos entre los que cabe mencionar "Die demolirte literatur" (La literatura demolida), "Literatur und lüge" (Literatura y mentira) y "Die sprache" (La lengua). La crítica que ejerció Kraus sobre el papel de la prensa a finales del siglo XIX y principios del XX, claramente interesada y controlada por los poderes políticos y económicos, mantiene su vigencia en la actualidad. En su anterior ensayo sobre este tema -en el que también se apoyó en la obra de Kraus- "Schmock ou le triomphe du journalisme. La grande bataille de Karl Kraus" (Schmock o el triunfo del periodismo. La gran batalla de Karl Kraus) advierte Bouveresse: "Como todas las empresas que están orientadas principalmente a la búsqueda de la ganancia, las de prensa tienen obviamente una necesidad esencial de hacer creer a la opinión pública que realmente desempeñan una función noble, y que trabajan, de hecho, sólo para el mayor beneficio de todos. Pero la diferencia con las demás empresas es que disponen de medios excepcionalmente poderosos y eficaces para imponer esa mentira". Sobre estas cuestiones se explaya Bouveresse en las entrevistas efectuadas por Bibiana Ripol e Ima Sanchís y publicadas por el diario español "La Vanguardia" los días 30 de octubre y 8 de noviembre de 2011 respectivamente.


¿Qué herramientas puede aportar la filosofía a la sociedad? ¿Cuál podría ser el papel del filósofo actualmente?

Siempre me ha sorprendido el magisterio supremo que los filósofos están convencidos de poder ejercer cuando se trata de cuestiones sociales y políticas, y de la contribución determinante que creen ser capaces de aportar para resolver estos problemas. Al igual que Wittgenstein, estoy convencido de que la filosofía no tendría demasiado interés si únicamente consiguiera que la gente fuese capaz de plantearse cuestiones de lógica abstrusa y no contribuyera también a mejorar su forma de pensar y hablar sobre aspectos más importantes de la vida cotidiana. Como también decía Wittgenstein, raramente se sabe exactamente lo que hay que decir, pero en muchos casos es posible saber con certeza lo que no hay que decir o al menos no decirlo de la forma en que suele hacerse. En tanto que filósofo, debo reconocer que a menudo me sorprende cómo a veces se habla para proclamar contraverdades evidentes o simplemente para no decir nada sobre las cuestiones que precisamente son las más importantes. Por desgracia, esto es lo que ocurre con frecuencia en el caso de la política.

¿Qué le llevó a estudiar a Karl Kraus?

Si no recuerdo mal, Pierre Juquin, un germanista destacable y mi profesor de alemán en el Liceo Lakanal durante los años 1959/1961, fue el primero que me habló de Kraus. Paulatinamente fui adquiriendo toda la obra del autor vienés, y podría decirse que desde principios de los sesenta no he dejado de leerlo. Quizá porque la actualidad nos brinda constantemente motivos para hacerlo.

¿Qué significó el periódico "Die Fackel" creado por Kraus para la sociedad vienesa de la época?

Para mucha gente era el defensor por excelencia de la verdad y la moral contra todas las formas de la mentira y la corrupción, ya fuese política, moral, intelectual o artística. El estaba convencido de que primero hay que barrer la propia casa, una actitud que desgraciadamente es poco habitual y que sería muy recomendable para todos los individuos y todas las naciones. Parece lógico que con su comportamiento fuese objeto tanto de admiraciones desmedidas como de manifestaciones de ira de una violencia inusitada. Para Kraus, el verdadero problema de la corrupción no era tanto que exista, ya que no se puede esperar que desaparezca completamente, sino la tolerancia y la indulgencia de las que se beneficia por parte de la gente corriente y a menudo incluso por parte de aquellos que son sus víctimas. Esto es más cierto que nunca en las sociedades regidas por los principios del neoliberalismo triunfante, en las que el reino del individualismo, del dinero, del provecho y de la competencia más o menos salvaje lleva a que la honradez tenga cada vez menos peso frente al cinismo.

¿El periodismo del que hablaba Kraus difiere mucho del periodismo de hoy en día?

En algunos aspectos las cosas son distintas, pero en otros lo son apenas o incluso no lo son en absoluto. En general, la prensa está más controlada y reglamentada de lo que lo estaba en Austria en la época de Kraus. El percibía que la prensa iba camino de convertirse en una especie de poder absoluto al que no se le oponía ningún contrapoder real y ante el cual el Estado había optado por abdicar completamente. Cuando atacaba a la Neue Freie Presse y a su propietario, Moritz Benedikt, estaba anunciando a los Rupert Murdoch y a los Berlusconi de la actualidad. Da la sensación, a pesar de los evidentes cambios que ha habido desde la época de Kraus, que la prensa sigue comportándose esencialmente del mismo modo. Recientemente hemos tenido una confirmación de ello en el llamado "caso Dominique Strauss-Kahn". En estas ocasiones resulta difícil saber si lo primero que han perdido los medios de comunicación es el sentido del ridículo, el de las proporciones o el del respeto más elemental por la vida privada y por los individuos.

La crítica de Karl Kraus apuntaba principalmente a la prensa. ¿Cuál cree que sería la opinión de Kraus sobre la radio y la televisión?

No creo que le tranquilizara en absoluto ver que vivimos en el mundo de la televisión (que evidentemente no conoció, aunque sí conoció y utilizó sin aparente desagrado la radio), al menos tanto y a menudo más que en el de la realidad. El había comprendido anticipadamente que, lejos de desarrollar la imaginación y la sensibilidad, la omnipresencia y el poder absoluto de la imagen surten el efecto contrario: las debilitan y finalmente las anestesian. Lo impensable sucede por la incapacidad de imaginarlo y porque se es incapaz, cuando llega el momento, de percibirlo y verlo en todo su horror. Para Kraus, la propaganda nazi consiguió convencer a la gente de que incluso las atrocidades que había presenciado no habían ocurrido y que no eran más que una invención del enemigo.

¿Según usted, cómo inciden en la opinión pública les redes sociales como Facebook y Twitter?

Desde el punto de vista de Kraus, es posible que incluso haya motivos para alegrarse de que la prensa ya no disponga del monopolio para crear la opinión pública y se enfrente con una competencia cada vez más seria y con una capacidad de réplica que hasta ahora no conocía. Dicho esto, no creo que Kraus considerase una conquista real que todo el mundo, gracias a internet, pueda convertirse en un periodista aficionado. No hay que olvidar que él creía que el periodismo es un oficio difícil y comprometido que debería someterse a exigencias particularmente estrictas que desgraciadamente no suelen respetarse, como la comprobación escrupulosa de los hechos y el respeto absoluto a la vida privada de la gente. Pero, actualmente, parece que cualquiera puede afirmar prácticamente cualquier cosa sin sentirse obligado a comprobar nada y entregarse impunemente a la indiscreción, al exhibicionismo y al voyeurismo de la peor especie.

Según su opinión, el análisis que hizo Karl Kraus del nazismo fue malinterpretado. ¿De qué modo?

Los dos principales problemas de Kraus han sido, por un lado, que se ha malinterpretado su famosa frase "Sobre Hitler no se me ocurre nada", y por otro lado que, en 1932, Kraus rompió con la socialdemocracia y, en 1934, se alió con Dollfuss porque creía que él encarnaba la última esperanza para Austria de evitar la anexión con la Alemania nazi. Todavía hoy en día los prejuicios, el desconocimiento de la historia, la parcialidad y la mala fe hacen que, de forma absolutamente incomprensible para mí, se perdone antes la admiración que Heidegger sentía por Hitler y su adhesión explícita y prolongada al nazismo que el hecho de que Kraus se alineara al lado de Dollfuss.

¿Qué opina del sistema educativo en las universidades de Europa?

Desgraciadamente no conozco de forma precisa cuál es la situación en las universidades europeas; en realidad, ni siquiera en la universidad francesa, ya que no imparto clases desde 1995, año en que fui elegido para el Collège de France. Sin embargo, me sorprende que la información filosófica circule poco, mal y normalmente en sentido único entre los países de la Europa occidental, ya que teóricamente están muy cerca los unos de los otros. Otra circunstancia que me preocupa, y a la que soy particularmente sensible, es el terrible fracaso de la democratización de la enseñanza superior, que para mi generación representaba una aspiración fundamental y un motivo de esperanza. En ese aspecto soy más bien pesimista; me parece muy posible que acabemos padeciendo todos los inconvenientes del sistema norteamericano y prácticamente ninguna de sus ventajas.

¿Alguno de los medios de comunicación actuales le merece respeto particularmente?

Me parece que para ser respetado, en primer lugar hay que comportarse de manera respetable. Creo que, en su caso, deberíamos sentirnos muy satisfechos si al menos se comportaran de forma más o menos aceptable, lo cual desgraciadamente no es el caso. En ciertos momentos sería de agradecer que los profesionales de la comunicación reconociesen, como algunos de ellos hacen a veces, que sólo son comerciantes que venden un producto un poco especial, en vez de repetir una y otra vez que cumplen con el deber sagrado de la información, servidora únicamente de la transparencia, la verdad y la moral. Como dijo Kraus: "Los hipócritas de la moral no son despreciables porque actúen de forma distinta de la que profesan, sino porque profesan algo distinto de lo que hacen. Que esa gente beba vino no es lo que habría que desenmascarar, sino que prediquen el agua".

Usted ha dicho que entiende y aprueba los movimientos de rebelión que está produciendo la actual crisis. Toda una declaración de principios...

Kraus ya denunció a principios del siglo XX el fenómeno de la dictadura del mundo financiero. Me gustaría que las nuevas generaciones supieran que para realizarse en la vida no sólo cuenta el dinero. La vida es un esfuerzo digno de mejor causa.

¿Cree que no lo perciben?

Hay demasiada gente en el mundo que vive en condiciones miserables y se acepta tranquilamente; es espeluznante. A la crisis financiera se suma la crisis moral, esa incapacidad de mostrar sensibilidad hacia los demás, y tiene consecuencias catastróficas.

Culpa usted a la prensa de muchos de los males contemporáneos...

El principal problema es su falta de independencia. Kraus ya anticipó en 1899 el peligro de que el poder económico, el político y el mediático estuvieran en las mismas manos. Creo que lo más difícil es saber hasta qué punto la prensa refleja la opinión pública o la crea. La prensa estadounidense más seria se dejó manipular por el Gobierno para decir que había armas de destrucción masiva en Iraq y que era necesaria una guerra.

¿Qué hace falta para hallar un poco de paz, de felicidad?

En las sociedades en las que vivimos, cada vez es más difícil hacer esa distinción entre las necesidades esenciales y las que no lo son. Nos proponen cosas por todas partes, los objetos nos estorban. Nos creamos necesidades artificiales de las que somos cada vez más dependientes. Nos rodeamos de obstáculos que paradójicamente nos impiden llevar una buena vida. Déjeme que le cuente un cuento de Tolstoi. Es la historia de un campesino a quien el propietario le dice que le regalará la tierra que sea capaz de recorrer en un día. El campesino corre y corre. Cuando al final del día llega al punto del que había partido está tan exhausto que muere de agotamiento. Al final ha obtenido la extensión de tierra que necesitaba para poder yacer en ella.

En 2010 usted rechazó la Legión de Honor. ¿Cuál fue la reacción de la prensa y de la opinión pública ante su rechazo?

Por lo visto he llamado más la atención de la prensa por rechazar esta distinción que por los treinta libros que he publicado. En cuanto a las reacciones, he recibido cartas de felicitación de políticos de la izquierda por haberla recibido, y también cartas muy emotivas de gente anónima, de diversos ámbitos, que por el contrario me felicitaban por haberla rechazado. Pero lo más destacable es que, todavía hoy en día, en Francia, es muy difícil que le reconozcan a uno como un intelectual de izquierdas si se lo cataloga de filósofo analítico. De todos modos, el mundo político, ya sea de derechas o de izquierdas, no muestra demasiado criterio cuando se trata de elegir a sus intelectuales de referencia, que son más o menos los mismos que los de los medios de comunicación y entre los cuales no hay muchas posibilidades de encontrar a un filósofo de mis características. Si uno se atreve a criticar duramente determinados aspectos de nuestras glorias nacionales como Althusser, Derrida, Deleuze, Lyotard, Foucault, Badiou, etc., cuya obra, supuestamente, determina qué significa ser de izquierdas en filosofía, no puede uno ser, para sus admiradores incondicionales, más que un reaccionario o incluso un antipatriota.

Al renunciar a la Legión de Honor renunció también a una tentación de poder y éxito.

No fue un sacrificio. A los veinte años me tentó la carrera política, pero comprendí que no podría. Se trata de un oficio en el que hay que mentir constantemente. Es el caso de los partidos que están ahora en el poder en Europa; todos pretenden hacernos creer que ellos tienen soluciones. Me cuesta mucho creer en la política.

Como le ocurre a un gran número de ciudadanos corrientes...

Ese escepticismo en la política es un fenómeno muy peligroso. Existe la tentación de volver a soluciones arcaicas como el nacionalismo o el populismo, el regreso de los egoísmos nacionales.

¿El nacionalismo es egoísmo nacional?

Ha sido el responsable de las peores catástrofes del siglo XX. Por eso siempre deseé un debilitamiento progresivo del sentimiento de pertenencia nacional en provecho del de pertenencia a una comunidad mucho más amplia, Europa, y más adelante el de pertenencia a la comunidad humana.

¿Qué ha sido lo esencial en su vida?

El amor por las personas próximas, y de forma más general por el ser humano. No resulta fácil amar a los seres humanos en general. Jonathan Swift, el autor de "Los viajes de Gulliver", dijo: "Amo a X, a Y, a Z, pero no amo al hombre en general". A mí me ocurre lo mismo.

Es difícil empatizar con el sufrimiento de un desconocido...

La humanidad sigue dando gente extraordinaria. Pero cada vez que creemos haber superado un escollo decisivo volvemos a caer en él. Me sorprende el ansia asombrosa de dominarse los unos a los otros. La cualidad humana que más admiro es el altruismo. Lo que más me entristece es no haber sido capaz de ser más generoso, de amar a más personas. Lo más triste es no ser mejor, tener más comprensión y compasión. Pienso en la situación de Africa y me pregunto: ¿qué he hecho yo para ayudar?

Para enfrentarse a la vida, un buen equipaje es el espíritu crítico, la capacidad de amar a los otros. ¿Qué más?

El placer de conocer y comprender. Y el de rebelarse contra los aspectos de la realidad que son intolerables, algo muy cotidiano como es resistir a todos los mecanismos de propaganda que nos moldean. No sé hasta dónde llegará el movimiento de los indignados, ese fenómeno inesperado. Creemos que las nuevas generaciones han alcanzado un elevado nivel de resignación, pero estamos viendo su capacidad de rebelarse.

¿Qué idea ha iluminado más su vida?

Una entre muchas sería la máxima de Epicteto: "No son las cosas las que turban a los hombres, sino la idea que se hacen de ellas". Hay que estar dispuesto a trabajar seriamente en nuestro mundo interior.