1 de febrero de 2019

César Vallejo. La inquietud política, social, introspectiva y personal

En César Vallejo hubo por lo menos dos hombres: el artista genial, "creador de la profundidad", y el ciudadano lleno de mundo, solidario y luchador, enfrentado al destino de un modo trágico. Su "inquietud introspectiva y personal" le inspiró los mejo­res poemas de su imponente obra lírica; su "inquietud política y social", buena parte de su obra en prosa.
César Abraham Vallejo Mendoza, poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista peruano, nació en Santiago de Chuco, en la zona andina norte del Perú, el 16 de marzo de 1892. Su numerosa familia (tuvo once hermanos) tenía raíces españolas e indígenas. Desde niño conoció la miseria, pero también el calor del hogar. Estudió Letras en la Universidad de Trujillo, en donde recibió el estímulo de la bohemia local formada por periodistas, escritores y políticos rebeldes. Allí publicó algunos poemas en la revista "Suramérica" antes de llegar a Lima a fines de 1917.
A principios de 1918 comienza a trabajar como maestro en el colegio Barros. Cuando en septiembre muere su director y fundador, Vallejo consigue el cargo de director. Al año siguiente fue nombrado profesor en el Colegio Guadalupe. Por entonces, en la capital peruana publicó su primer libro, "Los heraldos negros", uno de los más representativos ejemplos del posmodernismo.
En 1920 hizo una visita a su pueblo natal, donde se vio envuelto en unos disturbios producto de una revuelta popular. A Vallejo lo acusaron de incendiario, ladrón y homicida; por ello -y sin pruebas concluyentes- fue a la cárcel por algo más de tres meses. Ciro Alegría (1909-1967), su alumno en un colegio de Trujillo allá por el año 1915, contó cómo el maestro "fue asaltado por un grupo de forajidos que trataron de cortarle la melena" y cómo los vecinos de Trujillo se referían a Vallejo diciendo: "ése que se dice poeta", sosteniendo que "le faltaba un tornillo".
Esta experiencia generó una crítica y permanente influencia en su vida y su obra, y se reflejó de modo muy directo en varios poemas de su siguiente libro, "Trilce" de 1922. Esta obra -recibida tibiamente por la crítica- mucho después fue considerada como un momento fundamental en la renovación del lenguaje poético hispanoamericano, pues en ella Vallejo se apartó de los modelos tradicionales que hasta entonces había seguido, e incorporó algunas novedades de la vanguardia. Como nunca antes, había realizado una angustiosa y desconcertante inmersión en los abismos de la condición humana.


Su cuna, su condición social y económica, sus fracasos amo­rosos, su deambular de aquí para allá ganándose la vida como maestro, su bohemia entre fumaderos de opio, lupanares y tabernas, su arresto, proceso y posterior reclusión en la cárcel de Trujillo, la humillación y el menosprecio de la crítica oficial, crearon en su ánimo un sentimiento de amargura.
Un tiempo antes, Vallejo le había enviado unos versos al escritor y periodista Clemente Palma (1872-1946), un renombrado escritor que pasaba por ser uno de los personajes más importantes de la escena literaria peruana de inicios del siglo XX. Cuando éste leyó "Amada, en esta noche tú te has crucificado / sobre los dos maderos curvados de mi beso; / y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado, / y que hay un viernes santo más dulce que ese beso", le respondío al desolado poeta: "¿Ud. cree señor Vallejo que colocar una imbecilidad encima de otra es hacer poesía?... Mejor olvide la poesía".
Pobre y desamparado -más desamparado aún tras la muerte de su madre- Vallejo partió voluntariamente al exilio, en un viaje que sería definitivo. A su patria no regresaría jamás. Una década después escribiría: "...le pegaban / todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro / también con una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros, / la soledad, la lluvia, los caminos...". En 1923, con 31 años de edad, abandonó el Perú y se dirigió a Francia en el vapor Oroya, con una moneda de quinientos soles por todo capital, dejando publicados antes de partir el libro de cuentos "Escalas melografiadas" y la novela corta "Fabla salvaje".


En París, vivió sus primeros años entre la miseria y el hambre, hasta que pudo encontrar su primer trabajo estable en una nueva agencia de prensa llamada "Les Grands Journaux Ibéro-Américains" al tiempo que enviaba con regularidad artículos para las revistas "Variedades" y "Mundial" de Lima. Por entonces vivía en el atelier del pintor y escultor costarricense Max Jiménez (1900-1947), en donde se entera por los periódicos de la muerte de su padre. Tiempo después conoce al pintor español Juan Gris (1887-1927) con quien establece una gran amistad. También frecuenta al novelista norteamericano Waldo Franck (1889-1967), al escultor lituano Jacques Lipchitz (1891-1973), al poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948), al filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936) y al pintor brasileño Cándido Portinari (1903-1962) entre otros.
Con el poeta español Juan Larrea (1895-1980), una de las figuras mayores de la poesía vanguardista española, funda en 1926 la revista "Favorables París Poema" y comienza a colaborar con la revista "Amauta" (del quechua "hamawt'a", "maestro"), del teórico socialista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), al tiempo que profundiza sus estudios sobre el marxismo. También ese año obtuvo una beca menor de la universidad de Madrid, en donde continuó brevemente sus estudios de leyes.
En una crónica publicada en la revista "Variedades" del 7 de mayo de 1927, Vallejo expresó: "La actual generación de América no anda menos extraviada que las anteriores. La actual generación en América es tan retórica y falta de honestidad espiritual, como las anteriores generaciones de las que ella reniega. Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad y de vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana. Presiento desde hoy un balance desastroso de mi generación, de aquí a unos quince o veinte años".


En 1928 viaja por primera vez a la Unión Soviética mientras trabaja como corresponsal oficial para el diario "El comercio" de Perú. Cuando un año después regresa a la Unión Soviética, define su ideología revolucionaria profundizando sus estudios sobre el marxismo, al cual adhiere de forma definitiva, aunque por fuera del "comunismo" estalinista. Cuando vuelve a París es expulsado debido a su militancia comunista por el gobierno conservador y nacionalista de André Tardieu (1876-1945); entonces decide trasladarse a España nuevamente cuando declinaba el año 1930.
Testigo excepcional, la obra de Vallejo registra elementos claves de la vida política de España, en cuya capital escribió y publicó, en 1931, la novela "El Tungsteno". El cuento "Paco Yunque", también escrito en Madrid, fue editado en fecha muy posterior. La novela fue editada por la editorial Cénit; el cuento, no. El editor lo rechazó por "demasiado triste". Juzgadas con los preceptos de la retórica vanguardista de la época, "El Tungsteno" y "Paco Yunque" vendrían a ser obras fallidas, mediocres y ancladas en la estética del realismo decimonónico. Sin embargo, el tiempo demostró que ambas narraciones fueron ejemplares, paradigmáticas, en el sentido de que constituyeron el prototipo de novelas y cuentos que, años después, proliferarían en la frondo­sa literatura hispanoamericana.
También en Ma­drid publicó su ensayo "Rusia en 1931", una ampliación del artículo "Un reportaje en Rusia", publicado en 1930 por la revista madrileña "Bolívar". Por estas fechas trabajó febrilmente acumulando notas, pergeñando ensayos y escribiendo artículos sobre literatura, arte y política. Vallejo tiene el mérito de haber sido uno de los primeros escritores en lengua española que reflexionó críticamente acerca de una posible "literatura proletaria" y de un posible "arte revolucio­nario". En el ensayo "El arte revolucionario, arte de masas y forma específica de la lucha de clases" (publicado recién en 1973) dice: "La forma del arte revolucionario debe ser lo más directa, simple y descarnada posible. Un realismo implacable. Elaboración mínima. La emoción ha de buscarse por el camino más corto y a quemarropa. Arte de primer plano. Fobia a la media tinta y al matiz. Todo crudo, ángulos y no curvas, pero pesa­do, bárbaro, brutal, como en las trincheras".


Vallejo amaba el cine y admiraba a Sergei Eisenstein (1898-1948). Por eso su prosa narrativa tuvo mucho de guión cinematográfico. Su descripción de ambientes, personajes y situaciones fue un cons­tante movimiento de cámara, "arte de primer plano", puesto que "la emoción ha de buscarse por el camino más corto y a quemarropa".
Pese a la recomendación de su amigo Federico García Lorca (1898-1936), la obra dramatúrgica de Vallejo fue rechazada una y otra vez. Allí quedaron "Lock out", sobre un conflicto obrero en una fábrica metalúrgica; "Entre las dos orillas corre el río", ambientada en la Moscú soviética; "Colacho hermanos" una sátira que exponía a la democracia peruana como una farsa burguesa bajo presiones diplomáticas y de empresas transnacionales, y "La piedra cansada", obra de tono poético ambientada en la época incaica e influida por las tragedias griegas.
En 1932 regresó a París y contrajo matrimonio con Georgette Phillipart (1908-1984), la mujer que desarrollaría una gran labor de difusión de su obra tras su muerte, y poco tiempo después volvió a España, donde estalló la guerra civil. Este hecho le inspiró el poemario "España aparta de mí este cáliz". En 1937 asistió al Congreso de Escritores Antifascistas en Madrid y escribió "Poemas humanos" que se editaría de manera póstuma en 1939. También publicó "Nómina de huesos", una selección de poemas y prosas escritos durante los años 1923 y 1936, y el libro de poemas "Sermón de la barbarie".
A comienzos de 1938 trabajó como profesor de Lengua y Literatura, pero en marzo sufre de agotamiento físico y fue internado por una enfermedad desconocida que entró en crisis el 8 de abril. El lluvioso viernes 15 de abril, Vallejo murió sin que se estableciera ningún diagnostico sobre su enfermedad. Sólo mas tarde se supo que había sucumbido a un muy viejo paludismo que reapareció después de 20 o 25 años a consecuencia de su debilitado estado general.