13 de agosto de 2014

Eric Hobsbawm: "El marxismo es una forma de interpretar el mundo que ha probado y continúa probando su extrema utilidad" (2)

Eric Hobsbawm, junto a los historiadores británicos Maurice Dobb (1900-1976), Christopher Hill (1912-2003), Rodney Hilton (1916-2002) y Edward Palmer Thompson (1924-1993), fundó en 1952 la revista "Past and Present" y protagonizó una importante renovación historiográfica. Muchos de ellos abandonaron el Partido Comunista tras la invasión a Hungría en 1956; Hobsbawm, en cambio, permaneció en él desde su afiliación en 1935. Nacido en Alejandría en 1917, el estallido de la Primera Guerra Mundial impidió a la familia Hobsbawm regresar a Inglaterra. Radicado en Viena, el futuro historiador se incorporó a la juventud socialista. Entre 1930 y 1933 se mudó a Berlín, donde leyó por primera vez a Karl Marx (1818-1883) y vivió el ascenso del nazismo al poder. Durante la Segunda Guerra Mundial se incorporó como voluntario al ejército inglés y, a su finalización, estudió en el King's College de Cambridge, donde se doctoró en Historia. Hobsbawm reconocería en sus memorias, "Interesting times" (Años interesantes) publicadas en 2003, que "dadas las fuertes visiones que el Partido y la Unión Soviética tenían del siglo XX, uno no podía escribir sobre nada posterior a 1917 sin afrontar la alta probabilidad de ser denunciado como un hereje político". A continuación, la segunda parte de la compilación de entrevistas concedidas por el gran historiador británico.


Nuestra sociedad se desarrolla según el concepto de "sociedad de los dos tercios". Básicamente, es una versión moderna de la teo­ría de las "dos naciones" de Disraeli. El problema es simple­mente que una minoría de la sociedad (los desempleados y sus familias, los que sobreviven gracias a pequeñas pensio­nes, las madres solteras que se ven forzadas a vivir de la seguridad social, los trabajadores marginales que pueden verse nuevamente abocados al desempleo en cualquier momento) se ve relegada al último lugar de la fila, mientras que la mayoría (incluyendo muchos obreros especializados) gozan de una posición más segura. El peligro es que esta parte de la fuerza de trabajo se vea simplemente "captada" o atraída por estratos superiores. ¿Cómo puede evitar esto la izquierda?

Su idea de la "sociedad de los dos tercios" me parece adecuada. Verdaderamente es cierto que, incluso en Gran Bretaña, que quizás ha sufrido relativamente más que otros países, la mayoría de la gente, incluyendo la mayoría de la clase obrera, no está peor que antes, sino que está me­jor. La minoría puede ser tenida más o menos en cuenta, de­jando aparte el hecho de que la distribución de votos en el Reino Unido más o menos garantiza al Partido Laborista una representación parlamentaria desproporcionada en Escocia, el norte de Inglaterra, etc. Pero esto no es lo mismo. Uno se pregunta si aún queda algo de la antigua ética izquierdis­ta de la solidaridad; la solidaridad que produjo en sus inicios el movimiento obrero y que lo caracterizó desde entonces.

Seguramente no se trata tan sólo de la ética. Tam­bién ha habido un cambio parcial en situaciones sociales con­cretas, al menos en Alemania occidental. Observemos la desintegración de los distritos de la clase obrera, la forma en que la gente se trasladó a los suburbios. Todo esto, evidente­mente, potencia el desmoronamiento del entorno de la clase obrera, al menos en Alemania occidental, donde sólo en al­gunas zonas de la cuenca del Ruhr siguen existiendo distritos obreros hasta cierto punto homogéneos.

Sí. Pienso que muchísimos factores históri­cos han contribuido a la destrucción de la solidaridad de la clase obrera. Lo que usted apunta es totalmente cierto hoy en día. Pero entre 1880 y 1920, y quizás incluso entre 1880 y la Gran Depresión, ocurría todo lo contrario. Primero, la so­ciedad industrial se basaba en una constante afluencia de trabajadores. Esta gente iba a las ciudades y formaba grandes ejércitos de obreros. Segundo, el desarrollo tecnológico de la época no dependía sólo de la concentración de capital, sino también de la concentración de producción. Surgieron enor­mes factorías en las que miles de trabajadores se reconocían unos a otros como compañeros. Y tercero, con la excepción de Estados Unidos, la era de la sociedad de consumo aún no había nacido, y el conjunto de la clase obrera, incluyendo los obreros especializados y con mayor experiencia, se veían constreñidos a una existencia prác­ticamente marginal. Por esta razón todos compartían un es­tilo de vida fundamentalmente diferente del de la burguesía y de la nueva clase media, así como de las clases rurales. En mis cursos siempre pido a mis alumnos que identifiquen el momento en que los trabajadores empezaron a llevar la go­rra que se convirtió en el símbolo internacional del proletariado. La gente se reconocía a sí misma como clase, incluso estando claro que había diferencias entre un mecánico muy especializado y un peón de los astilleros. Pero estaban en el mismo barco. Ahora, y especialmente después de la guerra, sucede todo lo contrario.

Verdaderamente teníamos que mejorar el nivel de vida de las gentes; este era el gran logro del movimiento obrero reformista. Pero al hacerlo perdió su propia base de apoyo.

Es posible. Pero no creo que el movimiento obre­ro deba tener demasiada mala conciencia por ello. Las refor­mas de los barrios pobres, por ejemplo, también formaba parte de los movimientos obreros en el período de entreguerras, y la gente fue resituada en nuevas zonas de viviendas sin que necesariamente perdiese su sentimiento de solidaridad o de conciencia de clase. De hecho, ya se había formado la base de un nuevo proletariado. La empresa automovilística Ford se sirvió del reasentamiento de londinenses propiciado por la administración del condado de Londres, y erigió su fábri­ca principal en Dagenham, convirtiendo a esta gente en una clase obrera industrial. Lo que sucede hoy en día es que la gente se traslada no sólo a nuevas zonas de viviendas, sino a zonas nuevas y socialmente heterogéneas; por eso la clase obrera está -por decirlo así- en una fase de desmorona­miento y desintegración.

Los obreros se han equiparado con los oficiales de mayor categoría, y puesto que muchas veces conducen el mismo tipo de coche, mucha gente cree que también debe­rían votar por el mismo partido.

Pienso que hay otros muchos factores que con­tribuyen a ello; por ejemplo, nuestra sociedad de consumo, que ofrece a la gente casi las mismas posibilidades de consu­mir y que en gran manera la privatiza. Lo que tengo en mente es simplemente que hay más cosas en las que gastar el di­nero, y hay más dinero para gastar; a causa de ello, la vida colectiva, tanto dentro como fuera de la fábrica, se ha debili­tado mucho.

Las clases "en sí mismas" siguen existiendo, mien­tras que las clases "para sí mismas" han desaparecido. Todas han subido en el ascensor. Pero sin duda persisten claras di­ferencias de clase; la auténtica diferencia entre las clases propietarias y los trabajadores no se ha esfumado. Sin em­bargo, la conciencia de ello se ha alterado considerablemente mediante este "efecto ascensor", propiciando el rápido desa­rrollo de este modelo de sociedad de los "dos tercios". Los obreros especializados de los sectores clave, en los que los trabajos son seguros, se sienten tan seguros psicológicamente que, para algunos de ellos, la ética de la solidaridad de la que usted ha­blaba antes es algo totalmente olvidado.

Bien, verdaderamente no sé cómo podríamos juz­gar esto. No dispongo de ninguna base sólida de compara­ción entre los años treinta y la presente década. Lo que usted consideraba cierto en los años setenta lo sigue siendo ahora: si cierra toda una empresa o una sección de una industria, los obreros pueden movilizarse. Si sólo se despide a un tercio de los trabajadores, éstos son sacrificados.

Por si fuera poco, no los despiden tajantemente, sino que "los dejan ir" de una manera muy elaborada: por ejemplo, a los mayores se les induce a jubilarse anticipada­mente. Muy pocas veces echan a la gente brutalmente, por lo menos en Alemania occidental.

Pero al tiempo que usted afirma que las clases exis­ten todavía, no debemos olvidar que la clase obrera, en el sentido del antiguo proletariado industrial, está mermando. Al­gunos dirían que simplemente lo que ocurre es que está siendo sustituida por los empleados de "cuello blanco". Pero sigo pensando que, existencialmente, por decirlo así, quienes trabajan en las ofici­nas sienten de manera diferente de los que trabajan en cadenas de producción. Pienso que incluso Marx subesti­mó la diferencia entre el trabajo manual y el intelectual. Cier­tamente era consciente de ella, pero no apreció en toda su mag­nitud que la conciencia de clase no se construyó sólo en función de las relaciones salariales, sino que procede directa­mente de la experiencia de la gente que trabajaba con sus ma­nos, que se las ensuciaba. Y pienso que el proletariado y las industrias basadas en el trabajo manual son aún un compo­nente importante, pero como clase representan una propor­ción mucho menor que antes de la población, y ciertamente menor de la que el movimiento socialista había previsto. Con­sidero que el principal problema de los que son reacios a adap­tarse a la nueva situación y prefieren lamentarse por la de­función del antiguo proletariado es que la clase obrera sobre la que se erigió nuestro movimiento ha disminuido.

Las últimas tres décadas han presenciado un considerable aumento de los ingresos, así como de las posibilidades educativas al alcance de las clases inferiores. Se ha producido un movimiento hacia la descentralización del lugar de trabajo y una mayor flexibilidad en los horarios laborales. Los individuos se despojan de sus leal­tades de clase y de las prestaciones estatales, pero adquieren dependencias en otros sentidos: dependen del mercado de tra­bajo o de su existencia consumista. Mi impresión es que la reacción de la izquierda ante esta campaña en pro del indivi­dualismo consiste en negar su existencia. ¿Qué opina usted?

Lo que se niega son los verdaderos y profundos cambios que se han producido en la estructura social y eco­nómica de la sociedad moderna, tanto si es en la forma de un giro hacia el individualismo como si no. Estos cambios son especialmente profundos desde 1950. Ejemplo de ello es que la desaparición como clase del campesinado -que Marx y otros ya predijeron hace cien años- finalmente ya es una realidad. Hasta los años cuarenta, cuando yo era estudiante, la pervivencia del campesinado era uno de los argumentos que se presentaban contra Marx...

En la Europa occidental hay más gente sin em­pleo que trabajando la tierra.

Exactamente, esta es la primera cuestión. La se­gunda y obvia es que la propia clase trabajadora ha cambia­do a causa del desarrollo tecnológico y la decadencia de las viejas industrias. Además, desde la década de los setenta se ha producido un cambio en la división mundial de la indus­tria, y toda la industria de los siglos XIX y principios del XX no puede seguir funcionando de la misma manera en su país de origen. Y esto no sólo es aplicable a la industria del car­bón y del acero; pienso que cada vez más este es el caso de la industria automovilística. El hecho es que, para los paí­ses industrialmente avanzados, cada vez es más necesario cam­biar a otras formas de producción. Por tanto, se producen diferencias y transformaciones sociales. Una vez más esto tiene que ver con el increíble auge de la sociedad de consumo, al principio inimaginable fuera de Estados Unidos. Hasta des­pués de la guerra hubiese parecido increíble imaginar que la mayoría de los trabajadores tendrían coche. Aún puedo re­cordar a un camarada que en 1941, durante la guerra, fue des­tinado a realizar tareas de organización en Coventry, y decía: "¡Saben muchachos, en Coventry los trabajadores tienen su propio automóvil!". Era algo casi milagroso. Y sucedía en los años cuarenta. Lo que intento decir es que los pobres de hoy viven como los ricos de ayer, y esto ha propiciado el de­sarrollo de la cultura de la juventud, creando las bases eco­nómicas para que cada generación desarrolle su propia cul­tura diferenciada. Esto era algo prácticamente inexistente antes de los años cincuenta, porque los adolescentes simplemente no tenían dinero. La política de izquierdas sólo ha integrado en parte las transformaciones experimentadas en el seno de la familia y los cambios en las relaciones entre los sexos y entre las diferentes generaciones. Esto explica el surgimiento de movimientos específicos no iniciados por la izquierda y sólo parcialmente vinculados a ella, como los Verdes, por ejemplo.

Creo que su descripción de lo que le está sucediendo a la gente me hace pensar que verdaderamente está tenien­do lugar un proceso de individualización, y que la gente se "deja ir" más. Por una parte, los individuos tienen más op­ciones abiertas ante sí, pero por otra tienen nuevas ataduras; están encadenados al mercado de trabajo y a su existencia consumista. Me remito a este concepto de individualización porque pienso que la socialdemocracia debe adaptarse mejor de lo que lo ha hecho en el pasado a los diferentes estilos de vida y a los diferentes niveles de renta. ¿Qué opina usted?

Pienso que probablemente su diagnóstico es co­rrecto; el movimiento obrero debe adaptarse mejor a una nueva individualización. Teóricamente, no está nada claro cómo po­drá hacerlo. Me parece que aquí hay un gran peligro; creo que el mayor problema es cómo reconciliar esta individuali­zación con la tradición colectiva de la solidaridad. Tomemos como ejemplo el estudio publicado por la periodista estadounidense Frances Fitzgerald sobre los nuevos movimientos so­ciales, sectas, etc. en Estados Unidos. Fitzgerald encontró que en realidad no se trata de movimientos colectivos, sino movi­mientos de gente que desea, más o menos, realizar sus pro­pios egos trabajando con otras personas en esos grupos. El peligro es que la gente no quiere trabajar para los demás sino para sí misma, que el paraíso se concibe como un paraíso pu­ramente individual.

¿Se refiere esto solamente a "movimientos" que protestan contra la construcción de carreteras en su vecin­dario, o estamos hablando del movimiento pacifista, por ejemplo?

Considero que incluye movimientos como el mo­vimiento pacifista, pero también aquellos en la órbita de los grupos extremistas de derecha. De hecho, en Estados Unidos, donde este proceso de individualización ha ido más lejos, incluso aquellos que afirman ser revolucionarios sociales de alguna manera creen que lo que obtendrán de la revolución verdaderamente será algo de un valor personal. No puedo explicarlo con precisión, pero hay un cierto tipo de fragilidad entre determinados movimien­tos de ultraizquierda, que hace que la gente pase de uno a otro y al cabo de un año o dos vuelva una vez más a buscar algo nuevo. Esto me parece un síntoma de una debilidad fun­damental. El problema, entonces, como usted y yo repetimos continuamente, es cómo todo esto se puede combinar con la "solidaridad" o, sencillamente, con trabajar para la otra gente.