13 de agosto de 2018

Juan José Saer: "La ficción mezcla, de un modo inevitable, lo empírico y lo imaginario"

Juan José Saer (1937-2005) nació en Serodino, Santa Fe, y falleció en París, ciudad en la que se había radicado en 1968 para ocupar una cátedra en la Universidad de Rennes. Hijo de inmigrantes árabes, a los diecisiete años comenzó su labor publicando poemas, cuentos y artículos teóricos en la página literaria del diario “El Litoral” de la ciudad de Santa Fe, donde también trabajó como periodista. Casi todas sus novelas transcurren en períodos muy reconocibles y emblemáticos de la historia argentina: la conquista de América en “El entenado”, la Revolución de Mayo en “Las nubes”, la llegada de los inmigrantes europeos entre 1870 y 1880 en “La ocasión”, los años de proscripción del peronismo en “Responso” y “Cicatrices”, la última dictadura militar en “Nadie nada nunca”, “Glosa” y “Lo imborrable”. La gran paradoja es que todo ese material se desentendió de su lugar de producción, París, para refundar una y otra vez el tiempo y el espacio al situar la mayor parte de su obra en el paisaje santafecino. “La patria de un escritor no es sino la infancia y la lengua”, señaló en una oportunidad. Así, el proyecto unitario de su obra se basó en la búsqueda de un discurso que expresase la complejidad de la representación, la importancia del recuerdo, la percepción que nunca puede ser unívoca, la ilusión de realidad. “La ficción no es una reivindicación de lo falso -decía en “El concepto de ficción”, un ensayo publicado en 1997-. Aun aquellas ficciones que incorporan lo falso de un modo deliberado fuentes falsas, atribuciones falsas, confusión de datos históricos con datos imaginarios, etcétera, lo hacen no para confundir al lector, sino para señalar el carácter doble de la ficción, que mezcla, de un modo inevitable, lo empírico y lo imaginario… La paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para aumentar su credibilidad… Narrar no consiste en copiar lo real, sino en inventarlo, en construir imágenes históricamente verosímiles de ese material privado de signo que, gracias a su transformación por medio de la construcción narrativa, podrá al fin -incorporado en una coherencia nueva- coloridamente significar”. La obra de Saer está considerada entre las más trascendentes de las últimas décadas en la literatura argentina. Fue un autor complejo y original, creador de una poética personal con fuertes marcas de identidad y dueño de un estilo narrativo difícil de encasillar y catalogar. Silvina Friera (1974), profesora de Literatura y periodista argentina, diría al cumplirse el décimo aniversario de la muerte del escritor santafecino: “La fuerza de lo diferente, la respiración de las frases y el virtuosismo. El deslumbramiento de una puerta que se abre para siempre: la puerta de la escritura. Lo invariable del estado del tiempo dentro y fuera de la novela. La potencia poética de la obra de Juan José Saer, desobediente y pertinaz, resiste cualquier tentativa de condensación”. Su obra, compuesta -entre otros títulos además de los ya mencionados- por “En la zona”, “Palo y hueso”, “La vuelta completa”, “Unidad de lugar”, “El limonero real”, “La mayor”, “El río sin orillas”, “La pesquisa” y “Lugar”, ha sido objeto de estudio por parte de la crítica académica, a la vez que adquirió un creciente grado de popularidad. En noviembre de 2003, Saer viajó a la Argentina: un viaje periódico en el que hacía escala en Buenos Aires para visitar las oficinas de editorial “Planeta”, y seguía luego a Santa Fe para visitar a su hermana y recorrer el escenario de toda su narrativa. La siguiente entrevista, a cargo de Fernando García, fue realizada en aquellos días, durante el que sería el último viaje que el escritor hizo por su tierra natal. Apareció publicada en el nº 609 de la revista “Ñ” el 30 de mayo de 2015, cuando se cumplían diez años de su fallecimiento.



¿Cuál es su reflexión sobre la narración?

Una narración podría estructurarse mediante una simple yuxtaposición de recuerdos. Harían falta para eso lectores sin ilusión. Lectores que, de tanto leer narraciones realistas que les cuentan una historia de principio a fin como si sus autores poseyeran las leyes del recuerdo y de la existencia, aspirasen a un poco más de realidad. La nueva narración, hecha a base de puros recuerdos, no tendría ni principio ni fin. Se trataría más bien de una narración circular y la posición del narrador sería semejante a la del niño que, sobre el caballo de la calesita, trata de agarrar a cada vuelta los aros de acero de la sortija. Hacen falta suerte, pericia, continuas posiciones de corrección, y todo eso no asegura, sin embargo, que no se vuelva la mayor parte de las veces con las manos vacías.

¿Qué es la soledad, uno de los temas abordados en su obra?

Yo creo que ese inmenso vacío, esa imposibilidad de fijar la vista en algo, hace que si de pronto un pájaro levanta vuelo desde los pastos, ese pájaro cobra una presencia tan nítida y compacta a fuerza de existir que crea en nosotros un sentimiento de extrañeza. Sentía eso cuando era chico. Yo vivía en Santa Fe, en un pueblecito de la llanura que se llamaba Serodino y, a menudo, dos o tres chicos salíamos al campo con las gomeras a cazar. O a nada. Y de pronto nos separábamos, cada uno se quedaba solo, perdido entre los pastos a menudo más altos que uno, en aquella planicie y... no sé, pero recuerdo que me invadía un sentimiento muy extraño. De despersonalización, de desrealización.

Cuando hablamos en Buenos Aires la vez pasada usted citaba a Fourier, “la civilización es la última etapa de la barbarie”. Ahora usted es un producto de la cultura. ¿Dónde se manifiesta la barbarie en su literatura?

Bueno, lo arcaico está siempre evocado en mis escritos. Lo arcaico puede aparecer en dos o tres líneas que se cruzan en mi literatura. Una es lo cósmico. Lo más arcaico es el cosmos. Lo otro, es lo pulsional, lo subconsciente. Y lo biológico, que se expresa a través de la sexualidad, mucho. A través de la repetición. Las especies. Eso aparece mucho en mis libros, la repetición demente de lo mismo. Ese es el “background” de lo arcaico en mis libros. Luego aparece lo arcaico en lo biográfico. En este sentido: nuestra infancia, nuestra vida empírica y consciente, tienen fases arcaicas a las cuales a veces no tenemos acceso porque el olvido nos las quitó. Y de pronto aparecen. Esos son los vectores de lo arcaico en mis libros.

¿Y lo cósmico?

Hay una presencia constante. Cuando se habla de lo ígneo, lo gaseoso. La referencia a la materia dispersa del universo que dio lugar al sistema solar.

Y está Rosario, recién en el desayuno me decía que es la ciudad más linda del mundo. ¿Por qué?

Exageraba… Rosario es la primera ciudad que conocí de niño, cuando vivía en el pueblo. Imagínese que ahí vi mi primer kiosco de caramelos, era como la cueva de Alí Babá para mí. Y ahí estudié, viví, pasé muchos momentos de mi juventud, en la facultad de Filosofía. Tengo muy buenos recuerdos pero de ahí a que sea la mejor ciudad del mundo... Muchos amigos que tengo dicen que es la más fea del mundo. Entonces quiero ir en contra de eso.

¿En “Lo imborrable” se refiere a Santa Fe o a Rosario?

A Santa Fe. Ahí aparece el hotel “Conquistador”. Y también el “Iguazú”. El “Conquistador” aparece por la impresión que le causa a Tomatis esa figura de neón, un monstruo plano sin espalda y es lo primero que ve luego de estar encerrado mucho tiempo…

Todo esto usted lo escribió en Francia. ¿Por qué se le aparecía la imagen de ese hotel?

Se me apareció cuando estuve acá en el ‘76, ya era la dictadura y ese cartel era una figura siniestra.

Y el encierro de Tomatis se lee como una metáfora de la dictadura…

Bueno, el encierro es para mí una clave de la dictadura. La gente vivía encerrada. Tenía miedo de salir a la calle. De todos modos, la mayoría de mis libros transcurren fuera de la calle. También es una metáfora de la depresión. Lo imborrable está comunicado con “Glosa”, con el final, donde ya se vislumbra lo que viene. Todos mis libros están comunicados; la comunicación viene más por los contrastes formales que por las intrigas. Mis novelas no constituyen una saga sino un ciclo. Una serie de cambios de situaciones sobre un fondo en el que hay cierta inmovilidad. Por ejemplo, hace algunos años tuve que releer un cuento de “En la zona”, “Tango del viudo”. Lo increíble es que esa relectura me inspiró toda la novela que estoy escribiendo ahora. Entonces vuelve a aparecer ese personaje Gutiérrez que había quedado perdido.

En estos días ha regresado a Serodino, un pueblo que no ha vuelto a ver desde 1968.

El campo en primavera es maravilloso. Esta planitud es genial; yo me sentí muy orgulloso cuando leí que Charles Darwin decía que a 40 kilómetros de Rosario es la tierra más chata que encontró en su vida. Ahora donde también es chato es entre Santa Fe y Córdoba. Ahí también, la llanura se manifiesta en toda su magnificencia. O sea, en toda su chatura.

¿Y Colastiné?

Colastiné era un paraje. Había apenas unas casitas en aquella época.

¿Y usted se fue de allí a París, directamente?

Sí. De allí a París...

Llegó a Francia en 1968. ¿Cómo encontró la Universidad francesa en ese año tan particular?

Cuando yo llegué, encontré mucha efervescencia de lo que había pasado dos meses antes. Los años que siguieron marcaron el retroceso de ese espíritu. Una involución muy tensa y mortífera, ¿no?, que yo veía continuamente. Una retirada constante, día tras día, año tras año. Yo lo veía en la Universidad, donde todas las medidas que se disponían iban contradiciendo el espíritu de mayo del ‘68 y, más, iban trayendo de regreso el régimen anterior. Dándole nombres rimbombantes y modernosos a las cosas, pero volviendo todo para atrás. Una vez tuve una discusión con unos estudiantes, hará siete años. Ellos pedían más exámenes. Yo les dije: “Ustedes saben que cuando yo entré acá, en 1969, la consigna era no más exámenes”. Quiere decir que hoy en París los estudiantes están pidiendo exactamente lo contrario de lo que se pidió en el ‘68. Y la enseñanza pragmática que se les da a los alumnos en un clima de desempleo ha hecho bajar el nivel de los estudios. Por lo tanto, los nuevos profesores que salgan de ahí tendrán muy poco nivel. Yo le aseguro que un estudiante de Letras de la UBA es mucho más culto que uno de La Sorbona, aún con las dificultades.

¿Qué le pasa con los fenómenos masivos? ¿Trata de aprehenderlos o los niega sólo porque se hacen visibles desde el mercado? ¿Qué le sugiere este retorno de la saga en el cine, por ejemplo?

Usted habla de “La guerra de las galaxias”, “Matrix”, esas cosas. Bueno eso es una lógica comercial; los procedimientos de “La guerra de las galaxias” son procedimientos anacrónicos y previsibles, están estudiados de acuerdo a los cuentos medievales. No hay ningún tipo de sorpresa. Es distinto lo que hizo Andrej Tarkovsky al tomar la ciencia ficción con “Solaris”, del polaco Stanislaw Lem. Desmonta el género y no fetichiza sus formas cristalizadas. La cultura se revela cuando es capaz de transformar la época, el estilo de vida, por su propia pertinencia. Por su propio peso. Por ejemplo, Macedonio Fernández. O el tango, cuando aparece es una verdadera creación original. Después evoluciona hacia una fetichización que a mí no me gusta nada. Le quieren dar al tango funciones totalizantes. El principal de ellos es Piazzolla. Quiere hacer del tango música barroca, romántica. Así llegamos a un efecto seudototalizador. Ya en los años ’30 Macedonio hablaba de esto cuando decía: “Mis argumentos no han de ser verdaderos porque no figuran en ninguna letra de tango”. Con la novela pasa lo mismo, se ha transformado en una mercancía. Por eso creo que el trabajo del novelista hoy es no escribir novelas. La novela está fetichizada, yo trato de que mis libros no parezcan novelas. “La invención de Morel”, por ejemplo, trabaja la novela sin fetichizar el procedimiento. Es una creación cultural pura, los otros siguen en ese proceso fetichizador sobre la forma de la novela.

¿Cuál es su relación vital y política con el peronismo?

El problema con el peronismo para mí, es que es una bolsa de gatos donde entran muchas cosas muy diferentes y ha producido grandes desgarramientos en la sociedad argentina. Declararse peronista para mí es imposible, yo por supuesto no lo soy. Pero tengo simpatía por ciertos sectores del peronismo que han tenido o no la posibilidad de tener poder.

Hay toda una tendencia a trabajar la tensión entre Borges y Perón como un espejo de la sociedad argentina del siglo XX. ¿Lo ve así?

Ah, bueno. Eso es absurdo, me hace pensar en el ranking de notoriedad, el “aplausómetro” del Colón. Es una confrontación de personalidades. Porque no ponemos a Gardel y Maradona, también.

Hablemos de “best-séllers” y modas.

Hace treinta años, los críticos elogiaban a Puig, que a mí mucho no me gusta. Reconozco que hay una cosa novedosa ahí, pero no muy disciplinada ni rigurosa.

En Puig tal vez haya una captación de la cultura de masas, de la que usted reniega largamente…

Sí, pero sin una vuelta de tuerca o mirada interesante. Entonces es para más de lo mismo. “El beso de la mujer araña” es un libro demagógico, absolutamente. Ese encuentro entre un homosexual y un guerrillero es pura demagogia.

¿Escribir lo hace feliz?

Yo nunca quise ser ninguna otra cosa que escritor. Fue mi única vocación. ¿Feliz dice usted? No sé. Por momentos sí. Soy lo que quise ser.