1 de marzo de 2019

Frankenstein, el moderno Prometeo de Mary Shelley (I). Génesis (1)


Según la mitología griega, Prometeo representa el desafío del hombre a ser como Dios, a tener su sabiduría, a objetar su ley o su voluntad para así desarrollar su libre anhelo de crecer. El mito de Prometeo es la síntesis de la lucha hombre-divinidad. Representa una humanidad activa, habilidosa e inteligente que trata de igualarse a las potencias divinas. Prometeo unió su destino al de los hombres enfrentando la voluntad de Zeus cuando les entregó el fuego, un elemento esencial no sólo en el sentido material sino también en el orden espiritual, pues el fuego era el símbolo de la vida, de la energía, de la inteligencia que movía los humanos. Esto hizo enfadar a Zeus, pues el fuego era un bien de los dioses, por lo que fue castigado para toda la eternidad. Prometeo, con el consentimiento de la diosa Atenea, creo al hombre de arcilla y agua, a imagen de los dioses. Una vez creado, le entregó también para su desarrollo las artes y las ciencias. A pesar de que Zeus había decidido que los hombres no conocieran el fuego, Prometeo le desobedeció y hurtó el fuego de los cielos para entregárselo a los hombres. Zeus enfurecido contra Prometeo le castigó a estar encadenado eternamente en una roca del Monte Cáucaso. El poeta Hesíodo de Ascra (siglo VIII a.C.) diría en su “Theogonía” (Teogonía): “No es posible engañar ni eludir la voluntad de Zeus, pues ni siquiera el bienhechor Prometeo pudo escapar de la terrible cólera de aquel, sino que, por la fuerza, a pesar de ser muy astuto, se vio retenido por una fuerte cadena”.
Hacia comienzos del siglo IV a.C., Platón de Egina (427-347 a.C.) se encontraba en Sicilia. Poco antes, Sócrates de Atenas (470-399 a.C.), su maestro, había sido condenado a la pena de muerte por el tribunal popular ateniense acusado de “impiedad” (es decir, de no creer en los dioses o de ofenderlos) y de “corromper a la juventud”. Fue entonces cuando escribió sus primeros diálogos, aquellos que, mucho después, serían catalogados como “diálogos socráticos o de juventud”. Entre ellos se destaca “Prōtagóras” (Protágoras), en el que puso en boca del filósofo sofista Protágoras de Abdera (485-411 a.C.) su versión de la historia de Prometeo. Otro tanto haría el cronista de la Antigua Grecia Cástor de Rodas (siglo I a.C.) en su libro recopilatorio de mitología griega llamado “Bibliothēkē” (Biblioteca) tal como ya lo había hecho el dramaturgo griego Esquilo de Eleusis (525-456 a.C.) en su trilogía compuesta por “Promētheús pyrphoros” (Prometeo portador del fuego), “Promētheús desmtēs” (Prometeo encadenado) y “Promētheús lyomenos” (Prometeo liberado). También el historiador y gramático griego Apolodoro de Atenas (180-119 a.C.) contaría la historia en su “Peri theōn” (Acerca de los dioses): “Prometeo, luego de modelar a los hombres con agua y tierra les dio también el fuego, ocultándolo con una vara a escondidas de Zeus. Pero cuando este se enteró ordenó a Hefesto que clavase su cuerpo en el monte Cáucaso. Clavado en él, Prometeo estuvo atado muchos años. Cada día un águila cayendo sobre él le devoraba los lóbulos del hígado que volvía a crecer por la noche”. Prometeo era inmortal, por lo que este castigo debía de durar para siempre, pero Heracles pasó por el lugar del cautiverio en camino hacia el jardín de las Hespérides y lo liberó disparando una flecha al águila. De esta manera, con distintos enfoques, todos ellos trataron la historia del rebelde y filántropo Titán que sufría bajo el despotismo del tirano Zeus.


Mucha agua corrió bajo el puente desde que aquellos dramaturgos, filósofos e historiadores griegos narraran esta historia. Corre ahora el año 1607. Giovanni Diodati (1576-1649), un teólogo calvinista nacido en la ciudad de Lucca -en la región de la Toscana italiana-, presenta en Ginebra, Suiza, la primera versión de la “Biblia” traducida al italiano desde las fuentes originales en hebreo y griego antiguo. Siendo aún joven, él su familia debieron abandonar Italia por la persecución religiosa desatada contra los seguidores del teólogo francés Jean Calvino (1509-1564), uno de los gestores de la Reforma Protestante, los que negaban la autoridad de la Iglesia de Roma. Destacado predicador, Giovanni Diodati trabajó como profesor de Hebreo y luego de Teología en el Collège de Genève, institución de educación secundaria fundada en 1559 por Calvino y que, cuatro siglo más tarde, pasó a llamarse Collège Calvin. Mientras tanto realizó varias traducciones al francés, entre ellas “Istoria del Concilio Tridentino” (Historia del Concilio Tridentino) del teólogo veneciano Pietro Sarpi (1552-1623) y “Relation of the state of religión” (Relación sobre el estado de la religión) del político inglés Edwin Sandys (1561-1629). También preparó una revisión de la traducción francesa de la “Biblia” que había sido hecha en 1535 por el teólogo francés Pierre Robert Olivetan (1506-1538), a la que enriqueció con valiosas notas, comentarios y aclaraciones.
Mientras tanto, en Londres, su sobrino Charles Diodati (1609-1638) compartía clases en la St. Paul's School con John Milton (1608-1674), aquel poeta que entraría en la historia de la literatura con la publicación de su poema épico “Paradise lost” (El paraíso perdido) en 1667. Charles Diodati se convirtió en su amigo más cercano y confidente hasta la edad adulta. Fue una amistad multifacética y derivada de códigos sociales bien establecidos. A él le dedicó sus “Elegy I” (Elegía prima) y “Elegy VI” (Elegía sexta). Luego, cuando su compañero regresó a Suiza, mantuvieron una fluida correspondencia que incluyó, entre otras cosas, versos latinos e italianos. En la primavera de 1638 Milton emprendió un viaje por Europa. Fue a París y después a Italia, donde, durante su estancia en Florencia, conoció al físico y astrónomo Galileo Galilei (1564-1642)​​ quien se encontraba bajo arresto domiciliario por orden de la Inquisición. De allí viajó a Roma y luego a Ginebra para conocer personalmente a Giovanni Diodati. Estando allí tuvo que cancelar sus proyectados viajes a Sicilia y luego a Grecia al enterarse de que su amigo de la infancia, Charles Diodati, había muerto y a la vez que escuchó rumores cada vez más insistentes sobre la guerra civil arreciaba Inglaterra. Regresó en julio de 1639, tras lo cual comenzó a escribir “Epitaphium Damonis” (El epitafio de Damon), una elegía pastoril latina en la que narró con un elocuente desconsuelo la muerte de su amigo dilecto.
Años después, otro descendiente de Giovanni Diodati adquirió una vieja finca ubicada en las cercanías de la ciudad de Cologny, en el cantón de Ginebra, Suiza. Allí, a orillas del lago Léman, Gabriel Diodati (1671-1751), de él se trata, construyó en 1710 una casa señorial rodeada de viñedos a la que llamó Villa Belle Rive. Por ella pasaron personalidades tan destacadas como los filósofos Jean Jacques Rousseau (1712-1778) en 1732, y François Marie Arouet, Voltaire (1694-1778) en 1755. Existen versiones encontradas en cuanto a si allí también pasó un tiempo John Milton, aparentemente en 1638. En todo caso pudo haber sido en la antigua mansión. Como quiera que fuese, cuando George Gordon Byron (1788-1824) -uno de los mayores poetas del movimiento del Romanticismo británico conocido como Lord Byron- alquiló la propiedad entre el 10 de junio y el 1 de noviembre de 1816, decidió llamarla con el nombre de su antiguo propietario, el descendiente del famoso traductor de la “Biblia” al italiano. Desde entonces se la conoce como Villa Diodati.


A mediados de mayo de 1816 el poeta inglés Percy Bysshe Shelley (1792-1822) se hospedó en el Hotel d’Angleterre, una posada fundada en 1777 también conocida como Auberge de Séchéron, famosa por haber alojado en su momento a figuras como el poeta, novelista y dramaturgo del Romanticismo alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832), el filósofo francés Benjamin Constant (1767-1830), el diplomático y escritor francés François René de Chateaubriand (1768-1848) o el militar y gobernante francés Napoleón Bonaparte (1769-1821). Situado también en Cologny, hasta allí llegó el autor de “The necessity of atheism” (La necesidad del ateísmo) en compañía de su por entonces amante Mary Wollstonecraft Godwin (1797-1851) -con quien se casaría a fines de ese año- y Claire Clairmont (1798-1879), hermanastra de Mary. Tras permanecer unos días allí, el 1 de junio se trasladaron a la Maison Chapuis perteneciente a una tradicional familia del lugar que por entonces era administrada por Jacob Chapuis (1778-1858), en Montalègre, cerca del pueblo de Cologny. Unos días antes, el 27 de mayo, se encontraron con Lord Byron. Éste, en compañía de su médico personal John William Polidori (1795-1821), sus criados William Fletcher (1775-1839) y Robert Rushton (1793-1833), un perro, un mono y un pavo real, ya hospedados en la Villa Belle Rive, los invitaron a pasar unos días juntos.
Claire Clairmont había mantenido un romance con Lord Byron -quedando embarazada- antes de que él dejase Inglaterra en los primeros meses de 1816, lo que provocó sorpresa y potenció el encuentro. El grupo pasó tres días juntos en la ahora llamada Villa Diodati. La idea era pasar el verano disfrutando del saludable clima suizo, navegar por el Lago de Ginebra y hacer excursiones por Europa, algo muy en boga entre los jóvenes ingleses acaudalados. Sin embargo un episodio singular cambiaría sus planes. Muy lejos de allí, en la isla Sumbawa, en lo que hoy es Indonesia, entre el 5 y el 10 de abril de 1815 el volcán Tambora había entrado en erupción -la más violenta conocida en los registros mundiales desde el siglo II a.C.- causando la muerte de alrededor de 8o.000 personas y la expulsión a la estratósfera de miles de toneladas de cenizas volcánicas compuestas de gas sulfuro y dióxido de azufre. La capa formada por estos elementos rodeó el planeta produciendo un cambio climático que tuvo consecuencias catastróficas para la agricultura en América, Asia y Europa. Además, la cantidad de material volcánico lanzado a la atmósfera, en forma de polvillo y ceniza, fue tan masiva que se produjo un fenómeno llamado invierno volcánico, que afectó a todo el planeta a lo largo de los meses siguientes. El año 1816 pasaría a la historia como el “año sin verano”. Las temperaturas cayeron en todo el planeta, nevó en sitios tan improbables como Guatemala, muchas cosechas mundiales se arruinaron y el ganado murió en gran parte del hemisferio norte, lo que condujo a la peor hambruna del siglo XIX.


Así, mientras el filósofo alemán Georg W.F. Hegel (1770-1831) publicaba su “Wissenschaft der Logik” (Ciencia de la Lógica), el compositor italiano Gioachino Rossini (1792-1868) estrenaba “Il barbiere di Siviglia” (El barbero de Sevilla) y el médico francés René Laënnec (1781-1826) inventaba el estetoscopio, las inundaciones, nevadas, ventiscas y heladas agravaron una situación agraria que desde las guerras napoleónicas ya era precaria. En Francia estallaron graves revueltas, asaltándose propiedades y graneros, algo que también sucedió en muchos otros lugares de Europa, entre ellos Suiza, donde el hambre logró que se declarara la emergencia nacional. En medio de este momento caótico, con un clima frío, tormentoso y oscuro que Mary Wollstonecraft Godwin -que ya había decidido llamarse a sí misma Sra. Shelley- describió como “húmedo y poco amable en lo que respecta al clima, ya que la lluvia incesante nos obligó a encerrarnos durante días en la casa. La tormenta que nos visita es la más grande y terrorífica que he visto nunca”- fue que Lord Byron escribió su poema “Darkness” (Oscuridad), que comienza recitando: “Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. / El brillante sol se apagaba, y los astros / vagaban apagándose por el espacio eterno, / sin rayos, sin rumbo, y la helada tierra / oscilaba ciega y oscurecida en el aire sin luna. La mañana llegó, y se fue, y llegó y no trajo consigo el día”. En ese ambiente, alternando la lectura con disertaciones literarias sobre William Wordsworth (1770-1850) o Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), y debates filosóficos sobre la obra del antiguo visitante de la mansión, Jean Jacques  Rousseau, dialogaron sobre diversos temas, entre ellos, las investigaciones del médico y físico italiano Luigi Galvani (1737-1798), quien sostenía la existencia de una corriente eléctrica en el impulso nervioso de los organismos, y los experimentos del médico y fisiólogo británico Erasmus Darwin (1731-1802), quien afirmaba poder revivir anfibios muertos por medio de la conducción eléctrica.